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Ángel Escobar

Poeta cubano Ángel Escobar

Poeta cubano Ángel Escobar

Poemas:

La presencia

No te he abandonado.
Estoy aquí contigo.
Te han atado en la costa
a un madero,
entre el mar que desdeñas
y la tierra que amas.
La marea sube; el poste
resistirá. Mientras tanto,
los cangrejos pueden comer tus vísceras.
Al amanecer,
si la marea no te ahoga
ni los cangrejos te devoran,
las lanzas se cebarán en tu carne.
Tendrás frío. Es de noche.
De algo te servirán tu desdén o tu amor.
Yo no te he abandonado.
Estoy aquí contigo

La conspiración de los necios

Juntémonos en tu casa el sábado.
Sí: tiremos cualquier cosa a las brasas-
aunque sea un hombre:
sí: volvámonos caníbales –
eso da prestigio y fama –
eso hace que uno deje un trazo
como hace el caracol sobre la tierra –
si es que la Tierra es algo.
No todos podemos ser próceres piadosos.
Juntémonos en tu casa el sábado.
Sí: fumemos bastante; fumemos de todo;
fumémonos el todo: hasta que nos de cáncer –
el cáncer sí que es Creacionista -:
ahora mismo está haciendo que se pudra
la rosa en este problema.

Exhortaciones al perfecto

mírame bien / ves esta cara redonda como el parche
de algún tambor de feria / te pregunto
la ves/ tú estás seguro que la ves
si así es puedes rajarla no más con proponertelo

lo harás cogiendo tus baquetas golpeando
un poquito más duro que antier / te aseguro
que hoy no hará la misma fuerza que mañana

rómpela / pronto / rómpela
no te detengas / yo me torné inmaduro difícil cuestionable
yo conservé el error y la posibilidad de lo imperfecto
yo celebré el desliz que salía caliente de mi plexo solar
y de mi cara
metía y meto la pata en cualquier hueco y el riñón
menos apto y el pulmón y la cara /
mira que fallo cometió el universo
al empujar tantos litros de sangre a este abandono
acercarte perfecto
puedes coger el martillo / hacer añicos
mi cara / este trozo de terracota mal moldeada
yo sé que piensas que se parece a un cero / pues no
lo pienses más / decídete y golpea
que el cero es una posición muy incómoda
ven machácala y anda / machácala y trota
podrás hacerte un escalón
cuando ya esté mi cara derrumbada

El anciano

Estoy parado en esta esquina –
entre la cordillera y el mar,
entre el sur y el desierto.
Soy pobre, pero no puedo vender mi pobreza,
ni cambiarla por un augurio.
Seguramente estoy esperando algo
parado en esta esquina del mundo,
pero ya no sé qué. Quisiera
ser una chispa en algún fogón,
en alguna cocinería, en el campo.
Pudiera ser yo el campo, o el fogón
o la chispa; pero eso no lo entendería
mi compadre: se lo llevaría otro.
Ay, muchos compadres necesitan comer –
y yo no puedo transformarme en nada,
ni hacer una promesa que nadie cumpliría.
Ahora estoy parado en esta esquina –
entre una rodilla rota y un latón de basura,
entre un paredón y un diente de menos.
Hablo con calma, solo; ni siquiera puedo ser
un mendigo: no tengo dones para eso.

Adela en la siesta

Por ahí viene el calor. Doblándose en los postes
cae su pergamino de oro.
Viene huyéndole a los gritos que el mar suelta, solo, de pie en la costa de Cojímar.
Adela entra en la siesta.
El verano se le para en los párpados de leche
y le exprime un limón maduro
entre los pechos.
Se recuesta en la pelvis, lame los muslos
de agua. Como un gato
conoce los tobillos
y abre en el cuello aquel su cola lloviznada.

Pero cuando parece que va a alcanzar la sangre
el cardo blanco,
cuando casi peligra el corazón
y pensamos que va astillarse el sueño,
vienen la brisa, el verde, la sombra de los bosques,
y en la frente de Adela se vuelven aceitunas,
le recorren el cuerpo, se desatan,
mientras, en la tarde callada,
pájaros sucesivos van volando.

