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Los mil y un libros imprescindibles de la literatura cubana

Literatura cubana

Los libros pasarán de moda, pero las listas nunca. Y las listas de “los libros más…”, por supuesto, tampoco.

Ahora, repasando por curiosidad lo que enumera Google bajo la referencia “literatura cubana”, acabo de tropezar con un par de esos intentos de practicar a la vez la historiografía y la crítica literaria, y de fabricar una biblioteca mínima, con la precisión del envasado industrial, la síntesis del noticiero y la velocidad del spot publicitario.

El primero es un listado de “diez imprescindibles de la literatura cubana”, aparecido en el blog La línea de fuego y propuesto por Alaia Rotaeche. Y el segundo es una recomendación de “veinte títulos imprescindibles”, colgada en la web La Habana.com, sin firma de autor.

Es proverbial la manía que tenemos los humanos de hacer listas y de enseñarlas, aunque sepamos que no valen más que para expresar el gusto propio, revelar nuestros recónditos criterios de exclusión/inclusión y concitar un inmediato deseo de riposta en los demás. Pero, con total consciencia de que la vanidad es el cebo en la trampa de ese juego, voy a refocilarme con tales listas y devolver a cambio un catálogo personal que —me justifico— al menos servirá para ampliar las miras de los lectores y brindar de la literatura cubana un panorama mucho más completo.

La primera lista pretexta su existencia con que “Cuba está de moda”, y que brotan actualmente en ella unos aires de apertura que “despiertan una curiosidad inagotable por conocer más de su cultura y de su historia”. Alega que la literatura de la isla “es mucho más que José Martí” (sin menospreciarlo en absoluto); y reconoce con humildad que no pretende estipular “Los Diez Más”, sino una cifra arbitraria, de buenos libros “de ayer y de hoy, en orden cronológico”. Esta es su propuesta:

1) El reino de este mundo (Alejo Carpentier, 1949)

2) El monte (Lydia Cabrera, 1954)

3) Paradiso (José Lezama Lima, 1966)

4) El mundo alucinante (Reinaldo Arenas, 1973):

5) La Habana para un infante difunto (Guillermo Cabrera Infante, 1979)

6) Cuatro estaciones (Leonardo Padura, 1991-1998)

7) Trilogía sucia de La Habana (Pedro Juan Gutiérrez, 1998)

8) Silencios (Karla Suárez, 1999)

9) Fiebre de invierno (Marilyn Bobes, 2005)

10) Todos se van (Wendy Guerra, 2006)

A primera vista, unos más, otros menos, la selección luce bastante acertada. Pero su defecto inaugural salta desde el criterio temporal elegido, puesto que al arrancar justo con la novela de Carpentier de 1949, se decanta (sin aclarar razones) por la literatura cubana escrita desde los años 50 del siglo XX hasta la hora actual. ¿Y antes qué?

Obviamente, se quiso prescindir de Martí; pero hasta se olvidó de que las letras en la isla tienen un origen que data de más de 4 siglos y comenzó con los versos de Espejo de Paciencia (1608), de Silvestre de Balboa. Se brinca encima del Romanticismo y sus figuras insoslayables: José María Heredia y Gertrudis Gómez de Avellaneda; se olvida el despertar de la novelística cubana representado por Cirilo Villaverde (Cecilia Valdés) y Ramón Meza (Mi tío el empleado); y se esquiva que no sólo el autor de Versos sencillos encarnó al Modernismo en la isla, también está la figura esencial de Julián del Casal. Borrar la primera mitad del XX, deja fuera las novelas de Miguel de Carrión y Carlos Loveira, la poesía de Agustín Acosta y Emilio Ballagas; provoca dos omisiones del todo imperdonables en cualquier catálogo de “imprescindibles” de las letras cubanas: Nicolás Guillén y su poesía negrista de Sóngoro Cosongo; y la Premio Cervantes de 1992, Dulce María Loynaz, quien escribiera la afamada novela Jardín entre 1928 y 1935; y genera la exclusión de la pletórica década del cuarenta, con sus poetas de la revista Orígenes (Eliseo Diego, Gastón Baquero, Cintio Vitier, Fina García Marruz), el ineludible Virgilio Piñera (poeta de La isla en peso; narrador en los Cuentos fríos y la novela La carne de René; dramaturgo de Dos viejos pánicos); los Hombres sin mujer de Carlos Montenegro; el Lino Novás Calvo de La luna nona y otros cuentos (1949) y La sangre hambrienta (1950) de Enrique Labrador Ruiz.

