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Altaír Tejeda de Tamez

Poeta mexicana Altaír Tejeda de Tamez

Poemas:

LA ESPERA INÚTIL

Abajo… la ciudad.
Arriba… el cielo.
Aquí, la abdicación de mi esperanza.
Cada estrella es un eco
de la voz misteriosa que me llama.
Cada soplo de brisa
es un beso en mi espalda.
Quiero decir tu nombre, pero tengo
un collar de silencio en la garganta.
Quiero mirar tu imagen
pero la ausencia extiende su pañuelo
y me venda la cara.
Quiero oír tu suspiro
negando la crueldad de la distancia
mas todo en vano…

Viajo en barca ligera, es de mañana;
quieta la mar y limpio el pensamiento.
Llena de ensueño el alma y sin insana
pasión, y libre el pensamiento.

Aprieta el sol su puño. La lejana
playa borrosa está… Un lamento
se escucha… Avanza la mañana
y el medio día me quema con su aliento.

No vislumbro aun la tarde. Sé que existe
y a veces, en mi sueño, la presiento:
la faz serena y la mirada triste.

Mí corazón se angustia. Y mientras llega
esa tarde que no lejana siento
rauda mi barca sin cesar navega.

LA ROSA

Ay, qué cruel espina
junto a la flor que anhelo.
Nunca podrá, en mi mano, prisionera,
darme el bien que deseo.

¿Es bien o es mal! No sé.
Quizá dentro del cáliz
alberga algún veneno.

MADRIGAL DEL SUEÑO

Es cada noche una pequeña muerte
y una resurrección, cada mañana.

Una puerta se abre
en la dormida nube de la sombra;
no hacen falta los ojos ni las manos
para sentir el intangible encanto
de los perfiles cósmicos del sueño.

Si es preciso llorar, ruedan las lágrimas
con una suavidad tan clara
que son ríos de luceros
y si se ama, es el amor intenso.
¿Será posible amar como en el sueño?
Se cierran las ventanas hacia el mundo
y despierta la vida en el cerebro.

Pensar… Soñar… Vivir intensamente
lo que la realidad nos niega.

Es cada noche una pequeña muerte.
Mas… ¡ Qué dulce la muerte si es el sueño!

EL ÁRBOL A LA ORILLA DEL CAMINO

Existe a la orilla de un viejo sendero
por donde a menudo suelo caminar,
un árbol muy grande que ofrece al viajero
su sombra fragante para descansar.

Una hermosa tarde del mes de Febrero
al verme a su lado, me invitó a soñar
y en su viejo tronco advertí un Te quiero
grabado, que el tiempo no pudo borrar.

¡Pobrecito amigo! no eres el primero
que aún lleva la herida que le hizo sangrar.
El amor es bello, pero es cruel y artero
y siempre que pasa, nos hace llorar.

MI PADRE

Cual nevado volcán, firme y sereno
que al cielo sus secretos arrebata
y alimenta torrentes en su seno
que bajan en tremenda catarata,

cual brújula en el mar embravecido
y faro en la tiniebla borrascosa;
como árbol que cobija cualquier nido
y abeja que fecunda cualquier rosa,

así es mi padre; como yo quisiera
que el padre de cada niño fuera:
modelo de bondad y de dulzura;

en el mar del vivir, puerto cercano,
y en la ruta insegura, sabia mano
que nos guía con amor y con ternura.

EL CUADRO

Pienso a veces que somos
como esos cuadros que exhiben
en los museos.
Les ponen marco dorado,
les buscan el mejor sitio
y el público que acude a contemplarlos
comenta complacido los errores o aciertos
y da un juicio final sobre el artista
que en el lienzo dejó algo de sí mismo
para que el mundo sepa su existencia
cuando él ya se haya ido.
Pero sucede a veces que alguno de los críticos
sabe más que los otros y algo advierte…
Descuelga el cuadro
quita el marco dorado y sin ningún miramiento
principia a trabajar sobre del lienzo;
y luego ve cómo van surgiendo
cual fantasmas ignotos, nuevos seres
que sin ser advertidos, coexistían
envueltos en penumbra
junto a los rostros por la luz bañados;
y aparecen de pronto, casi impúdicamente
mostrando su dolor o su alegría
en una escena en la que son intrusos.

