Poesía de Estados Unidos
Poemas de Carl Sandburg
Carl Sandburg, nacido el 6 de enero de 1878 en Galesburg, Illinois, fue un polifacético escritor estadounidense que se destacó como poeta, biógrafo, periodista y editor. Sus padres, August y Clara Johnson, emigraron desde el norte de Suecia a Estados Unidos. Debido a la presencia de varios August Johnsons en su trabajo en el ferrocarril, el padre de Sandburg decidió cambiar el apellido de la familia.
Desde temprana edad, Sandburg trabajó en diversos oficios, como ayudante de barbero, conductor de camiones de leche, obrero de una ladrillera y cosechador de trigo en Kansas. En 1898, durante la guerra hispano-estadounidense, se enlistó en el 6º Regimiento de Infantería de Illinois. Estos primeros años de su vida los describió posteriormente en su autobiografía “Always the Young Strangers” (1953).
Entre 1910 y 1912, Sandburg fue organizador del Partido Social Demócrata y secretario del alcalde de Milwaukee. En 1913, al mudarse a Chicago, se convirtió en editor de System, una revista de negocios, y posteriormente se unió al equipo del Chicago Daily News. En 1914, algunos de sus poemas de Chicago fueron publicados en la revista Poetry, y más tarde se recopilaron en un libro en 1916. En su poema más famoso, “Chicago”, retrató a la ciudad como el vibrante, lujurioso y audaz “Carnicero de Cerdos, Fabricante de Herramientas, Apilador de Trigo, Jugador con Ferrocarriles y Manipulador de Mercancías para la Nación”.
La poesía de Sandburg causó una impresión inmediata y favorable. En versos libres al estilo de Whitman, elogió a los trabajadores: “Pittsburgh, Youngstown, Gary, hacen su acero con hombres” (Smoke and Steel, 1920). A lo largo de su vida, Sandburg fue considerado una figura importante en la literatura contemporánea, especialmente por sus volúmenes de poesía recopilada. Disfrutó de un aprecio sin igual como poeta en su época, quizás debido a que la amplitud de sus experiencias lo conectó con diversas facetas de la vida estadounidense. Al momento de su fallecimiento en 1967, el presidente Lyndon B. Johnson afirmó que “Carl Sandburg era más que la voz de Estados Unidos, más que el poeta de su fuerza y genialidad. Él era Estados Unidos”.
Además de su labor como poeta, Sandburg recopiló y editó libros de baladas y folklore. Interpretó canciones populares ante audiencias cautivadas y publicó dos colecciones: “The American Songbag” (1927) y “New American Songbag” (1950). Escribió la exitosa biografía “Abraham Lincoln: The Prairie Years” en 2 volúmenes (1926) y “Abraham Lincoln: The War Years” en 4 volúmenes (1939), que recibió el Premio Pulitzer de historia en 1940. También publicó una biografía sobre su famoso cuñado Edward Steichen, titulada “Steichen the Photographer”, en 1929. En 1948, Sandburg lanzó una extensa novela llamada “Remembrance Rock”, que recapitula la experiencia estadounidense desde Plymouth Rock hasta la Segunda Guerra Mundial.
Tumbas
Soñé que un hombre plantaba cara a un millar,
un hombre condenado por bobo y obstinado.
Año tras año recorría las calles,
y mil encogimientos de hombros, mil abucheos
lo saludaban en las espaldas y las bocas al pasar.
Murió solo
y sólo el enterrador acudió a su funeral.
Crecen las flores sobre su tumba y se mecen al viento,
y sobre las tumbas de los otros mil
también crecen y se mecen las flores al viento.
Las flores y el viento,
las flores se mecen sobre las tumbas de los muertos,
pétalos rojos, hojas amarillas, manchas blancas,
masas violáceas y desmoronadas…
Te amo y amo tu gran manera de olvidar.
Acumulaciones
Han azotado las tormentas la tierra en este punto
y aquí se han ido a pique los barcos
y los transeúntes lo recuerdan
charlando en el puente de noche
cuando allí se aproximan.
Han golpeado los puños la cara de ese viejo boxeador
profesional
y han aparecido sus combates en las páginas
de deportes y por la calle lo señalan con el
índice extendido por ser uno que una vez tuvo
el cinturón de campeón.
Se han publicado cientos de historias y se han rumoreado
mil
a propósito del porqué ese hombre alto y tenebroso se ha
divorciado de dos jóvenes hermosas
para casar con una tercera que se parece a las otras dos
y sacuden la cabeza y comentan «ahí va»
cuando pasa de largo, con buen tiempo o con
lluvia, por las calles de la ciudad.
Baño
Un hombre vio el mundo entero como una calavera
riente y un par de huesos cruzados. La carne rosada de la
vida se encogió hasta desaparecer de todos los rostros.
