Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques
Jack Kerouac, William S. Burroughs
Resumen del libro: "Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques" de Jack Kerouac, William S. Burroughs
“Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” es una obra singular que combina las voces de Jack Kerouac y William S. Burroughs en un ejercicio de narración compartida. Publicada años después de los hechos que la inspiraron y del fallecimiento de Lucien Carr, esta novela captura un momento crucial en las vidas de sus autores y su círculo, un grupo de jóvenes bohemios en la Nueva York de los años cuarenta. La historia, estructurada como una crónica negra, expone los días previos y las consecuencias de un crimen que marcaría el inicio de una era literaria y personal para los futuros integrantes de la Generación Beat.
La trama sigue a Will Dennison y Mike Ryko, alter egos de Burroughs y Kerouac, mientras observan y participan en el devenir cotidiano de un grupo de amigos en agosto de 1944. Los personajes se mueven entre encuentros casuales, trabajos precarios y proyectos artísticos apenas sugeridos, en un ambiente marcado por la apatía y el hedonismo. En el centro de todo están Phillip Tourian, un adolescente carismático y esquivo, y Ramsay Allen, un hombre mayor atrapado en una obsesión autodestructiva. La relación entre ambos, llena de tensiones emocionales y dinámicas de poder, conduce al desenlace trágico: el asesinato de Allen a manos de Tourian, quien busca refugio y consejo en sus amigos antes de entregarse.
El relato, aunque aparentemente neutro y distante, destila una atmósfera de inquietud y desolación. Burroughs y Kerouac evitan juzgar a sus personajes, limitándose a registrar sus acciones y conversaciones con una frialdad que refuerza el impacto de los acontecimientos. Este estilo lacónico subraya la banalidad del día a día frente a la intensidad de las emociones soterradas, un contraste que dota al texto de una extraña fascinación.
La colaboración entre Kerouac y Burroughs, ambos aún por alcanzar la fama literaria, es en sí misma un reflejo de su juventud y de la incertidumbre de su tiempo. Kerouac, conocido por su prosa fluida y apasionada, aporta un ritmo vibrante que contrasta con el tono más cerebral y clínico de Burroughs. Juntos, crean un mosaico narrativo que, aunque imperfecto, anticipa los temas y estilos que desarrollarán en sus obras posteriores.
Más allá de su valor como documento literario, “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” es un testimonio de las complejas relaciones y vivencias que definieron a la Generación Beat. Es también una reflexión sobre la ambigüedad moral y la responsabilidad en momentos de crisis, encapsulada en la relación ambivalente de los autores con los hechos que narran. La novela es una ventana a un verano crucial en la historia de la literatura contemporánea, un instante donde el arte y la vida se entrelazaron de manera irrevocable.
1
WILL DENNISON
Los bares cierran a las tres de la mañana los sábados por la noche, así que llegué a casa hacia las 3:45 después de desayunar en el Riker’s, en la esquina de la calle Christopher con la Séptima Avenida. Tiré el News y el Mirror en el sofá y me quité la chaqueta de sirsaca y la tiré encima de los periódicos. Me iba directo a la cama.
En ese momento zumbó el timbre. Es un timbre que suena fuerte y te atraviesa, así que corrí a apretar el botón para abrir la puerta de la calle. Luego cogí la chaqueta del sofá y la colgué en una silla para que nadie se sentase allí y puse los periódicos en un cajón. Quería asegurarme de que seguirían allí cuando me despertase por la mañana. Entonces fui hasta la puerta y la abrí. Calculé el tiempo justo para que no tuvieran ocasión de volver a llamar.
Entraron cuatro personas en el cuarto. Ahora explicaré en líneas generales quiénes eran esas personas y qué aspecto tenían, puesto que la historia es en su mayor parte sobre dos de ellas.
Phillip Tourian tiene diecisiete años y es medio turco y medio americano. Tiene todo un surtido de apellidos, pero el que prefiere es Tourian. Su padre usa el de Rogers. Tiene el pelo, que le cae sobre la frente, negro y rizado, y la piel muy clara y los ojos verdes. Y antes de que todos los demás estuviesen dentro del cuarto, él ya se había instalado en la silla más cómoda de todas con una pierna por encima del brazo.
