Poesía de Perú
Poemas de Antonio Cisneros
Antonio Alfonso Cisneros Campoy (Lima, Perú, 27 de diciembre de 1942 – Lima, 6 de octubre de 2012) fue un destacado poeta peruano que dejó una huella profunda en la literatura hispanoamericana contemporánea. Su versatilidad y capacidad para abordar una amplia gama de temas con un estilo característico lo convirtieron en una figura emblemática de la “Generación del 60” de la literatura peruana.
Educado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Pontificia Universidad Católica del Perú durante los años 60, Cisneros obtuvo su Doctorado en Letras en 1974, marcando el inicio de una carrera literaria que lo llevaría a recibir múltiples reconocimientos y distinciones a nivel nacional e internacional.
En lo personal, Antonio Cisneros fue un hombre de familia, con tres hijos y cinco nietos, cuyas influencias y vivencias se reflejaron en su obra poética a lo largo de los años. Sin embargo, es en su producción literaria donde dejó su legado más perdurable.
El estilo distintivo de Cisneros se caracteriza por su aguda observación de la literatura, la cultura y la vida contemporánea. Sus poemas están imbuidos de una profunda reflexión, a menudo acompañada de un sentido del humor sutil y nunca alienante. A través de la sátira y la autoparodia, Cisneros construyó una voz única que cautivó a lectores de todas las edades. Su tono amable y entrañable facilitó la identificación con su sujeto poético, incluso cuando abordó temas históricos o intelectuales.
El alcance de la obra de Cisneros trascendió las fronteras lingüísticas, ya que sus poemas fueron traducidos a más de 14 idiomas, incluyendo el chino, griego y japonés. Entre sus obras poéticas más destacadas se encuentran “Destierro” (1961), “David” (1962), y “Comentarios reales de Antonio Cisneros” (Premio Nacional de Poesía, 1964). Además, obtuvo prestigiosos premios como el Premio Casa de las Américas, el Premio Gabriela Mistral y el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, entre otros.
Cisneros no solo dejó un impacto en la poesía, sino que también incursionó en la prosa con obras como “El arte de envolver pescado” (1990) y “Ciudades en el tiempo” (crónicas de viaje, 2001), demostrando su versatilidad literaria.
Como docente, Cisneros compartió su pasión por la literatura en diversas universidades de Perú, Estados Unidos y Europa. Además, tuvo una destacada carrera en el periodismo, trabajando en prensa, radio y televisión. Fue director del Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, donde contribuyó a la promoción de la cultura y las artes.
La vida de Antonio Cisneros se vio truncada por un cáncer de pulmón que finalmente le arrebató en 2012. Su legado literario, sin embargo, perdura como un faro de la poesía hispanoamericana contemporánea, recordándonos la importancia de la reflexión, el humor y la sensibilidad en la creación literaria. Su obra continúa siendo objeto de estudio y admiración, consolidando su lugar como una de las voces más influyentes de la poesía peruana y latinoamericana del siglo XX.
Taberna
En las tinieblas los cuerpos envejecen
sin que nadie repare en el escándalo.
Un rostro amable y terso se confunde
con los belfos que van hacia la muerte.
Por eso somos hijos de la noche
a la puerta del templo. Un lamparín
es también el anuncio de reposo
para los cazadores extenuados.
Una taberna, por ejemplo, es en la noche
el frontispicio de las maravillas.
O al menos una luz en las colinas
donde rondan los perros salvajes.
Nadie teme a la muerte adormecido
en su mesa de palo y sin embargo
entre los altos vasos apacibles
se enfría el corazón con la insolencia
(y el encanto tal vez) de un tigre adulto
en la plaza del pueblo a pleno día.
Ninguna confidencia en verdad nos degüella.
Ni la risa recuerda a un jabalí
de pelambre dorada y fino precio.
El páncreas es un campo de ciruelas.
Los diablos apagan la linterna.
Aguardan (como suelen) donde cesa la luz.
Nunca tuve el menor entusiasmo
Nunca tuve el menor entusiasmo
por una vida breve aunque gloriosa.
Frecuentar ansío mis potajes
(agridulces y fuertes) todo el tiempo
posible. Amar también
sin mucho esfuerzo). Ser amada
como si fuese el único animal
deseable en el planeta. Aburrirme.
Maldecir. Desesperarme
hasta pedir la muerte / conociendo
que el infarto no acude por llamado
(¿o sí?). Entonces te detesto
chiquilla coronada con laurel
o varas de apio fresco, lloriqueada
en tierno funeral
antes de los mareos y el bochorno
del primer embarazo.
Gloriosa tú. Yo en cambio
llevaré esta belleza inevitable
(¿cuánto más todavía?) que me ocupa
como el relleno a un pavo.
