Poemas:
Hondura del tiempo
Para cuando haya sucedido,
escribo este poema que tú ya lo conoces.
Pero qué importa lo que escuche ese día
si hoy a mi lado has dicho más,
más de lo que entonces podremos recordar.
De tanto, y de este juego que empezó en tu mirada,
y que aún no adivino cuándo aparecerá,
definitivamente, al margen de la estancia
que devora los maíces del sueño.
Para entendernos bastó cernir un poco el aire,
bastó recoger las luciérnagas del valle de tu miedo
y el cristal que se cimbra a tus pies
al refugiarse la noche de espaldas a nosotros;
también, acariciarle el rostro a aquella niña
que siempre sonreía,
concluir el enojo del parque
y tocar el arroyo del árbol que nos miraba tanto.
Al irnos pensé que ninguna enredadera
es capaz de estrangular su propia estrofa;
que es inútil pensé, mirar el calendario
después de ver el brillo de tus ojos,
que bien vale saber por qué renuncia el día
a su luz interminable,
y por qué, aun ida tú, nos queda claridad
tras de tus pasos, que amurallan mi pecho
como a un tambor extraño
descubierto en la magia de los alucinados.
Para cuando esto vaya al fin, sigue sin fecha…
Florencia y tu recuerdo
Lo he escrito en el mural
del agua, en la corteza del otoño,
en la oración de las colinas que perfila
el paisaje, en los puentes del Arno,
tantas veces, y aún sigo escribiendo,
en Florencia, tu recuerdo.
Si te dijera que en el fondo de mí
no deseo hacerlo,
si te dijera que cuando miro el cielo
y descubro tus ojos,
cierro los míos para no seguir viéndote,
si lo dijera, acaso tú,
sí, acaso me hablarías de olvido, del tiempo,
me hablarías con la misma tristeza de una noche
que besé tu mejilla para aprender tu nombre;
me hablarías sin saber que cuando estoy a oscuras,
te me vienes adentro e iluminas
el alma de las cosas que protejo del viento;
sin saber que cuando vanamente
intento separarme, quedar aislado,
es tan sólo, tan sólo para amarte de nuevo,
para empezar a amarte bajo el sol de Florencia.
Porque ahora, amor mío,
quiero decir el resto del recuerdo, quiero
decirte siempre, he de vivir el ocio
virginal del silencio. Si antes lo sabía?
No. No tenía respuesta;
pero han sido estas calles, estas piedras,
este cielo; ha sido lo que ahora está al alcance
de mis manos, que me volvió a la dicha de sentirme
en la vida, que me volvió a la entraña de
esta revelación
que contemplo y recojo de los árboles, del misterio
de una mujer que llora, del afán de un hombre que se va
hacia su trabajo, de la circulación de las estatuas,
del niño que cruza con su carrera alegre;
humanidad que tomo porque sé que tú y yo
estamos gozosa y tristemente en ellos,
que lo estuvimos siempre.
Y me quedo, amor, callado, pensando
en el océano que nos une;
pensando en el color que a esta hora
tendrá el verano en Lima;
pensando que tal vez he tenido este mundo
sin haberlo admirado.
Comprendes por qué no he de escribir tu recuerdo,
por qué cierro los ojos;
y es que estás a mi lado, junto a mí
aun cuando ignores que en mi corazón
tu recuerdo y Florencia tienen un solo nombre,
e ignores que en la noche, al sorprender tu imagen
digo: amor mío, estoy contigo.
Y callo herido de alegría.
Biografía:
Manuel Alberto Escobar Sambrano, nacido el 23 de octubre de 1929 en Lima, Perú, y fallecido en Framingham, Massachusetts, EE.UU., en 2000, fue un poeta, crítico literario, filólogo, lingüista y docente peruano de gran influencia en la cultura y la academia de su país.
Sus estudios lo llevaron a formarse en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde se destacó por su dedicación y pasión por las letras. Posteriormente, amplió su formación en universidades de Europa, especializándose en filología románica en la Universidad de Florencia y completando su formación en la Universidad de Madrid y la Universidad de Múnich, donde obtuvo su doctorado en 1958.
Como docente, Escobar dejó una huella imborrable en la Universidad de San Marcos, donde comenzó su carrera en 1958. Profesor en la Facultad de Letras, ocupó cátedras como Introducción a la Filología Románica, Interpretación de Textos Literarios y Teoría y Análisis Lingüísticos. Además, fundó el Centro de Investigaciones Lingüísticas y Antropológicas (CILA), contribuyendo al desarrollo de los estudios lingüísticos y literarios en el Perú. Su labor académica fue reconocida con el título de profesor emérito de San Marcos.
Escobar no solo se destacó en el ámbito académico, sino también en el ámbito de la producción literaria. Fue un prolífico autor, publicando una amplia variedad de obras que abarcan poesía, ensayos y antologías. Su obra “La serpiente de oro o el río de la vida” es considerada una de las joyas de la literatura peruana contemporánea, explorando temas profundos y universales con maestría y sensibilidad.
Además de su labor como escritor, Escobar fue un incansable promotor de la cultura peruana. Participó en la preparación y edición de gramáticas y diccionarios de quechua, contribuyendo a preservar y difundir la riqueza lingüística del país. Asimismo, fue miembro fundador del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL), demostrando su compromiso con la investigación y el estudio de la cultura peruana en un contexto internacional.
El legado de Alberto Escobar trasciende su vida, dejando una marca indeleble en la literatura y la academia peruana. Su pasión por las letras, su compromiso con la investigación y su profundo amor por su país lo convierten en una figura emblemática de la cultura peruana del siglo XX.