Poesía de Chile
Poemas de Augusto Winter
Augusto Winter Tapia nació en 1868 en Tamaya, una localidad de la región de Coquimbo, hijo de un padre alemán y una madre chilena. Desde joven mostró interés por la mecánica y la literatura, y estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Santiago. Sin embargo, la muerte de su padre lo obligó a volver a su pueblo natal, donde trabajó como tallador de vidrio sin mucho éxito.
En 1897, buscando nuevas oportunidades, se trasladó al sur de Chile, a la región de La Araucanía, que estaba siendo colonizada por el Estado chileno. Allí se desempeñó como herrero, mecánico de vapores y empleado público en distintas localidades, hasta que se estableció definitivamente en Puerto Saavedra, un puerto costero que también se conocía como Bajo Imperial.
En Puerto Saavedra, Winter se convirtió en un personaje destacado de la comunidad, ocupando cargos como tesorero y secretario municipal. Además, en 1915 impulsó la creación de la primera biblioteca pública de la región, que hoy lleva su nombre. Winter era un gran lector y conocedor de la literatura universal, y también un poeta que cultivaba el romanticismo. En su biblioteca recibió la visita de otros escritores chilenos, como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Eugenio Labarca y Alone, entre otros.
Winter escribió varios poemas inspirados en el paisaje y la cultura de La Araucanía, que reflejaban su admiración por la naturaleza y los pueblos originarios. También expresaba su visión teosófica del mundo, una corriente filosófica que buscaba la armonía entre la ciencia, la religión y la ética. Algunos de sus poemas fueron publicados en revistas literarias de la época, pero la mayoría quedaron inéditos o se perdieron.
Winter murió en 1927 en Puerto Saavedra, dejando un legado cultural y cívico que lo convierte en uno de los personajes más relevantes de la historia de La Araucanía. Su obra poética es una muestra de su sensibilidad y su compromiso con el desarrollo de su región adoptiva.
La fuga de los cisnes
Reina en el lago de los misterios tristeza suma:
los bellos cisnes de cuello negro terciopelo,
y de plumaje de seda blanca como la espuma,
se han ido lejos porque el hombre tiene recelo.
Aún no hace mucho que sus bandadas eran risueños
copos de nieve, que se mecían con suavidad
sobre las ondas, blancos y hermosos como los sueños
con que se puebla los amores de la bella edad.
Eran del lago la nota alegre, la nota clara,
que al panorama prestaba vida y animación;
ya fuera un grupo que en la ribera se acurrucara,
ya una pareja de enamorados en un rincón.
¡Cómo era bello cuando jugaban en la laguna
batiendo alas en los ardientes días de sol!
¡Cómo era hermoso cuando vertía la clara luna
sobre los cisnes adormecidos su resplandor!
El lago amaban donde vivían como señores
los nobles cisnes de regias alas; pero al sentir
cómo implacables los perseguían los cazadores,
buscaron tristes donde ignorados ir a vivir.
Y poco a poco se han alejado de los parajes
del Budi hermoso, que ellos servían a decorar,
yéndose en busca de solitarios lagos salvajes
donde sus nidos, sin sobresaltos, poder salvar.
Más, desde entonces fue su destino, destino aciago
ser el objeto de encarnizada persecución:
vióseles siempre de un lado a otro cruzar el lago,
huyendo tímidos de la presencia del cazador.
Y al fin, cansados los pobres cisnes de andar huyendo,
se reunieron en una triste tarde otoñal,
en la ensenada, donde solían dormirse oyendo
la cantinela de los suspiros del totoral.
Y allí acordaron, que era prudente tender el vuelo
hacia los sitios desconocidos del invasor;
yendo muy lejos, tal vez hallaran bajo otro cielo
lagos ocultos en un misterio más protector.
¡Y la bandada gimió de pena, sintiendo acaso
tantos amores, tantos recuerdos dejar en pos!
¡Batieron alas; vibró en el aire el frú-frú de raso
que parecía que era un sollozo de triste adiós!
Reina en el lago de los secretos tristeza suma,
porque hoy no vienen sobre sus linfas a retozar,
como otras veces, los nobles cisnes de blanca pluma
nota risueña que ya no alegra su soledad
Si, por ventura, suelen algunos cisnes ausentes,
volver enfermos de la nostalgia, por contemplar
el lago amado de aguas tranquilas y transparentes,
lo hallan tan triste que, alzando el vuelo, no tornan más.
No te manches
Si es tu vida tan pura como fuente
clara y tranquila, espejo de los cielos;
si tu alma no ha sufrido los desvelos
del que en el fondo de su pecho siente
del árbol del pecado, floreciente,
la malsana atracción; si tus anhelos
jamás se han arrastrado por los suelos
y puedes, limpia, levantar la frente;
si tu alma es torre de marfil segura,
no te envanezcas, ni de extraño modo
juzgues la vida de alma menos pura.
Porque te manchas con tu orgullo necio
si, al contemplar al que cayó en el lodo,
en vez de amor le arrojas tu desprecio.
LAS GUALAS
La luz de la tarde, que va fugitiva
corriendo hacia arriba
detiene su paso del monte en la altura,
por ver a las sombras salir silenciosas
y andar vigorosas
cubriendo del lago la tersa llanura.
Ya sobre las ondas sombrías del lago
se siente aquel vago
clamor, que remeda la voz lastimera
de huérfanas almas… Ya cantan las Gualas,
plegadas las alas,
flotando en el lago su queja postrera.
Son muchas… van juntas… su número asombra,
nadando en la sombra,
la onda obscurecen del lago sombrío;
el viento recoge sus quejas… su canto
es lúgubre llanto,
que infunde en el alma pavores y frío.
Oíd cómo lloran
las Gualas del lago;
su mísero, aciago
destino deploran:
«Nosotras tenemos tristeza infinita:
con muerte maldita
llegamos al mundo y en hora fatal,
decimos, Natura, ¿por qué nos regalas
inútiles alas
si nunca con ellas sabemos volar?
En medio del agua vivimos nosotras,
mirando a las otras
alígeras aves del vuelo gozar,
las ondas nos mecen a todos instantes,
vivimos flotantes
sin nunca, en la orilla, descanso buscar…
Amamos las sombras… Dejamos que guarde
la pálida tarde
en hondo misterio los restos de luz,
y luego entonamos las quejas tan hondas
que lleva en sus ondas
el lago sereno, sombrío y azul.
Y vamos muy tristes… y somos hermosas!…
nosotras las cosas
secretas del lago sabemos hallar,
lo bello, lo triste, la pálida bruma,
la frágil espuma,
la onda que gime la brisa al besar.
De nuestras canciones el dulce concento,
vibrando en el viento,
dilátase en ondas de inútil pesar!…
llenando del valle los ámbitos queda
la rítmica y leda
plegaria, que nadie comprende quizás!»
Hay almas que llevan, cual llevan las Gualas,
plegadas las alas
y sobre las olas de un mar de dolor,
cantando a la sombra, se quedan flotantes;
son almas errantes
sin grandes ideales, sin fe, ni valor…
- Julia de Burgos
- Léon Dierx
- Leopoldo Castilla
- Wystan Hugh Auden
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- Felipe Salazar (Pichorra)
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