Narrativa

Los amantes del ABECEDARIO

El primer beso de Adan y Eva

Creo haber encontrado —dijo Júpiter— un medio de conservar a los hombres y de tenerlos muy sujetos; este medio consiste en disminuir sus fuerzas. Los separaré en dos y así serán más débiles y tendremos, además, otra ventaja, que será la de aumentar el número de los que nos sirven.
Platón. El banquete o del amor

A
Abril es el mes en que comienzan las historias de amor. Tal vez no sea esta una verdad absoluta, pero así es cómo piensa el que ahora escribe este relato. La historia arranca ochenta años atrás, mientras la primavera despliega sobre la ciudad de Viena rosas y amapolas, abejas y mariposas, pajarillos que arropan el nido nupcial, gatos que lloran en los tejados como niños desamparados. Han llegado diferentes personas al gabinete del doctor Freud; todas contándole un sueño semejante: que veían un cuchillo enorme caer del cielo y cercenar por el centro a una hermosa naranja; y en ese instante preciso, un dolor terrible les cortaba el ritmo del corazón. Fiel a su credo, el psicoanalista repite a todos igual cantaleta: “Elemental, querida(o), es un sueño sexual”, y añade: “La clave está en Platón”. En la noche de un Miércoles 16 de Abril, en la Habana del siglo XXI, un hombre y una mujer que se desconocen, desde sus lechos distantes, han tenido esa misma pesadilla. Llegada la mañana, salen ambos a las calles de la ciudad. Inciertos deambulan, inquietos, con una implacable hambre de cercanía, pobres gentes, olfatean el aire como perros en ayuno… Todavía no saben que se buscan, que son dos pedazos incompletos. Tampoco saben cuánto han de sufrir en el intento de restituir al ser humano original… si es que lo logran.

B
Durante su efímera estancia de cuarenta años sobre la tierra, el Beatle John fue un soñador. Alguien que una vez alucinó estar viviendo dentro de un submarino amarillo y en otra se imaginó la existencia en un mundo mejor. Pero ni entonces, ni luego, ya flotando en la inmortal gloria, pudo prever que resucitaría en un parque de La Habana. Y seguro que no es el único estupefacto ante ese increíble des(a)tino, pues en la Época Oscura de la Isla, el chico de Liverpool había sido declarado culpable de nacer allende el Muro, pronunciar yesterday en lugar de ayer, y dejarse crecer el cabello por debajo de los hombros: una señal de amaneramiento inconcebible para la moral revolucionaria. Tiempo ha que había dejado de ser un glamoroso escarabajo, aunque todavía defendía con brillo la carrera de cantante en solitario y la de marido de la Ono, cuando el aberrado Chapman lo baleó en la Nueva York de 1980. Para entonces, recién Cuba se permitía asimilar su estilo y la gente se atrevía ya a sacar al sol los platos de vinilo que antes trasegaban de mano en mano, disfrazados bajo cubiertas de Alla Pugachova. Veinte años después, el 8 de diciembre de 2000, rockeros nostálgicos de antaño y metálicos duros de hoy, descendientes de viejas y nuevas trovas, afrojazzistas, salseros y frívolos hijos del pop, ministros, militares y doctores, obreros y campesinos, y hasta el mismísimo presidente en su casaca verde, asistieron a la canonización habanera del ex Beatle. Luce más grande, y más arregladito que en la vida real —dijo emocionado George Martín, antiguo amigo y productor de la banda, cuando lo vio esculpido en bronce, con el culo fundido al travesaño del asiento. En su nuevo oficio de guardaparque petrificado, la única amenaza que pende sobre B es que le arrebaten los espejuelos; mas, el famoso ya se acostumbró en el pasado a los hurtos de los fans, y ahora no admitiría que nada le perturbase la calma de la posteridad. Una cagada de paloma chorrea por su cabeza. B sonríe. Una chica se le acomoda bajo el brazo y le agarra la entrepierna. B la imita en sonreír para la foto. Un abuelo se sienta al lado suyo y le suelta la letanía de sus desgracias. B sostiene su cara de cumpleaños, inoportunamente, y se gana el insulto del viejo: “¡Qué coño fue lo que te dio gracia!” Un niño se le para delante, ausculta primero con asombro al hombre rígido, después pone cara de maldito y orina sobre el zapato de metal. B sonríe. Un joven se deja caer sobre el extremo vacío del banco, guardando la distancia, como si evitara el contacto. Restriega sus manos, entintadas de rojo, azul, verde; inútilmente. Se abandona a mirar cualquier punto del vacío. Mientras no cesa de sonreírle, el Beatle John lo escudriña. En la boca sostiene el muchacho un rictus de mártir muy similar al de Harrison. Tiene los ojos adormilados de Ringo. La mata de pelo inerte y rubio de Paul. La amplia frente idealista del propio John. Y en el centro, una nariz corta, asiática, idéntica a la de Yoko. La amalgama de todos esos rasgos dibuja un rostro tierno y agudamente hermoso; pero que expele un aliento timorato, irresoluto, como de arcángel exiliado de los favores del Señor. Al banco se aproxima una muchacha, que acarrea el ceño tenso, la mirada agitada… Hasta que repara en el ángel bello y triste y la cara se le refresca de un tirón. B sonríe. A ella parece sobrarle toda la animosidad que al pintor le falta: pide permiso y se sienta entre los dos hombres, rozándolos a ambos. El joven finge indiferencia. ¡Increíble ante tamaña hembra! B percibe un hilillo de baba goteando desde su sonrisa. Le ha gustado esa mujer, resuelta como la suya, y ansía desatar el brazo inerte para acariciar la espalda de la muchacha. En cambio, ella no escucha los chirridos del corazón de hojalata, sino los brincos cardiacos del ángel. B se lamenta, por milésima ocasión se resigna, forzado a ser testigo del encuentro, de un comienzo tal vez… Ella sabe observar: –Me la juego que tú pintas… Él se atreve a mirarla por fin, asiente con la barbilla, y vuelve, inconscientemente, a intentar limpiarse las manos. La muchacha es frontal, avanza sin rodeos: –Me encantaría que me hicieran un retrato. ¿No te hace falta una modelo? Hoy tengo tiempo hasta las siete… El ángel balbucea, a duras penas se le entiende que sí, que le agradece se ofrezca y que él vive justo enfrente. Ah, la eternidad es una virtud demasiado solitaria –filosofa B, y como a estas alturas ya sabe que la pareja no hará más que seguir el ejemplo dado por él mismo, John Lennon, sus colegas Beatles, y toda la generación desenfrenada de los inolvidables Sixties, decide que es mejor empezar desde ahora a imaginarse lo que sigue: puro y duro, animal y sublime, sexo, sexo, sexo… B sonríe. Es un soñador. ¿Qué trabajo puede costarle creerse que de verdad su bulto se reanima y crece entre los muslos? Que su cuerpo todo abandona la tiesura de estatua. Que se estremece y gozaaaaaaa…

