Poemas:
PRELUDIO
En la vega las sombras se agigantan,
el sol al tramontar, el hueco río
va murmurando en el boscaje umbrío,
los glaucos sauces en sus frondas cantan.
De Vésper rubescente se adelantan
los resplandores, gime el viento frío,
de cada hogar, lejano ya y sombrío,
nébulas de humo azules se levantan.
Vamos al bosque: la penumbra verde
la paz infunde y el amor destila
y su contacto al dolorido sana.
Allí el recuerdo del dolor se pierde
y una fuente de luz, casta y tranquila,
del alma dentro, deleitosa mana.
EL OCOTE
A la borrasca imperturbable asiste
tu fronda hirsuta que poemas teje,
en la alba niebla su verdor protege
y al rayo iridescente hostil resiste.
Traigo mi corazón, sediento y triste,
a que al abrigo de tu paz se queje:
haz que impregnado de tu olor se aleje,
henchido del vigor que te reviste.
Tú siempre lloras, rumoroso ocote,
mas en perlas tus lágrimas se mudan,
al resbalar del desgarrado brote,
y esas gotas lumínicas que sudan
de la cruel segur a cada azote,
¡quién lo creyera! fuego y arte escudan.
EL OYAMEL
GLAUCA en las cumbres tu ojival cabeza,
cual arpa al viento, sin cesar se mece;
mitos ocultos murmurar parece,
o que, piadosa, sin cansarse reza.
Del huracán se burla tu firmeza,
tu plumígera fronda se estremece,
y, ni al invierno, ni al ardor perece,
azul e inmóvil, muere como empieza.
Todo eres bello: por ti sube el alma
a otras alturas y en la paz reposa
que tu frondoso tremular destila.
Pero es más bella la profunda calma
de un ataúd, hecho de ti, en la fosa
que el dolor abre y el amor vigila.
EL LAUREL
De Dafne aun en tu corteza treme
el casto corazón que se aprisiona,
y Febo te entreteje a su corona
y su aljaba y laúd tu amor no teme.
Aunque el invierno los follajes queme
de la undívaga selva, no abandona
jamás tu brillo el bosque, que blasona
gozar vida de un dios, sin que blasfeme.
El rojo tinte de tus frondas trémulas,
del rosicler y de las llamas émulas,
en mi frente ceñir jamás anhelo:
una gota de láudano quisiera,
—de esa tu sangre,— que el sopor trajera
a mi ansia inquieta y a mi estéril celo.
EL CIPRES
CIPRÉS doliente que la paz pregonas
de los sepulcros que amoroso escudas,
vibrar yo siento las plegarias mudas
del himno augusto que a la muerte entonas.
Ni epitafios, ni cirios, ni coronas
valen sobre las lápidas ceñudas
cual las que tú, de tus cortezas rudas,
lágrimas perfumadas desmoronas.
Ciprés, yo envidio la suprema calma
con que la muerte y el dolor protejes
mientras se agita rumorando el viento,
y, al contemplarte tan erguido, siento
ansias inmensas de que tú me dejes
entre tus frondas exhalar el alma.
EL TEPOZAN
ENFELPADAS de nieve y de verdura
nigricante tus hojas, que trepidan
a cualquier viento, a reposar convidan
bajo la oliente paz de tu frescura.
Algo robas, tal vez, a la ternura
de los gorriones que en tu fronda anidan:
si el viejo nido en tu ramaje olvidan,
algo también te dejan de amargura.
Solitario, a la orilla del sendero,
o, en los eriales, lánguido y sombrío;
junto al arroyo, sin cesar parlero,
o, al borde de la mies, amable y pío,
siempre invitando estás al pasajero
y él te desprecia, como al canto mío.
EL AHUEHUETE
PATRIARCA de los árboles, tus frondas
sacudidas por vientos milenarios,
asemejan girones de sudarios,
o nupciales, deshechas, blancas blondas.
¿Quién dirá los recuerdos que tú escondas?
¿quién los archivos hallará en tus varios
enormes troncos? ¿quién en los santuarios
penetrará de tus raíces hondas?
Tú guardas el silencio de los siglos,
de mil razas repites el lenguaje
y, año tras año, inconmovible avanzas.
Fingen tus ramas lúgubres vestigios,
mas tu florido trémulo follaje
es un pulmón cuajado de esperanzas.
Biografía:
Ángel María Garibay Kintana (Toluca, Estado de México, 18 de junio de 1892-Ciudad de México, 19 de octubre de 1967) fue un sacerdote católico, filólogo e historiador mexicano, se distinguió especialmente por sus trabajos relativos a las culturas prehispánicas. Es considerado uno de los más notables eruditos sobre la lengua y la literatura náhuatl, y fue maestro de algunos de los más destacados investigadores mexicanos en ese campo.