Ordalías
ORDALÍAS I
A mi padre, Jorge, por todas las razones posibles
Me prometieron crisantemos y lirios /
no logro percibir la suspicacia que esta simulación reclama de mí /
solo recuerdo al insalvable perro de Encina
próximo a dentellar la mano que le da sentido
(Apenas me sirven estas calles / pálido tributo que en puñaladas de silencio/
Impongo a mi hijo para librarlo de aquellos sustos donde aprendí /
Que la muerte más sana es rehusar al evangelio de las armaduras)
He sido padre a regañadientes / temeroso de mis propias revueltas
Para no ser temeroso de Dios / ni calcinar la orilla que me despide
Con la misma devoción de una virgen cuando da su consentimiento /
Pero las promesas suelen devolvernos el miedo / ebriedad de aferrarse /
Y en ese hijo descubro el sentido / el perdón negado tres veces /
Sabiduría de abrirse a la embestida de nuestros cuervos /
(Apenas me alcanza esta tierra / su rabia terrible que impongo a despecho /
En urdimbres de crisantemos y lirios que develan la vanidad del trueque /
Y no logro intuir la suspicacia que esta simulación reclama de mí /
Solo recuerdo el ladrido previo a la mordedura).
ORDALÍAS VIII
A Nancita, por la liberación y el prende.
Cómo decir que ya no estamos
y esta presencia devolviéndonos la cortadura,
el rapto a medias, incabalgable
si aquellos nunca atreviesen el olivo
cuando te cierres al silencio,
a esa contemplación que sólo tendremos
si acaso llovieras sobre estas calles incendiadas.
“Piñol” lo supo, también al unísono
porque más allá del miedo trepidaba un compás de luz,
porque más allá del odio nos emboscaría la fe.
Cómo decir esta ausencia amordazada al despropósito
y nuestra avaricia devolviéndonos el rigor
que no es mercenario y tampoco maestranza,
y partir implica retornar al desamparo.
Entonces me aferro,
y la mujer que antes me ardía
no será nunca mitad de nada.
ORDALÍAS XII
Dice que Kurt Cobain se hizo mariposa entre sus senos
que no cruzó el Estigia:
ella estaba allí cuando al fin la canción fue posible.
Yo realmente escucho su desnudo
en lo otro sospecho la emboscada
el precipicio que rige esta tramoya al final de cada acto.
Entiendo poco esas asignaturas
su extraño vínculo con el orden y el desfile
y recuerdo el ateje que nunca tuvimos
y otras ausencias que nos lanzaron a la sed
al asombro de ser vencidos por los nudos corredizos.
Dice que Kurt Cobain se quitó la muerte entre sus piernas
que ella estaba allí y había ángeles y potestades.
En verdad escucho su inocencia
en lo otro me invento la astucia y el deseo.
ORDALÍAS XIII
A Eduard Encina, porque tal vez todo no sea más que un señuelo.
El abrigo del mendigo
es la única certitud
que esta ciudad ofrece a sus comensales.
(El poeta es simulación
donde la puta amortigua sus rodillas
y Dios
preside un abalorio de nostalgias)
Nuestro hijo deshoja esas catedrales de polvo,
pero no traficará sus miserias,
ni ostentará dolor como herencia o candelabro
cuando mamá cierre los senos y la fe.
Qué importa si es rabia
-palabra que arde
y su ceniza trasmutas en ebriedad.
(No habrá quien suponga los salmos
o dilapide memoriales
para sabernos mejores en esta jauría contra sí misma)
Qué importan los alcoholes invertidos, Eduard,
si el suicida aboca la palabra
y no emigra
—y permanece.
Sabe de estos arroyos que no calmarán sed alguna,
de la traición y el orgasmo
que una niña aprende a tejer,
del grito breve
justo para no olvidar que toda sentencia
es vanidad y pretensión.
La emboscada del mendigo
es la única certeza
que estos portales ofrecen como garantía.
Jorge Enrique Rodríguez Camejo. La Habana, 1973: Escritor. Promotor Cultural.
Director de Esquife, revista digital de Arte y Literatura (www.esquife.cult.cu). Director de la revista Movimiento (Agencia Cubana de Rap). Graduado de Curso para Promotores de la Actividad Cultural y de
curso para Instructores de Teatro. Ha publicado el cuaderno de poesía Límites (Extramuros 2008) y tiene en proceso editorial el cuaderno de poesía Apropiaciones indebidas (Reina del Mar Editores)