Al principio, fue Pitágoras…
—Piensen; lo primero es la semejanza. No se resuelve nada con decir que la suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. Antes está la semejanza. He ahí el mágico abismo…
…la numerología…
—Cientochenta, el resultado constante de la suma de los ángulos interiores del triángulo. Uno, ocho y cero; suman interiormente nueve; nueve, tres veces tres; tres, el equilibrio, el número perfecto, la forma perfecta: el triángulo…
Fausto era un ser extraño. Cuando hablaba, era capaz de hacer vibrar nuestros oídos con una especie de grito melódico, de voz gruesa y pálida a la vez que siempre se robaba la atención de los demás. Su manera de expresar las ideas confundía pero provocaba el aplauso espontáneo de cualquier auditorio. Cuando se paró ante nosotros por primera vez en el aula, nos reíamos de su aspecto arcaico, de persona empolvada y amarillenta como un viejo códice olvidado. Pero solo hizo despegar los labios y al instante éramos sus presas. Él se sabía capaz de ello y mucho más. Justo allí debe haber reparado en Magda quien siempre se sentaba junto a mí en las primeras mesas a su derecha. Estoy casi seguro que fue en ese mismo instante pues lo que siguió inmediatamente a ello fue terriblemente directo, directo y crudo…
—El número siete, a la pizarra, por favor.
Magda se levantó y fue hacia el frente.
—Tome el cartabón y trace un triángulo abecé, cuyo ángulo be sea de noventa grados. Inserte en él una altura cedé. Observe; ¿cuántos triángulos hay ahora?
La miraba con el rostro inconmovible.
—Tres —responde nerviosamente.
—Delimítelos.
—Adecé; bedecé y abecé que enmarca a los otros dos.
—¿Cree usted posible que dos de estos triángulos aparentemente desiguales, puedan ser semejantes entre sí?
—Me parece imposible.
—¿Cómo puede usted ser tan rotunda? —su mirada se volvió aún más incisiva.
—Porque es evidente la diferencia de tamaño.
—¿Y desde cuándo el tamaño desasemeja a los objetos o a los seres? No me responda. Piense. Usted misma; ¿es acaso diferente a esta otra muchacha porque entre las dos medien diferencias de talla o de estatura? No me responda. ¿No serían verdaderamente diferentes si la inteligencia de una superara a la de la otra? ¿En estos triángulos, le pregunto, hay alguno más inteligente que el otro?
La última frase provocó la hilaridad del auditorio. Magda estrujaba la tiza entre sus dedos.
—Claro que no profesor.
—¿Le sigue pareciendo imposible la semejanza entre ellos?
En el asiento Magda mantuvo la vista concentrada en su cuaderno. Yo le rozaba la mano a cada rato para tratar de calmarla. Estaba nerviosa. El profesor Fausto concluyó la clase. Nos dispusimos a salir.
—Número siete, acompáñeme a la cátedra.
Nos miramos el uno al otro sorprendidos. Magda asintió y fue detrás del hombre.
—Diga usted profesor.
—Magdalena Casals. ¿Ese es su nombre, no?
—Sí, pero prefiero Magda.
—Claro, es mucho más… sensual, ¿no le parece?
—Pudiera ser. Diga usted.
—Quería disculparme por el mal rato que te hice pasar en clase. Me pareció necesario que comenzaras a salvarte.
—¿Salvarme?
—Sí, salvarte de la superficialidad que campea en la mayoría de ustedes. Es necesario que comiences a comprender.
—¿Comprender qué profesor?
—Comprender que siempre hay más allá de las apariencias, que nada es casual, que los números no son simples rasgos prácticos o simbólicos, que a través de ellos puedes llegar a descubrirte a ti misma y tal vez descubras muchas otras cosas.
—No lo entiendo profesor.
—Claro, déjame mostrarte. Yo estudié matemáticas al principio por puro interés científico. Tú llegaste a este lugar para lograr tus aspiraciones o tal vez forzada por las circunstancias. Yo descubrí, con el tiempo, que el universo es verticalmente más profundo de lo que las ciencias ateas pretenden. Tú te diste cuenta de que podías aspirar a mucho más de lo que estas paredes te proponen. Yo definitivamente llegué a la misma conclusión con respecto a mí. Luego ambos nos damos cuenta de que no podemos hacer otra cosa que aguardar a que el tiempo nos reinserte para siempre dentro del curso de nuestro sino. Así, resulta que estamos unidos por la misma fatalidad temporal. Todo ello se entrevé en las relaciones filosóficas de la verdadera ciencia, a través de los números. Tú por ejemplo, no es nada casual que seas el número siete. ¿Sabes el profundo significado de este número? Claro que no. Ustedes ya no saben nada; pues bien, el siete es el número de la inmortalidad, de lo divino, del tiempo y el espacio; es el único número en la década que no tiene ni factores ni productos: es el número por excelencia, la más pura de todas las cifras. Observa; tú eres el siete y yo para ustedes, al menos dentro de mi clase, debo ser lo uno. Así, siete más uno suma ocho. El ocho, el número de la plenitud. ¡Te das cuenta ahora!
—Discúlpeme, profesor, usted habla de un modo muy extraño.
—Te puede resultar extraño, pero poco a poco comprenderás. Piensa siempre que eres siete y siete es el número de la Totalidad: Siete el período de los días en que suceden los movimientos astrales, cada siete años ocurren profundos cambios en la vida y en la naturaleza del hombre, siete son los pecados capitales, así mismo las virtudes cardinales. Emplearía toda la mañana en enumerarte sus significaciones. Lo importante es que conozcas que a través de los números la armonía universal se manifiesta a nuestros sentidos y que en el más leve movimiento yace una honda significación, indescifrable, hasta el momento en que entendamos que debemos desenterrarla. Tú eres siete, yo lo uno y nuestra suma ocho, recuérdalo. Ahora puedes irte. Tengo que trabajar.
La observo acercarse con el semblante turbado. Caminamos juntos hacia un banco de la plaza central.
—¿Qué te dijo?
—Nada de importancia. Que no debía ser tan absoluta, que una persona verdaderamente inteligente analiza todas las posibilidades y otras cosas por el estilo.
Hablaba con naturalidad. Pensé que decía la verdad. Magda, desde ese mismo instante, comenzaba a temer.