Poemas:
Luz mojada le llegaba del mar
A Ricardo Carballo
Luz mojada le llegaba del mar.
¡Qué claro el tiempo
para verla en la playa
con presencia de cosa!
¡Qué sencilla la tarde
para besarla en el pelo
con caricia animal y pura!
¡Luz mojada de sus ojos
llevaba el mar!
Final
Era era.
Sus manos nacían al lado de cada cosa
y de cada flor.
Temíase siempre su rotura
y a ella parecían converger los números y las estrellas.
El amanecer encontraba sus cabellos perdidos
y sus ojos depositados en sus propias orillas.
La noche la sorprendía siempre entregada a
sus oficios más antiguos
acompasándose de un corazón nuevo y silencioso.
Era solícita y tempestuosa
y no se parecía en nada a la luna.
Le dije a la Tórtola
Le dije a la tórtola: ¡Pase mi señora!
Y se fue por el medio y medio del otoño
por entre los abedules, sobre el río.
Mi ángel de la guardia, con las alas bajo el brazo derecho,
en la mano izquierda la calabaza de agua,
mirando a la tórtola irse, comentó:
-Cualquier día sin darte cuenta de lo que haces
dices: ¡Pase mi señora!
y es a tu alma a quien despides como un ave
en una mañana de primavera
o en un atardecer de otoño.
Elegía
Yo temía por su sonrisa.
Ella era aquella profundamente meditativa
a la que todo le nacía de los ojos
a la que nada le nacía de los ojos.
Sabía su sino por experiencia
y esto le había dado una melancolía graciosa de
ángel herido.
Ella era aquella que quería que yo le guardase
el secreto
de como todo le nacía de los ojos
de como nada le nacía de los ojos.
Al otro lado
Al otro lado me dijeron
los viejos se van convirtiendo en árboles
viejos también sin hojas en el lado del sol
aguardando sin saber qué, mudos.
Pero súbitamente un árbol cualquiera
siente subir dentro de él la savia de un sueño
al borde de la muerte ya, pero todavía
tibio como la leche de la madre.
El sueño va subiendo por las venas del árbol
una vida entera que pasa
hasta hacerse pájaro en una rama
un pájaro que recuerda, canta y se marcha
poco antes de que todos los árboles mueran.
Si yo me hago árbol viejo al otro lado del río
y me toca ser el árbol que recuerda y sueña
puedes estar bien segura que soñaré contigo
con tus ojos grises como el alba
y con tu sonrisa
con la cual se vistieron los labios de los rosales
en los días mas felices.
Al otro lado de las montañas
Alguien dijo que había ciudades para soñar
al otro lado de las montañas.
No dijo si estaban suspendidas en el aire,
sumergidas en las lagunas,
o perdidas en el corazón del bosque.
Los que allá fueron nada encontraron,
ni altas torres ni jardines
ni mujeres hilando en el atrio,
ni un muchacho aprendiendo a tocar la gaita.
Solo yo traje algo para seguir soñando
algo visto y no visto en la niebla de la mañana,
algo que era una flor o un mirlo de oro
o un pie descalzo de mujer,
un sueño de otro que se ponía a dormir en mi,
echado en mis ojos,
pidiéndome que lo soñase mas allá de las montañas,
donde no hay ciudades para soñar.
Y ahora mi oficio es soñar, y no se
si soy yo quien sueño, o es que por mi sueñan
campos, miradas azules, palomas que juegan con un niño,
o una mano pequeña y fría que me acaricia el corazón.
Este es el punto exacto
Aquí
-entre la cuerda rota
e inmóvil de las horas-
se para
cristalina
la rueda de la noche.
Aquí
-la luna entre salas desiertas
de madurez-
comienza
silenciosa
la rueda del alba.
Biografía:
Álvaro Cunqueiro Mora (Mondoñedo, 23 de diciembre de 1911-Vigo, 28 de febrero de 1981) fue un novelista, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo español, maestro de la narrativa fantástica y especialmente valorado como autor gallego bilingüe del siglo XX.