Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Alberto Sicilia Martínez

Alberto Sicilia Martínez. Poeta, profesor, promotor cultural y chofer de camiones del municipio Cabaiguán de la provincia Sancti Spíritus.

Alberto Sicilia Martínez apodado El poeta del camión, es un increíble escritor miembro de la UNEAC, que tiene por oficio el de chofer de un camión Chevrolet 58 verde (y por demás, conductor) que desde que recuerda, anda encaramado recorriendo la ciudad, en la actualidad centra sus viajes mayormente desde Cabaiguán hasta Cienfuegos, pasando antes por Villa Clara. Hombre de constitución fuerte y mirada sincera, ampliada por los cristales de aumento de los espejuelos que con frecuencia lo acompañan.

Este inspirado por el continuo bregar por las carreteras cubanas, manejando el camión verde real, muy cerca de su padre, con quien tiene una relación muy especial y el beber durante sus viajes de las tradiciones mas cubanas, mezclarlas con los símbolos universales han sido vital para su obra contribuyendo a entregarnos una fresca, diversa y armoniosa poesía.

Suma nona

Suma la pulcritud del verbo y de su lava.
El rumor vocea a las estrellas.
Ya para siempre sueña sólo
el martilleo al claribel de tu celaje,
como si fueras el misterio y el dichoso
y no el dichoso colgante,
el dichoso lamento,
el sin vida bañándose.
Porque hizo Dios los rituales,
adornos de la hierba y de la nieve
para investir al pobre con poderes.
La nieve soñada en la esquina
de Masó y Punta Llana
es arena bajo el sol de las canteras,
imagen carcelaria en Varadero.
Oh Varadero.
¿Varadero?

Suma el ritual entre las llamas,
el sueño de la multitud,
metálico doblando los tatuajes.

Un arabesco para la espalda muda,
sin más ceremonia que el pico
de la gallina ciega.
Cartas rotundas para agonizar
con la placidez de un hombre realizado
y varado
en la hora nona
de su edad.

La rueda

Es alto el equilibrio alto y ancho
en el espacio no tiene una barrera
La nada es algo
El pez que regresa a la orilla
es una zona limitada
El madero que es regresado al océano
tiene un signo desconocido
La muchacha que despeina mis cabellos
se pinta héroes en el vientre
con ceniza
El fuego anegado hierve en la nada
La nada es todo
En su espada penetra la carne de los héroes.

Es para ti, gertrudis macdowell, y tú lo sabes

J. JOYCE
En una pequeña rajadura puedes habitar,
en un mísero rayón,
en el Tokonoma envidiable
y hasta en José Lezama Lima.
Conforme con esto,
esta causa es principio
y este fin es azar.

No dudes, no prometas ni cumplas,
sólo voltea la palabra en tu lengua de estímulo.
Nada sabes de la quietud,
si no la explicas, no intentes contra ella.
No eres superior,
recibe la dosis de azafrán y calla.
Tus amigos están dentro de la pared
oyendo y murmurando.

La manzana es tu rostro y será atravesada.
Hacia la luz inclina la cara del gusano,
hacia la leve nostalgia del arquero.

Fundamentos

En el paseo, laureles enormes y nadie adivinando,
es de suponer que la ignorancia sea la donación final.
Con la piel humedecida y las maderas
el fuego no mostró lo que queríamos.
Removiendo con el gajo de laurel
y en las entrelíneas del remolino
la mentira del pasado.
Las lluvias que cantara Saint-John Perse
dan una mano al mago del milenio.
Pasos para detener a los tranvías
que no llegaron nunca a Cabaiguán.
Una ligera carrerita para alcanzar al centinela
con la promesa de la absolución.
Al año y desde Valencia llegaría el sacramento
para los futuros reclutas.
Un viaje prometedor se rompe
y el agua da otra vuelta.
Si el tiempo es admirar el delirio del sol
atravesando el aire en una playa
estoy lejos del tiempo,
en el Paseo Municipal
caído en un pantano
con el bastón quebrado.

Poema con dios

La arboladura vaga a la espalda del testigo.
El hombre se apoya en el bastón
presto a quebrarse,
pronto a la sublimación del golpe.
Como una madrépora, una lunabaja sumergida
entre ficciones brumosas y aldeas recién pintadas.
Magia o suerte de revelación
el poeta y yo rozamos frases hechas,
hechos como frases.
Rozamos el futuro del pájaro en vuelo
y el proyecto de ausencia sin espera.

Palabras, mis enemigas, atacan el último mar
y al primer amanecer del hombre.
Palabras, insinuaciones de un Dios desnudo
y vacilante.
Todo poder es oscuro y se pierde
en el tiempo de las deudas.
La privacidad se atreve con tu nombre
y el día y la noche tienen suaves contiendas
de amor y de odio.

Aquí están los opresores,
míralos en su vulgar pereza,
no nos dejan siquiera mencionarte.
Perdidos semejantes para ser encontrados
y distintos,
como niños normales
mirándonos el sexo sin lujuria.

Apetezco tu cuerpo, el cuerpo de la luz,
la resaca y el aire sin la noche,
porque un día vendrá
a repetir el trono recamado
de pezones triunfantes.

Dudamos ambos
en el silencio de los peces muertos,
de los muertos mudos en la indiferencia
y de la infinita palabra libertad.

Meditación en el cementerio

Tu mano es lo opuesto al fingimiento,
para ti la amistad debe ser como la fuente de Jacob,
en ella encuentras al redentor.
Él pregunta tu nombre en la lengua del agua
y tu respuesta es una obertura
de eficiente silencio sobre el fango.
Pero un amigo siempre modifica la inclinación,
agallas del verbo por donde el aire pasa vagabundo.
Conocedor de superficies,
el amigo teme el fondo de los sueños,
y te pide que inclines más el rostro
y que prefieras.
Pues queda para el rico escoger el metal de la venganza.
Y nosotros, dueños del imperio de las cabezas vanas,
dueños del vacío y de la gripe,
herederos de la hipertensión y el asma
escogemos el oro, siempre el oro.
Porque somos al final hombres de hueso,
el hueso que pierde la esperanza
y emerge cobrizo de la tierra
para aguardar la mano que los limpie.