Poemas:
STANZA
parece que ante fue un garaje a donde vinieran
los carros a dormitar, parece que antes fue una
floristería de flores venenosas y dispersas. Parece
que antes también fue una botica de cosméticos
o algo por el estilo.
pero, en realidad, fue la morada de algunos pétalos,
de palabras inciertas, regalos y amores indecisos
todos.
parece que ahora es algo así como un recuerdo,
como algo que se alquila o se venera.
Plegaria nuclear de un cocacolo
Señor que te tienes
que me tienes
que tienes la galaxia
que tienes el uranio.
Señor, yo no me tengo.
Señor que habitas el átomo más azul
el más extenso el más redondo
el bastante construido.
Estoy sentado en este bar
y bebo coca cola
para poder hablarte:
ya tengo mis blue-jeans
de azul como de rosa submarina
desteñidos como un lavadero
donde terneros asexuados lavan
monedas falsas de oro y condecoraciones.
Ya tengo mi correa del este o del oeste
mi correa con chapa de sol
a medio día a la orilla del río
prolongada como el camino lechoso
que pintaste con yeso
sobre las nalgas la espalda el muslo
o el pecho de la noche.
Ya tengo mis mocasines de sur o norte
desalmados inherentes
ya llevan 15 días finos
y ellos como una bomba de jabón
y estos largos como el estornudo
del fusil más ahumado.
No tengo un automóvil que brille mejor
que dos naranjas en el refrigerador
que ruede mejor que dos bolas de billar
sobre el cielo verde que habita cuatro patas
pero tengo mis huesos largos
forrados de músculo brillante
que hacen caminar
pero no tengo cómo poner el brazo
contra la espalda de una cocacola
pero no tengo cómo sentir
mientras voy por el camino
el caballo castaño que me rueda –cola-de caballo-.
yo no me soy
yo no me tengo
pero yo he oído que hieren las estrellas
con esquirlas de granadas radioactivas
y lloran sus pestañas y sus párpados
yo he visto que juegan con fósforos enormes
y encienden el tabaco estratosférico
el cigarrillo
la ionosfera
yo he visto que juegan un billar circunterrestre
y hacen carambola con vanadio
que ensaya un ritmo largo
que aúlla un perro con antenas-
he sabido que los perros orinan
contra el eje de la tierra
que ladran radiaciones a millares
de nudos de cometas
yo no me tengo
yo no me soy.
Señor, yo te confieso que bailo rock and roll
que me baño desnudo y solo
que una vez he fumado marihuana.
Señor, sólo te pido cigarrillos extranjeros
que me conserves los blue-jeans desteñidos
los mocasines largos
la coca cola helada
que me dejes ir al cine porque no tengo automóvil
sólo te exijo: yo no soy ni pienso ser.
Tiéneme, señor, que habitas el átomo más azul
y más extenso
y más redondo.
CUERPO CELESTE
Con aplicación reverente
va fundando besos
por todo mi cuerpo:
aquí uno frio y rápido
como un Aldebarán apagado,
aquí uno más ardiente, Betelgeuse,
aquí un mordisco, aquí una luna,
aquí otro y otro aquí, asteroides,
aquí las Pléyades, y en el pecho
la vagante supernova,
una binaria azul en las caderas,
uno de cráteres abiertos en la boca,
cúmulos estelares en la frente,
hasta convertirme en la equivocada
constelación de la Medusa
fija en el firmamento de esta noche.
DEL LADO DE LOS SUEÑOS
esta noche, la noche ha pasado su buen rato
recorriendo las avenidas desoladas,
visitando el purulento río
que parte la ciudad como su tajo de podre:
incógnita e indiscreta ha subido
las turbias escaleras que conducen
a hoteles y residencias donde los pederastas
hacen el amor con los muchachos;
impúdica y con aire despreocupado
se ha ido por callejones de cuchillos,
por crudas luces que caen a las calles
como empujadas desde las cantinas
y los lupanares de gritos recedidos.
Esta noche, en tanto, yo me he ido yendo solo
por las encrucijadas del lado de los sueños,
alejado de los sobresaltos, por un mundo
muelle y quieto, cercano e impalpable,
por unos estanques de luz sin precedentes,
por unos giros desconocidos y vagos,
para caer, de súbito, al amanecer,
entre sus brazos de aurora boreal.
A. P. V. y J. J.
Llora sobre mi corazón la lluvia
de su canato de muchacho desolado.
Lloro contenido de duras gotas,
trizas de mica tibia sobre el desierto
de este pecho que agita sus dunas
alejando cada vez los oasis:
lágrimas que se hunden en la piel
buscando las cisternas de la ternura,
lagrimas que buscan la sangre
para convertirse en rosas fijas.
“¡Llora sobre Rahoon!”, llora aunque sea sobre mí.
El tiempo del amor
Termina la fiesta
si apenas empieza.
Y se van ya
los amados que no llegan.
¡Faltan tanto!
Apenas mana el vino
vacías ya las copas,
vacías las botellas.
Los labios se entreabren
y ya se ha ido el beso.
El amor no es efímero,
es efímero el tiempo.
ÉTUDE IV
La palabra “garulla” —del demótico,
la entendía y pronunciaba
de manera muy precisa.
Sabía yo lo que significaba
pero no de la manera tan precisa
como él la sabía y solía musitarla.
Hoy, yo diría,
si no fue de manera
muy “garulla” (del demótico —preciso)
como se ha alejado
hacia las costas del Long Island Sound.
