Poemas:
Capitán de pájaros
Yo, Antonio Esteban Agüero,
capitán de pájaros,
general de livianas mariposas,
estoy en Buenos Aires,
la capital del Plata,
para ser presidente
y organizar la Patria.
Detrás he dejado
los pueblos que me siguen,
ejército de alondras,
la división blindada de los cóndores,
las águilas que saben del sabor de la piedra,
calandrias,
chalchaleros,
chiriguas mañaneras,
los secretos lechuzos que me pasan
la información del día y de la noche.
Tengo un millón de caballos
¿Escucháis su relincho?
Que rodean la urbe por sus cuatro costados,
sus jinetes son muertos de Facundo,
son muertos de Ramírez,
montoneros del Chacho
sableadores de Pringles,
domadores,
remeseros,
rastreadores,
guitarreros,
espectrales jinetes que cabalgan
mi millón de caballos.
Les ruego que se rindan
que depongan las armas,
que guarden los tanques,
y encierren los cañones,
porque mañana a mediodía
quiero estar en la Plaza de Mayo
sobre viejos balcones del Cabildo
para ser presidente y
prestar juramento:
por los ríos de sangre derramada,
por los indios y los blancos muertos
por el sol y la luna,
por la tierra y el cielo,
por el padre Aconcagua,
y por el Mar oceánico,
y por todas las hierbas y los bosques,
y por todas las flores y los pájaros,
y por el hambre de los niños pobres,
y la tristeza de los niños ricos,
y el dolor de las jóvenes paridas,
y la agonía de los viejos …..
Juro
Yo juro.
Hacer de este país la Patria.
Ordeno que se rindan
porque mañana a mediodía
entraré en Buenos Aires.
Tengo un millón de caballos
¿Escucháis su relincho?
Nadie podrá atajarme.
Digo la mazamorra
La mazamorra, ¿sabes?, es el pan de los pobres,
la leche de las madres con los senos vacíos,
-yo le beso las manos al Inca Viracocha
porque inventó el Maíz y enseño su cultivo-.
Sobre una artesa viene para unir la familia,
saludada por viejos, festejada por niños,
allá donde las cabras remontan el silencio
y el hambre es una nube con las alas de trigo.
Todo es hermoso en ella: la mazorca madura,
que desgranan en noche de viento campesino,
el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro
que entre los granos mezcla rubores y suspiros.
Si la quieres perfecta busca un cuenco de barro,
y espésala con leves ademanes prolijos
del mecedor cortado de ramas de la higuera
que en el patio da sombra, benteveos, e higos.
Y agrégale una pizca de ceniza de jume,
la planta que resume los desiertos salinos,
y deja que la llama le trasmita su fuerza
hasta que asuma un tinte levemente ambarino.
Cuando la comes sientes que el Pueblo te acompaña
a lo largo de valles, por recodos de ríos,
entre las grandes rocas, debajo de cardones
que arañan con espinas el cristal del estío.
Del pueblo te acompaña cada vez que la comes.
llega a tu lado, ¿sabes?, se te pone al oído
y te murmura voces que suben a tu sangre
para romper la niebla del mortal egoísmo.
(…)
Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre,
más que la anciana triste que espera en el camino
tu regreso del campo, la madre de tu madre,
-su cara es una piedra trabajada por siglos-.
Las ciudades ignoran su gusto americano
y muchos ya no saben su sabor argentino,
pero ella será siempre lo que fue para el Inca:
nodriza de los pueblos en el páramo andino.
La noche en que fusilen canciones y poetas
por haber traicionado, por haber corrompido
la música y el polen, los pájaros y el fuego,
quizá a mí me salven estos versos que digo…
Digo la tonada
El idioma nos vino con las naves,
sobre arcabuces y metal de espada,
cabalgando la muerte y destruyendo
la memoria y el quipo del Amauta;
fue contienda también la del Idioma,
dura guerra también, sorda batalla,
entre un bando de oscuros ruiseñores
con su pico de sierpe acorazada
y zorzales y tímidas bumbunas
que la voz y la sangre circulaban
del abuelo diaguita o michilingue
con persistencia de remota llama;
rotas fueron las voces ancestrales,
perseguidas, mordidas, martilladas
por un loco rencor sobre la boca
del hombre inerme y la mujer violada.
