Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Antenor Samaniego

Antenor Samaniego, nacido en Sicaya el 30 de agosto de 1919 y fallecido en Lima el 5 de enero de 1983, fue un destacado poeta, narrador, crítico literario y profesor peruano. Su vida y obra estuvieron profundamente entrelazadas con el movimiento literario de orientación aprista, conocido como «Los Poetas del Pueblo». Su poesía, marcada por una orientación social y un apego a las formas clásicas de versificación, lo consolidó como una voz fundamental en la literatura peruana.

Samaniego cursó sus estudios escolares en el Colegio Santa Isabel de Huancayo, graduándose en 1938. Posteriormente, se trasladó a Lima, donde realizó sus estudios superiores en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Allí obtuvo el grado de bachiller en Humanidades en 1947 y el de doctor en Educación en 1959. En la década de 1940, se unió a «Los Poetas del Pueblo», un grupo literario aprista que congregó a figuras prominentes como Alberto Hidalgo, Luis Carnero Checa y Manuel Scorza, entre otros.

Como educador, Samaniego dejó una huella indeleble. Fue profesor de Lengua y Literatura en el Colegio Militar Leoncio Prado entre 1950 y 1964, donde tuvo entre sus alumnos a Mario Vargas Llosa. Desde 1965, enseñó en la Gran Unidad Escolar Bartolomé Herrera y también impartió clases en el Instituto Femenino de Estudios Superiores de la Pontificia Universidad Católica del Perú, así como en la Universidad Nacional Federico Villarreal, donde dirigió cátedras de Teoría Literaria y Literatura Universal.

La poesía de Samaniego se caracteriza por un tono de protesta social y un acento humanista, combinando emoción neo-romántica con influencias modernistas. Defensor ferviente de los recursos tradicionales de la poesía, se inspiró en las lecciones del Siglo de Oro Español y el Modernismo. Su rechazo a las corrientes vanguardistas y su compromiso con las formas clásicas son evidentes en su obra, como cuando afirmaba: «Se rompe todo y se hace tabla rasa / del Arte y de las Letras. Esta es la hora / de una nueva barbarie que amenaza, / sedienta de grandeza y de tesoro, / con apagar la luz del Siglo de Oro«.

Luis Alberto Sánchez, crítico literario, describió a Samaniego como un «temperamento fuerte» que se expresaba con «excesiva espontaneidad». Aunque criticó su falta de concreción y su abundante retórica, Sánchez reconoció su habilidad en la versificación y su profunda protesta social.

Entre las obras más destacadas de Samaniego se encuentran poemarios como «América nuestra» (1942), «Sinfonía del alma» (1944), «El país inefable» (1948) y «La odisea de Angamos» (1956). Su obra «El fuego lacerante» (1970) ensaya formas modernas y lanza un mensaje social, a menudo bien logrado, aunque con un tono oratorio.

Antenor Samaniego sigue siendo una figura esencial en la literatura peruana, cuya poesía resuena con un profundo compromiso social y una maestría en el uso de las formas clásicas. Su legado perdura como un testimonio de su pasión por las letras y su dedicación al pueblo peruano.

SANTIDAD Y DIABLURA (XI)

Eje carnado en hemiciclos de oro.
Contienda de herejías y de ruegos.
Lujuria alucinante, meteoro
y arcángel, a la vez, de rostro griego.
Testuz el seno de escondido toro.
Purpúrea boca –insinuación de fuego-
Mármol triunfal, latente, gran tesoro
de Fidias o de Scopas, alterego…
Las rosas de Renoir su carnatura.
y en el enigma del mirar risueño
mezcla de santidad y de diablura.
Diosa de amor. En vano se sofoca,
volando en tu redor, el dios pequeño
para robarte un beso de la boca…

Ideario Estético (XII)

Sin duda tengo el alma de anticuario.
Me gusta estar rodeado de vejeces.
Prefiero el bello mármol estatuario
de Miguel Ángel a las candideces
de Henry Moore. (lo juzgo estrafalario).
Señores de la crítica, mil veces
les ruego me perdonen. Soy sincero.
Y escribo así, porque yo así lo quiero.

Entre lienzos y telas (IX)

Más cerca de mi gusto están las telas
de Pissarro y Van Gogh, no de Chirico.
¿Me juzgarán por esto de borrico
los criticastros y las damiselas?
Monet entre las aguas y las velas.
Gauguin enfermo y ebrio… No me explico
por qué este gusto raro si replico
los trazos torpes y las bagatelas.
Contradicciones. Del Renacentismo,
Tiziano, Rembrandt… sólo los admiro;
¿pero gustarlos?… No lo sé yo mismo.
Mi gusto está en el siglo diecinueve
y un poco más acá. ¡Qué bien respiro
la atmósfera que se insinúa leve!

