Artículos

A propósito del kindle

Mi Biblioteca de Alejandría

No soy la feliz —o infeliz— poseedora de ese “aparatico para” leer. Lo mío llegó a costa de préstamo. Es decir, a la Biblioteca Pública de la ciudad de Almería llegaron, o “asignaron”, unos cuantos de estos soportes electrónicos, y, parodiando a Galileo, había que darles movimiento, pero sobre todo publicidad. Vaya, que lo utilizaran todos los usuarios de la Biblioteca en cuestión, que comenzaran las filas y más filas de usuarios reclamando su soporte, al menos para sentirse digitalmente felices durante el corto período de un mes, el tiempo de préstamo en cuestión para estos aparatos. Y el “afortunado” grupo de primerizos designados para el experimento fueron los felices y relajados integrantes del Club de Lectura de la Biblioteca. Así que a fuer de aceptar lo inevitable, o la opción de leer en papel impreso, lo que ya no era uno sino varios libros del mes, mientras mis compañeros avanzaban en sus lecturas digitales, recogí mi novedosa “asignación” y marché a casa con la protesta y el pataleo por lo bajo del niño que sencillamente quería el mismo helado de siempre.

En principio no sabía ni en qué lugar de la casa colocarle. Me parecía débil, contradictoriamente mucho más que un libro. La ausencia de una portada colorida o de un lomo anunciando futuros días de placer durante su recorrido, en el caso de un libro hecho y, mejor que derecho, impreso, me provocaron dejarle abandonado al menos por una semana. Al cabo de esta y bajo la presión del encuentro del Club de Lectores para comentar lo leído me lancé en su búsqueda.

No fue amor de nada, más bien rechazo a primera vista. Lo tomé en mis manos como si de un animalito demasiado raro para ser real se tratara y husmeé en su interior hasta lograr avanzar en las primeras páginas de uno de los cuatro libros a leer. Varios fueron los días en que apagaba o encendía solo para familiarizarme con él, y volvía a abandonarle. Varios los momentos en que saqué cálculo del valor a reponer en caso de que mi insistencia en la exploración digital naufragara en rotura del aparato y lo peor, sin haber leído nada.

Lo primero que extrañaba, y esta es una lista que engrosará las bondades ya mencionadas por Rafael, era que no podía olerlo, o sí podía hacerlo pero nada tenía que ver con lo que “huele” un libro, su papel, sus páginas y el tiempo en ellas, pasado o por venir. Incluso el olor del lugar o la ciudad donde lo has adquirido, o la memoria de quienes pueden haberlo hecho llegar hasta ti. He tenido esas vivencias a partir de tan solo hojear un libro….qué felices éramos los “viejos” lectores.

Al kindle o ebook, para acabar de llamarle por su nombre, o libro electrónico como castizamente le identifican los españoles, no podía doblarle sus hojas o como hacemos con esos ejemplares ya casi de la familia, subrayarle argumentos poderosos o hacer anotaciones en los costados de sus páginas. Lo de pasar las páginas se reduce a un gesto de imitación del acto de leer un libro en papel: deslizar el dedo por las zonas superior o inferior de la pantalla hacia atrás o hacia adelante —esto lo descubrí por casualidad—, accionar sus botones o hacer una marca en una de sus esquinas. La primera variante fue la que adopté desde el principio. Las otras me siguen pareciendo una traición. Por lo demás la memoria táctil y esa historia personal que llamamos aprendizaje me jugó una mala pasada. En varias ocasiones sorprendí mis dedos índice y pulgar derechos palpando de manera automática y delicada la esquina superior del kindle al terminar de leer la página en que me encontraba.

La opción de colocar entre sus páginas flores o marcadores, papelitos con teléfonos o direcciones que alguien te ha dado y luego vienes a encontrar pasado el tiempo, o algo tan simple como tu dedo índice, de incalculable guía cuando interrumpes temporalmente la lectura: esa está descartada. Me sorprendí preguntándome que será ahora de los marcadores de libros impresos en soporte papel, o de esos post it delgados y de colores fosforescentes que me hacen exhibir con orgullo ciertos ejemplares de mis libros; la muestra fehaciente de cuán importantes resultan para mí. Lógicamente descartada la sorpresa económica, casi siempre en los momentos más difíciles y menos esperados, de un billete salvador, en la moneda que sea, entre sus páginas o entre cubierta y carátula.

Sopesar las páginas que hemos leído, las que nos van faltando para terminar, entregar o devolver el libro prestado. Deleitarnos en lo “poquito que nos queda para terminar”, siempre que se trate de un buen libro por supuesto, eso ya es imposible con el kindle.

La costumbre de pasearse más que con un libro con un sonado título bajo el brazo por lugares de concurrencia pública, o la de mostrar a tus visitas una despampanante biblioteca, amén de que la hayas utilizado o no como merece cada título, desaparece por completo. Ahora va en la cartera, en tu bolsillo, como apunta R, y aquí comienzan entonces las ventajas que no volveré a mencionar por similares, solo un dato: en menos de un mes he leído, y buscado para leer, todo lo que, por lógica de imprenta, no hubiera podido leer con un libro “real” en el mismo período de tiempo.

¿Que el kindle hace leer más…? No lo sé, dejo la constatación científica para otros. Al menos a mí me ha hecho aligerar la carpeta de APUNTES que en mi computadora archivaba todo aquél material digital, en busca siempre del mejor momento para dar cuenta de él.

Ahora solo lamento los cuatro días que me quedan para devolver lo que me hubiera gustado llamar, ya cariñosamente, mi Biblioteca de Alejandría.

Nota: El Club de Lectura pertenece a la Biblioteca Pública Francisco Villaespesa de Almería, España.

Agnes Fong. La Habana, 1967. Poeta

Ha ganado los siguientes premios: Primera Mención en el David de Poesía 2005; Premio Luis Rogelio Nogueras de Poesía 2006; Mención en el Premio Cauce de Poesía 2006; Mención en la primera edición del Premio Digdora Alonso de Poesía 2008 y Mención en el Premio Hermanos Loynaz de Poesía 2010. Balada de Julia fue finalista en la XIV Edición del Premio La Gaceta de Cuba de Poesía.