Poemas:
POETA EN EL EDÉN
No, Señor,
nunca huiré del Paraíso, tengo en mí
la leche eterna de los padres y los hijos,
y escribo poemas para la nostalgia.
No, Señor,
nunca seguiré el rumbo imprudente
de los cuatro ríos, el que impele a los nautas
hacia el mar de monstruosas criaturas.
Habían podado las ramas de oro
que brillaban en el árbol de la vida.
Y ahora me llaman como almas.
No, Señor,
nunca comeré del árbol prohibido.
Apreté tantas veces en mi mano
las frutas suculentas. Aspiro
los perfumes seductores,
—Et d´autres, corrompus, riches et triomphants—
Nada sabes de mis íntimos
paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas
húmedas y turgentes
para que sigas modelando al mundo
mientras duermo.
Soy un niño inmenso
escribiendo dócilmente en el barro del Edén.
Tengo un muñeco de porcelana blanca.
Balbucea.
VERSO OCIOSO
Combino con distancia y con recuerdo,
existo poco y mal en el presente.
Vengo de lejos, pero sólo en sueños,
de cerca mi presencia se disuelve.
El sol que me ilumina es de topacio,
y en mi carta la luna es de papel
en áspero cuadrado con el astro
más opaco: mis tonos son pastel.
Escribo versos en endecasílabos
los días lluviosos (como es hoy) y llego
casi al presente donde me deslizo
recto hacia atrás en busca de sosiego.
Visto de cerca yo me desvanezco.
¿Música en mí? Sólo de las esferas.
Por la línea del tiempo huyo del duelo
de ese abismo en el hoy que nos acecha.
Lo aprendí en el camino del exilio:
duele el país real de la memoria
y nace como un hongo en otro sitio,
envenenado y que también acosa.
Y por eso hoy combino con distancia.
Cuando casi estoy vivo casi muero,
y casi escribo, torpe de añoranza,
un verso ocioso, ausente y con defectos.
ABURRIMIENTO
Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos.
Me limo con esmero
las uñas de los pies.
Tengo mala salud
y he sido mal amante.
Soy muy mediano en versos:
nunca entré en el Edén
(ni en las antologías,
uruguayas al menos).
Para pasar el tiempo
puedo hablar de dolencias,
mi carné de salud
es de los veinte años.
“Altura: uno noventa,
Peso: setenta quilos”.
La foto en blanco y negro
es de un muchacho díscolo.
(Siempre me voy de tema
cuando hablo del amor)
Los hombres que me amaron,
con excepción de uno,
no tuvieron glamour
ni dejaron recuerdos
de mayor importancia.
Yo mismo -digo yo-,
de los muchos que fui
no quedará uno sólo.
(Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos)
Soy sólo pensamiento
perdido en un jardín
que sueña ser Edén.
Sé que un mono me observa,
está sobre una rama.
Es eterno, calculo.
Y mientras, yo me aburro.
GULA
Porque amo y porque admiro yo devoro.
¿Los otros no acumulan libros, mapas,
sellos, muñecos, fotos sin decoro,
amuletos, santos de porcelana?
No soy mero glotón que por su inri
consume en alimentos toneladas
ni soy el sibarita inverosímil
buscando una delicia innominada.
Mi deseo es el mundo en mis entrañas,
ostras vivas crispadas al limón,
el verde deslizarse de las plantas,
los peces venenosos del Japón.
Trago la selva en cada fina hierba
y se me entrega dócil un antílope:
de noche en el regusto de una cena
me apodero del sol en la planicie.
Quiero que el centro de mi cuerpo sea
túnel del mundo y fluya en él la vida.
La obra de Dios se expulsa en polvareda
pero antes la ensalivo y me acaricia.
Desamparado y vil, tan breve el cuerpo,
no busco el alimento, busco paz,
por dentro estoy vacío y es obeso
el pecador, el goce y el manjar.
DESAYUNO EN SANTO DOMINGO
Ahoga el viento caliente
la noche grávida de Santo Domingo.
Abrí las ventanas para dibujar
mi silueta irreal contra la madrugada,
soy transparente como la espera
del estallar del día. Austero
el desayuno, huevo a la copa,
hirviente el café amargo.
Y entonces vi la exacta
pinta carmesí sobre la yema.
En la bahía el sol en trance
para nacer del mar, la galladura
en el huevo sideral.
Trago la yema tibia
con su promesa roja, mi parte
de sol mientras ardo en el café instantáneo
y nazco una mañana más
hasta el final abrupto.
SANTO DOMINGO MULATO
La Iglesia y la Cárcel Real bajo la luna,
souvenirs de la Conquista, espectros íntimos
del siglo XVI en la Hispaniola.
El me esperó tras el Alcázar de Colón
con el viejo walkman al oído
y una flor de caoba para la suerte.
Apresé su carne
y su alma
en mi boca,
mi hostia
sucia y sagrada.
Después me fui por la calle del Conde,
limpias las comisuras de los labios.
Un tambor escapaba del centro de la isla.
LUJURIA
La chair est triste, hélas, pero ¿y la fantasía?,
¿y es mental un pecado si usamos los sentidos?