Pasaje
Una muchacha se inclina
sus senos inquietos
sus nalgas desiertas
el tren pasa exhibiendo
sus vagones de carga
la silueta de los hombres
en los techos veloces
recoge la muchacha
algo que ha dejado
caer involuntariamente
una semilla redonda
un anillo un frasco de perfume
las curvas de su cabellera
las barcas en la arena
mecidas por los muchachos
que saltan en los mástiles
el tren es un flautista
corriendo apresurado
a la caída de la tarde
las nubes se ven por la ventana
descansa sus nalgas la muchacha
—los médanos, las barcas—
en donde saltan los muchachos
yergue sus senos agitados
y respira el olor del tren
que viene con el viento vespertino.
LA ALCOBA ESTREMECIDA
El muchacho al alba
sobre el lecho sentado
sus pies calza y deja
caer sobre las sábanas
aromas de su espliego,
antes de irse al colegio.
A quienes a muerte
han condenado les sucede,
y a los que perdieron
la guerra y a aquellos
después de recibir
en la mejilla el beso
de la despedida, se quedan
soñando en su lecho
con el muchacho
que al amanecer deja
la alcoba estremecida.
Solfatara
Pulsa el corazón al templo
de los lampos rosados
que la insomne luz de neón
esparce por los muros del cuarto.
El amor de ese incendio
que incesante se agita
en el lugar callado, lejos.
Nuestros labios necrorosados
por los besos insistentes
que se alejan y se acercan
—no rosas sino grietas
de planetas en pavesas,
siderales fallas y perennes.
EL MUCHACHO DEL METROPOLITANO
Una mano le queda,
a medio empuñar,
en la nalga izquierda.
Perdió la cabeza,
por algún pederasta,
en otros tiempos.
Los pies se le gastaron
viniendo al museo
—los muñones de mármol.
Los brazos, tal vez,
los agotó nadando
para venir a América,
o en un abrazo
despidiéndose.
El tronco curvado
a la manera curva
de los que saltan
o se ofrecen.
La parte del cuello
por donde la bajaron
vino y aire.
El pubis herido
en la parte
de los genitales
benevolentemente,
como para que no
reprodujera igualdades.
FORMINX
Entre su cuerpo y el mío
es una luna su muerte.
IV
En el cuenco de mis manos
ya no caben sus hombros.
Midón: “Calló el dueño,
calló el invitado,
calló el blanco crisantemo”.
Cerca de Perigord le comparé
a un “summer´s day” que se mutó
en esta tenebra: “Je suis le tenebreux,
le veuf, l´inconsolable”.
Un mausoleo le he levantado
en la memoria y que “juzguen
los dioses como se le ha amado”.
TORSO
El pedazo que queda
consiste en los tobillos,
el epigastrio, las caderas,
el bajo vientre.
Las nalgas y la espalda
están recostadas al muro.
No se sabe si es un despojo
de las guerras dorias
o un muchacho del gimnasio.
Pero muerto como vivo
es una mera estatua.
Biografía:
Amílcar Osorio Gómez (1940-1985) emerge como un faro literario en la vastedad cultural colombiana del siglo XX. Originario de Santa Rosa de Cabal, Risaralda, su vida se desplegó entre las páginas de la poesía, la pintura y la narrativa, revelando un polifacético talento que dejó una huella imborrable en la historia literaria de Colombia.
Osorio, hijo de Rubén Osorio y Elvira Gómez, pronto halló su inspiración en Jericó, Antioquia, donde la melancolía de los paisajes moldeó su sensibilidad artística. Su incursión en el seminario San Juan Eudes de Jericó en 1957 fue breve pero significativa, sirviendo como preludio a su inquebrantable travesía por los caminos de la literatura.
El año 1958 marcó el inicio del nadaísmo, un movimiento vanguardista en el que Osorio desempeñó un papel fundamental. En Medellín, junto a mentes literarias como Gonzalo Arango, Alberto Escobar Ángel y otros, desafiaron los cánones establecidos, rebelándose contra la tradición cultural y política. Su participación en la Librería Horizonte de Medellín no solo lo vinculó con las letras, sino también lo convirtió en un apasionado buscador de conocimiento, desvelando joyas literarias a sus colegas en atardeceres rebosantes de descubrimientos.
Osorio fue más que un poeta; era un narrador magistral que desplegaba cuentos concisos y sobrios. Su pluma, bajo el seudónimo de Claudia Santamaría, danzó en las páginas de Cromos y El Espectador, creando una sinfonía de relatos inéditos que la Biblioteca Piloto de Medellín atesora como tesoros literarios.
La poesía de Osorio, encapsulada en su obra maestra “Vana Stanza: Diván selecto“, es un canto melódico de soledad, ausencia y amor. Sus versos, escritos entre 1962 y 1984, destilan una esencia poética que recuerda a los grandes maestros como Luis Cernuda, Federico García Lorca y Juan de la Cruz. “Plegaria nuclear de un cocacolo“, reverenciado como el poema emblemático de su generación, resuena como una oración atemporal.
Osorio también incursionó en la novela con “La ejecución de la estatua“, publicada póstumamente en 2018. A lo largo de su carrera, exploró diversos géneros literarios, desde cuentos como “El yacente de Mantegna” hasta prosa poética como “Acerca de Providencia“, demostrando una versatilidad artística que trasciende las etiquetas convencionales.
Su legado, impreso en obras como “Treno por los poetas muertos” y “Blusa roja“, se convierte en un testimonio eterno de su valentía para desafiar las normas establecidas y explorar nuevos horizontes literarios. Amílcar Osorio Gómez, el artista que desafió lo establecido, sigue resonando en la vibrante sinfonía de la literatura colombiana.