Poetas

Poesía de España

Poemas de Camilo José Cela

Camilo José Cela y Trulock fue un escritor español que nació en Iria Flavia, La Coruña, el 11 de mayo de 1916 y murió en Madrid el 17 de enero de 2002. Es considerado uno de los autores más importantes de la literatura española del siglo XX y recibió numerosos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Nobel de Literatura en 1989 y el Premio Cervantes en 1995.

Su obra abarca diversos géneros, como la novela, el cuento, el ensayo, el periodismo, la poesía y la pintura. Se le asocia con el movimiento literario del tremendismo, que se caracteriza por una visión cruda y realista de la realidad social española de la posguerra. Algunas de sus obras más conocidas son La familia de Pascual Duarte (1942), La colmena (1951), Viaje a la Alcarria (1948) y Mazurca para dos muertos (1983).

Cela fue también un viajero incansable y un observador agudo de la diversidad cultural y lingüística de España. Recorrió gran parte del territorio español y plasmó sus impresiones en libros como Del Miño al Bidasoa (1952), Judíos, moros y cristianos (1956) o Nuevo viaje a la Alcarria (1986). Asimismo, fue un defensor de las lenguas cooficiales del Estado español, como el gallego y el catalán, y fue miembro de la Real Academia Gallega.

Su vida estuvo marcada por su participación en la Guerra Civil Española, en la que combatió en el bando franquista, su actividad política durante la Transición Democrática, en la que fue senador por designación real, y su matrimonio con dos mujeres: Rosario Conde Picavea, con quien tuvo un hijo, Camilo José Cela Conde, también escritor; y Marina Castaño López, con quien contrajo matrimonio en 1991.

Cela fue un escritor polémico y controvertido, que no dudó en expresar sus opiniones sobre diversos temas y que a menudo se vio envuelto en conflictos con otros autores, críticos o instituciones. Su personalidad irreverente, irónica y provocadora le granjeó tantos admiradores como detractores. Sin embargo, su talento literario y su contribución a la cultura española son indiscutibles.

Pregón

En la serranía de Oaxaca
Crece el hongo de fray Bernardino
Los indios le dicen nanacatlh
Y con él se emborrachan y cantan

Los herejes los sabios los brujos
Las leonadas galas del teyhninti
La sangre del dulce sacrificio
La sangre del ave de la selva

La sangre del Ometepec niño
Enfermo de amor y vanidad
La sangre de los guerreros muertos
En brazos de las sucias doncellas

Y la leche de las lobas madres
Adornando el cielo de cometas
Sobre los infinitos gusanos
Por encima de las ciertas flores

Pátzcuaro Patambán Taucitaro
Colima Nevado de Toluca
San Andrés Tuxtla Cofre Perote
Y de nuevo lombrices pacientes

Al cabo de cuatro siglos largos
Nació el ángel Maria Sabina
Que come teunanacatlh amargo
Y bebe ron y anís y agua clara

La condenaron a muerte en la horca
Y de nada valieron el llanto
De Valentina Pavlovna Wasson
Y el fantasma de Antonin Artaud

Pidiendo caridad al demonio
Clemencia a los ángeles ruinosos
Mil llamas al Popocatepetl
O el fin del mundo a los verdes dioses

La psilocybe mexicana Helm
Da la psilocibina lúcida
Y el fuego de los montes del fuego
Ardiendo dentro del corazón

He ahí la leña del Jorullo
La carne del festín que el demonio
Aviva con sus alas de raso
Con sus cuernos de humo y su rabo

Hecho de mil hebras finísimas
Que el señor de las moscas azules
De los escarabajos de oro
De plata de esmeraldas de cobre

De jade que el señor de los sapos
Azules y casi sosegados
Del hierro de substancia de orina
De la culebra atroz comestible

Se apiade de Maria Sabina
Y del corazón de sus verdugos
Sin nombre para poder decir
Desnudos alacranes hambrientos

Calvos de tiña mansa y de tiña
Brava y de astronomía ilegal
Amén y sobre las cien cabezas
Del cordero brille el relámpago

Catorce versos en el cumpleaños de una mujer

(Poemilla ínfimo y azorado, tenue, orgulloso y levemente soberbio, que
debe leerse en cueros y con mucha parsimonia)

Cuando mi corazón empezó a nadar en el caudaloso río de la alegría de las más
limpias herraduras de agua
Y descubrí que en el alma de la mujer subyacen cinco estaciones de grácil
silueta
Oí silbar al ruiseñor del camposanto de la aldea y ahuyenté de mi piel los malos
pensamientos
Aparté de mí los torvos presagios de la debilidad la enfermedad el hambre la
guerra la miseria y los vacíos de la conciencia.
Empecé a oler tímidamente el gimnástico aire de la belleza que duerme contigo
Y volé tan alto que perdí de vista el aire de los invernaderos el agua quieta de las
acequias y el fuego purificador también la arcillosa y pedregosa tierra que
piso y en la que seré olvidado por tu mano
Te amo lleno de esperanza
Tu vida es aún muy breve para acariciar la esperanza
Y hoy cumples años quizá excesivos
Hoy cumples mil años
Quisiera bailar en un local cerrado con la muerte coronada de esmeraldas y
rubíes yo coronado de musgo y alfileres
Para proclamar en el reino de las más solitarias ballenas
Mi dulce sueño con estas sobrecogidas palabras
Pregono en voz alta el espanto que me produce la felicidad.