Por los nueve agujeros del cuerpo, como un guía,
un vértigo fue abriendo las llaves del alivio.
No es el apelo mudo de la especie en el tiempo
que nos habla de lejos como de un deber último.
Ese goce no tiene ni locura ni exceso,
es el dios de los hijos, el secreto del mundo.
A ti, vieja lujuria, te cometí tan poco
y tanto algunas veces, fui más allá del sexo.
Hubo hombres que me amaron, y el amor no es vicioso,
pero a ti te entregué la otra faz del deseo
donde se desvanecen Actos contra naturam
(cuando yo me perdía en las nalgas de Eros)
y hoy palpo en tus palabras -concupiscencia impúdica-
y mi vicio más íntimo acaba en desenfreno.
VIENTO DEL MAR
Está bien, ganó el viento. Ahora digamos
que he caminado por Montevideo
y hoy llego en sueños a la calle Jackson
esquina Durazno, el portal es ciego.
Portal sin puerta para que entre Alfredo,
y a cielo abierto el corredor, me espera
la humedad de una pieza donde puedo
ver la muerte peinando sus muñecas.
Unos en otros se encajan mis huesos
como recuerdos quebradizos, nombres
para tantear, medir si son espectros
Roque y Esther, Graciela, Juan o Jorge.
Está bien, ganó el viento (siempre gana),
no habrá más preguntas al Ubi sunt.
Una gaviota grazna, está extraviada,
y no sé si soy sombra u hombre aún.
IMPUDICITIA
En mi lecho no has sido
el mejor de los amantes, Fabio,
ni has brillado en la guerra
ni en las cacerías.
Pero en el claro de luna
yo lamo el semen de la noche
en tu cuerpo de hombre joven.
Tú te dices poeta
y, aunque no me lo perdones,
Fabio, el poeta soy yo.
EL AVARO
Atesoro los bienes de este mundo
como prendas del otro que me espera.
Sé que mi dividendo es infecundo:
reboza desamparo mi cartera.
Sudo frío y me toman por astuto,
por desprecio persigo la riqueza.
Palpo en cada moneda el absoluto,
leo en la muerte como en un poema.
Y mido las palabras, cuento sílabas
como centavos o como minutos.
Almaceno los restos de la vida
(guardo una perla en mis dedos enjutos).
Es avidez, es ambición, codicia.
Y no es nada, es el miedo diminuto
de un Dios que en mí esconde su avaricia
y yo, inconcluso, ayuno y acumulo.
Por su culpa y su abuso yo calculo
los días que me faltan en la cuenta,
la incertidumbre de metal la cubro,
y sólo acopio huesos y promesas.
Biografía:
Alfredo Fressia. Nacido el 2 de agosto de 1948 en Montevideo, Alfredo Fressia fue un poeta de exilio y retorno, un tejedor de palabras que exploró los laberintos del deseo, la memoria y la identidad. Su voz, una de las más singulares de la poesía uruguaya contemporánea, creció entre versos de homoerotismo, cuerpos en tránsito y un lirismo contenido, pero nunca mudo. Maestro del lenguaje, también fue profesor y traductor, llevando la literatura más allá de las fronteras que la historia le impuso.
Formado como docente de Literatura y Francés, Fressia sufrió el golpe de la dictadura uruguaya en 1976, cuando fue destituido de su cátedra y obligado a buscar refugio en São Paulo. Allí, en una ciudad ajena que pronto hizo suya, continuó su labor de poeta y académico, dictando clases de literatura francesa y escribiendo con la nostalgia del que nunca deja del todo su tierra. Su obra, íntima y punzante, dialogó con los nombres mayores de la Generación del 60, como Circe Maia, Washington Benavides y Marosa di Giorgio, aunque con una impronta única, marcada por la exploración de la diversidad sexual y el erotismo.
Publicó su primer poemario en 1973, Un esqueleto azul y otra agonía, con versos que rompieron silencios en una época de represión, abordando con valentía el deseo masculino y el travestismo. Fue el primer poeta abiertamente gay de Uruguay en plasmar en su obra la complejidad de la identidad homosexual, un gesto de resistencia y belleza que continuó en sus libros posteriores. Desde el fin de la dictadura en 1985, dividió su vida entre Montevideo y São Paulo, regresando cada año a su ciudad natal, donde su voz poética siguió creciendo como una raíz que nunca se marchitó.
Más allá de la poesía, Fressia dejó su huella en el periodismo cultural, colaborando en medios de Uruguay, Brasil y México, y en la edición de la revista mexicana La Otra. Su labor como traductor trilingüe de poesía en español, portugués y francés lo convirtió en un puente entre lenguas, un mensajero de versos en distintas latitudes. En 2018, su ciudad natal lo reconoció como Ciudadano Ilustre de Montevideo y le otorgó el Premio Morosoli por su trayectoria, un homenaje en vida a quien siempre llevó a su tierra en la tinta de sus palabras.
Falleció en São Paulo el 7 de febrero de 2022, a los 73 años, víctima de un cáncer. Su legado, sin embargo, permanece intacto: la poesía de Alfredo Fressia sigue vibrando en cada verso, en cada página donde su voz resiste, resplandece y desafía el olvido.