Y el Idioma triunfó, los ruiseñores
de Castilla vencieron, la calandria
cuya voz era tierra, barro nuestro,
son y zumo de tierra americana
de repente calló cuando los hierros
agrios del odio en su dolor de fragua
le marcaron el pecho que gemía
y segaron la luz de su garganta…
Pero la lucha prosiguió en la sombra,
una guerra de acentos y palabras,
de fugitivas voces y vocablos
con las venas sangrantes que buscaban
refugiarse en la frente o esconderse
en la nocturna claridad del alma
perdiendo expresión y contenido,
la sonora raíz, la leve gracia,
el poder bautismal y la semilla
para ser sólo la sutil fragancia
que nos sella la voz con el anillo
popular y común de la tonada:
Yo entrecierro los ojos y la escucho
venir y llegar hasta mi almohada
como un largo rumor de caracola,
como memoria de mujer descalza,
como llega la música en la brisa
si la brisa es arroyo de guitarra;
y la siento volar en la tertulia
de labio en labio, mariposa mansa,
suave cuerda que vibra, quena sorda,
o fugaz sugerencia de campana;
y la escucho en la voz que me despierta
con el mate y su luz en la mañana
cuando el sol es un padre que nos dona
el reciente verdor de la esperanza;
y la escucho en un niño que transita
por el sendero que trazó la cabra
y me grita: ¡Buen día! y me conforta
con la sonrisa de su alegre cara;
de repente la siento que rodea
mi corazón como una mano blanda
si la voz de la madre o de la esposa
se florece con íntimas palabras;
alguna noche la escuché en Rosario
en la voz de una joven que pasaba
y eso sólo bastó para que viera
amanecer los cerros del Conlara;
y otra noche la oía en Buenos Aires,
en muchedumbre de no se qué plaza,
sobre un grito vibrante que decía
titulares de prensa cuotidiana;
cómo es dulce sentirla cuando llega
desde una boca de mujer besada
con el “sí” suspirado que promete
una cálida rosa para el ansia;
y la escucho sonar entre los niños
de un pueblecito que se dice Larca
mientras mueven las manos en el juego
escolar y rural de la payana;
y la siento rezar en el velorio,
y saltar en el arco de la taba,
y volverse puñal en el insulto
y suspirar en la recién casada.
Dondequiera que esté yo la escucho
y tras ella regreso a la comarca
donde soy una piedra, una semilla,
una nube y un pájaro que canta…
No tenemos bandera que nos cubra
tremolando en el aire de la plaza,
ni canción que nos diga entre los pueblos
cuando suene el clarín, y la proclama
desanude las últimas cadenas
y destruya el alambre y la muralla,
pero tenemos esta luz secreta,
esta música nuestra soterrada,
este leve clamor, esta cadencia,
este cuño solar, esta venganza,
este oscuro puñal inadvertido
este perfil oral, esta campana,
este mágico son que nos describe,
esta flor en la voz: nuestra Tonada.
CANCION DEL BUSCADOR DE DIOS
Siempre buscando;
desde niño buscándolo; buscando.
A través de la sombra y la neblina;
sumergido en la zona de penumbra
que separa los días de las noches,
y al cristiano también del no cristiano,
por laberintos de la sangre oscura.
Siempre buscando;
desde niño buscándolo; buscando.
Golpeando viejas puertas
clausuradas de bronce martillado;
gastando los ojos en las hojas
de antiguos libros muertos;
vigilando la savia cuando sube
por racimos y flores del verano;
escuchando palomas y cigarras;
mirándome en espejos esta pálida frente,
estas frágiles manos,
esta boca que guarda la palabra,
oyendo la música que llueve
desde el silencio de los astros.
Buscando;
desde niño buscándolo;
preguntando
por las calles donde está la gente,
por caminos del campo.
Por veces mendigando la respuesta total
a la total pregunta.
Yo quería encontrarlo
(yo solo descubrirlo}
donde quiera que fuese
para darle mi agradecimiento humano,
por la cósmica lumbre que me habita,
por la gota de vida que me nutre,
por este débil corazón desnudo
que siento pulsar en mi costado.
Darle las gracias, sí,
por haberme construído como soy:
de sueño, de madera,
de cóleras y miedos,
de bondad y ternura,
de soledad y de razón pensante,
de claridad, de sombras,
de música y pecado.
Descendí por El a catacumbas,
anduve por túneles cerrados,
batallé con demonios,
conocí a la serpiente y el abrazo
de su lívido cuerpo de aceros anillados;
me frecuentaron
dragones y brujas increíbles;
y alguna vez solté, como a villanos,
las locas miradas por el cielo,
lejos de mí, del mundo,
desprendidas del ser y de los ojos
el infinito sólo navegando.
y yo buscando;
desde niño buscándolo; buscando…
Lo imaginaba ajeno,
misterioso,
terrible,
lejano.
Después de muchos viajes,
(ya en la curva más alta de los años)
de tormentosos viajes,
con las velas y los mástiles rotos,
circundando
por el horror del mar donde las olas
eran de fría soledad de nada,
recorde una capilla entre los cerros,
los claros cerros de cristal morado,
y una joven pareja que venía
con un niño en los brazos;
rememoré la pila con el agua,
las gotas de luz sobre la frente,
los maderos en cruz,
y la figura solitaria y herida por los clavos.
Me recordé pequeño,
(el sabor de la sal sobre los labios)
volví a verme pequeño,
y recordé que el nombre que llevaba
era el nombre del niño
que sentía bajar sobre su frente
la santa cruz de agua. ..
Yo dije: Dios. Oh Dios. Oh Dios.
Aquello fue tremendo,
un cósmico relámpago,
como si el mismo sol me detonara,
granada solar, entre las manos,
como la luz aquella de la bomba
que aniquiló la tarde en Hiroshima…
Y dije: Oh Dios…
-y dejé de buscarlo-
campanas sonaban por mi sangre
-y dejé de buscarlo-
cantaba un millón de ruiseñores
-y dejé de buscarlo-.