C
Carmen se sabe la heroína de una novela de Mérimée, de la ópera más famosa de Bizet, y de esa película en donde Carlos Saura echó mano al donaire bailaor de Laura del Sol y Antonio Gades. No es porque ella se preocupe mucho por instruirse a sí misma, sino que le encanta arrimarse a la gente culta. Y como fue premiada con un cerebro-esponja, absorbe de segunda mano lo que, por pereza genética, no intenta cosechar con esfuerzo propio. Pasó por el preuniversitario sin saber que pasó, y solamente por el empujón de sus padres culminó un curso de Secretariado a los 23 años. Ahora, a los 27, los progenitores le financian clases particulares de Inglés dos veces a la semana. ¿Para qué asfixiarse entre libros si ella no precisa interrogar espejos para saberse como la Duquesa de Alba cuando, igual desnuda que vestida, alebrestó la musa de Goya; o para constatar que sus curvas de mujer lucen como cinceladas según el genio volumétrico de un Miguel Ángel nada entusiasmado con las viriles esencias de un David? Al haber esquivado la preñez, su sabor carnal está en el mejor momento y le basta hacer pasarela por delante del cine Chaplin para arrancar a los Erasmos sus Elogios de la Hermosura. Es en ese Partenón habanero de la inteligencia donde ha adquirido todos sus pretendientes: actores y guionistas, poetas y dramaturgos, bailarines, trovadores, licenciados, críticos y periodistas… Sin embargo, quiso el azar que nunca hasta hoy, y en un parque, se hubiera sacado en la lotería un pintor.

D
El Día que se supone esencial para cualquier pareja de enamorados: 14 de Febrero, el de San Valentín. Pero a los efectos de esta historia de amor, podría pasar como irrelevante, porque sus protagonistas aún no se habían encontrado. De todos modos, viene bien que algo se diga sobre cómo cada cual lo viviría por su cuenta, con una cuota de penas y otro poco de glorias; para que algo más se sepa de quiénes eran, antes del crucial acontecimiento. Él no reparó en la fecha siquiera, y decidió pasar la jornada enclaustrado en la torreta de la casona del Vedado donde vive alquilado; retocando los cuadros que un canadiense le había prometido adquirir. Caía la noche cuando notó el fardo que en algún momento escurrieron por debajo de la puerta. Había viajado desde Francia hasta acá para llegar, casualmente, ese día. Dentro, carta de la hermana con palabras de aliento y cariño, lindas fotos en París, en la gare du train de La Mancha, en Londres… y doscientos euros. Presillada por afuera del sobre, su noble vecina le había dejado una esquela: MUCHAS FELICIDADES, ANGELITO DE AMOR. LA SOLEDAD ES MALA CONSEJERA. BAJA A VERME QUE VAMOS A AHOGAR LAS PENAS EN ALCOHOL. Desmotivado, pasó por alto la invitación, y a la mañana siguiente se excusó alegando que se durmió temprano. Por su parte, ella tuvo que conformarse con una merienda; mirando caer la tarde a través de los cristales del Jazzcafé entre sorbos de cocacola, mientras intentaba evitar que le torturara el oído la retahíla de justificaciones de su amante para no arriesgarse a más en fecha como aquella. Aceptó más tarde, sin demasiadas ganas, la invitación de Z para terminar la noche en casa de Y, quien dispuso “una fiesta espectacular” solo para solteros. Un par de tipos se le arrimaron ahí, insulsos, sin un buen tema culto de conversación, y se los quitó de arriba con las dos palabras mágicas: “Soy lesbiana”. Por si las moscas, fingió delante de ellos besar a Z en la boca. “¿A ti que te pasa hoy?”, se intrigó la amiga. “Nada”, dijo riéndose por su fácil triunfo y salió al balcón, a emborracharse sola, enfocada en el movimiento de autos y gente por la avenida.

