Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Alfredo Veiravé

Alfredo Veiravé (Entre Ríos,29 de marzo de 1928 – Chaco, el 22 de noviembre de 1991), fue un poeta argentino. En 1957 se radicó en Resistencia, Chaco. Colaboró en las páginas literarias de El Territorio, de Resistencia; La Prensa, hasta los años 70; La Gaceta, de Tucumán y la capital de Rosario. Fue Premio Nacional de poesía “Leopoldo Lugones” y gran premio de Honor de la Fundación Argentina de la Poesía. En 1986 fue incorporado en la Academia Argentina de Letras como miembro correspondiente. Fue socio de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) Central y Chaqueña. Fue un poeta , ensayista y crítico literario, egresado como Profesor en Letras por la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). Falleció en Resistencia, Provincia del Chaco, el 22 de noviembre de 1991. Fue un gran amigo de Guido Arnoldo Miranda. Su hija Delfina Veiravé es la actual Rectora de la Universidad Nacional del Nordeste. Su hijo Federico Veiravé es el actual Decano de la Facultad de Arte, Diseño y Ciencias de la Cultura. En homenaje a tan fructífera labor el 30 de octubre de 1992 se impuso el nombre de Alfredo Veirave a la Biblioteca Escolar del Complejo Educativo de nivel secundario- Bº San Cayetano.

El zamuu

La forma del Zamuu es tan ridícula como su nombre
dice Dobrizhoffer del palo borracho, o palo ebrio según los
españoles de la Real Academia: su tronco tiene un aspecto extraño es ancho como
un barril en el centro es redondo como la cintura de Ayesha
embarazada y teme al agua en contraposición con
Claudia que se baña
a la madrugada, y luego se
vuelve a la cama con otras virtudes femeninas adictas a la prolijidad
de la higiene o esta servidumbre finisima de su belleza recuperada;
y con sus espinas se puede, machacándolas, curar los ojos
enfermos de los enamorados,
o de los abipones, cuando regresan de la cacería en los
altos caballos como venados,
justo en la hora en que se la ve llegar
entre las flores del zamuhu, el yuchán panzudo o el palo borracho
según los distintos nombres que nosotros los paracuarios le
hemos puesto a estos árboles iguales a
mujeres (jóvenes) embarazadas por el viento de nuestra pasión cuaternaria;
nuestra exclusiva cuenta regresiva de almanaques mal llevados
y algunas lluvias intermitentes pero frecuentes que tienen de la virtud de
hacernos preguntar bajo las frondas de las palmas
¿dónde estás ahora? ¿en qué movimiento del anillo de estos árboles
concéntricos estás despertando esas bellas tormentas de
pasión que
mitigaban mi vejez y la de
Ovidio Nason, experto en cosméticas romanas
pero desconocedor rarísimo de otras plantas o árboles americanos, como
este zamuhu o palo borracho entre cuyas flores ebrias de orquídeas
hubiera querido abrir tu boca semejante a la de aquella actriz francesa o
simplemente para escándalo de los inspectores municipales,
grabar tu nombre en el árbol y con sus espinas y con sus hojas
hervidas hacerme un remedio
para no ver el momento en que nuestras naciones cayeron conquistadas
y para no ver el momento en que me dijiste
con absoluta naturalidad
que nuestro amor se había terminado. Me vengué entonces diciendo que
tus frutas eran arrugadas como zapallos que tu cuerpo
era redondo como el palo borracho que tus flores eran
fáciles de secar eran pasajeras eran marchitables y por qué no, feas,
y hubiera podido seguir diciendo muchas cosas tristes del samuhi
si no hubiera sido que hoy otra vez me llamaste en la puerta del Museo
de Ciencias Naturales,
y al abrazarnos sentimos que habíamos vuelto a
encontrar el centro del mundo y que en ese paraíso
había un árbol redondo de cuyo vientre manarían los peces de tu cuerpo.

Puntos luminosos

Podrías creer que el arte es como un espejo
sobre la superficie del pulgar que gira
pequeño entre ideogramas luminosos
pero los gatos
sentados entre las piernas de las hermosas
modelos te contradicen.

Ellos son un tema general abstractos como las abejas
en la lluvia como las catástrofes submarinas
el cabello de Odiseo sobre la arena
enumeraciones que no alcanzan jamás la concentración:
esa sabiduría visual de transformarnos
en puntos luminosos
dispersos dolores en la punta del pulmón
que nada tiene que ver con la concentración de la historia.

