Poesía de Colombia
Poemas de Carlos Medellín Forero
Carlos José Medellín Forero (1928-1985) destacó como poeta, escritor, educador y jurista colombiano, cuya vida y legado trascendieron en diversos campos. Nacido en Pacho, Cundinamarca, se graduó en Derecho en la Universidad Externado de Colombia en 1950, dejando una huella académica con su tesis “Introducción a la Estética del Derecho“.
Además de su contribución a la educación, Medellín Forero fundó y lideró la Universidad Central, siendo pionero como su primer rector. Su impacto se extendió como magistrado de la Corte Suprema de Justicia, cargo que ocupó hasta su trágica muerte durante la Toma del Palacio de Justicia por el M-19 en 1985.
Como escritor, Medellín Forero dejó un legado literario diverso, desde poesía con obras como “Moradas” (1951) y “El Aire y las Colinas” (1965) hasta cuentos, como los recopilados en “El Encuentro y otros cuentos” (1982). Su incansable labor académica se refleja en obras pedagógicas y jurídicas, abordando temas como educación continuada, cuestiones universitarias y derecho romano.
Medellín Forero también se destacó en roles directivos, siendo fundador de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y miembro de diversas instituciones, como la Academia Hispanoamericana de Letras. Su legado se ve reconocido con premios como el Nacional Espiral de Poesía en 1951 y la Gran Cruz de Boyacá. Su figura polifacética y su contribución a la cultura y la justicia lo sitúan como una figura fundamental en la historia intelectual de Colombia.
Olvido
Se me olvidó tu nombre,
no recuerdos si te llamabas luz o enredadera,
pero sé que eras agua
porque mis manos tiemblan cuando llueve.
Se me olvidó tu rostro y tu pestaña
y tu piel por mi boca transitada
cuando caímos bajo los cipreses
vencidos por el viento,
pero sé que eras luna
porque cuando la noche se aproxima
se me rompen los ojos
de tanto querer verte en la ventana.
Se me olvidó tu voz, y tu palabra,
pero sé que eres música
porque cuando las horas se disuelven
entre los manantiales de la sangre
mi corazón te canta.
Para sembrar colores
Al preparar la tierra
en su cuerpo anhelante
no produzcas dolor
en sus entrañas,
ábrela simplemente
sin herirla,
aliméntala
con jugos minerales,
toma en tu propia mano
la semilla
para que la revuelvas
con tu sangre,
deposítala envuelta
en melodías,
cúbrela con tu aliento
como un padre,
y por último
riégala
en la mañana
y en la tarde
con el agua que brota
de la montaña madre
sin permitir jamás
que la toquen las lágrimas.
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