Huiré (sin excesos)
del trato con la parca. Deseo
(con fervor) un par de nietos
sanos y presentables. Poco importa
que los lustros me vuelvan
triste o necia. Una carga
(así suelen decir) para mis hijos.
Poco importa.
Es tarde de tormenta. El jardín
luce bajo la lluvia como los pelos
de una rata mojada. Hoy cumplí
los treinta años de edad.
He ganado (supongo) en experiencia
y hasta en sabiduría. Mas la madre
del llamado cordero (mala madre)
está en estos pellejos
que me sobran. las lonjas de jamón
no comestible creciendo
aún con disimulo. menos mal)
entre mis muslos, mis caderas.
mi vientre (la barriga)
plegándose en mi pubis.
Nunca tuve el menor entusiasmo
por nosotras. Ni por ti.
Ni por mí.
Sé que hablan de mí, sé que me espían
Sé que hablan de mí, sé que me espían
entre un macizo de altísimos papayos.
El viento (despreciable) acumula las nubes
contra el sol que calienta
las aguas de mi baño. Reclinada
en los bordes de la loza,
rígido el cuello (la cervical nerviosa),
lejos de la veranda junto a los chopos
(¿qué es un chopo?) o los chanchos de tierra.
Y las aguas que pierden su tibieza
(mi carne de gallina). Incómoda
con mi propio destino. Ya no quiero
saber todas las cosas que sabía
(las mejores recetas de pescado
y el grito de las aves). Es mejor
yacer cual un adobe en los escombros
(que ninguno codicia bien o mal).
Sé que hablan de mí, sé que me espían.
En este vaso verde como un prado
(laberinto sin fondo)
apachurro yo misma mi limón.
Prefiero ajarme con ron y cola-cola
que en la mano del viejo repelente.
No es que ignore mi páncreas
ni que cante (perro lobo a la luna)
las sombras de la muerte. Amo la Vida
y me gusta tocarla como tocan
las sábanas de Holanda .
mi vientre en los veranos y apretarla
como aprietan en invierno
las pieles de los osos. Ese viento
(siempre despreciable) revuelve las mamparas,
los toldos del jardín.
Rescato la botella de ron, me bamboleo
con las últimas noticias. Al nuevo día
no me quiero hecha polvo en el espejo,
no me quiero hecha polvo en el espejo,
no me quiero hecha polvo en el espejo.
Y de pronto un olor suizo, malo
Y de pronto un olor suizo, malo.
Un cuerpo breve, verde, mantecoso
y sin tratos mayores con el agua potable.
Allá en los altos de San Juan Bautista,
frente al gran pisonay. Sólo curiosa,
sin pizca de humedad en mis estambres
seguí el rancio ritual.
Había luna llena (muy amarilla)
y los comerciantes de ganado
ebrios se despedían, tambaleantes
en sus caballos peludos de Cangallo.
Siete vacas, un buey, doce carneros
fueron negociados con provecho
durante la jornada. Yo no sé
por qué demonios (o deidades)
he terminado sobre esta cubierta
de lana roja y marrón, con animales
azules en los bordes y migajas
y emplastos de caldos antiguos. Aterrada
(aunque fingiendo mundo) ante las olas
de su hambre repelente de cantón
(suizo). sus rodillas heladas.
Por curiosa. Mi amor desperdiciado
me duele en el altillo de San Juan.
Mañana he de lavarme con jabón
de cristal y piedra pómez. Evitaré
que vean mis miserias bajo el sol.
Y van a decir que canto
Y van a decir que canto
desde la vanidad (o la ignorancia).
Ya no me importa, ratas,
lo que digan (aunque duela)
ahora que he perdido el respeto
de mis hijos, mi jardín,
mis animales (el perrito y la calandria)
por ocultar mis gracias de la envidia.
Ahora que corté mi cabello, cubrí
mis piernas de cobre con ceniza.
Les voy a recordar que yo medía
diez centímetros más que mis iguales,
y era sabia y bella y bondadosa.
Y a pesar de estos vestidos
baratos y sintéticos
(que casi nunca lavo) les recuerdo
mis bellos camisones
de algodón ovillado, mis sedas
que guardo entre frazadas
repletas de alcanfor, para la pena,
el goce, el desperdicio
(y la envidia otra vez).
Y de Dios ¿qué más puedo decir?
Y de Dios ¿qué más puedo decir
que Él no lo sepa? Casta soy
pero no hasta el delirio.
Me preocupé (como muchos)
por los pobres del reino.
Y veo como todos)
el paso de la nave de los muertos.
Y temo. Y bebo valeriana.
Recíbeme con calma, mi Señor.