El próximo eclipse se producirá dentro de 360 años

Esta vez lo vimos sobre la ruta
entre palmeras negras que oscilaron levemente
sus duras hojas enhiestas
al oscurecer
opacamente, en la mañana del año mil novecientos
sesenta y seis.
Yo tenía dos hijos pequeños, una mujer rubia, una
casa en el norte
y una confusa marea de sentimientos que nos unían al
mundo. Mariposas apasionadas
en el fondo del pecho, oscuras como tordos
dormían en su anillo de silencio.
Los chicos corrían frente a la máquina
fotográfica que utilizaba el padre
angustiado y despierto frente al tiempo, pero
todo será inútil. El próximo eclipse se producirá
dentro sesenta años y allí no quedará
de ellos, de mí, de las mariposas azules muertas
en el trópico
ni un destello, ni una palmera, ni un recuerdo, ni un
zorzal frente al río.

¿Comprenderán ahora lo que cuesta pararse
encima de la curva del equinoccio lejano?
¿Comprenden ahora lo que duele
mirar el país como si fuera una vieja hoja de gomero
que puede apretarse en la mano, o mirar al sol
cuando la luna lo enfría de golpe y sombras frías
como tumbas caen entre los niños y los cohetes?
Comprendimos ahora el pavor de estar ya
mirándose desde el lado oscuro
de ese sol negro
desde el sueño de unas fotografías
amarillentas, desde un polvo que tuvo sus rostros,
sus huesos.
Aquí la primavera ese año fue un poco fría
y la monogamia comenzaba a extinguirse sin protestas,
es cierto, pero saliendo por la ruta pavimentada
fuera de las ciudades, todavía los
caballos movían sus crines libres y las palmeras
crecían como ajenas al movimiento del planeta.
Quiero decir que había lámparas
en algunas casas todavía
donde nadie observaba las constelaciones con temor
o creía haber salido de la sombra del patio materno.
Había multitudes
que ignoraban que ese momento
tenuemente elaborado por
la inconsciencia de cada uno
no volvería ya más hasta después
de trescientos sesenta años de eclipse solar
que en medio de la mañana provocó algunos
temores en los animales del monte.

Los chicos corrieron entre la luz y la sombra
almorzamos luego con felicidad en el campo.

Mi casa es una parte del universo

Los que la vieron dicen que la tierra
es una esfera en el espacio, un planeta
más bien pequeño
del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.
Yo no lo dudo porque he visto fotografías
y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.
Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar
también mi casa es una parte del universo.
Cómo no serlo si en el patio del fondo
hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos
bajo la tierra
aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo
el olor de los helechos contra la pared
la cara de Delfina o Federico entre los árboles
y aquel canario que se nos voló de noche.

Vestido folk

Ajeno a las modas de los vestidos de Alemania o de Francia
desconocedor superficial de lo que se usa en esta temporada
no pude dejar de caer rendido a tus pies desnudos
cuando te vi esta mañana con esa blusa folk
calcada de dibujos aztecas llena de flores
de la guerra de los antiguos mexicas o quizá
con esos pájaros azules que volaban sobre
los volcanes de Guatemala pero allí,
atada levemente a tu cintura
ese huipil ese canoro blanco ese bordado de la
era manual alcanzó en mis retinas y en mi pecho
dolorido el nivel de un terremoto de ternuras
simplemente porque debajo de él cabían unos
pechos altos como volcanes y más abajo
una desnudez de océanos no pacíficos solamente comparables con
los colores de sombra de los bananeros tropicales
y con aquellas algas olorosas que enloquecían a Drácula.

Nunca más

Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán a la plaza
a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas)
de las tipas asustadas; nunca más los bastones
golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren
bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos; nunca más estas flores
de lapachos temblarán en la noche su color rosáceo al oír los aullidos;
nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano
en el subsuelo de la madrugada.
Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales
de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos
o las bocas del cuerpo / las convulsiones de la electricidad violenta;
(nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila
y azul que oyeron solamente los jacarandaes florecidos de la plaza)
¿Solamente?
¿Nunca más? No lo sé
porque hoy he visto a un tigre de Bengala correr a una gacela por la
llanura, a una boa constrictora devorar a una ranita saltarina,
a una araña correr sobre la tela al oír un zumbido.