Nada cuenta, nada. Todo es falsedad. Polvo al polvo, ceniza
a las cenizas, y una antigua tiniebla y un silencio inútil.
Lo había visto todo. Fue entonces a un concierto de Mischa
Elman. En dos horas, las olas de sonido le golpetearon los
tímpanos. La música se llevó por delante algo, no sé qué,
de su interior. La música derribó y reconstruyó algo en su
cabeza, no sé bien qué, o en su corazón. Aplaudió durante
los cinco bises que dio el joven judío ruso con el violín. Al
salir, dio con las suelas en la acera de una manera nueva.
Era el mismo hombre, en el mismo mundo de antes. Sólo
que existía un fuego que canta y un ascenso de rosas
perennes sobre el mundo entero que contemplaba.
Dunas
Qué vemos aquí, en las dunas arenosas de la luna blanca,
a solas con nuestros pensamientos, Bill,
a solas con nuestros sueños, Bill, suaves como las mujeres
que se atan una pañoleta a la cabeza al bailar,
a solas con una imagen y una imagen tras otra, imágenes
de todos los muertos,
más muertos que todos esos granos de arena apilados
uno a uno aquí, en la luna,
apilados contra la línea del cielo que adquiere formas tal
como quiera la mano del viento,
qué vemos aquí, Bill, fuera de aquello en que se rompen
la cabeza los más sabios,
fuera de lo que claman los poetas, fuera de lo que buscan
con denuedo los soldados, hasta dejarse por ello
el cráneo al sol… ¿,Qué será, Bill?
Listo para matar
Diez minutos llevo mirándolo.
Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha extrañado.
He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un famoso
general
a caballo, con la bandera y la espada y revólver en mano.
Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco,
reducirlo a un montón de escombros, que se lo
lleven a la chatarrería.
Te lo diré con toda claridad:
luego de que el granjero, el minero, el tendero, el obrero,
el bombero y el camionero
hayan sido recordados en sus monumentos de bronce,
dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a todos,
algo que comer, algo que vestir,
cuando apilen unas cuantas siluetas
recortadas contra el cielo
aquí en el parque,
y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el trabajo
del mundo, que dan de comer a la gente en vez de
aniquilarla,
entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí
a contemplar con tranquilidad a este general del ejército
que enarbola su bandera al viento
y cabalga como un demonio en su montura,
listo para matar a todo el que se le ponga por delante,
listo para que corra la sangre roja por la hierba nueva y
tierna de la pradera, y que la empapen las entrañas
de los hombres.
Felicidad
Pedí a los profesores que enseñan el sentido de la vida
que me dijeran qué es la felicidad.
Fui a ver a los afamados ejecutivos que comandan el
trabajo de miles de hombres.
Todos menearon la cabeza y me sonrieron como si yo
tratase de engatusarlos.
Y un domingo por la tarde fui a pasear por la orilla del
río Desplaines.
Y vi a un grupo de húngaros bajo los árboles, con sus
mujeres y sus hijos, un barril de cerveza y un
acordeón.
Fauces
Siete naciones se plantaron con las manos en las fauecs
de la muerte.
Era la primera semana de agosto, mil novecientos catorce.
Yo escuchaba, escuchabas tú, el mundo entero a la escucha,
y todos nosotros oímos una Voz que murmuraba:
«Yo soy el camino y la luz.
el que cree en mí,
no perecerá,
sino que salvará su vida eterna».
Siete naciones aguzaron el oído y oyeron a la Voz y
respondieron:
«¡Al demonio!»
Las fauces de la muerte comenzaron a entrechocar y
siguen entrechocando:
«¡Al demonio!»
Hierro
Armas,
largas armas de acero
que apuntan desde los buques de guerra
en nombre del dios de la guerra.
Armas rectas, brillantes, bruñidas,
a las que se encaraman los reclutas de camisa blanca,
la gloria de los rostros tostados, el cabello revuelto, los
dientes blancos,
la risa de los ágiles reclutas de camisa blanca,
sentados a horcajadas en las armas con sus cantos de
guerra, con sus bélicas salomas.
Palas,
anchas palas de hierro
que recogen carbón de las bodegas ahusadas,
remueven la turba, nivelan la tierra.
Os pido
que seáis testigos
de que la pala es hermana del arma.
- Pedro Calderón de la Barca
- Gerardo Deniz
- Fernando Rendón
- Adrienne Rich
- León Zafir
- Jorge Teillier
- John Hollander
- Mark Van Doren
- Amado Nervo
- Juan Felipe Robledo
- Frances Harper
- Mercedes Marín del Solar
- Hebert Abimorad
- Tomás Harris
- Concepción Arenal
- Bob Dylan
- Aurelia Castillo de González
- Gastón Gori
- Rosario Sansores
- Macedonio Fernández