E
En sus tiempos de estudiante de la facultad de Filología, él conoció La importancia de llamarse Ernesto. Aunque desde siempre se atribuyó a sí mismo mucha importancia. Su mayor sueño era convertirse en un escritor famoso; sin embargo, acabando la carrera se encontró atrapado en las fauces del Período Especial y abocado al matrimonio por el embarazo de su novia. Y como que para aquel que anhela los cielos del mundo cualquier techo alto le sirve, Ernesto optó entonces por un camino más práctico hacia la cima: matriculó en postgrados de Comercio Exterior. Una amistad de su padre le ofreció un puesto en una firma italiana de importaciones; a golpe de carisma y viveza ascendió en un par de años a subgerente y transcurrido un lustro a gerente principal. En noches libres, cuando le vence la nostalgia por su pasado de intelectual, el hábil comerciante de hoy pretexta a su esposa el recibimiento en el aeropuerto al capo mayor o una importante reunión de negocios, conduce el Volkswagen hasta la sala oscura de 12 y 23, y a la salida de una puesta de Fellini o Kurosawa siempre descubre alguna chica con necesidad de un aventón, o con ansias de charlar sobre los autores latinoamericanos del boom, remojando las cuerdas vocales en una Bucanero fría. Así fue cómo conoció a la bella Carmen Otero. A la que en pocos días convertiría en amante y secretaria, la combinación perfecta.

F
Félix carga con su nombre como con una fea equivocación; un fraude ejecutado por otros, una ponzoña del destino… Él sufre de una desazón congénita, que lo fuerza a comportarse con humores de autista y temperamento de sordo, aunque hable y oiga como normal. De niño, solo con una hoja de papel en mano y un bulto de crayolas podía alcanzar el equilibrio dentro de un mundo que presentía muy ancho y ajeno. De adulto, casi lo mismo: precisa de pinceles, pastas y la superficie vasta del lienzo para lidiar con sus torturantes filias y fobias. Pinta la mar del fin del mundo precipitándose como catarata sobre una nada gris verdosa, con salmones saltando entre la espuma y gaviotas revoloteando alrededor. En sus jornadas de euforia, siempre de incierto origen, hace composiciones abstractas donde colores alegres se comunican unos a otros el por qué de su presencia en el cuadro. Y en los días de hiel, igual de causas difusas, los colores fríos se silencian unos a los otros, como abominando de sí mismos por tanta tristeza. Una y otra vez dibuja los contornos de esas pocas mujeres que ha amado; esas que, sin excepción, lo han abandonado. Su madre, aeromoza, fallecida en accidente de aviación el mismo día en que él festejaba los dieciséis. V, mayor en siete años, faro en la vida, su guarda y cuidado antes y después de morir mamá, la hermana que hace 895 días (lleva la cuenta en los almanaques) partió hacia el extranjero. I, primera y única, con la que descubrió this little thing called love a los 22 años, que ya no está tampoco, pues se fue sin abrigar despedida y la palabra volver ya se esfumó. En una ocasión intentó pintar a ese de cuyo nombre no quiere acordarse, al que se refugió en el Psiquiátrico cuando él andaba cumpliendo los once, su padre, pero no pudo recomponer el rostro… Aunque F ha ensayado vivir de sus pinturas, no llega a adaptarse a los necesarios trueques y concesiones de la supervivencia. No atina a pintar carros americanos o campiñas cubanas para ir tirando en el mercado. Es incapaz de imitar las pinturas de otros. Solamente consigue ilustrar el dolor de las tragedias propias, el surco inconfundible que dejan sus demonios. Del trato con marchands ha salido timado la más de las veces. Incluso fracasó en el intento de entrar a la Academia de San Alejandro. “Qué carajo estaba pensando ese día el jurado de selección, porque tú sí tienes talento”, le animó R, que ha resultado ser amigo de verdad. Gracias a él pudo tener, al fin, una exposición personal. Gracias a su mediación parece que prosperará el negocio con el canadiense. Por eso fue que se atrevió a confesarle a R su asunto con C. Le contó todo. Hasta el temor que sentía cuando hizo entrar a la muchacha en su cuarto. Y la vio desnudarse de sopetón. Antes que él terminara siquiera de plantar el caballete. Cuando ni sabía todavía cómo pedírselo. “Por cierto, me llamo Carmen”, dijo ella mientras empujaba a W para extenderse, como la Maja, a todo lo largo sobre el lecho del pintor.