A veces pienso, que así somos nosotros:
con fantasmas adentro
que un pintor aterrado
había ocultado antes para pintar sobre ellos
agradables figuras
que en el mundo pasearan su decoro y respeto.

EL VIAJE

Partimos de una playa.
En el puerto hay pañuelos
augurando una grata travesía.
En la nave, todo es nuevo
y al partir inauguramos
en un mismo minuto
playa, puerto, vapor y tripulante
y mar y cielo.

El tiempo pasa en una progresión
inversa a la felicidad o al desconsuelo:
los minutos alegres, son fugaces;
los de tristeza o de dolor, eternos.

Y nosotros, seguimos navegando
viendo que cada vez es más hondo el abismo
y más alto el cielo.

A veces, una estrella cae sobre cubierta
y su luz nos envuelve, devolviendo
su primitivo brillo a los objetos
patinados por el tiempo.

Otras veces, tremendas tempestades
nos sacuden con violencia inusitada
y amenazan hundirnos,
pero vuelve la calma, y admirados vemos
al velero sencillo convertido
en un majestuoso crucero.

Vemos alrededor. Estamos
¿En dónde están todos los
creíamos compañeros?
solos
que al principio
No hay luces en la playa. Es decir, no hay playa.
El horizonte es un cíngulo incoloro
que une y separa al mar del cielo.
Estamos solos.
¿Quién nos socorrerá si naufragamos?
¿Quién nos esperará si concluimos
con bien el viaje?
¿Qué faro nos dará la bien venida?
Y ¿en qué país veremos los pañuelos?
Estamos solos. El timonel no existe.

Hay que tomar el mando del vapor
y orientar la brújula, pero ¿hacia qué puerto?
Entonces comprendemos:
La angustia de este viaje
es sólo ocasionada por el miedo
de equivocar el sitio donde el ancla
dirá: “He llegado”.

¿Y si no hubiera puerto?
¿Y si el final estuviera señalado
…aquí, en medio del océano?

Biografía:

Altaír Tejeda de Tamez, nacida el 23 de octubre de 1922 en Ciudad Victoria, Tamaulipas, México, y fallecida el 17 de septiembre de 2015, fue una figura literaria destacada en México y una de las voces más prolíficas y versátiles de su generación. Como narradora, poeta, dramaturga, cronista y periodista, su legado literario trasciende géneros y disciplinas.

Nacida como Altaír Tejeda Treviño en el seno de una familia de educadores, recibió una sólida formación académica, destacándose como licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Coahuila. Además, completó una maestría en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, consolidando su profundo conocimiento de la literatura.

A lo largo de su vida, Tejeda de Tamez ejerció una notable influencia en la educación, enseñando en diversas disciplinas, desde educación primaria hasta literatura y teoría literaria. Su compromiso con la enseñanza se fusionó con su pasión por la escritura, marcando su carrera como autora.

En su vasta producción literaria, sobresalen sus poemas y relatos caracterizados por una finura y dinamismo notables, imbuidos de nostalgia y esperanza en el futuro. Sus narraciones se destacan por su técnica clara y directa, despojadas de divagaciones innecesarias, y a menudo exploran aspectos misteriosos y fantásticos junto con una mirada psicológica penetrante.

Como dramaturga, Tejeda de Tamez fue galardonada con el Premio INBA por su obra “Canasta”, que ofrece una visión inusual y tragicómica de la vida de un grupo de mujeres absortas en su juego de canasta, mientras sus familias experimentan tragedias. Otras piezas teatrales, como “Otoño muere en primavera” y “Los Mutantes,” revelan su habilidad para abordar temas profundos y controvertidos en un escenario, a menudo arraigados en el contexto costumbrista y social de México.

Altaír Tejeda de Tamez fue una autora cuya pluma multifacética y enfoque claro dejaron una huella indeleble en la literatura mexicana. Su legado continúa inspirando a nuevas generaciones de escritores y lectores, consolidando su lugar en el panteón de los grandes autores mexicanos del siglo XX.

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