Pedro, regresa
“Solo existe un bebé hermoso en el mundo
y cada mamá lo tiene”
No sabes, Pedro, cuánto lamento que te hayas ido, y lo peor, que me pusieras en la disyuntiva terrible de elegir entre Pedrito y tú. Sé que al final recapacitarás y volverás a este, nuestro hogar, donde hemos pasado tanto juntos. Él está aquí, al lado mío y muy preocupado por ti. Fíjate si te quiere, que esta noche no salió a ese recorrido de siempre que, como sabes, es muy importante para su vida. Está aquí, en casa, esperando que respondas a nuestra llamada. Ojalá no se nos enferme como aquel día que estuvo casi en coma por la falta de alimento.
Pero Pedro, mi amor, ¿acaso no recuerdas lo que pasamos para tener un niño? ¿Cuántos intentos fallidos? Y mamá, con su impertinencia constante: sabes, Armanda, ayer parió Josefa. Sí, la vecinita de los altos. Un bebé tan lindo que está para comérselo. No sé lo que esperan tú y Pedro. No me van a dejar morir sin un nieto: así, todo el tiempo, hiriéndonos inocentemente, la pobre.
¿Cómo voy a entenderte? A lo mejor es porque desde el principio no te conté cómo me hice de Pedrito; pero creí que no era importante… ¿Te acuerdas del montecito aquel? Ese que está cerca del río Almendares. Estuve ahí aquella vez de los muertos… En eso te desobedecí, perdóname, nosotras las mujeres somos muy curiosas y la verdad es que no te creí lo de los cocodrilos que arrastraban a la gente. ¿Cocodrilos en el Almendares? ¡Quién se lo cree! Sí, ya sé que Cuco y Tirso se perdieron en el monte y después solo aparecieron sus ropas ensangrentadas; pero tú los conocías mejor que yo, de las francachelas aquellas de tu juventud, con los puntos que se calzaban esos dos… Cualquiera pudo matarlos y enterrarlos en el cementerio para que nunca aparecieran; o tal vez se ahogaron por esas borracheras descomunales que a cada rato se daban y los arrastró la corriente hasta mar afuera. Oye, que con la cantidad de tiburones en la costa, nunca queda nada. O mira, también pudieron irse en una lancha y hundirse, que estaban los dos loquitos por irse pa´l Norte y, bueno, con la cantidad de tiburones… pero eso ya te lo dije. Discúlpame, me fui algo del tema; ya estoy divagando como siempre dices.
El caso es que el día aquel, justo a las doce, con el sol rajando las piedras, quise descansar en aquel montecito un rato y, de paso, aprovechar y mirar el lugar donde encontraron las ropas manchadas de sangre. De pronto, oí llorar a un niño. Me asusté, por aquello de que los cocodrilos a veces lloran para atraer a sus presas. ¿Dónde leí eso? ¿Quiroga quizás? No obstante, me aproximé y lo vi. Estaba ahí, semienterrado entre dos montoncitos de cenizas. Sólo se veía su piernita izquierda, algo quemada. Lo cubrí con mi abrigo y me lo llevé a casa, para bañarlo.
Era tan chiquito, el pobre, y tenía tanta hambre que en cuanto le puse el pecho, comenzó a chupar desesperadamente. Al principio me hincó un poco, con sus dos colmillitos recién salidos y, la verdad, yo no sabía qué estaba chupando él; pero se ponía tranquilito y su piel cambiaba a rosadita, desde ese verde azulado y transparente que tiene casi siempre.
¿Recuerdas cuándo te lo enseñé? Estaba tan ilusionada porque algo me decía que podía quedarme con él. No era nada lindo, pero qué bebé lo es… Nacen morados, arrugados, con cara de llanto y poco pelo. Tú me llamaste la atención sobre los dos bultitos en la espalda y además dijiste que era imposible un bebé de ese tiempo con colmillos. Pero estabas igual de ilusionado, y enseguida lo llevamos a Seguridad Social. Tantos papeles y, por fin, el día que nos lo otorgaron legalmente. ¡Qué felicidad! Ya, y aunque no regresaras ahora, te agradeceré siempre lo que hiciste para poder adoptarlo.
