Poemas:
LAS CALLES
1
Buenos Aires comienza siempre
en el destino de un sueño
o a la altura de un recuerdo más o menos
intenso.
A veces es como un gran pensamiento
que se interna adentro de uno mismo
y se transforma de repente en la velocidad
de una mirada
llena de fervor por las cosas más mínimas:
un nombre, unas calles,
el nivel de alguna duda que destrozamos
de improviso en un beso,
o alguna mujer por la cual corremos sin saber
el porqué
ni hasta dónde llegamos.
Otras veces es un inmenso mapa de encuentros
más o menos hermosos
o una piel dibujada en los croquis de una guía
de turismo,
o un trozo enorme del corazón,
del tuyo, del mío,
del corazón de todos.
LAS CALLES
2
Porque yo conozco a las calles
de mi ciudad
a superficie de todas mis sonrisas y mis llantos,
el barrio,
la porción de mi antiguo baldío
–ahora tan sólo fijado en un rincón
de la memoria-
o los pedazos pintados por el asfalto
o por ese algo que nos pasa de pronto,
o esas zonas que nos miran desde las vidrieras
lujosas
abiertas a toda tentación como si fueran
los labios de una hembra
que lleva todos los deseos de la tierra.
Yo conozco el centro lamido de perfumes
y de gentes,
gentes con caras distintas
llenas de apuro en los teléfonos públicos,
o en las colas de compras,
o en los puestos de diarios y revistas cualquiera
sin tasa ni medida.
Conozco esas otras donde se trafica el hambre
del amor
y la sed de algún abrazo,
y barrios elegantes y horizontales
más modernos;
o aquellos maniatados de pobreza
de los que muerden la impotencia de mirarse
las manos
y nada más.
O esos, de pizzerías y cines surtidos
en que todo es igual
como un tango de Discépolo.
Cambalaches para llorar a gritos
y jugos de frutas y copetín al paso,
y ese hasta luego siempre subiéndose al destino
volteando los días huidos de nosotros mismos,
y la pereza cotidiana que arremolina el tiempo.
LAS CALLES
3
Conozco también las calles más sombrías,
el Wall Street de Buenos Aires
limitado por reuniones de bancos
y casas de cambios y monedas,
donde se lotean fortunas que amasaron
los otros,
y bajos con yirantas grises para el gusto
de algunos marineros,
cafés de fantasmas que tocan acordeones
de París
y whiskys dormidos en la noche,
y vidas con historias lejanas que nos dicen
las cosas:
La Corrientes angosta que no conocimos,
o las calles del mercado
enloquecidas de chatas y de bodegones
como en un puerto lejano,
o los bazares de Lima
y sus tiendas de todo a veinte alguna vez,
o la Vieja Balvanera de los compadres
perdidos
que hoy negocian compraventa
otros hombres,
o las calles,
o la plaza de los mitines con voz
de altoparlantes,
o casas para morir o para amar
casas de citas y sombría soledad,
casas con parejas que caminan la desdicha
de un balazo
o el suspiro hermoso en el momento
de la entrega
como un grito de sangre.
De maternidades donde rato a rato nace la vida
repitiendo el prodigio del tiempo.
Y calles de atentados,
“Porque todo lo que cae por la calle se levanta”
y que ahora repito porque me acuerdo
de los muertos de repente,
los muertos en la calle
por la misma voz de todos los que vamos
por la calle.
LAS CALLES
4
Pedazos de suburbio, de parque,
de vía y terraplén,
barrios del sur o de San Telmo y conventillo,
paredes neblinosas que guardan secretos
colgados del pasado
y ventanas con olor a confidencias,
sobre la piel en sombra de algún atardecer.
Calles donde una vez sentí el amor que ahora
no recuerdo.
LAS CALLES
5
Porque a veces me llamo
y no estoy,
y soy alguien que ha nacido en el horizonte
de un país desconocido,
alguien que se invade de misterios
y le pregunta a un pasajero distinto
-¿Quién es ese que soy yo, que soy yo mismo?
-¿Quién es ese que escribe letras intraducibles
en medio de la noche?
Y la misma voz me responde –Tu otro yo,
el mismo que posee la distancia
de un relámpago,
el mismo que saluda al alba en medio
de las horas primeras de la sombra,
el mismo que habla al sol aun cuando
las estrellas pongan sus luces más brillantes.
El mismo que tritura su ilusión
para saber si tiene la fuerza infinita
de una luciérnaga brillando
a pleno día.
Porque a veces es necesario tocarse
para adentro
para saber si es uno, uno mismo.
Examinarse de pensamiento a sangre
para alumbrar a la razón más fuerte.
Y buscamos distinguir lo que hay más allá
del más allá,
buscamos decir algo no dicho,
y hay tanto que se esconde tras el biombo
del sonido
o en esas escrituras
de signos diferentes.
I
Yo me interno en la ciudad del misterio
con gusto a eternidad.
En ella quiero escubrir el pasado aún ignorando
el párpado del tiempo que transporta los ojos
abiertos de la tierra
Así saludo con las manos y las lágrimas a los que están
partiendo en su eterno retorno.
Veo sus rostros en las flores o en el vuelo del viento
o en las semillas de una idea que reúne a los hombres
o en las bebidas que nos traen la última pasión
o en el temor que a veces languidece por no encontrar
otra salida
mientras arrastro el dolor y la alegría a la manera de un
largo rosario de hojas secas
y toco mi cuerpo como si tocara la eternidad.
Y me siento a escribir y quiero alcanzar el olvido.
¿Es acaso el olvido la muerte que pasa?
¿Por qué siempre la vida se nutre de abismos y eternas
preguntas?
Ahora viene hacia mí alguien que nunca he conocido
naciendo dentro de mí mismo.
Después la alquimia emprende sus cuentos
más brillantes
y la verdad estalla en un sollozo.
De pronto una mujer suspende en su cuerpo
todos los deseos de la tierra bailando con el
tiempo.
Se detiene la vejez en un recuerdo y es joven de repente.
En tanto la fatalidadconstruye sus propios rumores.
Sin embargo la duda está en ti que todo lo explicas
callando en una sencilla esperanza
o en el milagro de sangre que brilla en un gesto soñado
¿y si fuera verdad que estoy viviendo?
PAPELES VIEJOS
Porque la vida no será perder el rostro
sin detener palabras,
por eso nos quedará el poema em su última
pasión más pura,
la voz al fin em um sentido más común
Acá sólo dejamos aquella parte que sube
algun recuerdo,
y otras imágenes de nuestra propia sombra
que camina em diversos olvidos,
o estos espejos que son libros perdidos al
azar
que hablan desde sus cuerpos tristes,
anónimos,
amarillos.
A veces es preciso dominarse par escribir
una vida sin nombre
o simplemente recordar
estos papeles viejos.
PRESENTE
A veces me hundo en mí para encontrarme
totalmente,
para sentir la beleza de esta parte distinta
que llamamos: hoy,
casi un gusto de poseer lo essencial
o de sentir lo extraordinário de unos cuantos
momentos.
Entonces no me assusta el silencio del que
pasa a mi lado
ni de ser un desconocido construyendo algún
pedazo de este mundo.
Quizá ésta sea la verdad del presente que se
nos va de las mãos.
Y no sabemos vivirlo.
RETRATOS
La vida nos va construyendo a imagen de
la muerte hasta encontrar la máscara definitiva
que nos está destinada.
Después sabremos que existe lo inexplicable.
Sin embargo más allá queda algo de nosotros
perdurando en el polvo de los días
o en regalos que nos otorga la vida como un
recodo del caminho:
perfumes, nombres,
una pintura que imprime um ballet sobre el
cadáver de un cigarrillo que fue el goce
de unos labios.
También esas trampas que levanta la vida
y que bien puede ser la oficina donde
sobrelevamos el dolor de nuestras
necesidades.
Pero la poesía ama a las palavras como a las
muchachas que auguran el porvenir de
nuestros ojos un poco absurdamente.
Esperar es un inconcebible milagro que uno
desconoce apenas
aunque siempre retorna algo que nos toca
de pronto en el pasado.
Entonces la eternidad late en la enormidad
de un momento
y sólo quedan los retratos como uma collección
de gestos de otras épocas:
casi una forma lacerante del recuerdo,
talvez alguna inaprensible atmosfera de lo
que fuímos.
Biografía:
Atilio Jorge Castelpoggi (Buenos Aires, 18 de abril de 1919 – Buenos Aires, 28 de abril de 2001) fue un poeta, ensayista y autor de tango argentino. Fue funcionario público en la Unión Obreros y Empleados Municipales y la Secretaría de Trabajo y Previsión de la Nación.1 Secretario de Redacción entre 1953 y 1955 de la revista Ventana a Buenos Aires. Ejerció el periodismo en el Ministerio de Salud Pública entre los años 1958 hasta 1969.