Este Phillip es el tipo de chico al que los maricas literatos escriben sonetos que empiezan: «¡Oh, greco mozo de córvidos cabellos…!». Llevaba unos pantalones muy sucios y una camisa caqui con las mangas arremangadas que dejaban al descubierto unos brazos muy masculinos.
Ramsay Allen es un hombre de aspecto notable, pelo gris y unos cuarenta años, alto y un poco fofo. Parece un actor un poco desastrado, o alguien que fue alguien. Además es del Sur, y asegura ser de muy buena familia, como todos los del Sur. Es un tipo muy inteligente, pero al verlo ahora nadie lo diría. Está tan colgado de Phillip que anda planeando a su alrededor como un buitre tímido, con una sonrisa boba y babosa en la cara.
Al es uno de los mejores tíos que conozco, y no hay mejor compañía que él. Y Phillip también está muy bien. Pero cuando se juntan los dos siempre pasa algo, forman una combinación que le ataca los nervios a todo el mundo.
Agnes O’Rourke tiene una cara irlandesa fea y un pelo negro rapado y siempre lleva pantalones. Es directa, hombruna, de fiar. Mike Ryko tiene diecinueve años y es un finlandés pelirrojo, una especie de marinero mercante vestido de caqui sucio.
Bueno, pues éstos son todos los que estaban, eran cuatro, y Agnes sujetaba una botella.
—¡Ah, Canadian Club! —dije—. Pasad y sentaos. —Como para entonces ya lo habían hecho saqué unos vasos de cóctel y todos nos servimos un trago a palo seco. Agnes me pidió un poco de agua y se la di.
Phillip tenía cierta idea filosófica que por lo visto había ido desarrollando a lo largo de la noche y ahora me la iba a contar. Dijo:
—He elaborado toda una filosofía a partir de la idea de que el desperdicio es el mal y la creación es el bien. Mientras estés creando algo, está bien. El único pecado es desperdiciar tus potencialidades.
A mí aquello me sonó bastante tonto, así que dije:
—Bueno, yo no soy más que un camarero atontado, pero qué pasa por ejemplo con los anuncios de jabón Lifebuoy, son creaciones, ya lo creo.
Y él dijo:
—Sí, pero verás, eso es lo que se llamaría una creación desperdiciada. Todo está dicotomizado. Luego tenemos el desperdicio creativo, como es hablar contigo ahora.
Así que yo le dije:
—Sí, pero ¿qué criterios tienes para distinguir la creación del desperdicio? Cualquiera puede decir que lo que él hace es creación y que lo de todos los demás son desperdicios. Es una cosa tan general que no significa nada.
Bueno, aquello fue como abrirle los ojos. Me imagino que nadie le había hecho muchas objeciones. En cualquier caso se olvidó de filosofías y yo me alegré del olvido, porque por lo que a mí concierne todas esas ideas pertenecen al departamento del «no me cuentes nada de eso».
Entonces Phillip me preguntó si tenía marihuana y le dije que no demasiada, pero él insistió en que quería fumar un poco, así que me fui al cajón de la mesa y prendimos un cigarrillo y lo fuimos pasando. Era un material muy flojo y el petardillo aquel no le hizo efecto a nadie.
Ryko, que había estado todo aquel tiempo sentado en el sofá sin decir nada, dijo:
—Me fumé seis petardos en Port Arthur, en Texas, y no me acuerdo de nada de Port Arthur, Texas.
Yo dije:
—Ahora está muy difícil encontrar marihuana y no sé de dónde voy a sacar más en cuanto se termine ésta.
Pero Phillip pilló otro cigarrillo y empezó a fumárselo. Así que me llené el vaso de Canadian Club.
En ese instante me resultó raro que si aquellos tíos nunca tenían un chavo, consiguieran aquel Canadian Club. Así que se lo pregunté.
—Agnes lo levantó en un bar —dijo Al.