Busco algo más (VIII)

No de Vallejo el padecer terrible,
ni de Hugo el grande, el ritmo soberano,
ni de Darío el cántico profano,
ni de David la lira intransferible.
Algo más, algo críptico, intangible,
un leve resplandor ultramontano,
el iris que, surgiendo del pantano,
brilla en el cielo y tórnase inasible
Sugestión, nada más, relumbre raudo,
en cuyo examen ejercite laudo
no la razón, sino el instinto solo.
Siendo áptero, remonte vuelo altísimo,
siendo silencio, sueñe… Pequeñísimo
silvano de la cítara de Apolo.

Tesoro oculto (VI)

Sencilla la palabra, el verso breve,
redonda la expresión, el pensamiento
con alas – como pájaro en el viento-
que a cielos elevados me conlleve.
Tersa la tesitura –rosa o nieve-
carne tal vez de nácar, ni opulento
ni pobre, pero a flor del sentimiento,
aquél que a duro pedernal conmueve,
Con claridad, translúcido diamante,
lágrima o sangre, pero palpitante,
sin avaricia de calor humano.
Pequeño, pero al fin tesoro oculto,
al que mi corazón le rinda culto
en la región más honda del arcano.

Ilusiones

Ministro de arte poética sería
si Amor fuera mi rey, y el reino fuera
no el blanco Invierno, sino Primavera
cromada de ilusión y poesía.
En dicho reino sólo ingresaría
quien por su fe se consumió en la hoguera,
no quien se armó de heráldica guerrera
e hizo en la tierra atroz carnicería.
Difícil pero hermoso ministerio,
sin graves senadores cejijuntos,
sin prefectura ni otro cautiverio.
Febril viví y vivo esta utopía,
relegando a un costado los asuntos
que en nada incumben a mi jerarquía.

Desacuerdos (IV)

¿Decís la escuela nueva? Prosa pedestre, prosa
donde la ineptitud esconde su orfandad,
meretriz desgreñada, Mesalina rabiosa
que taladra el oído con tal vulgaridad.
Prefiero el contrapunto musical, no esa cosa
elemental y rústica. La originalidad
reside en la palabra renovada y jugosa,
y mejor todavía si es con profundidad.
¿Vallejo? Bien. ¿Huidobro? También. ¿Y en la paleta?
Picasso en esos tonos azules de que gusto.
¡Jamás el verso – libre de los falsos poetas!
Por eso he vuelto al álgebra que tienen las palabras,
al orden, no al tropel. Más hermoso es el busto
de Venus, no los testes de Dioniso y sus cabras.

Estaba ciego (VIII)

¿Cómo no pude persuadirme enantes
de tanto resplandor frente a mi mano,
tantos rubíes juntos y diamantes
en este cobre: corazón cristiano?
Igual que muchos tristes caminantes
me di a escrutar, inútil, el arcano;
y estaban a mi lado en los instantes
en que negaba a Dios, a lo profano.
Estaba ciego y no veía en torno.
Crápula al fin, quemaba mi existencia
en medio del placer, como en un horno.
Hoy que repaso lo pasado, veo
que has sido en mi camino la presencia
un astro dulce de áureo centelleo.

Contrición (VII)

Yo quiero someter al mal, dios rojo
que me insinúa manzanares de oro.
Me bastan las legumbres que recojo
y el laúd que pulso bajo el sicomoro.
¡Atrás sándalo y vid! ¡Dadme el abrojo,
no la pagana miel! Que en mi tesoro
están la ortiga, el cardo y el hinojo,
y no las rosas del alcázar moro.
¡Aleja, tentación tus áureas pomas,
esas, que al endulzarme, de veneno
llenaron mis vasijas y redomas!
Pasa el tizón ardiendo por mi herida,
que, harto de revolverme ya en el cieno,
quiero iniciar la forma de otra vida.

Tarde triste (XXX)

Una flauta: es el cuclillo.
El paisaje se reviste
de violeta y amarillo.
La tarde se pone triste.
En el breñal, un novillo
escarba estrellas y embiste.
Fresco aroma de tomillo
en la atmósfera persiste,
La luz vencida del día
en temblorosa agonía,
ente las sombras naufraga.
Un postrer rayo de lumbre,
detrás de la enhiesta cumbre,
se hunde como una daga.