Canción del para qué de las máquinas
Las máquinas existen
para que el pan,
el vino,
y el pez
se multipliquen.
Para que Tú me escuches,
y Yo te mire,
detrás de las fronteras
sobre el último límite.
Y la música sea
la que ordene países.
Y la mano del hombre
con pulgar oponible,
dibuje en la materia
el rostro de los sueños
y ensueños increíbles.
Y el cielo con la Tierra
de nuevo se mariden.
Y los salvajes vientos,
con sus pájaros libres,
recorran nuevamente
los páramos de pronto
vestidos de jardines.
Las máquinas existen
para que el mundo sea
las estrellas de hermosura
que los antiguos dicen.
Y la unidad se cumpla
y la paz se realice.
Las máquinas existen
para que un día Lázaro
otra vez resucite …
Biografía:
La vida y obra de Antonio Esteban Agüero, nacido el 7 de febrero de 1917 en Piedra Blanca, cerca de la ciudad de Merlo en la Provincia de San Luis, Argentina, se erige como un testimonio del compromiso político y creativo de un hombre que dejó una profunda huella en la literatura y en la lucha por la justicia social. Fue un individuo multifacético cuyo legado trascendió fronteras y épocas, influenciando tanto el panorama político como literario de su país y más allá. Su partida el 18 de junio de 1970 en la Ciudad de San Luis dejó un vacío palpable en la escena cultural y política de Argentina.
Agüero, desde temprana edad, abrazó los valores y la ideología de la Unión Cívica Radical, lo que lo llevó a una activa militancia política. Su compromiso con este partido se tradujo en una carrera en el gobierno de San Luis, donde ocupó roles de importancia y contribuyó a moldear la dirección política de la provincia. No obstante, su influencia no se limitó a las esferas gubernamentales; el verdadero corazón de Agüero residía en su poderosa voz poética y su pasión por abordar temas sociales y políticos en su obra.
El punto de inflexión en su carrera literaria llegó en 1938, cuando el diario “La Prensa” de Buenos Aires publicó su poema “Balada de los pies descalzos”. Este poema marcó el inicio de su exploración artística de los problemas sociales y económicos que afectaban a la población. Su compromiso con la justicia y los derechos humanos se convirtió en una constante en su trabajo, y a partir de entonces, su pluma se convirtió en un vehículo para expresar la realidad de las clases marginadas y los desafíos que enfrentaban.
Sin embargo, su poesía no se limitó únicamente a la denuncia de las injusticias. Agüero también demostró una habilidad excepcional para la creación poética, con una voz única que exploraba las facetas más profundas de la condición humana. Obras como “Romancero Aldeano” (1938) y “Cantatas del árbol” (1953) capturaron la esencia de la vida rural y urbana, pintando vívidas imágenes a través de su prosa evocadora.
Su obra “Yo, Presidente” demostró ser controvertida y reveladora. En ella, Agüero planteaba una visión audaz de su liderazgo imaginario, aunque estos versos fueron interpretados como incitación a la subversión, lo que le llevó a un arresto y a arresto domiciliario en su hogar en Merlo. Su compromiso político seguía siendo un punto de conflicto en una época de agitación política y social en Argentina.
La historia política del país también se entrelazó con la vida de Agüero. Durante los años de intervenciones de facto, ocupó cargos importantes en su provincia natal, demostrando su capacidad para influir en la toma de decisiones en momentos de cambio y transformación. A pesar de los desafíos y tensiones políticas, Agüero siguió siendo un firme defensor de los derechos de los más vulnerables, lo que le granjeó reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional.
El reconocimiento por su contribución literaria y su compromiso con la justicia llegó a lo largo de su vida. En 1960, recibió el prestigioso Premio del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo por su poema “Un hombre dice a su pequeño país”. Años más tarde, en 1973, la Universidad Nacional de San Luis le otorgó el título de Doctor Honoris Causa Post-Mortem, consolidando su estatus como un ícono cultural y social.
Las publicaciones de Agüero abarcaron una variedad de temas y estilos, reflejando su profundo entendimiento de la complejidad humana y su entorno. Obras como “Romancero de niños” (1946) y “Canciones para la voz humana” (1973) exploran la pureza y la fragilidad de la infancia, mientras que “Poemas Inéditos” (1978) se convirtió en una ventana a su creatividad aún inexplorada.
El legado de Antonio Esteban Agüero perdura en la rica textura de su poesía y en su incansable búsqueda de la justicia social. Su voz única, que resonó a través de los periódicos, revistas y poemas, continúa inspirando a las generaciones venideras a utilizar el poder de la palabra para fomentar el cambio y abogar por un mundo más equitativo. Su vida, marcada por su compromiso político y su pasión creativa, sigue siendo un recordatorio de la capacidad de un individuo para trascender las limitaciones de su tiempo y espacio, dejando una huella imborrable en la historia de Argentina y la literatura mundial.