Poetas

Poesía de Francia

Poemas de André Chénier

André Marie Chénier (Estambul, 30 de octubre de 1762 – París, 25 de julio de 1794) fue un poeta francés, ejecutado durante el periodo del Terror de la Revolución francesa acusado de «crímenes contra el Estado». Su poesía sensual y emotiva lo convierte en uno de los precursores del Romanticismo. Era hermano del político y escritor Marie-Joseph Chénier.

La vida de André inspiró el libreto de la ópera del compositor Umberto Giordano (1867-1948) titulada Andrea Chénier (1896), más concretamente, la relación amorosa que surgió entre el poeta y la hija de la condesa de Coigny en la sala de prisioneros que iban a ser guillotinados.

Asimismo, el cuadro titulado Juicio de André Chénier (1851) de Joaquín Sigüenza y Chavarrieta (1825-1902) presenta a Chénier, en el centro, escribiendo su último poema en la sala desde la que saldrá camino del patíbulo, junto a personajes de la alta sociedad. Entre los personajes que también aparecen en el cuadro y que fueron guillotinados el mismo día que Chenier, se encuentran J.A. Roucher, el marqués de Roquelaure, la princesa de Mónaco, el abate de Saint Simón, la condesa de Coigny, la familia de Puy de Verinne, Rougeot de Monterif, la princesa Chimay, la señora de A. Leroy, la marquesa de Colbert de Maulviers, el señor Ananne junto a su esposa e hija, la condesa de Narbonne y el marqués de Montalembert.​ Esta obra es una copia de Appel des dernières victimes de la Terreur dans la prison de Saint-Lazare, 9 thermidor (1794) de Charles-Louis Müller (1815-1892) que se encuentra en el Musée de l’Histoire de France en Versalles.

Se recrea también en la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades (1859).

INVOCACIÓN A LA POESÍA

¡Ninfa tierna y bermeja, oh joven Poesía!
¿Qué bosque en este día elige tu retiro?
¿Qué flores, tras la onda en que se van tus pasos,
bajo pies delicados, se inclinan suavemente?
¿Dónde te buscaremos? Mira la estación nueva:
sobre su blanco rostro, ¡qué purpúreo destello!
Cantó la golondrina; Céfiro está de vuelta:
regresa con sus bailes; amor renacer hace.
Sombra, praderas, flores son sus gratos parientes,
y Júpiter se goza contemplando a su hija,
esta tierra en que dulces versos, apresurados,
brotan, por todas partes, de tus dedos graciosos.
En el río que baja por los húmedos valles
para ti ruedan versos dulces, sonoros, líquidos.
Versos, que en masa se abren por el sol descubiertos,
son las fecundas flores de cáliz encarnado.
Y montes, en torrentes que blanquean sus cimas,
lanzan versos brillantes al fondo del abismo.

La joven tarentina

Dulces alciones, oh pájaros sagrados, llorad,
Llorad, oh, dulces alciones, amados por Thetis,
Pues su vida ha vivido la joven tarentina.
A la playa de Camarina un barco la llevaba.
La boda, las canciones, las flautas, lentamente
Debían conducirla al umbral del amante.
La llave vigilante guardó para ese día
En el cofre de cedro tu vestido de bodas,
El oro que en la fiesta adornaría tus brazos
Y los perfumes listos para tu rubio pelo.
Pero, sola en la proa invocando los astros,
El viento impetuoso que distiende las velas
La envuelve, la sorprende, y de los marineros
Lejos, grita cayendo en medio de las olas.
En medio de la mar, la joven tarentina.
El bello cuerpo cae en las olas marinas.
Thetis en la oquedad de una roca, llorando,
A los monstruos voraces se encarga de ocultarla
Y siguiendo su orden las nereidas hermosas
La levantan encima de sus húmedas casas,
La llevan a la playa, y en ese monumento,
en el cabo del céfiro, la acuestan suavemente
Y, con voz desgarrada, llaman a sus amigas.
Y las ninfas del bosque, del monte y de las fuentes
Golpeándose los pechos y vestidas de negro
En torno de su féretro repiten su lamento.
¡Ay!, hasta tu amante ya no te llevarán.
No vestiste el vestido de tus bodas, ni el oro
En torno de tus brazos ha apretado sus nudos,
Ni han mojado los suaves perfumes tus cabellos.