G
Gertrudis Gómez estudió Medicina General y hace actualmente la especialidad en Psiquiatría. Un par de años atrás conoció a Ignacio Cepeda, andaluz, durante un evento en el Palacio de las Convenciones. Además del vínculo profesional, ella fue su guía en los paseos por la capital; y la noche antes de la partida, durmieron juntos para confirmar la camaradería y el gusto recíproco. De entonces acá, cartas, postales y emails entre Sevilla y La Habana han defendido la esperanza contra la imposibilidad de una reunión. Él, atenazado por las responsabilidades laborales y un matrimonio rengo que no se atreve a disolver. Ella, maniatada en cuerpo y alma por disposiciones del Ministerio. Los síntomas inequívocos de la frialdad están aflorando en la comunicación; el virus de la distancia aleja en el tiempo los últimos contactos. Mientras, en el papel de casera de F no puede G dejar de percibir su atractivo y conmoverse con sentimientos maternales y protectores hacia el desdichado pintor. G empieza a notarse confundida: “¿Será esto amor?” Probablemente. Porque, ¿alguien puede asegurar que sabe de cierto con cuáles ingredientes se cuece el amor?

H
Una de las primeras cosas que suceden al conocerse dos personas atraídas entre sí es que se intercambian las fechas de cumpleaños. Félix: 12 de julio. Carmen: 4 de junio. Y luego la mayoría corre a los Horóscopos. F no lo hace; cree él que por escepticismo; la verdad es que tiene miedo a enfrentar pronósticos de futuro y fatalidades del azar. C visita a una conocida suya que se dice astróloga porque te saca la Carta Astral mediante un programa de computadora. Repasa por vigésima vez su propia personalidad: “Los nativos de Géminis son adaptables y versátiles. Elocuentes, comunicativos, tienen mucha energía y vitalidad. Adoran la novedad y detestan la soledad. No disfrutan con el aprendizaje en el colegio, pero tampoco les gusta estar mentalmente inactivos. Su lado negativo: la superficialidad e inconstancia…” Llegada a este punto, no sigue y pasa a leer sobre los marcados por Cáncer: “Emocional y cariñoso, tiene mucha imaginación e intuición. Sabe ser cauteloso cuando hace falta. Le cuesta dejar una situación y disfruta mucho con sus aficiones. El lado malo de los nacidos bajo este signo es la tendencia al pesimismo, sus cambios de estado de ánimo y que son demasiado susceptibles y autocompasivos. No les gusta el fracaso o las situaciones conflictivas”, etc. C pasa a la compatibilidad entre ambos: “Escasa armonía durante la juventud, sobre todo en el terreno amoroso. Después de los 35 años, Cáncer cederá y disculpará la inquietud de su compañero. En el sexo hay afinidad debido a la ternura del cangrejo. En espíritu son compatibles, no así en los negocios…” Carmen encuentra pros y contras, pero no se desalienta; juzga que hay chance…

I
A Irina la separaban de F once vueltas al Sol de vida transcurrida. Lo que le atrajo del pintor fue su candor, y el aire de eterno desamparo. Ella lo amó mientras y también después, por largo tiempo. Pero, madre por encima de mujer, con una niña de nueve años, siempre había sabido que esa era una relación de días contados. Cortó a tiempo, al menos según ella, antes de dejarle porque apareciera otro en su camino que le ofreciera mayor seguridad. Especuló que era mejor ahorrarle un adiós dramático y resumió la huida en una nota de tres líneas. Por el contrario, ese final a F le pareció llegado en el momento menos esperado y de la peor manera. Lo afrontó como un Robinson, contando días de náufrago en la isla de la Torre. Desoyó las súplicas de su buena vecina, aunque le aceptara algunos cuencos de comida. Y solamente se abrió a la luz al duodécimo día, cuando llamó una voz que en su delirio confundió con la del padre, pero correspondía a un extraño que le preguntaba: “¿Tú eres el pintor? Te busco para una entrevista…” Una risa embrollada, cual galimatías que brotara del lado oscuro de sus genes, escapó de entre las barbas de F.

J
Joder. Coger. Templar. Fuck. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Aquella tarde primera, F intentó reunir decencia y rigor profesional para concentrarse en el boceto de la muchacha, aunque sus ojos se le escaparan con apetito inmemorial y el carboncillo, como un ente automático, atinara a resaltar tan solo los entrantes y salientes más jugosos de ese cuerpo fenomenal. C se forzó a posturas de mármol, mas su mirada delataba una lucha interna de la emoción. De pronto le rompió un sollozo y, acto seguido, llamó al pintor: “Quieres acostarte un momento al lado mío”. F se aproximó con pasos de marioneta, aturdido por el duelo íntimo entre la compostura y los deseos. Se tendió inmóvil, en una espera tensa que la muchacha cortaría besándolo. Félix responderá por instinto y dejará fluir su ser, acariciándola morosamente, mojándola con los labios a su modo gentil. “¿Sabes amar?”, entiende Carmen y contesta extrañada: “¡Qué clase de pregunta!” “No es una pregunta… te digo que sabes a mar”, aclara él; y C presiente que es un elogio, pero no puede adivinar que es el más grande que F sabe pronunciar: él, nacido y crecido frente al malecón de Cienfuegos; mirando, oliendo y saboreando el azul, creyéndole la cosa más perfecta del universo. Por su parte, F no puede saber que el anhelo de C al llevarlo a la cama es arrancarse de cuajo el olor de Ernesto, el sabor de Ernesto, la sensación reciente de Ernesto como un insecto cosquillando su piel; y por eso, cuando el pintor intenta penetrarla en la postura del misionero, ella se remueve, se voltea y suplica: “Dale, jódeme por el culo… jódeme duro.”

K
Katia González Rodríguez fue la Caperucita más asediada bajo las arboledas de la beca por maduros profesores lobos y precoces chicos vampiros. No obstante, las atalayas de la ingenuidad y recato moral inculcados por sus abuelos solamente caerían desmoronadas ante E y sus poemas arrebatados y absurdos. En la dicha edénica de Adán y Eva vivieron los dos jovenzuelos durante algunos años. Mas, ahhh, el tiempo pasa y el amor, ohhh, no se refleja como ayer. Con la piel derrotada por un par de barrigas y el astro rey del Caribe que se mofa de cremas Loreal, K intuye de sobra a qué marcha E los días que se atiborra de loción Paco Rabanne. Pero a la crispación de los celos se impone siempre un pedazo de razón. ¿Cómo podría renunciar K a las tropicolas para la merienda de los muchachos, a la ida en carro hasta el Instituto a las ocho de la mañana y a la carne para la dieta de la abuela enferma? Ernesto es un sentimental y en el fondo me quiere todavía –piensa K. Y necesita de los niños y de mí para vivir —agrega para convencerse. Aunque a veces la ira le retuerce las matrices, mira a E y le hace esta pregunta, por dentro, sin pronunciarla: –¿Es la secretaria nueva, verdad? Un día los voy a pillar y entonces…

L
Como dice la gente, a Laudelina le gusta tirarse los peos más altos que el culo. Por eso cada vez que ella reúne una calderilla en fulas se ubica en una mesa exterior del Rápido, a la vista de sus vecinos, con una malta y un hot dog. Pero es otra de sus “cualidades” la que le da mayor relevancia a propósito de esta historia: L es también una chismosa, la “Lengua Viperina” de por estos lares. Una pareja ha ido adentro buscando un sitio para dos. No encuentran ninguno libre y salen afuera. Se sientan a dos mesas de la operadora de pizarras telefónicas de ETECSA. L tiene motivos para alargar su oído entrenado hacia lo que hablan esos dos. Ha reconocido a C, la chiquilla que vive al doblar de su casa y que se cree la muy ricota. No es la primera vez que la ve en compañía de ese hombre simpático, bien vestido, dueño del carrazo en que desembarcaron allí. Pero L se huele que es un hombre casado y se pone a escuchar: “Carmen, por favor, atiende… es nuestra oportunidad”. La muchacha no luce muy convencida. Él explica y L alcanza a captar algunos retazos: “Viaje a Italia… puedo cuadrar que salgas como mi secretaria ejecutiva… nos quedamos… me darán trabajo en la misma compañía…” ¿Qué le responde C? “Fugarse al extranjero… por no enfrentar a tu mujer… eres un cobarde, Ernesto”. L observa cómo C se aleja corriendo y le da por vacilar al hombre, que se quedó sentado, bebiendo despacio una cerveza. Desearía que reparara en ella, más para el tipo no existe el mundo o estará pensando en la chiquilla estúpida que lo dejó plantado. L termina de comer con disgusto. Y no llega a enterarse que en el parque más cercano C ha descubierto al ángel salvador.

Ll
Just singing in the Rain. Bailando bajo la Lluvia. Jugando bajo la Lluvia. Tocándose las carnes que se desnudan solas bajo la Lluvia. Porque no existe memoria de pareja que no esté remojada por algún aguacero. A los protagonistas de este relato les tocó en una tarde de julio, precisamente en la víspera del aniversario del pintor. Gotas enormes escurriéndose por las faldas del toldo de Coppelia, empujadas por las ráfagas sobre los comensales, licuándoles los helados. La salida a la carrera. Inútil. Ante la inclemencia del tiempo, dejarse llevar. Bajo la tromba, besarse para trasfundir calor con el aliento. Trenzarse las manos, dirigirse hacia algún sitio elegido instintivamente. El parque desierto. Hacer el amor ante los lentes empañados del Beatle John. Luego Carmen se retira brincando hacia sus clases de inglés. Y Félix regresa flotando a su Torre. Descubre un papel en el suelo al trasponer la puerta. Se refiere a C. Lo que cuenta de ella es como un dardo envenenado. Que le encoge las piernas de pavor. Le parece letra de mujer. Firma X.

M
La Muerte es la carta más temida del Tarot. Aunque el que a uno le salga en la tirada no significa necesariamente el fallecimiento propio o de alguien querido, como le explica a C la falsa astróloga. También puede indicar el enterramiento del pasado y la posibilidad de un renacimiento. Pero a C se le ha parado el corazón. Una mala espina viene a enturbiarle la sangre y la razón…

N
Es el Narrador, que poco a poco va logrando encauzar los meandros de la historia, amarrar en corto a los personajes e irse haciendo una idea del final. Ha descubierto en sí mismo cierta facilidad para el suspense, a la que va a sacar partido. De ahí que ofrecerá a Z la oportunidad de una revelación trascendental.

Ñ
Iba a hacer su entrega de leche por la izquierda a los clientes de la casona, cuando una muchacha se le acercó extendiéndole un papel doblado, rogándole, puesto que él iba a subir hasta la Torre, que le dejara esa nota al pintor. “¿Le digo que de parte de quién?”, interrogó el Ñato para entrar en el chanchullo. “Él sabe”, contestó la desconocida haciéndole un guiño. Allá arriba no le salió nadie. Había aguantado demasiado la curiosidad; desdobló la hoja y leyó. ¡Aquello era candela! Pero a su modo de ver las cosas, no tan grave como para que él terminara jugando en esta historia el rol que en definitiva le tocó: el de un Belerofonte, heraldo de la Muerte. Ñ introdujo el libelo por debajo de la puerta, dejó el litro con la señora de la planta baja y se marchó silbando, como en un día cualquiera.

O y P
Octavio y Patricia. Ya F y C llegaron a este acuerdo sobre los nombres de los hijos añorados. Puede que la mención parezca fuera de lugar tras los anuncios nefastos que antecedieron, pero el Narrador cree que un poco de distensión podría ahora serle de provecho a sus lectores.

Q
¿Qué decía la carta fatídica? ¿Quién la escribió? ¿Qué consecuencias trajo? Responder esas interrogantes, desde ya, dejaría sin sentido completar las letras que restan del ABECEDARIO. Y eso destrozaría los planes del Narrador. De modo que inmediatamente se da paso a…

R
Rafael y G tuvieron un romance a comienzos de la carrera. Aquello culminó amablemente, cuando R abandonó la Medicina para acudir al perentorio llamado de su vocación periodística. Por tal razón nunca han dejado de ser buenos amigos. Ahora R ya se graduó en Periodismo y escribe la página cultural de una publicación dedicada a los jóvenes. Hace un tiempo se topó en la calle con G, y después de sinceros abrazos y besos le comentó que andaba buscando un pintor desconocido, con talento, para promocionarlo en la revista. Imaginarán que G enseguida le recomendó a F. Se ha hablado ya de ese encuentro entre Félix y Rafael y la amistad y colaboración que surgió a partir del trance. Solo falta agregar que G alertó a R, el primero, cuando ocurrió la desgracia de F. Y que sería R el encargado de trasladar la terrible noticia a la hermana en París.

S
“¡Tócala de nuevo!”, grita la gorda, y es la cuarta vez que el pianista de ébano ejecuta Balada para Adelina, hastiado ya, su esfuerzo solo justificado por la propina que al final seguro le dejarán caer. Para él es un alivio que al restaurant Monseigneur entre alguien haciéndole peticiones nuevas. Sobreponiéndose a la artritis de sus dedos, ataca el teclado con pasión. —Nocturno, de Chopin —escucha cómo el joven instruye a su hermosa compañera. —¡Y esa es de Debussy, Sueño de amor, mi favorita! —aclara, iluminado, cuando S ejecuta la otra melodía. —Ahora El Danubio Azul, de Strauss. Crece en el viejo intérprete la simpatía hacia el muchacho, lo admira, emprende el Bolero de Ravel. —¿Dices que eso es un bolero? Qué raro… —responde la acompañante y él sonríe discretamente. “La ama”, descubre S y empiezan a fluirle sus recuerdos. Del piano brotan Dos Gardenias. Lloran las teclas Lágrimas negras. Ella ha tomado las manos del joven sobre la mesa y las aprieta. “Al parecer le corresponde”, conjetura S, y Lecuona emerge de sí con las notas de Damisela encantadora. –Cuando estoy pintando siempre pongo ese tipo de música, así es cómo logro concentrarme en las ideas y las imágenes que pasan por mi mente… –está explicando el joven, mientras S anda creyendo que es hora de ofrecer algo más movido: “Ay, mama Inés… Ay mama Inés”. Titila la cabeza rapada y redonda como una bola, titila la interminable dentadura de nieve en la sonrisa perfecta; el hombre oscuro está brillando cual un dios: “Todo lo negro tomamo café”. La pareja contempla fascinada; meneando los hombros ella, y él tamborileando el suelo con la punta de los zapatos. Un sueño antiguo despierta en el viejo y le cambia el curso de las melodías: –Un americano en París, de Gershwin –adivina el joven y vuelve a acercarse al intérprete para sugerir una canción. –¡A esa iba… –contesta S como si acabaran de leerle el pensamiento. Suena As time goes by. “Sí, parece él, o definitivamente es él”, alucina el joven y le reclama: –Play it again, Sam. El pianista lo complace, aunque los dedos se le engarroten. Termina con el alma, va a marcharse ya… –Espere… –lo ataja su oyente predilecto– ya casi acabamos la cena. Queremos que nos acompañe en el bar. Ensaya el artista una sonrisa para disimular el cansancio: –Está bien… una copita. Cuando el muchacho regresa a su silla, lo reciben con una sonrisa fresca: –¡Eres tan lindo! Este lugar, la música, la comida a la luz de las velas… Buscan al viejo pianista en la barra. Las presentaciones: Carmen. Félix. Mi nombre es Ignacio Samuel Soldevilla Valdés, para servirle. C sorbe Daiquiris. F toma Cubalibres. S bebe Tom Collins y evoca la historia de su larga vida. Hizo carrera en cabarets como pianista acompañante. Compartió la escena del teatro con Rita, la Única. Viajó por el mundo: México, Buenos Aires, Nueva York, París… Inclusive conoció a Rick Blaine en su café de Casablanca. S cuenta que te cuenta. C y F solo piensan en el significado de esa noche: Carmen valora cuánto aprendió de música, cómo E se le borró de la mente y terminó por convencerse de estar enamorada de F, quien le ha regalado el mejor cumpleaños de su vida. Por su parte, Félix, al fin, se siente feliz.

