Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Alcides Spelucín Vega

Alcides Alejandro Spelucín Vega (Ascope, La Libertad, Perú, 1895 – Bahía Blanca, Argentina, 1976) fue un notable poeta, educador y político peruano, considerado uno de los principales exponentes del modernismo tardío en la década de 1920. Su obra poética, aunque breve, es de una exquisita elaboración que captura la esencia de su época. Como político, fue uno de los fundadores y líderes del Partido Aprista, llegando a ser diputado y senador del Congreso de la República del Perú. Vivió una vida política turbulenta, marcada por persecuciones y exilios, siempre con una profunda preocupación social, especialmente por la situación de los campesinos del valle de Chicama. Desde 1948 hasta su muerte residió en Argentina, donde un colegio nacional en la provincia constitucional del Callao lleva su nombre en honor a su legado.

Nacido en la hacienda San Felipe, en el distrito de Ascope, Spelucín comenzó su educación en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, y continuó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Trujillo. Formó parte de la famosa «bohemia trujillana«, un grupo intelectual dirigido por José Eulogio Garrido y Antenor Orrego, que incluía a figuras como César Vallejo y Víctor Raúl Haya de la Torre. Spelucín colaboró en los diarios La Reforma y El Federal de Trujillo, donde comenzó a destacar como poeta. Vallejo, su gran amigo, lo describió como «un poeta extraño, y es todo una promesa».

En 1918, Spelucín realizó un breve viaje a La Habana y Nueva York, y al regresar al Perú, fundó y dirigió junto a Orrego el diario El Norte de Trujillo, que revitalizó la escena cultural de la región. En 1926, publicó su único poemario, El libro de la nave dorada, que recibió elogios por su calidad y lo estableció como el máximo exponente del modernismo tardío en Perú. Obtuvo un doctorado en Filosofía y Letras y se trasladó a Lima, donde se incorporó a la secretaría de la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos y colaboró en la revista Mundial.

Como miembro fundador del Partido Aprista, fue elegido diputado por La Libertad en 1931, pero la violenta oposición del partido contra el gobierno de Sánchez Cerro llevó a su desafuero y exilio en Colombia. Regresó clandestinamente al Perú en 1934, evadiendo la persecución policial durante años, y fue elegido senador en 1945. Sin embargo, el fallido levantamiento aprista en 1948 y el golpe de Estado de Manuel A. Odría lo obligaron nuevamente al exilio.

En Argentina, se incorporó al Instituto Tecnológico de Bahía Blanca, donde llegó a ser vicerrector. Falleció en 1976 en Bahía Blanca, dejando un legado literario y político significativo. Su único poemario, dedicado al mar y lleno de imágenes poéticas, sigue siendo una joya del modernismo tardío. Aunque su segundo poemario, Las paralelas sedientas, se perdió en una incursión policial, su contribución a la literatura y la política peruana perdura.

ELEGÍA DE LA «MUSARDINA»

A Juan M. Sotero

Medio deshecha, con su enorme boquete en el costado,
francamente es triste condición esa de la «Musardina».
¡Tirada allá, tan lejos, a toda ventolina,
como un pájaro herido al que nadie ha curado!
¡Porque para que la tengan así, como a un apestado,
a ella que fue leve como una ala marina,
mejor se está en el fondo, sobre la arena fina,
entre las algas suaves y el coral sonrosado!
¡La dejarán podrirse como a cosa inservible;
la robarán sus tablas para hacer combustible
los portuarios lobeznos y los viejos tatuados!…
¡Así se irá por siempre la pobre «Musardina»,
la que fuera tan leve como una ala marina,
y anidara en lejanos horizontes dorados!…

LA HORA INCREÍBLE

A Mario Spelucin

Raro instrumentos obsequian al viento
notas prohibidas e incomprensible….
!Es la medianoche! Dedos invisibles
han lanzado el disco del encantamiento.

Su cara de enferma, que el embrujamiento
de la luna ha dado gestos apacibles,
levanta mi ánima!…..! Y se oyen terribles
aullidos de perros que beben obsento!

!Palabras untadas de luz y armonía!…
!Gritos cabalísticos de honda poesía!…
!Caballos que piafan al soplo vernal!…

!Estatuas perdidas, jardines lontanos,
y la eucaristía de unas finas manos
sobre la fogata que arde en mi frontal!

LA HORA DE LA DESOLACIÓN

La cortina del cuarto tiene frío y tirita.
El viento entra con pasos capciosos de ladrón.
La luna es una concha llena de agua bendita,
Y mi alma ya no sabe de la santiguación.
Es tarde. Aún no duermo. ¡Hay algo que me incita
A no dormir en esta paterna habitación!
¡Yo no sé! Esta noche, en mí se han dado cita
Tantos viejos recuerdos, ¡que ya no hay extensión!
¡Y en esta alcoba muda que huele a cirio y rosa,
Hay aleteos de alma! Y una voz temblorosa,
-¡Quizá el silencio mismo!- arrastra una oración.
¡La vida que sonríe, al umbral se detiene!
¡Y hasta el oro fragante de la mañana tiene
Color de labios muertos en esta habitación!

LA HORA PENÚLTIMA

Serás, en esa tarde, como una puerta abierta,
Y a niños y a mancebos prometerás la entrada;
Pero huirán, como huyen de la vetusta rada
Los tiernos bergantines de arboladura experta.
Será un distante anhelo de lumbre tu mirada,
Y tus ojos opacas lagunas de agua muerta.
¡Tendrás la enjuta mueca de una casa desierta,
Y el viento del olvido te dirá su balada!
Será la hora maga en que los aposentos
Se embadurnan de sombra; en que pasan los vientos
Como esas largas colas de las abuelas muertas…
¡Todo tendrá un semblante presagioso de espera,
Y se oirá, por último, la palabra agorera
De ese algo sombrío que hay detrás de las puertas!