La joven cautiva

Se alza la espiga naciente
Y hoz no la toca impaciente,
Y el pámpano en la ladera
La estación disfruta entera
Que el cielo le concedió.
También soy bella, estoy joven;
No es tiempo de que me roben
La vida; y aunque mis ojos
Sólo ven ruinas y abrojos,
Aun no quiero morir yo.

Arrostre el estoico fuerte
Con faz enjuta la muerte:
Yo, mujer, lloro y espero;
Si vendaval sopla fiero,
Me encojo, y cubro mi sien.
Si horas hay de amargo llanto,
Otras son tan dulces, ¡tanto!
¿Qué bien no tuvo sus penas?
Ondas que duermen serenas
Guardan borrascas también.

Breve trecho andado queda
De esta frondosa arboleda
Del camino de mi vida;
¡Tan distante la salida
Que aun no se descubre allá!
Al festín en este instante
Sentada, el labio anhelante.
Entre la festiva tropa,
Apenas llegué á la copa
Que en mis manos llena está.

Hoy luce mi primavera;
Cual astro que su carrera
Consuma, y llega á su ocaso,
Quiero gozar, paso á paso.
De todo lo por venir.
Hoy es mi primer mañana;
Yo flor esbelta y lozana,
De que el jardín hace alarde,
Ver de mi vida la tarde
Quiero, y entonces morir.

Así se queja y suspira
Cautiva joven que mira
El amago de la muerte,
Y mientras llora su suerte,
Torna mi lira á soñar.
Cautivo, postrado, mudo,
El desaliento sacudo,
Y vierto en medido canto
Aquel candoroso llanto,
Aquel dulce lamentar.

A Versalles

¡Oh pórticos! ¡Oh mármoles vivientes!
¡Oh bosques de Versalles!
¡Sitios más deleitosos y rientes
Que los Elíseos valles!

Los dioses y los reyes a porfía,
Recinto almo y sereno,
Tesoros de hermosura y lozanía
Vertieron en tu seno.

Frescura, al verte, y suavidad recibe
El pensamiento mío,
Y como hierba lánguida revive
A quien bañó el rocío.

No anhelo de París la varia escena:
Quiero ver a mis Lares
Bajo tu sombra reposar amena
En rústicos hogares,

De donde al campo, yo, circunvecino
Llevar tranquilo pueda
Los pasos, estrechándome el camino
Tresdoblada alameda.

¿Dónde están de ciudad armipotente
Las regias maravillas…?
Regalas tú con aromado ambiente,
Con trofeos no brillas.

El apacible sueño, el manso olvido,
El estudio y el arte,
Castas divinidades, han venido
Por suyo a consagrarte.

¡Ay! Ociosa indolencia me devora,
Y cosechar no intento
El fruto sazonado que elabora
Activo entendimiento.

Consumido de tedio me abandono;
Ni gárrula alabanza,
Ni públicos favores ambiciono;
Ha muerto la esperanza.

Y sólo ya la sombra taciturna
Dulce parece a un alma
Desengañada; la quietud nocturna,
La solitaria calma.

Si es vivir mi destino, en paz profunda
Calladamente viva;
Cebe amor de mi antorcha moribunda
La llama fugitiva.

Amo, ¡oh placer! Y tú, rincón florido,
Aquella imagen pura
Conoces; aquel nombre tú has oído
De inefable dulzura,

Que a tu silencio tímido confío
Cuando de tarde vengo,
Y en pensar que la he visto me extasío
O que de verla tengo.

Si por ella mi labio amor suspira,
Tus umbríos boscajes
En ecos dignos de celeste lira
La ofrendan homenajes.

Por ella la onda sacra de armonías
Que tierra y cielo inunda,
Hoy de mis labios como en otros días
Torna a correr fecunda.

¡Oh! Si el que ama el honor y la justicia,
Cuando el malvado impera
De olvidar y vivir a la delicia
El pecho abrir pudiera,

Tu silencio, Versalles, tus risueños
Asilos de verdura,
Nido fueran de cándidos ensueños
Y de perenne holgura.

Mas tus alegres ámbitos, el verde
Césped, la fresca gruta,
Todo sus galas ¡ay! súbito pierde
Y a mis ojos se enluta;

¡Y de un pueblo inocente, acuchillado
Por tribunal sangriento,
Pasar veo delante el no vengado
Espectro macilento!