Esa noche sentí que sus besos eran diferentes. Javier estaba más cariñoso, más sensual, besaba sin parar mi sexo. The Doors de fondo, me hacía contonear mis caderas a su ritmo, su lengua cada vez más profunda, sus manos más diestras, por momentos sentía que mi cuerpo flotaba hacia otras dimensiones, nuestros cuerpos se comunicaban perfectamente.
Sus manos recorrían todo mi cuerpo, y a la vez, sus dedos jugaban con mi punto G. Grité su nombre, y varias obscenidades que sé que le gustan, y me tapaba la boca, al tiempo que introducía sus dedos en mi ano y lamía mi clítoris. Yo completamente húmeda, casi a punto de darle todo mi orgasmo, cuando de pronto introdujo su duro pene en mi vagina y algo más en mi ano. Grité de placer-dolor. Gemíamos de placer. Sus manos se me perdían en medio de la oscuridad, y como un pequeño pulpo, se enredaba en mi cuerpo.
Su aliento se me tornó diferente. Su respiración entrecortada. Prendí la lámpara de noche. Y ahí estaban los dos, muertos de risa. Desnudos. Fuertes, ambos con el mal de Príapo. Y yo yacía casi muerta, con todo mi cuerpo tembloroso. Mis ojos se iluminaron. Mi boca se volvió roja y carnosa. Comencé a sudar, recordé la escena de la película The Dreamers, en que la bella Eva Green estaba acostada en medio de dos apetitosos mortales.
Un fuerte olor se desprendió del interior de mi cuerpo. Mis labios temblaron. Sonreí. Apagué la lámpara.