Poemas:
La sociedad secreta
Has llegado a mi casa
ordenando las quejas
de la noche.
Besos como pequeños corazones
se cayeron al suelo
sin cuidado.
El verdor de tus ojos
era una tierra fértil
cultivada entre lágrimas.
“¿Cuánto pesan los astros?”,
preguntaste,
“¿y las horas del día?
¿Saben quién somos
los milenios?
¿Hay praderas de espacio
que se tienden tranquilas
detrás de la ventana?”
Oh, ven, ven de nuevo,
escucha los ruidos
del amanecer.
Haz vino
con las sombras de la estancia.
Que la luz sea una estela de seda pura
para que tú la toques.
Que nunca diga basta.
Desde que tú llegaste
la primavera ha derrochado
toda su gloria floreciendo
por dentro de mi boca,
nunca mira hacia atrás,
y es libre,
tiene abiertas las manos.
Et in Arcadia ego
Te encontré en la alameda, cuando ya la noche
se desmayaba entre los árboles.
Mi barco fondeó en el puerto, y yo me sentía
un ciego con hambre de carne y de luz. El cielo era un choto
que lloraba, rodeándonos. Amarré tu talle al pico
lacrimoso de la brisa, noté por la lengua el cuchillo de este amor
que desde entonces cava en mí sus pozos. Quédate quieta, dije.
No hables. Cállate. Me pareces una pastora de la jungla.
¿Dónde tengo las manos, mis manos que no siguen los renglones
de los astros? Llévame hasta el arroyo, hasta la menta que
crece en el bosque. Pon tu dedo en la luna y bórrala
con tu hermosura de cristal y azules. Y ven después, amor,
bebe mi sangre de avispero, siente los mundos que recorren
mis ojos cegados por las aguas.
Agolpé mis labios, tan resecos,
en tu nuca, un largo naufragio. Y sucediste en mí,
eras la garza submarina, eras la vida venciéndome despacio.
Pelo suave, entraña suave tan cercana, entreabierta caricia.
Unos dientes empedrando las sombras. Te deshice en mi piel
cuando sentí tu abrazo de calor y vino
llegándome hasta el fondo,
tan dentro como los huesos. Eras
de pan, dos sílabas desnudas
habitaban tu nombre, y yo, una estatua herida por el músculo.
Escarcha en la salina y pisada en la arena
que se cubre de pronto
de un vuelo de cenizas. Yo corrí como un río
que anida en el paisaje.
Estaba mi corazón ansiando tus dedos,
desollado por un dolor que nadie tiene.
Estaba mi corazón así, como una fruta
que mordías, como tierra de estrellas que, más tarde,
tú plantaste en la vida.
Finales de partida
Partiré junto a ti.
Mis daños son las flores
de un pequeño cerezo
que crece con el alba.
Le lanzaré flechas, si declina,
a la tarde.
Pagaré los tributos de los ríos
con mil piedras preciosas
arrojadas al agua.
No volveré a mi tierra,
a la estancia de jade
de la noche.
Vendrá la lluvia de puntillas.
Iniciarán su vuelo
las aves que devora
esa melancolía
que estremece a los vivos.
Interpretaré
los sueños de los tigres
que gozan en la hierba.
Atizaré la hoguera de los astros
con mis dedos
de sándalo.
Mientras talo el dolor
del árbol de mi cuerpo,
rama a rama,
yo partiré contigo.
Sin armas, sin escudo,
sin otro ejército
que mi afligido corazón,
ribazo del estanque
de una tristeza sin regreso.
Biografía:
Ángela Vallvey Arévalo (San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964) es una escritora y periodista española, ganadora del Premio Nadal en 2002 y finalista del Premio Planeta en 2008.