En cuanto a los que sí están, no puede negarse el papel de El reino de este mundo en el descubrimiento de “lo real maravilloso americano”, más la obra cumbre de Carpentier y acaso la novela definitiva del siglo XX cubano es El siglo de las luces.

Incluir El Monte es una apuesta interesante, que amplía los bordes de lo literario hacia los confines de la etnología y la antropología cultural; pero así entendido, habría que pensar en la pertinencia de añadir al estudioso de la “transculturación”, Fernando Ortiz, y libros suyos como Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar o Historia de una pelea cubana contra los demonios; y hasta a Manuel Moreno Fraginals con su monumental El Ingenio.

Paradiso no trae discusión; aunque sea una obra más mentada que efectivamente leída, y al redactor de estas líneas le complace más el Lezama poeta de Muerte de Narciso y el Lezama ensayista de Las eras imaginarias. Sin embargo, con tal novela se da por cumplida la década del 60, cuando por esos años se publicó, además, Bertillón 166, de José Soler Puig; Pailock, el prestigitador de Ezequiel Vieta; Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet; Memorias del Subdesarrollo, de Edmundo Desnoes; Condenados de Condado, de Norberto Fuentes; y De donde son los cantantes, de Severo Sarduy. También, aunque fuera tan solo por la alharaca extraliteraria que removieron, se pudo citar a los censurados Premios Uneac 1968: Fuera de juego, poesía de Heberto Padilla; y Los siete contra Tebas, teatro de Antón Arrufat.

En 1971 se publicaron el fundamental Calibán, ensayo de Roberto Fernández Retamar; y otro libro polémico: Los pasos sobre la hierba, de Eduardo Heras León. En cambio, para la progenitora de la lista, los 70 comienzan con El mundo alucinante (1973) —gran novela de Reinaldo Arenas y mejor elección para representar a ese autor que la muy publicitada y desmesurada autobiografía Antes que anochezca—; y cierran con las memorias de Guillermo Cabrera Infante, La Habana para un infante difunto (1979), si bien este escritor es verdaderamente un “imprescindible” por la revolución literaria que constituyó Tres tristes tigres, novela escrita en los sesenta.

Aún sin acabar los setenta, Alejo Carpentier gana el Premio Cervantes y publica dos de sus más grandes libros: La consagración de la primavera (1978) y El arpa y la sombra (1979); pero en la lista de “Los Diez” no caben ellos ni nada de los ochenta, diez años silenciados totalmente como si se tratasen de un hueco negro. Más, cabe recordar de esos años, la estrepitosa popularidad del poeta Luis Rogelio Nogueras; a un raro que urge recuperar: Miguel Collazo y su novela El viaje; la aparición —¡al fin!— de un narrador policial que valiera la pena: Daniel Chavarría (Joy y La sexta isla); y de una novela de ciencia ficción con calidad: Espiral, de Agustín de Rojas. En cuanto a novelas “serias”, Lisandro Otero produce Temporada de ángeles y Árbol de la vida; y Jesús Díaz alumbra Las iniciales de la tierra.

Acierta la lista en sus disparos al blanco de los 90, pues la cuatrilogía de Leonardo Padura elevó el rango del policial cubano a una dimensión universal y, además, introdujo a Mario Conde, probablemente el único “personaje” entrañable que la literatura cubana ha engendrado en su historia. “Nuestro Quijote”, diríamos… Y hablando de “personajes”, el Pedro Juan, alter ego de ficción, creado por el autor Pedro Juan Gutiérrez para Trilogía sucia de La Habana, encarna a la perfección el itinerario existencial de los cubanos del calamitoso Período Especial; y el estilo en que está escrita esa colección de relatos es el epítome del “realismo sucio”, que fue la marca literaria autóctona en la década. De todos modos, entrometo una sugerencia: a un retrato literario cubano de los noventa no podría faltarle el texto que fue su umbral, El lobo, el bosque y el hombre nuevo, relato de Senel Paz que, sobre todo a partir de su versión fílmica Fresa y chocolate, removió la isla en peso.