Sé que no te gustó cuando abrió los ojos. Creo fue a ti al primero que vio, con los globos blancos translúcidos y esos irises plateados que no le han cambiado. ¡La cara de susto que pusiste! Puedes haber sentido que penetraba en tu mente, yo también lo sentí. Es una sensación fuerte, como tener tu alma al desnudo frente a un bebé que ni habla. Tampoco te hizo gracia cómo me fui poniendo yo, de flaca y amarillenta, con aquellos senos morados que apenas podías tocar, y dudabas que el niño estuviera lactando aunque yo te asegurara que sí. Es científico que las mujeres pueden amamantar sin haber estado embarazadas y yo tenía leche, aunque no mucha. Quizás por eso él se demoró tanto en crecer. Pero creció, ¡tú lo viste!, y eso es lo que importa.
Si analizas, su único problema ha sido la comida. Aún me duele recordar el día que lo obligaste a tragarse los trozos de bistec. Él solamente los chupaba y ponía a un lado en el plato; cierto que era muy desagradable el ruido que hacía, ese suuc, suuc… Pero tú fuiste muy duro y yo creí que se me moría. ¡Imagínate el rechazo que le hizo al alimento que le dábamos! Entonces empezó con lo de las ratas; pero qué iba a hacer yo, si él necesitaba alimentarse y, en un final, no las mataba frente a nosotros.
¿Qué no jugara al sol? Pero, Pedro, si con solo el resplandor se nos quemaba… Las veces que quisiste llevártelo al malecón a empinar papalotes, él estaba encantado de acompañarte; y era yo quien no lo dejaba, porque allí Pedro, no hay ni un techito seguro… Mira, él me está diciendo que hay un protector solar nuevo, que lo sacaron en las tiendas, a lo mejor va y puede acompañarte ahora. Yo no me opondría. También sé que una casa en el trópico, cerrada a cal y canto, no es muy aconsejable. ¡Y este año sí que ha hecho calor! Pero por los hijos hay que hacer cualquier sacrificio, ¿no? Además, García Márquez dice que es mejor cerrar de día y abrir de noche por lo de la brisa. ¿En qué libro fue? No me acuerdo bien; esta memoria mía tan mala, si hasta mi cumpleaños se me olvida.
Y hablando de cumpleaños… ¿dime si no la pasábamos bien? Claro, ningún niño quería venir a la casa porque Pedrito mordía —¡el trabajo que pasamos para quitarle esa manía! —, pero los hacíamos en familia y era muy bueno con solo nosotros tres. Lamento que las fotos nunca salieran, siempre se velaban los rollos; pero la culpa era de esa cámara vieja tuya, porque Rosario, la de mi trabajo, me prestó una digital de esas nuevas y ahí sí sale muy bien. Tengo como quinientas de esas. ¿Quieres que te envíe una para que veas que no miento? Yo creo que mejor es que vengas tú mismo a verlas.
Pedro, él se disculpa de que lo hayas visto volar en su cuarto, con aquellas enormes alas, como de murciélago. Era un secreto que tenía muy guardado; y la verdad no quiso asustarte, fuiste tú al entrar intempestivamente… Yo lo sabía ya, pero no quería decírtelo por eso mismo; para no espantarte. A él le dolió mucho que lo llamaras vampiro. Terrible palabra, porque se siente una persona viva, como tú y como yo. Los vampiros no pueden crecer, Pedro, ni se les pueden sacar fotos. Entiendo que, por lo de volar como los murciélagos, pudieras pensar que él era eso. También por lo de los colmillos y la sed de sangre. Pero Pedro, si él es nuestro regalo del cielo… ¿Quién quita que en vez de vampiro sea nuestro ángel? Yo lo veo así. ¿Podría llorar un vampiro como lo está haciendo ahora nuestro hijito? Por favor, si no por mí, al menos hazlo por él, que sufre mucho sin ti. Regresa Pedro.
Denis Álvarez Betancourt. La Habana, 1968. Narrador
Licenciado en Física por la Universidad de La Habana. Ha sido finalista en los concursos literarios: Arena de Ciencia Ficción y Fantasía 2007; Constantí 2009, Relatos de Familia; III Premio Cryptshow, Festival de Relatos de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción 2010 y Mabuya de Literatura Fantástica 2011. Obtuvo Mención en el Concurso Luis Rogelio Nogueras 2010, con el cuaderno de cuentos Llueven piedras, y ganó el Primer Premio en la categoría de Ciencia Ficción del Concurso Oscar Hurtado 2011, con el relato “Guido Persing quiere una niño”. Participa del Taller Literario Espacio Abierto. En la actualidad trabaja en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología.