Poemas:
Amor sagrado y amor profano
Superficie partida, invisibles triángulos
dispuestos para su entrada en el ojo. Lástima
que debajo del triángulo principal
que forman los pezones y el ombligo,
centro mismo de un esplendoroso campo de carne, se oculte
la selva de su pubis, el sexo imaginado, su olor y su pelo revuelto
y satisfecho ahora, en el descanso. Lástima
que haya que desviar la vista un poco más, hacia una piedra gris,
para ver otros cuerpos más desnudos aún
y tocándose bajo una extraña niebla.
Pero no sé qué hace ahí en medio, por cierto,
ese niño gordo con la mano en el agua
mientras la otra mujer, pulcra y remilgada, se hace la sorda:
¡si al menos fuese posible imaginar
el enjambre del sexo debajo de sus faldas!
Bañistas en el río
Os miro y os veo desnudas
en el rectángulo de la humedad,
acariciando el aire vuestros cuerpos
bajo esos objetos difusos
que os protegen del sol.
Sombras verdes, agujas de hierba
que hacen cosquillas al alzar los brazos.
La escala del blanco al gris, casi azul, es infinita.
Lo vertical forma un horizonte de cuerpos.
La serpiente lo mira todo
desde la negra columna del agua.
Bestiario
Desde la sombra,
y en la noche
[pero al final te acostumbras a todo]
todo es diferente. Me pregunto
si alguien me oye.
¿Me oís vosotros?
¿Estáis ahí?
[No soy mas que una voz, una sombra].
Si no me oís no soy nada.
¿Estáis ahí?
[Silencio]
Tengo que seguir hablando.
Me pagan para seguir hablando,
[Que cuanto más corras
más te duela
y que cuando pares revientes].
Esto es como trabajar en la radio para siempre
y hablar
y hablar
y hablar
y hablar
y hablar.
O como trabajar en un periódico y escribir
y escribir
y escribir
y escribir
y escribir.
Disecado y con todas las plumas:
verde, rojo y amarillo.
Protegido del polvo y del aire,
silencioso
como un pájaro muerto.
Desnudo delante de la chimenea
Se puede oler la humedad en la piel,
el agua salpicada en las baldosas frías;
percibo incluso la temperatura
que te permite estar desnuda
delante del espejo con puertas, la ventana
que se abre ante tu rostro satisfecho, jadeante
todavía; veo tu espalda larga, el hilo de sudor en la columna
vertebral, tus piernas estiradas, el hermoso trasero.
Cuadro soñado
Viento furioso, mano quieta,
manantial de agua clara.
Duele aún la presencia tangible
del amigo muerto.
Es un temblor,
un desajuste.
Alivia la conciencia
saber que no existe
olvido.
Canción del bosque
El bosque que se acerca
es un bosque sin lluvia
y es un bosque de viento,
frío y muerto.
Su arena seca
nos encierra en el olvido.
Bosque de mugre y de tristeza.
Cada vez que lloramos
humedecemos la tierra.
La hierba que florece no sobrevive.
Comemos tierra.
Dormimos.
Observamos
el movimiento del bosque
bajo las estrellas.
El bosque que se acerca
es un desierto
donde duermen al sol, por las mañanas,
lagartijas e insectos.
El sueño de Antiope
Sueño que vienes
a quererme, lento, y delicadamente
separas mis piernas con tu pezuña izquierda.
Me despierta el cabello de tus muslos
(la explosión del volcán
que has despertado con tu lengua).
Te pido por favor que no te vayas nunca
y que no pares, ahora, de moverte, hombre.
Sueño que sueño
cabalgando en tu sueño
y que tus dientes
me despiertan del mío
y que tu vello
me hace cosquillas en el vientre
y que no puedo
interrumpir mi baile
al son de tus caderas, mujer.
El perro de la muerte
Muevo los brazos
en el aire frío
como un cuerpo de paja
pintarrajeado
Prendedme fuego
Muevo los labios
Vosotros Eh Vosotros
Prendedme fuego
Pero no se oye
Vosotros Eh Vosotros
Prendedme fuego
Pero no se oye
Muevo los brazos
Y me dejo llevar por la furia del viento
que arrastra tierra y hojarasca
Muevo los brazos
El agua de los ríos desaparece
Los gorriones picotean mis manos
La lluvia moja mis huesos
La muerte duerme a mis pies
Prendedme fuego
Biografía:
Antonio Fernández Lera (1952, Madrid). Es escritor, traductor, periodista y editor español.