Naturaleza muerta con Lezama
El gordo se sienta con un tabaco en la puerta de su casa y la gente lo saluda con un “quéhaydonlezama”, él mira y devuelve el gesto. Es tan infeliz como yo, tiene cara de no conocer el sexo. La comida sí que le gusta, dicen que en las fondas les pide las sobras a los comensales de las mesas vecinas.
El gordo recibe visitas del flaco, uno de espejuelos, sombrilla negra y ropa negra, que se ríe malicioso y tiene un gesto burlón para todo.
El gordo y el flaco me han comparado con un personaje de Franz Kafka, un artista del hambre, y eso me agrada. Dicen que harán un cuento o una obra de teatro basados en mi experiencia, cada día les relato cosas, actividad que realizamos en los bancos del vecino Paseo del Prado.
La única comida que nos acompaña en esas tertulias es una taza de café que compra Antón, un joven poeta que admira al flaco.
Antón está prohibido, no le publican ni una línea en un rollo de papel sanitario.
El gordo se ríe y masca un cabo de tabaco, lo escupe y el trozo de mascada va a dar a los pies de uno de los leones del Prado.
Naturaleza muerta con Lezama, ha dicho el flaco.
Los tres se ríen y yo no entiendo de qué.
Antón se pone a hablar de un tal Arenas o Arinas, qué sé yo, quien anda perdido de la ciudad, se especula que vive en lo profundo del bosque del Parque Lenin y se alimenta por las noches en un merendero de mala muerte, vive a base de pan con picadillo patitieso y refresco caliente.
Me gusta quedarme con ellos hasta tarde, cuando pasa la patrulla que llama al flaco y a Antón. Un policía con la gorra virada los mira de arriba abajo y les dice que anden lilo. Luego el carro se va a todo meter.
A esa hora ya el gordo recuerda que tiene que escribir sobre mi vida, para publicarlo todo en esa revista que nadie lee ni conoce.
Antón dice que hay ejemplares en la biblioteca nacional y en el despacho del ministro, pero que ningún trabajador de cultura está autorizado a leer o divulgar los contenidos.
Me imagino en las páginas de ese folletín con mi cara de viejo fumador, protagónico de historias donde lo maravilloso se une a lo macabro.
El gordo ha dicho que no me preocupe, que ya habló con Feo. Feo es un feo que vive en otro reparto y que se ocupa de almacenar paquetes de hojas y de venir semanalmente a visitar la casa del gordo, con un “qué hay”. Imagino que se trata de alguna contraseña, seguro perseguida por el patrullero de la gorra virada, imagino al gordo, al flaco, a Feo y Antón en una celda llena de bugarrones de la raza negra. Los imagino y hasta me parece surrealista.
Deberíamos hacer algo para dejarnos atrapar, sólo por joder una noche, ha dicho el flaco, siempre en ánimo de burla.
Coño, no jeringues Virgilio, mira que después lo marcan a uno y tendremos que seguir viviendo a base de tacitas de café. Antón se muestra cauteloso, por primera vez.
Pues yo sí tengo tremendas ganas de joder, intervino el gordo, que nunca baja de peso, para sorpresa de los demás vecinos de la calle Trocadero. Me gustaría escribir un soneto barroco sobre las cárceles habaneras.
De ahí vamos al Palacio del Segundo Cabo, donde hay la presentación de un libro, para sorpresa nuestra se trata de Paradiso, la gran novela escrita por el gordo. La gente se aglomera en la entrada y sacude la verja, se arrancan los pedazos y se muerden. Gritan ¡Paradiso, Paradiso! Dos guardias orientales con palos en las manos contienen la multitud y un exgay (ahora funcionario de Cultura) pide calma con unos gemidos que se deshacen.
El gordo, sorprendido por la popularidad de su obra, dice que él es el autor, pero nadie le cree, le dan un codazo y un empujón. Gordo pájaro, grita alguien despectivamente, vete a pajarear.
Lezama se detiene ante el listado de precios, no puede comprar su propio libro, que cuesta sesenta pesos cubanos. Metemos las cabezas en una rendija de la puerta del Palacio y vemos adentro a una figura parecida al gordo, pero apócrifa, que firma los ejemplares como si fuese el autor.
El flaco ha dicho que el gordo de adentro es un doble maléfico, como aquellos que tanto abundan en el folclore europeo.
