Poemas:
ALVARO NUPCIAL
Junto en mi voz un Alvaro y lo alejo
-hacha de miel- a darme el dulce gajo
donde pende el poema en que trabajo
mi eternidad con dócil entrecejo.
Junto en mi voz un Alvaro y lo dejo
-guija de miel- rodar, Alvaro abajo,
hasta la flor de Amalia en que agasajo
mi eternidad con amoroso espejo.
Si más poema que Alvaro, me escojo,
si más Amalia que Alvaro, me elijo,
junto en mi voz un Alvaro y lo empujo
hasta el celeste niño en que me alojo,
y vuelvo a hablar del término del hijo
mi eternidad con inocente lujo.
Memoria de mi calle
Hablo tan poco
buen día
cómo llueve
qué viento
que desgracia
o cada día cada noche un perro
comiendo el digo el te diré el decía
el hasta luego
el sí perdón vecina
y a veces tanto polvo
de automóvil
tan breve poco pájaro
o amable soledad
qué tarde linda
qué plateada
buen día
equivocado porque estoy tan bueno
porque todo esta ahí
como en la mano.
Narciso enlutado
Abro el umbral del Alvaro en que moro,
junto en mi voz el Alvaro que aspiro.
Doy un Alvaro al aire, si suspiro,
y arrojo al mar un Alvaro, si lloro.
Cae del cielo un Alvaro, si imploro,
nace en mi sombra un Alvaro si expiro,
y, Alvaro solo y sin razón, me miro
si Alvaro tanto, a solas, atesoro.
De Alvaro tanto, mas que dueño, avaro,
me voy llorando al Alvaro mas duro
para olvidar al Alvaro en que muero.
Mas sin quererlo, el Alvaro mas claro
le brindo el cáliz del Alvaro que apuro,
para escuchar los Alvaros que espero.
Romance a Abel Martín
Hace mil años, un día
al pie del mar de un espejo,
me quedé muerto mirando la sinrazón de mi sueño.
Desde mi voz descendían
gaviotas de pecho negro,
y el mar estaba de pie
temeroso de mi aliento.
Se ahogaba un niño de miel
en su fulgor pasajero
y me lloraba el cristal
donde yo me estaba viendo.
Mi mar era un niño azul
vestido de terciopelo,
con dos ojos desvelados
mirando mis ojos ciegos.
Le pregunté quien vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló de mi,
con sus razones de espejo.
Así me encontré una vez,
con Alvaro Figueredo,
en un rincón de mi casa
un crepúsculo de invierno.
Mi sombra estaba detrás
de la pared del espejo,
y era el espejo un carruaje
llevándose un niño muerto.
Otra vez me puse a hablar
con Alvaro Figueredo.
era un miércoles amargo
y al pie del mar verdadero.
Un ancho toro de espuma
con las pezuñas de fuego,
iba quebrando el crepúsculo
donde yo me estaba viendo.
El mar estaba sin ojos
ese miércoles de enero
y se trenzaban la barba
con los olvidos del tiempo.
Yo estaba solo y miraba
al mar con ojos ajenos.
Mis ojos lloraban lentas
gaviotas de pecho negro.
De mar en mar se escuchaba
el llanto del campanero.
El mar estaba en el mar
y el mar estaba en mis sueños.
Le pregunté quién vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló del mar
como si fuera un espejo.
Los dos quedamos al pie
del mar que nunca sabremos:
Mi voz un poco mas fría
y el mar un poco mas negro.
El mar estaba dormido
soñando un miércoles muerto
Pero yo estaba soñando
durmiendo un miércoles ciego.
Ya nadie sabe quien soy
y en cuanto soy, solo veo
un mar que mira sin ver
las hojas de un mar eterno.
Si yo no fuera quién soy
Pensara que era un espejo
Biografía:
Álvaro Figueredo, nacido el 6 de septiembre de 1907 en Pan de Azúcar, Maldonado, fue un poeta de tierra adentro, de versos arraigados en la identidad uruguaya. Su vida transcurrió en su ciudad natal, donde el paisaje y la historia imprimieron en su obra una impronta de profundidad y compromiso. Su pluma, al mismo tiempo lírica y reflexiva, elevó su nombre entre los grandes de la literatura nacional.
Maestro en Educación Primaria desde 1932 y Profesor de Literatura desde 1944, Figueredo no solo se dedicó a la enseñanza, sino que hizo del lenguaje su morada. En 1935, contrajo matrimonio con Amalia Barla, también poeta, con quien compartió no solo su vida, sino una visión del mundo teñida de sensibilidad y palabra. Sus hijos, Álvaro Tell y Silvia Amalia, crecieron bajo la sombra de una vocación literaria que trascendía lo doméstico para convertirse en un legado cultural.
Su voz poética se elevó más allá de las fronteras de su ciudad natal. En 1946, recitó su “Oda a la Paz después de la Victoria” en Colonia y, en la misma época, su “Canto a Iberoamérica” obtuvo una mención especial en los Juegos Florales de México. Este reconocimiento internacional lo consolidó como un poeta de resonancias universales, sin que por ello perdiera su vínculo con la raíz nacional.
Durante años, colaboró en la revista escolar El Grillo, una tribuna desde la que transmitió su amor por la historia y la tradición a generaciones de lectores. Sus escritos fueron recopilados en “Estampas de nuestra tierra”, bajo el título “Diario de Goyito”, un testimonio de su pasión por la memoria y la identidad colectiva. Su obra no solo ha sido objeto de análisis literarios, sino también de estudios psicoanalíticos, lo que da cuenta de la riqueza y complejidad de su universo poético.
En 1964, su trayectoria fue reconocida con su designación como miembro correspondiente de la Academia de Letras del Uruguay. Su legado literario incluye ensayos y estudios sobre figuras como José Enrique Rodó, Francisco Espínola, Roberto Ibáñez, Sara de Ibáñez, María Eugenia Vaz Ferreira, Esther de Cáceres y José Martí. Cada uno de estos trabajos es un ejercicio de erudición y amor por la palabra, un diálogo con la tradición que sigue vigente.
Falleció el 19 de enero de 1966, en la misma tierra que lo vio nacer y donde su casa, convertida hoy en museo, guarda los rastros de su vida y su obra. Fotografías, manuscritos y objetos recolectados por la comunidad conviven con piedras y flechas indígenas, testigos mudos de un pasado que Figueredo supo transformar en poesía. Su voz persiste, vibrante, en cada verso, en cada evocación de un Uruguay que encontró en su pluma una de sus más fieles expresiones.