Resumen del libro:
Nunca nadie se ha adentrado en el interior de Australia; según dicen, no es más que un páramo lleno de bestias y tribus sanguinarias. Pero todo cambia cuando Voss, un explorador alemán (inspirado en Ludwig Leichhardt, un naturalista prusiano que realizó varias incursiones por esa zona a mediados del XIX), llega a la colonia con la intención de llevar a cabo una expedición histórica: atravesar el desconocido y brutal desierto australiano. Cuenta para ello con un mecenas, el señor Bonner, que, además de proporcionarle víveres y un grupo de compañeros para su viaje, le presenta a su sobrina, Laura Trevelyan, con quien Voss establece una intensa relación que trasciende el amor para internarse en la obsesión metafísica. Su vínculo tendrá que resistir un larguísimo periodo de separación, en el que Voss se enfrenta a la desolación y al aislamiento mientras ella espera su regreso sometida a una vida que siempre detestó y que ahora le pesa más que nunca. Una apasionante historia de amor y aventuras que revela el extraordinario virtuosismo de Patrick White, Premio Nobel de Literatura. Una novela excepcional que constituye todo un homenaje a la fuerza de la voluntad humana.
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—Señorita, ha llegado un hombre que pregunta por su tío —dijo Rose, respirando agitadamente.
—¿Un hombre? —preguntó la joven, ocupada en un complejo bordado. En aquel momento lo estaba estudiando con más detenimiento, acercando el pequeño bastidor a la luz—. ¿No será más bien un caballero?
—No sé —dijo la criada—. Parece un extranjero.
Aquella mujer se había vuelto una verdadera molestia. Sus grandes pechos se bamboleaban con torpeza cada vez que hablaba y, cuando estaba parada, el peso de sus silencios intimidaba a los desconocidos. Si los más sensibles entre aquellos a los que servía o a los que se dirigía no la miraban a los ojos, era porque la actitud de Rose parecía apelar a su conciencia; o tal vez porque, sencillamente, su labio leporino los abochornaba.
—¿Un extranjero? —dijo su joven señora, y su vestido de domingo suspiró—. Solo puede tratarse del alemán.
Ahora debía dar alguna orden. Siempre acababa cumpliendo su deber con autoridad y distinción, pero al principio dudaba. Rara vez salía de sí misma por voluntad propia, pues nunca se sentía más feliz que cuando se encerraba en sus pensamientos, y tenía una naturaleza tan inescrutable que pocas personas eran capaces de adivinar lo que le pasaba por la cabeza.
—¿Qué hago entonces con el caballero alemán? —preguntó el labio leporino, temblando como un flan.
Sin embargo, la impecable joven no se percató de aquel detalle. Había sido educada con sumo cuidado y, en cualquier caso, prefería rehuir la expresión de ansia que había aflorado a los ojos de la criada. Frunció el ceño aparentando formalidad.
—Mi tío aún tardará por lo menos una hora en llegar —dijo—. Dudo mucho que haya empezado siquiera el sermón.
Era exasperante que hombres desconocidos y extranjeros se presentaran en su casa en domingo, justo cuando ella tenía jaqueca.
—Puedo hacer pasar al caballero al estudio de su tío. Nadie entra nunca allí —dijo la criada—. Aunque puede que le eche el guante a algo; nunca se sabe.
El rostro plano de aquella rechoncha mujer denotaba que estaba familiarizada con todo tipo de actos deshonestos, y también que, desde que se convirtiera en esclava de la virtud, dichos comportamientos le resultaban ajenos.
—No, Rose —dijo por fin la joven, su señora, con tanta decisión que la puntera de su zapato chocó contra sus enaguas, haciendo que estas se frotaran entre sí y que la rígida falda, de un azul intenso y brillante, añadiera varias sílabas a su respuesta—. Sería descortés no atender al caballero. Hazlo pasar aquí.
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