T
Tula es como llama a Gertrudis la abuelita que habita junto a ella en la casona. Aprovechando ese alias, reaparece el personaje para narrar un episodio decisivo: “Cayó delante de mí. En el instante que arribaba yo a la puerta. Casi me desmayo de espanto al ver a mi ángel sobre la acera, descoyuntado como un muñeco viejo. Me sobrepuse… doy gracias al valor aprendido en mi profesión a golpe de ver agonías. Lo revisé: vivía aún, hasta hacía el intento de mantener los ojos abiertos. ¡No te mueras, coño!, le grité, con sus manos cogidas entre las mías. Lo solté para lanzarme delante de un carro que lo llevara hasta el hospital. Mi hospital. Para cuidarlo yo misma así fuera el final. No me atrevía a mirarlo en el trayecto, temiendo lo peor. Bajaba yo los párpados y enseguida me acudía la imagen del ángel despeñándose desde la Torre, como si hubiese querido volar con las alas rotas. En el fondo sabía que detrás de todo habría una verdad mucho más vulgar, que no hubiera querido nunca enterarme… Pero cuando lo introdujeron en la sala de cirugía, en una última tentativa por salvarlo, me percaté que había dejado en mi mano un papel estrujado. Leí aquella nota reventándome de rabia. Siempre… siempre presentí que esa Carmen iba a provocar una tragedia”.

U
Tras seis largas horas batallando en el salón, la doctora Úrsula sale con el rostro congestionado. Se acerca a G, la colega, para darle detalles: Está inconsciente. Hubo fractura de cráneo y tuvieron que drenar la hemorragia. Una costilla astillada se le proyectó contra el pulmón. Además, el ortopédico valoró fisura en la cadera y trauma en la cervical, ruptura en el ligamento de un tobillo, fracturas de tibia y peroné, contusión en la clavícula, muñeca y antebrazo rotos. El pronóstico es altamente reservado. Las próximas horas decidirán.

Gertrudis (o Tula) se recuesta en el pecho de R, intenta explicarle, pero el llanto no se lo permite. En eso entra C, desencajada: “Tuve que enterarme por Laudelina, una mujer que estaba haciendo el cuento delante de mi casa”, apunta como un reproche, y G la mira atravesada, clavándole puñales.

V
Desde que puso los pies en París y hasta el día del nacimiento de su hijito, Verónica soñó todas las noches con F. Únicamente con el ajetreo de madre del último año es que ha ido cediendo el sentimiento de culpa por haberlo abandonado. Sin embargo, en la nueva circunstancia V no descuida la comunicación con F y le envía remesas con regularidad. Además, tasado con justicia, V merecía ya un cambio de suerte. A la muerte de la madre, había tenido que dejar la licenciatura en Pedagogía para volcarse hacia la custodia del hermano. Vendió la casa en Cienfuegos y vino hacia La Habana en busca del padre. Pero ni este había recobrado la cordura necesaria para ayudarlos, ni la familia de él quiso mover un dedo por los advenedizos. Eran años duros, y para una muchacha en su situación solo el oficio más antiguo parecía reportar los dividendos suficientes con que rentar un techo y alimentar las dos bocas. A base de sangre, sudor, lágrimas y, sobre todo, fluidos vaginales. La oferta de matrimonio de Jean Paul, francés, solvente, reposado, trece años mayor, llegó como una bendición. Tampoco es que dejara solo a F, quien en aquella época disfrutaba su idilio con Irina. Encima, calculó que desde allá le sería más fácil sufragar los gastos de la consagración del hermano a la pintura. El correo electrónico con la noticia del “accidente” de F (de tal manera se lo describió R) la devolvió al tiempo de las pesadillas. En el sueño de esa noche, el hermanito era un Cupido que se clavaba en el corazón una flecha de su propio carcaj. Su inconsciente acababa de revelarle la verdad del suicidio. Al despertar en la mañana hizo los trámites para viajar a Cuba.

