Poemas:
El primer hombre
El primer hombre
Que comparó a una mujer
Con una flor
Era un genio.
El segundo
Era un novísimo.
El tercer hombre
Descifró la batalla:
Los heridos se llamaban carabineros
Pues eran pobres.
Los hirientes se llamaban estudiantes
Pues eran delfines.
Reinaba, creo, Augusto.
Él , para más inri
No se escribía
Sino Pier y Páolo.
A saber
De qué lo flecharon.
Naturaleza muerta
Sobre coágulos de mármol las hilachas rojizas
Cuando el azúcar se desprende y muere
Al fondo de la taza de café de verano.
La cuchara de plata
El cigarrillo rubio
Yéndose lentamente
Azulada pavesa
Entre cenizas ralas y círculos de sopor
Yéndose.
Bajo la soledad de las maderas del salón milenario
En este reposo del mediodía
Ligeramente predispuesto a las palabras suaves
“Ángel azul
Festivales de amor plateada orla
De sueños”.
Dejó el líquido una red de espuma
En el borde de la taza disimulando aferrándose
El resbaladizo tiempo cristalino.
El ticket con el precio
El vaso de agua
Las cerillas
La mancha inmóvil calurosa empedernida
Muerta.
Me pegaría un tiro.
La palabra mas exacta
El rayo inclinado se posa en la palabra más exacta
Y de ella bebe y liba y evapora.
De espaldas a la luz de la ventana
Observo complaciente
La jerigonza lasciva de este rayo lenguaraz.
Caballo de buena boca
Secuestró de mi poema la palabra más exacta
Dejándolo desamparado
A la intemperie de los escalpelos.
Ven a mi lado, serena Gioconda
Y enséñame a leer en la diversidad.
Juntos veneremos al incansable Eros
Que con un solo beso de su rayo inclinado
Tanta luz regaló a mi poema
Despojándolo
De la belleza de la palabra más exacta.
Nueve rayas de tiza II
Se afanaría
Lo más posible en divertir.
Ni demasiado sentimiento
Ni tampoco palabras de dulzura en los labios.
Pasaría la tarde
Ensayándose solo, iría hasta tres veces
Frente al espejo, escucharía lentamente
Su voz
Alejándose, expatriada.
Mediada el alba, volvería a caer
Sobre la iridiscente lejanía
De la última tarde, paladeando
Categorías, usos
De aquellos que tenían en sus manos
Pocas palabras, demasiado oro.
E intentaría grabar
Como la cinta graba, como algo que viene
Envolviéndonos la piel.
Al fin, irremisiblemente
Extirparía entre las sábanas
Cuatro, cinco manchas de amor.
Nueve rayas de tiza V
Cuando en el siglo nueve
Un poeta en Calcidia
Escribió en las paredes de la cárcel
La palabra libertad
Recordé aquella mañana
En que estábamos solos, mirándonos, y el viento
Daba mucho más lejos
Allá donde las olas
En las suaves colinas de Síbaris.
Juré
Que ya nunca
Cuando una mano de hombre
Escribiera en las paredes la palabra libertad
Me sentiría solo
Y te miré a los ojos
Como si todavía fuera adolescente
Y juré
Que nadie perturbaría mi calma
A pesar de las olas
Y de estos momentos en que quisiera
Tenerte entre mis brazos por encima de todo.
Gritan allá lejos, escuchad
Para poder siquiera los dos acercarnos necesitaríamos
siglos de instantes como este instante.
Para que pudieran morir las aguas más sucias,
para que pudieran brotar las aguas más claras.
Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo
que cantaba ayer tarde y te ponía triste.
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja
en el momento cumbre, al desplegar los párpados.
El viento, el mar, las más bellas palabras
que pronuncia un hombre a la hora de morir.
El verte y el no verte. El deslizar los dedos
por las venas muertas de tus manos vivas.
Todo es vana poesía. Todo se ha convertido
en inútil deseo de un deseo de amor.
Para poder siquiera los dos acercarnos necesitaríamos
siglos de ternura como esta ternura.
Biografía:
Agustín Delgado García -o Jiménez- (León, 1941 – 2012), fue un poeta español. “Entrañable lobo estepario”, como le llamara en un artículo José-Miguel Ullán, su trayectoria se ha caracterizado por la disidencia y la radicalidad, al margen de escuelas. Estudió en las universidades de Comillas, Barcelona y Complutense. Doctor en Filología Románica, residió en Toulouse, París y Bruselas.