NOSOTRAS
Despertamos con la invención acalambrada
y por un segundo
nos descubrimos
Mis manos son cortas para sujetar
las extremidades de pino seco
que se precipitan al colchón
Afuera
las personas pasan
fuman se tornan histéricas
mientras nosotras crujimos
como injertos de la madera
CUANDO LA VIDA HABITA EN EL CUERPO DE UNA MUJER
Clavas tus ojos en este cuerpo deshabitado
Dios parece caer para descansar en mi pecho
Es difícil querer vivir después de invernar en tus montañas
no volverán a besarme los tulipanes
que pasen los salmones las golondrinas
pero no pases tu inocencia.
Memorizo cada resguardo de tu cuerpo para regresar
aunque solo sea un espejismo en mí evocación
Este solo será un día nuestro día ya no existirán más
No mueras con el alba
y ampárame de morir pobre
Que tu aliento sea mío tuyas mis tetas
mi vientre y este cuerpo bañado de sudor
no durmamos
hagámonos eternas
ARQUITECTA
Se rompen los balcones tras la arquitectura de la tarde
bajo las nubes fracturas las alas para no emigrar a la cordura
Edificas los senos en la dócil saliva
mientras sepulto bajo mi espalda las piedras
que dejan sin equilibrio a las palomas
Tus manos diseñan lógicos espacios
espacios donde los hombres se desvanecen en la nada
SEIS MINUTOS
Por Jean Allen,
mujer negra que fallece en la prisión de McAlester,
seis minutos después de recibir una inyección letal
por el asesinato de su amante.
Mide la carne y cada recuerdo que en ella me llevo
los caminos ahora son pasillos
que me conducen al mismo patio infecundo
donde el sol hace florecer la escoria.
Mis decisiones
nunca pertenecieron a la razón
hace mucho fueron cercadas por el odio de las jaurías.
A nosotras el desprecio nos escupió en el rostro
entre barrotes aprendimos a vivir
en la oscuridad de los exilios
que sepultan gritos de culpa.
Ya no matizamos nuestro sexo
ni fantaseamos con el rocío.
La humedad es el llanto de la noche
corrompiendo las paredes de esta celda.
Nadie nace para matar pero aquí estoy:
mujer negra en la cárcel
mujer negra con las manos cubiertas de tu sangre
amante mía que has sido mi condena
esta sentencia a muerte
donde nuestro reencuentro está cerca
y veo a Dios quebrarse entre los hombres.
Para él es la última de mis sonrisas:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”*
* Lucas 23: 34
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