Primavera
Cuando lleguen los tiempos
de la fiebre del oro, qué felices
seremos los pastores.
Sin tormentas de arena.
prósperos en el comercio del tocino
de fina calidad
y bajo precio.
Inmortales seremos los pastores.
Admirados.
Hasta el fin de los siglos.
Verano
El jugo de naranja era tan rojo
como el casco de un barco.
El jugo de naranja que bebiste
en pleno malecón
el mismo día
que el mar se retiró
40 millas
antes de desplomarse.
Otoño
Amo la soledad de estos parajes,
los bien cocidos alimentos
que no he de compartir.
Aleluya.
Es la hora
en que el ferry de Dover
se aproxima a Calais
bajo un cielo sin aves.
La hora en que el océano
carece de importancia.
Invierno
Es el aire
lila y helado, revuelto
por la proa del avión
que avista el aeropuerto
ya repleto
de luces y animales.
El aire de Ayacucho.
Ningún otro.
Marina
Para Tito Flores Galindo
Un guardacaballo gigantesco reposa sobre el techo de mi casa.
Sombra contra la luz y los cangrejos calientes del cantil. Es la frontera.
Más allá sólo existen la China y el Japón (suelo decir)
aunque en verdad primero están los montes de coral.
Y antes todavía
una recua de islotes en naufragio / blancos y viejos como
esta misma orilla. Finisterre.
Las lizas argentadas y las lomas remontan la corriente de las aguas servidas.
Y los pubis son agrios bajo el peso de las moscas zumbonas.
Banda del mar Pacífico que ninguno codicia. Una casa rosada,
sus florones de yeso y un reloj.
Aquí estoy, en el límite exacto de la tierra. Las ratas del cantil
son como acacias abiertas por la sal.
Finisterre. Los cirros y los cúmulos descienden en tropel de Pacasmayo
y se demoran en el aire del Sur.
La isla del Frontón se bambolea como una vaca muerta a la puesta del sol.
Y nada resta.
Vuela el guardacaballo sobre las olas. Se disuelve el paisaje y los navíos
evitan esta costa imaginaria.
Nocturno
Vivo en una casa protegido
por mujeres pequeñas, alegres y benignas.
Fuera de eso, el aire es áspero y azul
(y malo para el asma).
Un abra entre las nubes y la tráquea
atrás del horizonte.
Inmóvil dentro y fuera del pulmón,
compacto y plano.
Las hormigas pululan a la luz de la luna
y sin destino.
Las aguas se retiran y nos privan
de todas las especies comestibles.
No tardes, Nora Elvira, amada y lenta.
Lenta mía y bucólica no tienes
ni siquiera la excusa
de algún verde pasado rural.
Nocturno de Berlín
El polen de los jóvenes alerces navega entre la noche color rojo-ladrillo
(el mismo polen de la fiebre del heno).
Como la nieve viaja en remolinos pero tiene plumajes y se enreda
en la corolas remojadas de los alerces-hembra y pasta a su placer.
Son los llamados modos de la vida y (con poco entusiasmo) del amor.
Delicia de perezas en verano (jamoncito de Parma te recuerdo).
Apago el cigarrillo, carraspeo y abro la ventana / repleta de aire rojo y polen fresco.
Tibia y mansa la brisa, encendido el candil, la sábana revuelta.
Una mosca mayor que una paloma se reposa en mi hombro.
Oración
Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos,
tan presto como estoy a maldecir y ronco por el canto.
Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino,
si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas.
Cómo decirle pelo al pelo
diente al diente
rabo al rabo
y no nombrar la rata.
Requiem
in memoriam Hans Stephan
No el muro lateral ni el cielo blanco,
los gorgojos al fondo
y la ruda tan densa. No al final
de todas la visiones.
No el gajo de limón en los pantanos
o el tufo del carburo.
No el fofo bamboleo del mosquito
donde empieza la selva
y la gran confusión.
Más bien el rostro amado,
esos poros pequeños, piel de playa
y brillos de salmuera en el poniente.
Un aire muy ligero, sin frituras,
la cama bien tendida,
las rodillas holgadas,
la manta leve y fresca.
Las uñas cortas de la mano amada
sobre el lomo en pavor de los rebaños.
Kyrie eleison
Christie eleison
Kyrie eleison.
Un ciervo azul y calmo como el hielo
sea certeza de la resurrección.
- Alicia Borinsky
- Luis Ignacio Helguera
- Rubén Morales Buendía
- Ricardo Silva-Santisteban
- Saint-Pol-Roux
- Narcís Comadira
- Leopoldo Marechal
- Germán Bleiberg
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- Rosalía de Castro
- Manuel Alcántara
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