Poemas:
Vivo
Una luna de alfanje corta el valle de Morna.
La húmeda niebla envuelve
el asiento trasero del destino.
Una hoguera de almendros
esclarecía el desamor.
El viento se acerca,
como una presencia
infinita.
La carretera serpea en la distancia,
como los cuerpos olvidados que van a dar al mar.
El fósforo de la tarde se dilata en los campos,
y el mar hace creer en otra vida.
Suenan, a lo lejos,
los tambores de la playa,
una pavana ausente,
el agua desamparada.
Las palabras comen de tu mano,
como gaviotas de fuego,
como úlceras de la madera.
Tañedor de cuerpos,
tu tez se ilumina en la brisa y en la pena,
aldaba de la lluvia.
Pero la isla se cierra, como un amante,
sobre sí misma.
Recordó la noche en que casi perdió la razón.
Andante
La noche del eclipse de luna
bebías el cobrizo reflejo de la bruma en la marisma.
Mil incendios palpitan en la penumbra.
Penitencia oculta en una piel de lirio,
albero y negro de silencio.
Cabalgo al ritmo de mi temor,
ruido seco de tambores,
-el tiempo humilla con laureles-.
En los pantanos suaves el barro
cruje como las sienes sin luz de una muchacha.
El dolor escoge sus ciudades…
El dolor escoge sus ciudades,
el asedio aplaca sus heridas,
el amor persigue sus batallas.
En el feudo de tus manos,
-crisol de cenizas y llantos-,
perdura el olvido y sus cautelas,
languidecen augurios delicados.
Dilapido ausencias, transijo con la nada.
Pájaros lentos ofrecen su cuidado.
Dreno los aljibes oscuros de la sed,
la oblicua noche del regreso,
las imposturas del tiempo,
la quemazón de los retratos.
Te miraré otra vez, en otra noche
de desamparado rasgo.
Se columpia sin prisa la ternura,
me pruebo otra tristeza con la distancia de un presagio.
Nana de agua
Nana, niña, nana.
La nieve envejecida de la plaza.
Amaina el fiel invierno
en la luz cansada de diciembre.
Se duerme tu nombre, niña,
en una ciudad de silencios de agua.
Nana, niña, nana.
el tiempo se disfraza con tu infancia.
Y con calma trágica,
detiene a aquel gato rubio y solo,
domestica tus sonrisas,
deshila los volcanes más huraños.
Nana, niña, nana.
El mar está elocuente en esta noche.
Con su camisa blanca,
canta, aterida, la sirena,
en la raíz de las sombras,
-camelias de sangre y de relámpagos-.
Nana, niña, pena.
Niña, nana, agua.
Se deshace el mundo y su trampa de almanaques…
Se deshace el mundo y su trampa de almanaques
en tu frente pálida de heladas profecías.
Alargas los parques con tristeza milenaria,
-te vistes tu traje de navajas-.
Como caravanas de espejos, andando voy a cuatro labios
por las veredas más delgadas de tus ojos.
Secas sílabas se agazapan como escamas luminosas:
Hay palabras afiladas que despueblan
un pecho de niño ahogado en silencios.
Soy un astro demente que se mira en la luna risueña de tu piel.
Treinta pétalos vacíos para tapar el olvido…
Treinta pétalos vacíos para tapar el olvido.
Nos depara tosca nube el insomnio,
solitario infierno que anticipa la memoria.
Habito
en el suburbio amargo de la nada,
en la intimidad del desamparo,
en el cristal de los signos sin infancia.
Es el sonido que alumbra
la incesante tiniebla,
la agonía del agua,
el hábito inasible del miedo.
En las grietas del verbo
se repite la desidia de la espada.
Con prisa inútil
se desangra en música el intolerable infinito.
Lento
Un bosque de cuchillos ciñe un traje de novia.
Es la patria del fuego y la ignominia
que habita en los suburbios calcáreos de la memoria.
Los pájaros siempre son una despedida,
silente y pálida,
como ciertos atardeceres en el mar.
Crece un muro con la lumbre del abandono,
con las palabras del fango,
-tinta de la sangre o de la piedra-.
Las manos viven dentro del espejo,
desatan sin asombros la crueldad del estigma
negro, de mares de furia estéril.
El velo está roto y en silencio.
Los puentes se extienden como tigres
en el ocaso.
Pálidos musgos y pianos enredan un aire antiguo.
En la selva cantan los muslos tristes de una muchacha.
Toma un cuerpo, prisionero del miedo…
Toma un cuerpo, prisionero del miedo,
y arrebátale la soledad, sin límite de lunas.
Devuélvele la confianza al pulso de sus noches,
entablando batalla contra desengaños y adioses.
En la estación de los besos, no habrá ganador.
Ya no sabrá a insomnio de trenes el rayar del alba.
Biografía:
Beatriz Hernanz Angulo (n. Pontevedra; 17 de octubre de 1963) es una poeta y crítica literaria española.