Los últimos tres títulos, que extienden el horizonte hacia el nuevo milenio (1999-2006), son definitivamente lo más flojo de esa primera lista. No por negar a Marilyn Bobes el estatus de “imprescindible”; sino porque antes de escoger la novela ganadora del Premio Casa, me iría por uno anterior, Alguien tiene que llorar de 1995, el libro suyo que fue precursor de la nueva sensibilidad que una oleada de emergentes narradoras traería a las letras cubanas en la hora finisecular. Y sin rebajar la calidad de Silencios, ¿por qué preferir a Karla Suárez antes que a otras de las “novísimas”, como Ena Lucía Portela, autora de Cien botellas en una pared; o Ana Lidia Vega Serova, la de Ánima fatua? Si Wendy Guerra fue puesta ahí para dar fe de la última hornada, ¿cuál criterio —fuera de estar sus libros globalmente disponibles tras ser descubierta por el mercado editorial español— le otorga un crédito superior al de Legna Rodríguez Iglesias, por ejemplo?

Ya escudriñada hasta la saciedad la primera lista, pasemos a la segunda, la cual dice ser un “Artículo que forma parte del What’s On La Habana de Enero 2015. La principal guía cultural y turística de La Habana”. El catálogo que proponen es el siguiente:

  1. Alguien tiene que llorar / 1995 Marilyn Bobes
  2. El Rey de La Habana / 1999 Pedro Juan Gutiérrez
  3. El vuelo del gato / 1999 Abel Prieto
  4. Inventario secreto de La Habana / 2004 Abilio Estévez
  5. La neblina del ayer / 2005 Leonardo Padura
  6. Por el camino de la mar o Nosotros los cubanos / 2005 Guillermo Rodríguez Rivera
  7. Las voces y los ecos / 2005 Aida Bahr
  8. Todos se van / 2006 Wendy Guerra
  9. En el cielo con diamantes / 2007 Senel Paz
  10. Desde los blancos manicomios / 2008 Margarita Mateo Palmer
  11. El puente de coral / 2008 Hugo Luis Sánchez
  12. El hombre que amaba los perros / 2009 Leonardo Padura
  13. La soledad del tiempo / 2009 Alberto Guerra Naranjo
  14. En la Habana no son tan elegantes / 2009 Jorge Ángel Pérez
  15. Sangra por la herida / 2010 Mirta Yáñez
  16. Sobre los pasos del cronista. El quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965 / 2010 Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco
  17. La verdad no se ensaya / 2012 Julio César Guanche
  18. Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad / 2012 Zuleica Romay Guerra
  19. El 71. Anatomía de una crisis / 2013 Jorge Fornet
  20. La noria / 2013 Ahmel Echevarría

Promovida como “Veinte libros imprescindibles de los últimos veinte años”, en realidad esta otra nómina abarca 18 años (1995-2013). Y a la anterior se parece, por desgracia, en que comprende casi en su totalidad sólo novelas y ensayos, despreciando el cuento y la poesía. Lo cual es muy paradójico porque son, precisamente, esos géneros excluidos y no los sí presentes, aquellos que nutren con mayor abundancia los planes editoriales y los inventarios de las librerías de la isla. Acaso por aquello de que “cuento y poesía no venden”, se quiso hacer un guiño al mercado y tornar más apetitosa la literatura nacional. En lo que ambos índices difieren bastante radicalmente (más allá del encuadre cronológico distinto), es que la de Diez se compuso a base de títulos cuyo alcance es internacional, mientras la de Veinte parece confeccionada al pie de una biblioteca o librería cubana, solamente alimentada con libros de producción nacional.

Sobre esta última, no me tienta demasiado cuestionar lo que está, como sí señalar aquello que le falta. De entrada, nombres que podían haber entrado a la lista si se justipreciara a la poesía: José Kozer, Roberto Manzano, Virgilio López Lemus, Félix Guerra, Omar Pérez, Vicente Rodríguez Núñez, Sigfredo Ariel, Damaris Calderón, Nelson Simón, Juana García Abas, Reinaldo García Blanco, Ismael González Castañer, Ricardo Alberto Pérez, Norge Espinosa, Edel Morales, Arístides Vega Chapú, Francis Sánchez, Luis Manuel Pérez Boitel, Laura Ruiz, Yamil Díaz, Luis Rafael, José Luis Fariñas, Aymara Aymerich, Arlén Regueiro, Karel Leyva, Oscar Cruz, Sergio García Zamora y muchos más.

De todos modos, en lo que sí hay, apunto que la inclusión de Alguien tiene… refuerza lo que dije antes sobre la importancia de esa colección de cuentos de Marilyn Bobes. Aplaudo la presencia de El Rey de La Habana, que mostró en Pedro Juan Gutiérrez una solidez literaria superior a la de Trilogía sucia… Me llama enormemente la atención que al Padura imprescindible de El hombre que amaba a los perros no le acompañara otro infaltable libro suyo: La novela de mi vida, búsqueda sin parigual en los entresijos de la identidad cubana a partir de la trayectoria existencial del poeta Heredia. Asombra que Margarita Mateo asome con su única novela publicada y, en un compendio donde hay tanto ensayo, no la represente Ella escribía poscrítica o algún otro de sus originales ensayos. Y se acoge a Alberto Guerra por su primeriza (y desigual) novela, cuando él es, sobre todo, el buen cuentista de Blasfemia del escriba.

En la escueta, acaso simbólica, presencia de libros de los noventa, se echa de menos a Arturo Arango (Una lección de anatomía), Miguel Mejides (Rumba Palace); y Abilio Estévez es incluido por un libro posterior, en vez de por su reconocido Tuyo es el reino, de 1997. Pero la exclusión más escandalosa de esa década es la de un narrador tan prolífico e influyente como Guillermo Vidal, autor de Matarile (1993) y Las manzanas del paraíso (1998). Al clasificador se le escaparon demasiadas figuras de los tiempos de gozne entre la centuria pasada y el XXI naciente: Amir Valle, David Mitrani, Ángel Santiesteban, Lorenzo Lunar… A muchos “novísimos” (etiqueta dada a la generación de los 90) se les deja fuera del dream team: Jesús David Curbelo, José Miguel Sanchez (Yoss), Daniel Díaz Mantilla, Eduardo del Llano, Raúl Aguiar, Alexis Díaz Pimienta, Ronaldo Menéndez, Mylene Fernández, Rafael de Águila, Alberto Garrandés… Y hasta a una sólida novela, La noche del Aguafiestas, del “antiguo” Antón Arrufat.

Casi nada de lo publicado durante estos “veinte años” por autores cubanos radicados fuera de la isla, a pesar del bombo y platillo de la recepción crítica internacional, aparece en la dichosa listica. Anoto algunos: Caracol beach, de Eliseo Alberto Diego; Livadia, de José Manuel Prieto; Última rumba en La Habana, de Fernando Velázquez Medina; Dime algo sobre Cuba, de Jesús Díaz; La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte; La isla de los amores infinitos, de Daína Chaviano; Chiquita, de Antonio Orlando Rodríguez…

No le alcanza a Emerio Medina con Café con sombrillas bajo el Sena y La bota sobre el toro muerto, con el Premio Casa de las Américas y un montón de lauros más, para abrirse un resquicio, seguramente por su condición de cuentista y no de novelista. Lo mismo sucede con Jorge Enrique Lage, Michel Encinosa Fú, Raúl Flores y Dazra Novak, los multipremiados y estandartes de Generación Año 0, que cultivan preferentemente el relato y la nouvelle. De ese grupo sólo logra entrar y ya en la recta final, Ahmel Echevarría, por alzar el Premio Italo Calvino con La Noria —y no es esa, sin embargo, su novela mejor, sino la controversial Días de entrenamiento.

Hasta aquí el escrutinio minucioso a ese par de listas… Si alguien esperaba que cerrara dando mi propia nómina de exclusivos, le remito al título: “Los mil y un libros imprescindibles”. Pretendía una mirada de catalejo, a lo ancho del bosque literario cubano, en vez de una ojeada con microscopio, reduccionista y avara, que identificara unos pocos arbolitos y confeccionase otra lista del montón. Y si otro se preguntara: “¿Cómo es que a este ha mencionado hasta a Pipisigallo y omitió a Zoe Valdés? Pues porque me dio la “soez” gana. Y punto final.

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