Abuso de confianza

No me has visto. Siglo. Siglo. Oh, prestigitador.
Al lado de la carpa inmensa venden
barquillos. ¡Y algodones de azúcar!
Y dicen: “Ya estamos hartos de tus opiniones.”
No me has visto. No has venido a preguntar por mí,
el de los dedos cortados. Yo era dos muchachos
corriendo. Los remos junto al agua blanca,
el jadeo, sudorosos, y el no hallar lo suficiente aquello
de las estatuas sepultadas. Qué querías-
era correr sobre las manos negras, los pies rotos
hasta el filo del agua, hasta el filo del agua.

Oh, reino frío. No sean joyas los hierbajos podridos
que refracto. No sean dadas aún mis confecciones.
Por ellas, solo sobre ellas, tú has condecorado
a aquel demás. Y yo preferí ser el humano campante
que huye. El trapecio y las gradas, y las victorias,
y tus actas policiales: ¡Vaya plácemes! Es evidente:
Yo he podido morir, no deshacer el exceso de la razón
y el uso. No al tropezar con la piedra al muslo, el mito,
las caras de los gladiadores. Dicen: “Eso sería suficiente”.
O aquello de que a uno le baste un transitor
y una ventana, un transitor y una ventana.

Éramos las espaldas cuando empezamos eso. ¡Basta!
¡Basta! La música y el camino resecos -el fardo
al que le dicen no a los parabienes y a la clemencia
al listo-, pero tú no ves cómo levanta el arco. Lejos
de los comederos donde hay líderes juntando las cabezas
para el final del espectáculo. El plexo solar
sobra; no tu yesquero, mi cigarrillo, las sonrisas.
Diles, Príncipe: Huraños, lenguaraces bastardos. Y a mí:
Mentira que de un solo mal no escapas. Los otros
en el calor se aburren, por ejemplo. Salen de camiseta,
balanceando los brazos. Salen. Balanceando los brazos.

Mian hacia l alto. Un edificio. Y otro. Y otro.
-Eh, tú. A nosotros nos gustan los relojes automáticos.
En realidad (¡Simón! ¡Simón!) no me aprendí las reglas-
solo alcancé la paz que se otorga a los huesos
del conejo, el borboteo del oso
que alguien insiste en ahogar en la bañera-. Podrían cesar
el brillo ahora, y los ademanes con excesivo vetiver de las
doncellas.

Y así como separan los codos los camareros y van, y van y
vienen
en esa retahíla, nosotros nos percatamos: Escupimos
sobre su litografía. No fue el padre de aquellos quien ordenó
desfallecer. Así no. Nadie más vuelva a fila. Nadie más.

Yo me allego al horror del que estoy hecho.
(¿Van los pobres ramajes que me golpearon
loco en la carrera a prescindir de mí?)
Veo tu pulmón rosado. Veo el hielo y la gangrena
de tus vísceras. Sé de los aptos para lustrar
las mascarillas de oro. Sé del trasiego que m expulsan;
“Él ve, él ve la repetición incesante de muertes no
marciales.”
-¡Hey! ¡Il sole non si muove!-Ja. Bailando. Sudan com
chicos.
Hacen las alharcas de los picaneados por ti.
Mienten: “¡Oh!, ¿qué es esto? ¿Un hombre tapado?”
Giran: “¿Ves algún dios detrás de mí?” ¿Ves algun dios?

Chillan. Arriscando los labios. Il solo non se muove.
Salta. Y dice: “Maldita cosa que me importa”
Enola Gay tenía un pubis tan tierno (el Organon)
como Albertine en Spon River. Y: “Ya hemos
explicado por qué ello es así”. ¿Habrían
de importar los excesivos tics nerviosos, Franz?
Vivimos adornando con potes de cerveza la Antología
de Kuei Mei. Tal vez eso nos reconforta. Al haragán
empleado de banco, al traidor. Le pendu, el fusilado-
de Beulah comentábamos con ganas de astillar
las vitrinas-: Qué pocas las pepitas. Gritan: “¡Fuego!
¡Fuego!

