Poesía de España
Poemas de Amalia Iglesias
Amalia Iglesias Serna (Menaza, provincia de Palencia; 1962) es una filóloga, poetisa y periodista cultural española.
Ceniza
Sólo aguas en tregua
nacidas para ser ceniza múltiple del viento.
Ya ves qué paradoja
amor, qué despropósito,
quería ser ave fénix,
amor, qué engaño,
qué fraude sustentaba mi proyecto,
quería volver como un corcel glorioso,
como un crepúsculo de llama
recurrente
y amanecer contigo en lo absoluto.
Me he muerto tan despacio como el humo
y mis alas de barro no sabían volar.
Itaca no existe
Tres vueltas de llave y un olor a silencio,
la luz súbitamente estrangulada en el lecho sin fondo
y la humedad de quince o más otoños
y esta locura
y esta oscura gangrena de embriagada penumbra,
tres o cuatro macetas con esquejes de olvido
o esa vela gastada en noche de tormenta.
Las puertas columpian el llanto de sus goznes.
Hace ya tiempo que no hay golondrinas al borde del tejado.
Asciendo lentamente
aquella escalera de los sueños freudianos,
subo a los altares mínimos
de mi propia insuficiencia.
¡Cuánto ayer empozado,
cuánta breve mortaja,
cuánto leve recuerdo!
Sobre la cal de esta pared escribo un verso:
He regresado y nada me esperaba.
Quizá se vuelve como a la patria o al padre
con un algo de herida
y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.
Quizá se vuelve tarde,
se vuelve ya sin tiempo.
Desde el suelo
una muñeca muerta me contempla,
-una muñeca serenamente muerta-
Me alejo
con la desagradable sensación de haber profanado una tumba.
El gran teatro del mundo
Caen,
dices,
devotos labios de nácar descreído
y hace mucho que la lluvia
sembró algunos silencios
escandalosamente invisibles.
Pero hemos estado siempre en este instante
donde todos los pájaros ensayan una fuga,
donde ensayan esta cúpula que cierra
el tiempo de la ofrenda
y la derrota.
Pero hemos estado siempre en este instante
de palabra ancestral
y desolada,
como inventando un cuadro eternamente
en el espejo turbio de la escena.
Tumba de pájaro
La hierba fulgura más verde que anteayer
y me he acercado.
Al abrigo de los matorrales
un pequeño jardín se sabe dulce alegoría de la muerte.
Como entonces se escucha
un sonido encandilado de élitros
y el viento norte pasa diciendo que no hay nadie.
Veo ahora una niña antigua,
me reconozco en sus dos manos lentas
mientras pliegan las alas mudas en un hueco de tierra
y se inventa una oración
que habla de libertad y cielo azul para mañana
y dice algo de volar muy alto
mientras pasan las yemas de sus dedos
modelando una tumba.
Las mismas yemas de mis dedos
después de veinte años,
húmedas entre la hierba certifican:
no hay cicatriz ni sombra cíe la herida.
Cuando levanto la vista
la niña se ha marchado.
Para siempre
El viento insiste,
se arrastra por el débil dintel de mi ventana;
rarefacto reptil, anhélito de ausencia
para la incertidumbre clandestina de la hoguera,
el fuego vertebral que nos rotura
y nos abre en el alma una intemperie.
Ahora que lucho con mis párpados
para trazar un credo perdurable,
un sortilegio a solas para mi corazón telúrico afiebrado,
un sortilegio eterno a las tres de este sueño incontenible,
un verso más para tu duda,
un verso más hacia poniente.
Para siempre
Para siempre
extiendo las claves,
cifro y descifro los símbolos a solas,
la palabra que tú me has enseñado.
Abro violetas
columnas
cúpulas
arquitrabes
mi credencial escueta,
el texto apresurado,
enciendo lunas y velas al pie de las estatuas
y esa canción que es mía,
ese sonido que tú me has inculcado.
Y este metal pequeño que beso a cada instante,
este gesto precioso de callada ternura
que avente la ceniza
y siga siendo llama para siempre.
Imán de ti
Tengo una atmósfera propia en tu aliento
La fabulosa seguridad de tu mirada con sus constelaciones íntimas”.
Vicente Huidobro
Cuando te pienso se desatan atractores extraños,
mi cuerpo se desplaza,
se hace trizas en todas direcciones para encontrarte.
Y así vuelvo a nacer cuando te abrazo.
En el microclima de tu piel
mis briznas se conjugan con verbos desconocidos,
se recomponen
lejos de las palabras párvulas y huérfanas.
Así vuelvo a nacer
con los poros imantados de ti.
Tu piel tira de ellos en la distancia.
Hundo mis pies en tu océano,
me abandono a la química de las pasiones,
y a un solo movimiento tuyo
se ordenan mis hormonas, mis células, mis glándulas,
en el concierto del deseo sin ataduras
ni sintaxis.
Y creo más en ti
que en el silencio sobrecogido de las catedrales.
Contigo sobrepaso el umbral de todas las incertidumbres,
en ti el cobijo, el dintel,
mi bóveda, mi ménsula, mi arquitrabe gozoso,
me edificas, me construyes, me sostienes.
El metropolitano ruge debajo de mi casa
como un dragón de horario estremecido
y yo me protejo en la fortaleza de tus extremidades,
vadeo un río toda la noche para buscar el refugio de tu origen.
Tú mi atmósfera, mi espacio abierto
para entrar y salir sin centinela.
Traes un aire nuevo entre tus labios
y ya no sé respirar fuera de ti.
Cuando tú no estás
el cielo detiene sus hélices de plomo,
se enrarecen las palabras
y no saben decirte.
Cavar una fosa…
Cavar una fosa.
Edificar una casa.
Sobre las ruinas de las ruinas,
ahora y siempre por los siglod de los siglos,
la vida siempre en obras.
Un basurero atesora
la indiferente memoria de los días.
Quién reciclará nuestros despojos,
quién regalará fascículos
con nuestra colección de instantes,
qué teletipos darán noticia
de la simulación de un sueño,
quién archivará cuidadosamente nuestros nombres
y hará el penúltimo inventario,
en qué autopista o hiperespacio habitaremos.
Qué Internet hacia Dios por si lo escucha.
Entre derribo y derribo,
cavar una casa,
edificar una fosa.
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