A veces pienso que debería escribir sobre O, aunque sólo sea para dejar constancia.
Cuando lo conocí estaba terriblemente hermoso, pero también terriblemente quieto en uno de los sillones del pasillo oeste mirando la puesta de sol, o cualquier otra cosa, y yo caminaba con el director del hospital que había decidido ofrecerme un recorrido por el lugar antes de que me instalara, o tal vez para convencerme de que lo hiciera, es un poco confuso.
No estaba segura. Un lugar habitado por fantasmas y ratas de laboratorio es lo más sobrecogedor del mundo. Sin embargo, aquella exhibición de criaturas de porcelana en los sillones estrambóticos y las camitas incómodas que inundaban ese pasillo acabaron por decidirme. Primero estaba O, hermoso y estático como un cuadro; después Wendy, una criatura de increíbles ojos color azul cobalto; luego Blancanieves (no hay necesidad de describirla): todo un espectáculo.
Me sentía casi en el Olimpo. Ni siquiera los bip bip lograron asustarme. Escucho el de las tres y quince, corro a inmunizar los fetos en los tubos de ensayo. Habrá otro a las tres y treinta, a las tres y cuarenta y cinco, y así en lo sucesivo cada quince minutos veinticuatro horas al día. Los bip bip no son nada monótonos. Son más bien torturantes y arrebatadores. Igual que O.
Es habitual que conversemos en los quince minutos del almuerzo. Hoy Janet me dice que el sexo aquí es un desastre, no es posible siquiera masturbarse con tan poco tiempo. Pero tiene sueños eróticos. Quiere contármelos. Tampoco puede terminar antes del bip bip y me quedo con una curiosidad cansada e irritante.
Harold se queja de que las criaturas apenas nos hablan, aunque los cuidamos como a obras de arte por dentro y por fuera: crema, fisioterapia, antibióticos, vitaminas, masajes, suplementos, antiácidos, terapia musical (no es que haya quedado mucha música, pero algo encontramos) y una dieta rica en pescado azul (hay pescado azul). Ayer Blancanieves —Verónica— se negó a comer y tuvimos que alimentarla por vía intravenosa. Está muy débil.
Esta mañana la máquina avisó que es domingo, día de pago. Janet fue la primera en llegar y teclear su código. La maquina computó bip bip contra bip bip, por bip bip menos bip bip y produjo la suma exacta. Todos creemos que es exacta. Resulta imposible llevar la cuenta. Habría que ser un genio y esos se extinguieron, como casi todo. Janet no estuvo de acuerdo con el resultado y empezó a patear el artefacto. Hubo que aguantarla. Nos pasa a todos cada cierto tiempo. Unos días de descanso en los sillones hace que todo vuelva a la normalidad. Después hasta bromeamos.
“La belleza debe ser agotadora”, pienso. Ellos yacen, existen como las flores (ya no hay flores), y nosotros revoloteamos como las abejas (tampoco hay abejas) alimentándolos como a bebés, extrayendo sus óvulos y espermatozoides para intentar obtener hermosas porcelanas in vitro, y recuperar lo que fue la raza humana. Las hembras ovulan regularmente varias veces al mes, con ayuda de hormonas que empiezan a afectar su salud. Ofelia se ha convertido en una especie de masa sin forma donde solo relucen sus ojos increíbles. Pocahontas ha perdido el cabello y la princesa de las nieves, Segurochka, parece a punto de derretirse.
El único hombre es O. Los espermatozoides se extraen mediante el mismo método de siempre, la estimulación de los genitales, pero su debilidad corporal apenas le permite una erección. Su órgano erecto mide siete pulgadas y requiere de una cantidad de sangre considerable. Debemos transfundirlo antes de intentar la masturbación. O es O negativo, de ahí lo de O. Yo también soy O negativo, por eso el director se esforzaba en convencerme de que me quedara, a pesar de estar seguro de que yo no tenía nada más que hacer. Como mi función es generar sangre y plasma para O, me alimento bien y uso sueros de glucosa. Tengo una aguja fija en la parte superior de lo que debería ser mi mano derecha. Pronto tendré que cambiarla para la izquierda o a un muslo, mis venas se han vuelto complicadas.
A nadie le agrada ocuparse de O porque está ahí, con esa mirada fría, y tan bello que asusta. Yo digo que tampoco me gusta, pero me lo llevo a pasear por los caminos de árboles calcinados donde empiezan a retoñar algunas ramitas de color violáceo.
Cuando estamos solos le cuento historias falsas, le hablo de la muñeca negra, de Blancanieves, de animales; me pongo unos guantes suaves de piel de conejo y lo acaricio, el mantiene los ojos cerrados. Mi voz es dulce, y tan bella como sería la de Ofelia si tuviera fuerzas para hablar. O se deja convencer por mi engaño. No sé cómo imagina a las mujeres que describo para él —cada día invento una— hasta que eyacula en la probeta de muestreo.
Ayer me dijo que quería tocarme. Luego recibí un bip bip fuera de tiempo del director. Encontraron otra O negativo, me dice. Deberíamos alternarnos. Le preocupa mi salud.
A la hora del almuerzo todos se alegran de que yo pueda encargarme de otra cosa y dejar de ser una donante permanente. Es una ocupación destructiva, comentan.
Hoy permití que O me tocara, y lo besé en la boca. Creo que no le gustó. Luego me masturbé tres veces seguidas y no hice caso de los bip bip. El director se puso furioso. Tendré que irme.
Salí al camino de las hierbitas violáceas y tuve una sensación de angustia en el pecho. Quiero regresar y pedir perdón, pero sé que dejarse tocar por las criaturas es algo inexcusable. Espero que O sobreviva y engendre para que pronto haya otra vez seres con dos brazos, dos piernas y sin estas escamas tan molestas en la piel. Bueno… hay otras clínicas. No sé si habrá otro O.
Quizás pueda hacer algo diferente. Si estuviera completa podría estar junto a O en un sillón de contención, ir a las plantaciones. De todas formas, repoblar es lo primero.
Siempre queda la opción de donar órganos… Aún tengo mis dos riñones… Debe haber otro O… Sí, seguramente.