Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Carlos Guido y Spano

Carlos Guido Spano (Buenos Aires, 19 de enero de 1827 – Buenos Aires, 25 de julio de 1918), fue un poeta argentino cultor del romanticismo.

Trova

He nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte
he nacido en Buenos Aires.

Tierra no hay como la mía;
¡ni Dios otra inventaría
que más bella y noble fuera!
¡Viva el sol de mi bandera!

Tierra no hay como la mía.
Hasta el aire aquí es sabroso;
nace el hombre alegre, brioso,
y las mujeres son lindas
como en el árbol las guindas;
hasta el aire aquí es sabroso.

¡Oh, Buenos Aires, mi cuna!
¡De mi noche amparo y luna!
aunque en placeres desbordes,
oye estos dulces acordes
¡oh, Buenos Aires, mi cuna!

Fanal de amor encendido,
borda el cielo tu vestido
de rosas y rayos de oro:
eres del mundo tesoro,
fanal de amor encendido.

¿Quién al verte no te admira
y al dejarte no suspira
por retornar a tus playas?
Deidad de las fiestas mayas,
¿quién al verte no te admira?

De tus glorias que otros canten,
y a las nubes te levanten
entre palmas y trofeos.
Yo no asisto a esos torneos:
de tus glorias que otros canten.

Tu esplendor diré tan sólo,
si no del ya viejo Apolo
con la lira acorde y fina,
en mi guitarra argentina
tu esplendor diré tan sólo.

Voluptuosa te perfumas
de junquillos y arirumas;
cuando te adornas y encintas,
en las áureas de tus quintas
voluptuosa te perfumas.

Goza del Plata al arrullo
llena de garbo y orgullo,
criolla sin par, blasonante
de tu destino brillante,
goza del Plata al arrullo.

Triunfa, baila, canta, ríe;
la fortuna te sonríe
eres libre, eres hermosa;
entre sueños, color rosa,
triunfa, baila, canta, ríe;

¡Cuántos medran a tu sombra!
Tu campiña es verde alfombra,
tus astros vivos topacios;
habitando tus palacios
¡cuántos medran a tu sombra!

Bajo de un humilde techo
vivo, en tanto, satisfecho
bendiciendo tu hermosura,
que bien cabe la ventura
bajo de un humilde techo.

La riqueza no es la dicha;
si perdí la última ficha
al azar de la existencia,
saqué en limpio esta sentencia:
la riqueza no es la dicha.

He nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte
he nacido en Buenos Aires.

Amira

¿Conocéis a la rubia y tierna Amira?
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira,
Hay en su voz la suavidad de un ruego.

El flamenco nadando en la laguna
Entre el verde juncal, no es más gallardo:
Espira un vago resplandor de luna,
Tiene la fresca palidez del nardo.

Hace soñar; la mente se colora
De su candor al virginal destello;
Se sueña con las rosas, con la aurora,
Con las hebras de luz de su cabello.

Parece que un espíritu celeste
Siguiéndola invisible la perfuma,
Y que su blanca y ondulante veste
Por el aire agitada hiciese espuma.

Ayer la vi pasar en lontananza,
E imaginó mi alma entristecida,
Era el ángel de la última esperanza
Que buscaba, el sepulcro de mi vida.

En los guindos

Tenía yo dieciocho años, y ella
Apenas dieciséis; rubia, rosada.
No es por cierto más fresca la alborada
Ni más viva una fúlgida centella.
Un día Adriana bella
Conmigo fue al vergel buscando fruta,
Y así como emprendimos nuestra ruta
Absorto me fijé por vez primera:
¡Cuán atractiva y cuán hermosa era!
Llevaba un sombrerillo
De paja, festoneado, con adornos
De flores de canela y de tomillo:
y realzando sus mórbidos contornos
Un corpiño ajustado,
Saya corta, abultada, de distintas
Labores, hacia el uno y otro lado
Recogida con lazos de albas cintas.
Como nuestro paseo se alargaba,
Le ofrecí el brazo, me arrobé al sentirla
¡Que en él lánguidamente se apoyaba!
Confuso y sin saber el qué decirle,
Me desasí… Trepéme a un alto guindo,
Desde cuyo ramaje de esmeralda
El bello fruto, ya en sazón, le brindo,
Que ella con gracia recogió en la falda.
¡Oh delicioso instante!
¡Oh secretos de amor! ¿Cuál mi ventura?
¿Podré pintar, mi sangre llameante,
Al ver desde la altura
Su seno palpitante,
Su voluptuosa y cándida hermosura ?
¿Acaso Adriana adivinó en mis ojos
El fuego interno que en mi alma ardía?
¿Esa la causa fue de sus sonrojos?
-«Aquella guinda alcanza», me decía,
«Que está en la copa; agárrate a las ramas,
No vayas a caer.» -«¿Y tú, si me amas,
Qué me darás?» Bermeja cual las pomas
Que madura el estío en las laderas,
Contestó apercibiendo dos palomas
Blancas, ebrias de amor: -«Lo que tú quieras!»

Flor de la vida

Esta noble sentencia
Que tengo en blanco mármol ya esculpida,
me dijo un sabio de ática elocuencia
Que recuerda a Platón: «la inteligencia
Es la flor de la vida».

Nenia

Canción Fúnebre

En idioma guaraní,
una joven paraguaya
tiernas endechas ensaya
cantando en el arpa así,
en idioma guaraní:

¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú ­
¡llora, llora urutaú!

¡En el dulce Lambaré
feliz era en mi cabaña;
vino la guerra y su saña
no ha dejado nada en pie
en el dulce Lambaré!

¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!
Todo en el mundo he perdido;
en mi corazón partido
sólo amargas penas hay ­
¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!

De un verde ubirapitá
mi novio que combatió
como un héroe en el Timbó,
al pie sepultado está
¡de un verde ubirapitá!

Rasgado el blanco tipoy
tengo en señal de mi duelo,
y en aquel sagrado suelo
de rodillas siempre estoy,
rasgado en blando tipoy.

Lo mataron los cambá
no pudiéndolo rendir;
él fue el último en salir
de Curuzú y Humaitá ­
¡Lo mataron los cambá!

¡Por qué, cielos, no morí
cuando me estrechó triunfante
entre sus brazos mi amante
después de Curupaití!
¡Por qué, cielos, no morí!…

¡Llora, llora, urutaú
en las ramas del yatay;
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú-
¡Llora, llora, urutaú!

Musgo

Torné a ver la vieja ermita,
se halla todo en su lugar:
la lámpara moribunda,
la flor mustia en el altar.

Doquier quedan las señales
de la dulce, antigua fe:
allí está la Dolorosa,
allí el Cristo que adoré.

¡Cuántas veces, siendo niño,
el santuario a media luz,
me llevó mi tierna madre
a besar juntos la cruz!

¡Tiempos idos! Pero aún guardo
su memoria, y la impresión
de recuerdos inocentes
me penetra el corazón.

Hoy después de largo viaje,
tras de recia tempestad,
en el sagrado recinto
calma busco y soledad…

¿Quién me llama? ¡Oh voz sentida
que hace el pecho conmover
con rumores de plegaria,
con ternuras de mujer!

«Ven, me dice, al infortunio
da un himno. Lo pide así
la caridad, luz del cielo…»
El laúd a pulsar fui.

¡Ay, el rítmico instrumento
para siempre enmudeció!
Al querer forzar las cuerdas
en mis manos se rompió.

Pues haré de blancas rosas,
pensara, el don fraternal.
Cayó la helada en mi huerto,
agostado hallé el rosal.

De un melancólico sauce
colgué entonces el laúd;
y volví a la vieja ermita
y lloré mi juventud.

Hojas al viento

¡Allá van! son hojas sueltas
De un árbol escaso en fruto;
Humildísimo tributo
Que da al mundo un corazón.

Allá van, secas, revueltas
En confuso torbellino,
Sin aroma, sin destino,
A merced del aquilón.

Esas hojas los ensueños
De la vida simbolizan,
Cuando puros divinizan,
La ventura o el afán;

Son emblemas de risueños
Devaneos que en su aurora
La ilusión virgen colora,
¡Y que nunca ¡ay! volverán!

¡Hojas mustias y sombrías!
ya las ramas que adornaron,
Tristemente se doblaron;
El pampero sopló allí.

Las agrestes armonías
Que otro tiempo al aire dieron,
De la tarde se perdieron
En la bruma carmesí.

Allá van, sí, desprendidas
Por las ráfagas de otoño.
Sin que dejen ni un retoño
En su tránsito fugaz;

¡Pobres hojas esparcidas,
Por el viento arrebatadas,
de las vegas encantadas
A que dieron sombra y paz!

Sensualismo

¿Será un crimen rasgar la tenue gasa
con que oculta el amor gracias terrenas,
o en la pomposa viña las ajenas
uvas gustar y el bien que raudo pasa?

Cuando el amor el alma nos abrasa,
que Venus arde en las henchidas venas,
desciende el cielo mismo a las amenas
ígneas regiones del placer sin tasa.

Júpiter sumo el trono esplendoroso
dejó, ya Leda en cisne transformado
sedujo, ya la tiria Europa en toro;

¡Y en la prisión entrando voluptuoso
de la blanca Danae, derramado
sobre ella se deshizo en lluvia de oro!

Soledad

¡Oh soledad! ¡Oh murmurante río,
A cuya margen espontáneos crecen
Los árboles frondosos, que el otoño
Despoja ya de su hojarasca verde!

Huésped errante de la selva oscura
Di en estas limpias aguas. ¡Cuántas veces
Me vio la tarde, absorto en mis recuerdos,
Contemplando su plácida corriente!

La gran naturaleza, de mis penas
Oyó el lamento que hacia Dios asciende:
En su templo inmortal a quien la invoca
Seguro asilo y bálsamos ofrece.

Al dejar sin retorno estos lugares
Tan dulces a mi afán, llevo indeleble
Una impresión de gracia, de frescura,
Y hasta el sahumerio del paisaje agreste.

Como esas aves de amoroso instinto
Que en busca de calor el aire hienden,
Así mis pensamientos al amparo
De los afectos íntimos se vuelven.

¿Pero en cuál mejor sitio hallar la calma,
Y este silencio arrobador, solemne,
Que al fatigado espíritu conforta
Mientras las horas se deslizan breves?

Es aquí donde exhausto peregrino
Quisiera alzar mi solitario albergue,
¡Y arrullado del aura y de las ondas
Vivir lejos del mundo, para siempre!

Soneto at home

¡Hijos queridos! En la paz bendita
del heredado hogar hallad defensa
contra el violento entorno que nos tensa
contra el combate cruel que nos agita.

Como en vuestros abuelos se condensa
reconoced caballeresca cita
con la conciencia que a lo heroico invita
y rechazad vivir en la vergüenza.

Ejemplo es vuestra madre de la entrega.
Servid a los demás. Es su camino.
Intransitado y viejo al cielo llega.

Esto de mi docencia me imagino
que de un padre a sus hijos se trasiega:
que cada cual sea fiel a su destino.