Al parecer, Agnes y Al estaban al final de la barra del Pied Piper tomándose una cerveza cuando de repente Agnes le dijo a Al: «Recoge el cambio y sígueme. Tengo una botella de Canadian Club debajo del abrigo». Al la siguió, más asustado que ella. Ni siquiera la había visto cogerla.
Eso había sucedido esa noche, más temprano, y la botella ya estaba medio vacía. Felicité a Agnes y ella sonrió satisfecha.
—Fue fácil —me dijo—. Lo haré otra vez.
No estando conmigo, me dije para mis adentros.
Entonces se hizo un vacío en la conversación y yo tenía demasiado sueño para decir nada. Hablaban de algo que no oía y entonces alcé la vista justo a tiempo de ver a Phillip morder un trozo grande de cristal de su vaso y empezar a mascarlo, haciendo un ruido que se oía por todo el cuarto. Agnes y Ryko ponían unas caras como si hubiese alguien rascando con las uñas en una pizarra.
Phillip masticó bien el cristal y se lo tragó con el agua de Agnes. Entonces Al se comió también un trozo y yo le di un vaso de agua para que se lo tragase. Agnes preguntó si se podían morir y yo le dije que no, que si lo masticabas bien finito no había peligro, que era como tragarse un poco de arena. Todo eso que se decía por ahí de gente muerta por tomar cristal molido eran pamplinas.
Justo entonces se me ocurrió una idea para un gag, y dije:
—Estoy descuidando mis obligaciones de anfitrión. ¿Alguien tiene hambre? Tengo una cosa muy especial que he conseguido hoy mismo.
En ese momento Phillip y Al se estaban quitando trocitos sueltos de cristal de entre los dientes. Al se había metido en el cuarto de baño para mirarse las encías en el espejo, y le sangraban.
—Sí —dijo Al desde el baño.
Phillip dijo que el cristal le había abierto el apetito. Al me preguntó si era otro paquete de comida de mi costilla y yo le dije:
—La verdad es que sí, es algo realmente bueno.
Así que me fui al armario e hice un poco el tonto revolviendo por allí y salí con una pila de cuchillas de afeitar viejas en un plato y un tarro de mostaza.
—Eres un cabrón —dijo Phillip—. Tengo hambre de verdad.
Y yo me sentí muy contento con la broma y dije:
—Un buen gag, ¿eh?
Y Ryko dijo:
—Una vez en Chicago vi a un tío que comía cuchillas de afeitar. Cuchillas, cristales y bombillas. Al final se comía un plato de porcelana.
Para entonces ya todos estaban borrachos, menos Agnes y yo. Al estaba sentado a los pies de Phillip y lo contemplaba con una expresión bobalicona en la cara. Empecé a desear que se fuesen todos a sus casas.
En ese momento Phillip se levantó, bamboleándose un poco, y dijo:
—Venga, subamos a la azotea.
—Muy bien —dijo Al saltando como si nunca hubiera oído una propuesta más maravillosa.
—No, no subáis —les dije yo—. Vais a despertar a la casera. De todos modos allí arriba no hay nada.
—Vete al infierno, Dennison —dijo Al, irritado porque intentase bloquear un plan ideado por Phillip.
Así que salieron dando tumbos por la puerta y empezaron a subir las escaleras. La casera y su familia ocupan el piso encima de mí y encima de ellos está la azotea.
Me senté y me serví un poco más de Canadian Club. Agnes no quería más y dijo que se iba a casa. Ryko se había quedado dormido en el sofá, así que me eché el resto en mi vaso y Agnes se levantó para irse.
Se oyó no sé qué alboroto en la azotea y luego oí que algo de cristal se rompía en la calle. Nos acercamos a la ventana y Agnes dijo:
—Deben haber tirado un vaso a la calle.
Eso me pareció lógico, de modo que asomé la cabeza con precaución y vi a una mujer que miraba para arriba e insultaba. Fuera empezaba a clarear.
—Locos cabrones —decía—. ¿Qué queréis, matar a alguien?