Nos vamos de Palacio, tomamos una calle oscura, donde no hay ni un alma, sólo vemos un carro de los años cincuenta que viene a todo meter. Se detiene delante de nosotros y un gordito de espejuelos pregunta la dirección de la sede de la revista Carteles, es que ha escrito una crítica cinematográfica y quiere publicarla rápidamente. El tipo dice llamarse G.Caín.
La crítica versa sobre diferentes películas, pero termina con una sobre un mendigo que conoce a un grupo de autores prohibidos y entra en el campo de la gran cultura, por la puerta trasera.
Caín dice que viene de una recepción en el Hotel Nacional, donde el director de la peli, un tal Tabío, firmó el contrato para filmar con Marlon Brando en el papel protagónico. El auto se pierde calle abajo y Lezama escupe otro pedazo de tabaco, ahora nos dirigimos al Malecón.
El tema de hacer un número de la revista dedicado a mis vivencias surge de nuevo, el flaco dice que lo mejor es una representación teatral, llena de absurdo, donde la gente no sepa ni qué pensar. El gordo aboga por dos vías, la factura a través de la imagen y el soneto.
Antón ha señalado hacia la calle y vemos pasar al Chino, le gritamos, pero sigue, dobla y se pierde. Trabaja en una fábrica de acero y está acusado de veinte cosas.
El flaco dice que hay dos chinos, uno maléfico y otro benéfico. Nadie sabe cuál es el original, por eso los dos cumplen condena en forma de trabajos forzados, se alternan los días que deben ir a la fábrica.
Ya el Chino no escribe, lo último que se supo de su obra es que hizo un cuento sobre cómo un grupo de autores se ven identificados con la vida de un mendigo habanero y ello se transforma en una metáfora.
El flaco retoma el tema de la revista y Antón pide cautela a la hora de publicar, porque si no estarían eternamente a base de tacitas de café.
Una idea del gordo nos sobresalta y le vemos un brillo en los ojos, ir a ver una curandera, consultar a los muertos a través del espiritismo, predecir qué pasará con nosotros, saber si alguna vez saldremos a flote.
El flaco dice que sí, que conoce una tipa amiga de Barnet el folclorista, una negra gorda que vive al cruzar el Malecón, a dos cuadras.
La casa está negra como la negra, el tizne llega al techo y todo es una costra prieta que cubre los altares y los collares. Una imagen de Fernando Ortiz se puede ver en lo alto.
Iniciada la sesión, aparecen varios espíritus: Martí, Julián del Casal, José María Heredia, Silvestre de Balboa. Pero no dicen nada, sólo el nombre. También aparecen Lezama Lima y Virgilio Piñera. El gordo y el flaco palidecen de terror y dicen que quieren irse.
Nos vamos, la calle se estira ante nosotros. Vemos, a lo lejos, el balcón de la casa de la espiritista, está apagado, sólo una vela ilumina los altares y los santos. Ante nosotros está la Habana, una ciudad de infantes difuntos.
El mismo carro de los años cincuenta pasa de largo, da dos vueltas a la manzana y se detiene de nuevo junto al grupo. G. Caín dice que la revista Carteles ya no existe, que quiere irse, pirarse, que se va para Bélgica de embajador cultural, que vivirá en Londres. Pisa el acelerador, el carro sale como un bólido y cae en el agua, se transforma en lancha rápida.
Flaco, gordo y Antón entienden q
ue nadie filmará la peli sobre el mendigo y los escritores, que Tabío ya no existe, ni Marlon Brando existe, ni existe siquiera el Hotel Nacional.
Lezama escupe un trozo de tabaco.
A lo lejos, en Palacio, otro Lezama fuma otro tabaco y firma quizás otro Paradiso.
El pesimismo nos encierra en círculos nocturnos. Hay apagón y nuestra negrura se confunde con la negrura de la ciudad.
Flaco retoma el tema de publicar una revista con mis vivencias.
Mauricio Escuela. San Juan de los Remedios, Villa Clara, 1988
Licenciado en Periodismo por la Universidad Marta Abreu de Las Villas en el año 2012. Graduado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso de La Habana en 2009. Ha ejercido el periodismo a través de la radio, la televisión y la prensa impresa nacional. También es narrador, ensayista y poeta. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz, con textos publicados en diversas antologías en el interior de Cuba. Profesor de Filosofía de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, especializado en Historia de la Filosofía.