Llamémosle a esto “resaña” en lugar de reseña… En definitiva, hablaré de un libro titulado Adiós, Habana, donde, en cambio, nunca se escapa de los límites de esa ciudad acaso incierta, a la que muchos tildan de mítica o legendaria… También porque hube de recorrer una y otra vez las setenta y dos hojas del volumen hasta asentar en el recuerdo a su protagonista. Que es alguien llamado…Un tal… Luis Pérez, sí, Luis Pérez…
Aunque de relato en relato varíen mañosamente los datos biográficos del personaje, no quepan dudas: estas fabulaciones en primera persona no son otra cosa que crónicas personales, recuentos de la experiencia propia cuya finalidad es convencernos de que “toda vida merece ser contada”. Algo que pensaría cualquiera; cualquiera que piense como el tal Luis Pérez.
Luis Pérez quiso persuadirnos de que estos son cuentos escritos por un tal Leopoldo Luis García; y coloca de este una foto y el curriculum en contratapa: “Nacido en La Habana, 1961. Licenciado en Derecho y Diplomado en Periodismo. Editor Web de El Caimán Barbudo. Con Adiós, Habana, su primer libro, recibió el Premio de la Ciudad de Holguín 2008”, etc. y etc.
¿Por qué ese Luis Pérez nos juega este ardid? Porque Luis Pérez se ha empeñado en que creamos que a él le desconciertan las mismas cosas que a la mayoría. “Soy el hombre común, el hombrecito gris”, quiere decirnos Luis Pérez… Pero se equivoca, desde la primera hasta la última página, el pobre Luis. Él no es ya el hombre promedio, ese de la multitud, aquel cuyos valores: hogar, trabajo, comunidad, forjaron una era. Ahora es un anacrónico, un desfasado; se evaporó todo un mundo y el tal Pérez nunca se percató.
Por eso, el “sinflictivo” Luis Pérez tiene que salir de la oficina a enredarse la vida en el encuentro con Fabricio Forcade (“Troublemaker”); se queda perplejo cuando un ejemplar de Vanidades cuesta el doble que La montaña mágica (“El librero”); descubre maravillado que ya es posible viajar, aunque sólo sea al interior de uno mismo (“Introviajes S.A.”)… Por eso, por espécimen raro, será que la televisión entre en su casa para encuestarle la vida (“La entrevista”).
A un Luis Pérez le cuesta trabajo entender que no es fortuito que su piel se llene de manchas o que el jovencito de al lado, en la consulta, le lance un escupitajo al zapato. “Son perturbaciones genéticas”, le dice el doctor, “variaciones adaptativas”, para un tiempo en que ya no es posible decir lo que se piensa (“El mutante”).
Y la ciudad se va llenando de “Enmascarados” ante la vista atónita de ese Luis Pérez; que reconoce, en vistosos diseños, el disfraz de un bufón, un cosmonauta, un vampiro, un Tutankamón, mientras recorre San Rafael arriba, hacia el trabajo; San Rafael abajo, hacia su guarida; y va reflexionando: “¿Qué va a ocurrir si de repente nadie quiere dar la cara? ¿Cómo vamos a reconocernos entre nosotros mismos?”.
También Luis Pérez quisiera entrar en la onda “nuevomilenio” de la exclusiva intelectualidad, esa de los concursos y los premios en que se enfrasca todo el corrillo posmoderno. Por ello escucha los consejos de los entendidos, hasta decidir, finalmente, que escribirá su ensayo acerca de La marginalidad en la narrativa cubana contemporánea (“Ensayo literario”).
Sí, querido Luis, o amigo Pérez, la realidad se está poniendo muy poco real. Quizás debías creerle al hombre del bar, ese que afirmó que siempre alguien te vigila y hay francotiradores apostados encima de las azoteas (“Conversación en un bar”). Como lo comprobaste, L.P., ya ni es posible suicidarse en paz. Ni siquiera en los mares al pie del entrañable muro, del Malecón bucólico. Ahora, hasta en medio del ciclón, hay un Custodio ahí, pidiéndote autorización (“Adiós, Habana”).
Parecen turbias elucubraciones de un Kafka, meras ficciones en la tónica del Absurdo, estas historias de Luis Pérez o de Leopoldo Luis García… Pero, de tan sucintas, exactas e impecablemente narradas, de tan “verosímiles”, cualquiera se confunde y le pasa como a mí. Que no hago reseña sino “resaña”, y mientras no me salga de La Habana, cuento con que a la vuelta de la esquina vaya a toparme con el tal… ¿Cómo dije que se llamaba el hombrecito gris?