Como creo firmemente en el contraataque, le grité:
—¡Cállese! Va a despertar a todo el mundo. Lárguese o llamo a la policía. —Y apagué las luces como si me hubiera levantado de la cama y volviera a meterme.
A los pocos minutos se marchó, todavía soltando tacos, igual que yo, sólo que yo en silencio, al acordarme de todos los problemas que aquellos dos me habían causado en el pasado. Me acordé de cuando me estrellaron el coche en Newark y cuando me echaron de un hotel de Washington porque Phillip meó por la ventana. Y había cantidad de cosas más por el estilo. Quiero decir, lo típico de estudiantes bestias, del estilo de las de 1910. Y eso pasaba siempre que estaban juntos. Por separado, se portaban perfectamente.
Encendí las luces y Agnes se marchó. En la azotea todo estaba tranquilo.
«Espero que no se les ocurra saltar», me dije a mí mismo, porque Ryko dormía. «Bueno, por mí pueden tirarse ahí toda la noche, si quieren. Me voy a la cama».
Me desvestí y me metí en la cama, y dejé a Ryko durmiendo en el sofá. Eran más o menos las seis.
…
Jack Kerouac. Escritor americano, era hijo de una familia de emigrantes franceses de Canadá que se asentó en Estados Unidos. Tras su formación secundaria, fue requerido por varias universidades para su ingreso por ser buen practicante del fútbol americano, e ingresó en la Universidad de Columbia, abandonando el deporte y la universidad como consecuencia de una fractura de pierna, y trabajando poco tiempo como marino mercante.
Kerouac comenzó a escribir muy joven y toda su producción la realizó en muy pocos años caracterizados por una vida nómada y marcada por el alcohol y las drogas. A partir de 1957 conoció a una serie de escritores de su época, con los que formó la llamada generación beat por la cual obtuvo reconocimiento público. Desde muy joven estuvo influenciado por las filosofías orientales, convirtiéndose en un practicante budista. Murió por las consecuencias de una cirrosis.
Fue autor de poemas y novelas, entre los que, como él decía, no encontraba diferencia. De entre su obra habría que destacar títulos tan conocidos como En el camino —que fue llevado al cine—, Los vagabundos del Dharma o Big sur.
William S. Burroughs Fue un escritor norteamericano, nacido en San Luis el 5 de Febrero de 1914. Considerado miembro de la llamada Generación Beat, es conocido por su obra cargada de experiencias personales, su bisexualidad y adicción a las drogas.
Licenciado por Harvard y miembro de una familia con dinero, Burroughs realizó un viaje por Europa en el que dio rienda suelta a su bisexualidad y contrajo su primer matrimonio, que apenas duró un año, antes de volver a los Estados Unidos.
Burroughs vivió con otros miembros de la Generación Beat, como Jack Kerouack, con quien escribiría una obra en conjunto. Es en esta época cuando Burroughs y su compañera Vollmann desarrollan una profunda adicción a la morfina que les llevará a problemas con la ley por practicar el tráfico de drogas. Para evitar un pena de prisión, huyen a México donde, en 1951, Burroughs mata a Vollmann de un disparo en la cabeza mientras jugaban borrachos a Guillermo Tell. Este hecho, por el que el escritor acabaría por no cumplir condena alguna, marcó de forma indeleble el resto de su vida.
Envuelto en drogas y en problemas personales, Burroughs viaja a Tánger, donde prepara la que sería su novela más famosa El almuerzo desnudo (1959), publicada en Estados Unidos tras un proceso judicial al ser considerada obscena y pornográfica. Esta novela le valió un sitio de honor dentro de la contracultura norteamericana, mientras Burroughs abandonaba las nieblas decadentes de Tánger y viajaba a París y Londres, donde fue incapaz de mantenerse alejado de las drogas y las autoridades.
Burroughs volvió a los Estados Unidos y sobrevivió a duras penas gracias a la ayuda de sus amigos mientras luchaba contra sus adicciones sin demasiado éxito. Hizo varias apariciones en películas y vídeos, pero ya no pudo levantar su vida.
William Burroughs murió en Lawrence el 2 de Agosto de 1997.