Y ya. No hay casa para nosotros. Ni siquiera la otra
a un paso de los farallones, la de los platos azules
del borracho. Solo el defiladero es para mí. Y las piedras
que prefiguran el agua. ¿No lloré a caso por todas
esas sonrisas que me cercaron?: “Sin embargo
eres tú quien pone el nombre”. ¿Yo? ¿O Juan Inaudi?
¿Un edificio? ¿Y otro? ¿Y otro? No. Se sigue siendo
el orangutan imbécil que fascina.
¿Acaso somos aquellos camareros para llevar-
ay los gladiolos. Ay, el pelo de las muchachas
púberes-y traer las vísceras así? ¿Así no más? ¿Así?

“Dos muchachos corriendo”. Es evidente. Y alguien
los ve pasar, sudoroso. Ahora bien: Nosotros somos
el tercero. Incluso digo que alguien ns espera; ni a Dios,
ni a la naturaleza: Excelentes paraguas rotos-
en medio del trasiego de insecticidas-.
¿No lo querían? Mee he detenido a sopesar
las uopías histéricas, dividendos y usuras.
(Es la puerta cancel. Veo al cruzado.)
Las caras sobre los pergaminos. (No eran) Y ya.
(Los dedos que entran). Dicen: “El barro tan filoso
hiere”. Y en verdad hiere. El barro tan filoso hiere.

Estas palabras no son para ti. Yo no juego
en la arena. No estoy en un aeropuerto internacional
pateando una caja vacía de Original Russian Vodka,
ni me rajé la cara con una botella rota. Yo no cargo
a mi hermano. Ni a ningún otro muerto. Yo no me cargo
a mi. Las olas muerden. No hay ni un puñadito de candor.
Tu ojo me ve bailando sobre el filo de las imprecaciones.
La arena es la que es verde, el mar arena. Duermen
tres; cuatro te hablan; dos mil se hacen añicos. Solo uno,
entre el cristal del trópico y la esperma del lunes,
vocifera-
y eso que está de vacacines, que está de vacaciones.

No soy yo. No eres tú. No son cuatro ni tres.
Ni dos mil. Ni los posibles datos del Obispo,
nuestra computadora. También tú buscas enemigos,
y hay quien te usurpa el nombre. (Alguien lo cumplirá-
se está cumpliendo, se cumplió). Realmente no te molesta
la frivolidad metafísica de Scheler, Nadie, ¡Atón! ¡Atón!-
OH, aquellos tres viejitos del basural cantando, ay,
danza extraña; mira sus marcapasos.Míralos. No al héros
Saturday Eveneing Post. Tambien se gasta mi cigarrillo-
y miente. Al final uno vuelve a cavar otro túnel- uno,
viejo topo corrupto, Franz, al arca, al arca, Franz.
(Para Efraín Rodríguez)

Biografía:

Ángel Escobar Varela (1957-1997), luminaria de las letras cubanas, danzó entre las artes como estudiante apasionado de Arte Dramático y Escénico. Su pluma, como la danza de sombras en un escenario, dejó una marca inconfundible en la poesía cubana contemporánea.

En 1977, su destreza poética floreció con el poemario “Viejas palabras de uso“, merecedor del prestigioso Premio David de la UNEAC. Este fue solo el preludio de su conquista literaria. En 1985, la rapsodia lírica de Escobar se vistió con la distinción del Premio de Poesía Roberto Branly (UNEAC) por “Epílogo famoso“, un canto melódico a la memoria.

Entre sus obras notables, destaca “La Vía Pública” (1987), “Abuso de confianza” (1992) y “La sombra del decir” (1998), cada una una sinfonía de palabras que resonaron en el alma de sus lectores. No solo maestro de la poesía, sino también narrador, nos regaló “Cuéntame lo que me pasa” (1998), tejido de cuentos que hilvanan las complejidades de la existencia.

Sin embargo, el poeta de mirada profunda y voz resonante dejó un eco trágico en el firmamento literario. El 14 de febrero de 1997, Ángel Escobar se despidió de la escena terrenal, pero sus versos, como estrellas fugaces, continúan iluminando el cielo de la poesía cubana. Su legado, marcado por premios y susurros poéticos, sigue siendo un faro en el vasto océano literario.

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