Poema en forma de mujer que dicen temeroso, matutino, inútil

Ese amor que cada mañana canta
y silba, temeroso, matutino, inútil
(también silba)
bajo las húmedas tejas de los más solitarios corazones
-¡Ave María Purísima!-

y rosas son, o escudos, o pajaritas recién paridas,
te aseguro que escupe, amoroso
(también escupe)
en ese pozo en el que la mirada se sobresalta.
Sabes por donde voy:

tan temeroso
tan tarde ya
(también tan sin objeto).
Y amargas o semiamargas voces que todos oyen
llenos de sentimiento,

no han de ser suficientes para convertirme en ese dichoso,
caracol al que renuncio
(también atentamente).
Un ojo por insignia,
un torpe labio,

y ese pez que navega nuestra sangre.
Los signos de oprobio nacen dulces
(también llenos de luz)
y gentiles.
Eran
-me horroriza decirlo-
muchos los años que volqué en la mar
(también como las venas de tu garganta, teñida de un tímido color).

Eran
-¿por qué me lo preguntas?-

dos las delgadas piernas que devoré.
Quisiera peinar fecundos ríos en la barba
(también acariciarlos)
e inmensas cataratas de lágrimas
sin sosiego,

desearía, lleno de ardor, acunar allí mismo donde nadie se atreve a
levantar la vista.
Un muerto es un concreto
(también se ríe)
pensamiento que hace señas al aire.
La mariposa,

aquella mariposa ruin que se nutría de las más privadas
sensaciones,
vuela y revuela sobre los altos campanarios
(también hollados campanarios)
aún sin saber,
como no sabe nadie,

que ese amor que cada día grita
y gime, temeroso, matutino, inútil
(también gime)
bajo las tibias tejas de los corazones,
es un amor digno de toda lástima.

Toisha V (I)

Ahora que ya tus ojos son como sal, y fértil
Tu inmensa boca es un volcán difunto.

Ahora que ya los lobos y las piedras,
Tus vestidos pegados cual olvidadas vendas

Y este atroz mineral que extraje de tu pecho,
Son reliquias tan ciertas como antiguos abrazos.

Ahora que tus axilas pueblan de olor el mundo
Donde yo con mi piel de viudo te presiento.

Ahora que tus zapatos, tus sostenes, tu lápiz de labios,
No me dan más que frío al encontrarlos.

Ahora que ya no puedo dormir donde has dormido
Porque mis ojos lloran azufre y yodo ardiendo.

Ahora que ya no puedo ver tu talla desnuda
Porque alambres al rojo se clavan en mi sexo.

Ahora que los domingos, salgo sin rumbo, inmóvil.
Y que tranvías, yeguas, las moradas mujeres ni el consuelo,
Han de torcer mi ruta de novio eternamente.

Ahora que ya conozco lo bastante a los hombres,
Para que no me fíe ni de mi pena misma.

Ahora que los difuntos, en montones austeros,
Son incapaces de hacerme verter lágrimas
Porque mis ojos son de cristal y aluminio.

Ahora que ya me olvido de qué es dormir tranquilo,
E imbéciles amigos pueblan mi soledad de compasiones que no quiero.

Ahora que mis dos manos son totalmente inútiles
Porque en clavos con óxido sólo encuentran tu cuerpo.

Ahora que ya mi boca pudiera cerrarse eternamente,
Porque tus salobres ingles, tus sustanciosos huesos,
Ya ni me pertenecen.

Ahora que ni cuchillos, ni pistolas, ni ojos envenenados,
Me hacen temblar de miedo, porque un solo veneno
Es quien late en mis pulsos.

Toisha V (II)

Ahora, ahora mismo,

En este instante idéntico a niña embarazada,
En este instante mismo en que la sangre se agolpa por mis sienes

En este instante, oh muerta!, en que navajas, tréboles,
O espartos moribundos dan sabor a tu boca,

En que huracanes trémulos, musgos recién nacidos,
O gusanos sin boca son dueños de tus senos,

En que la tierra inmensa te ahoga por la garganta
Por un instante no mayor que un beso,

En que lágrimas huecas o mechones de pelo perfectamente inútiles

No son lo que yo quiero: que es tu presencia misma,

Que es tu carne dorada donde yo me dormía,
Que son tus piernas tibias, tus muslos abarcados,

Tus fecundas caderas donde yo cabalgaba
Como un verano, hasta que te rendías,

Tus fortísimos brazos con que, toda desnuda,
Me levantabas sobre tu cabeza

En este instante en que un dolor inmenso
Es incapaz de hacerme mover un solo dedo,

Yo te prometo, oh dulce esposa mía asesinada,
Oh madrecita sin haber parido, oh muerta,

Colgar tu atroz recuerdo cada noche de un pelo,
Y que desiertos de tinieblas moradas

O amargas noches de insomnio y sobresalto
Sean incapaces de ahogarme como a un niño.