Narrativa

Noches de radio

Alta definición
Alta definición

—Buenas noches amantes del jazz: sean bienvenidos a esta, su revista radiofónica, Sonidos del ayer. Para amenizar la velada los dejo con Chano Pozo: Manteca

Pongo la canción y salgo de la cabina. Cada noche es lo mismo, de lunes a viernes de 11:00 pm a 5:00 am. Solo en una emisora llevando una revista cultural. Lo que tiene que hacer uno por amar el jazz. 

Las seis horas transcurren entre salidas al aire, canciones y espacios grabados, nada fuera de lo común. No sospechaba que ese día todo iba a cambiar. Al terminar fui al bar de la esquina, mientras los clientes tomaban el café del desayuno yo pedí un doble de ron, se quedaron atónitos —dispararse eso a estas horas de la mañana—. Seguí para mi casa escuchando a Nina Simone. Qué clase de voz tiene ella.

A esas horas los ómnibus vuelven a circular, las personas caminan como zombis con los ojos entreabiertos, las cafeterías se llenan. Cuando pasaba por frente a la sinagoga tropecé con un hombre. 

Era delgado, el pelo negro se arremolinaba de forma disparatada, como si nunca se hubiese peinado. Unos espejuelos de pasta se sostenían sobre una gran nariz. Tenía un gran parecido con Woody Allen, lo cual no pude evitar decirle después de disculparme. El me recalcó que no era el primero en darme cuenta. 

—Me llamo Zelig— dijo.

—Yo Daniel —contesté—. Zelig como el personaje de Allen.

—No creo, a mi padre no le gusta. 

Hablamos un rato ahí. Luego fuimos a desayunar a un café cercano. Intenté disimular mi sueño, pero creo que él lo notó. La familia de Zelig tenía una empresa discográfica de jazz en New York, era millonario. Estaba en Cuba buscando músicos para grabarles un disco. Yo era periodista de una emisora de radio, lo único que teníamos en común era el jazz.

Mis salidas con Zelig se hicieron frecuentes. Nos veíamos en bares o en cualquier sitio en el que pudiéramos hablar. La gente nos miraba como a bichos cuando conversábamos. Debía ser en verdad un tipo importante, nunca pagaba entradas. El primer día que fue a mi casa quedó impresionado con la decoración vintage. Miró las portadas de discos de vinilo en la pared, las ilustraciones de Masaguer, puso una moneda en la vitrola y comenzó a bailar mientras me contaba su historia.

—Yo conocí la música en la radio. A pesar de ser el negocio familiar nunca se hablaba de eso en casa. Cuando tenía 10 años mí tía me llevó al cine a ver la película Wild Man Blues. Era un documental y me pareció algo denso para un niño, pero me encantó la música. A partir de ese momento comencé a seguir a las emisoras de jazz en la radio. 

Yo amé esa historia. Ojalá que la mía hubiese sido así. Yo me tuve que fugar de casa para ver esa película. Y me escondía para oír el jazz, porque a mi padre no le gustaba.

Zelig era mi único amigo. Iba conmigo a la radio, me acompañaba en la noche, escribíamos los guiones, seleccionábamos la música. Se hizo asiduo visitante de mi casa. Conoció a mis vecinos, se quedaba a veces. En una ocasión me dijo que había visto a la muchacha de los bajos. 

—Sí, una delgada de pelo negro que vive en la primera planta. 

—¿Quién Fabiana? —Pregunté 

—Sí, esa. Estuvimos hablando ayer. Es muy sociable. Fui a su casa y tuvimos sexo. 

—Estás loco —grité— tiene solo 17 años.

—¿Qué tiene de malo? Ella quería. ¿A que a ti también te gusta? 

—Sí —le dije—. Estaba esperando a que cumpliera 18.

—Me adelanté —sonrió—. Yo y unos cuantos más, es espectacular en la cama. Sexmachine

No le dije en ningún momento, pero el día anterior tuve un sueño muy vívido en el que me acostaba con Fabiana.

Todo de Zelig me parecía interesante. Lo que hablaba, lo que hacía; en el fondo le tenía algo de envidia, pero lo admiraba. Quería ser como él, pero no podía, mis miedos no me dejaban. Un día se me ocurrió invitarlo a mi programa de radio. A él le gustó la idea y mi jefe aceptó, pero quiso estar ahí. Quería conocer a ese productor excéntrico norteamericano, que hablaba español sin acento y los temas no se le agotaban.

Cuando llegamos a la emisora mi jefe me saludó, pero ignoró a Zelig. No le estiró la mano. Entré a la cabina con mi invitado y comencé el programa.

—Buenas noches amantes del Jazz: sean bienvenidos a esta, su revista radiofónica, Sonidos del ayer. Hoy les tengo una sorpresa. Un Productor de Jazz norteamericano nos acompaña en el programa. Zelig, quien es dueño de una discográfica en Nueva York. 

—Buenas noches, queridos oyentes. Para mí es un placer poder compartir con ustedes…

En ese momento vi como el cartel de “Al aire” se apagó. Mi jefe puso una canción de Louis Armstrong y me gritó a través del intercomunicador.  

—¿Tú eres imbécil? ¿Qué coño haces? ¿Por qué te mueves de un asiento a otro y cambias de voces? ¿Es más, dónde está tu invitado? 

En ese momento miré a Zelig, quien hizo un gesto de resignación y desapareció ante mis ojos.

Alta definición – Ernesto Lahens Soto

Ernesto Lahens Soto. Cuba, 1996.

Estudia quinto año de la carrera de periodismo en la Facultad de Comunicación, de la Universidad de La Habana. De 2018 al 2019 escribió y condujo la sección Rock&Top del programa Melomanía de Radio Ciudad de La Habana. Colaborador en Cubadebate, Cubahora, Somos Jóvenes, AM: PM Magazine, incursionando en el periodismo narrativo. Del 10 de agosto al 10 de septiembre de 2019 realizó una exposición personal de fotografía documental en la Galería Mariano Rodríguez de la Villa Panamericana. Ganador de la Competencia Anual de la séptima temporada del programa La Neurona Intranquila.