W
Wanda. Le habían puesto ese nombre por un pez de película, aunque perteneciera a la especie zoológica que es justo la antagonista dentro de la inexorable cadena alimenticia. Si se le menciona es para no dejar suelto el cabo acerca de a quién desplazó C de la cama del pintor, aquella tarde en que se conocieron. La gata que I dejara en cuidado de Félix cuando terminaron su relación; tricolor, de pelo semilargo, única y fiel compañera del muchacho hasta la sesión del retrato, enfurruñada, mostrando los colmillos, se marchó para siempre a vivir en los tejados.

X
Se supone llegado el turno de despejar la incógnita de quién fue la autora de la carta fatídica. Pero el Narrador le cederá la oportunidad a Y.

Y
Yamila es la amiga de Z que hizo la fiesta para solteros el 14 de Febrero. Ella hace como Poncio Pilatos: “¡Hey, que no fui yo quién escribió la nota! Solamente la llevé, y ni siquiera se la entregué personalmente al pintor, si no la dejé en manos del Ñato que reparte la leche. La idea de la carta fue de Z, que vino a mi casa tempranito, el día del incidente, diciéndome que debíamos actuar rápido para ayudar a Carmen…”

Z
Zoe le dijo a Yamila: “Mi amiga se las da de lista con los hombres, pero es una boba en realidad. Imagínate que rechazó el ofrecimiento de Ernesto de irse con ella para Italia y ahora anda ilusionada con ese pintor… que será bonitillo pero no tiene ningún futuro que ofrecerle. Yo escribí una carta dirigida a ese pobre diablo, donde le digo que Carmen está comprometida con un hombre que la va a sacar del país. Dicen que él es medio loquito y le dan sus prontos… a lo mejor le forma un escándalo y Carmen se aconseja y vuelve con Ernesto. Necesito que tú me hagas el favor…”

¿FIN DE LA HISTORIA?
El anticuado Larousse del Narrador (Edición Revolucionaria, Instituto del Libro, La Habana, 1968) contempla todavía a la Ch, como “cuarta letra del abecedario y tercera consonante”. Por lo cual este ha decidido que…Ch
Su nombre arrastra tragedias de vitrola, suena a boleros y cantinas, a rancheras y duelo. Como la Vargas, se llama Chavela y nació en Guadalajara, México. Haciendo en el hospital la rotación por la especialidad de ortopedia, como estudiante en la Escuela Latinoamericana de Medicina, a ella le tocó seguir el caso de un paciente escayolado de los pies a la cabeza, sobre el que circulan rumores de que quiso matarse por amor. Enseguida su mentalidad romántica quedó cautivada con el muchacho, poseedor además de una expresión soñadora y un pelo lacio y lustroso. “Félix”, leyó su nombre en la hoja clínica. “Fénix” lo rebautizó Ch, porque su salvación fue todo un milagro, y se puso rigurosamente al tanto de su tratamiento. Cuando nomás encuentra un respiro, y están ausentes de los alrededores esas tres mujeres que suelen acompañarlo (ya averiguó que son la hermana, la vecinita y la amante), se sienta a su lado y vigila el movimiento de los labios, las frases inaudibles que farfulla. “Mande”, le responde entonces como dispuesta a trocar en órdenes sus más leves deseos. Ella tiene comprobado que la esperanza, verdad absoluta de refrán, es lo último que se pierde. ¿Acaso ella, hija de obrero de maquila y ama de casa, no pudo finalmente cumplir el sueño de hacer la carrera de medicina? ¡Ah, y si ahora pudiera llevarse al Félix Fénix al agua!

Rafael Grillo. (La Habana, 1970). Escritor y periodista.

Rafael Grillo (La Habana, 1970): Escritor y periodista. Jefe de Redacción de la revista El Caimán Barbudo y fundador de la web literaria Isliada. Licenciado en Psicología y Diplomado en Periodismo. Imparte cursos de técnicas narrativas en la Universidad de La Habana y otras instituciones. Ha publicado las novelas Historias del Abecedario y Asesinos ilustrados (Premio Luis Rogelio Nogueras 2009), los libros de ensayo Ecos en el laberinto y La revancha de Sísifo y el volumen de crónicas Las armas y el oficio (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2008). Incluido en numerosas antologías; las más recientes: El silencio de los cristales. Cuentos sobre la emigración cubana; Tres toques mágicos. Antología de la minificción cubana y Island in the Ligth / Isla en la luz (bilingüe, publicado por The Jorge Pérez Foundation, Miami). Como antologador participó en L@s nuev@s caníbales. Antología del microcuento del Caribe Hispano (2015) y es el responsable de la “Trilogía de las Islas” conformada por Isla en negro. Historias de crimen y enigma (2014); Isla en rojo. Historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales (2016); Isla en rosa. Historias cubanas del amor y sus desdichas (2016). En 2018 recibió con Isla en rojo el Premio del Lector, que se entrega a los libros más leídos del año. En 2020 participó en la novela colectiva Mirar, sufrir, gozar… La Habana y vio la luz su volumen de relatos Revolicuento.com.