Viaje alrededor del mundo, siguiendo el Ecuador
Resumen del libro: "Viaje alrededor del mundo, siguiendo el Ecuador" de Mark Twain
Mientras residía en Londres, inicia Twain en el otoño de 1894 un viaje en barco de vapor desde Vancouver hasta Ciudad del Cabo, siguiendo la imaginaria línea del Ecuador, viaje que en 1897 publicará como libro, en el que tenemos todas las virtudes humanas y literarias de Twain. Norteamericano de origen y raíces, natural del condado de Monroe, Missouri, en el centro de los EE.UU., hijo de un droguero, Twain tiene además de un concepto sano y amable de la vida, propio del espíritu pionero de aquellos norteamericanos amantes de una reforma social y política de la vida, un acentuado sentido del humor e ironía. El autor recorre por el Pacífico las islas Fidji, Nueva Zelanda y Australia, y con su visión humorística describe con sencillez y melancolía, pero también con ironía punzante los hábitos y costumbres de los nativos y colonizadores del siglo XIX en las por aquel entonces colonias o áreas de influencia inglesa. Sigue su travesía por la India, Ceilán y todo el subcontinente indio colonial, incluyendo las áreas que con el tiempo devendrán las futuras naciones de Pakistán y Afganistán. Y llega a Sudáfrica. Sus descripciones de un territorio donde se enfrentan ingleses, bóeres y zulúes, y de sus costumbres, están llenas de ironía. Sigue añorando un mundo primitivo que está dejando de serlo por causa de sus colonizadores, los ingleses, y aunque le sería fácil identificarse con los bóeres, tampoco éstos escapan a su visión humorística y sarcástica pues encarnan un sentido rígido de la vida, lo que para un hedonista como Mark Twain no puede por menos que sorprenderle, ya que le recuerdan a los colonizadores de su país, Estados Unidos.
Capítulo 1
Un hombre sin malos hábitos puede tenerlos peores.
Nuevo Calendario de Pudd’nhead Wilson
El punto de partida de esta gira de conferencias alrededor del mundo fue París, donde estuvimos viviendo uno o dos años.
Navegamos hasta América, e hicimos allí los preparativos. No tardamos mucho tiempo. Dos miembros de mi familia decidieron acompañarme. Y también un carbúnculo. Dice el diccionario que un carbúnculo es un tipo de joya. El humor está fuera de lugar en un diccionario.
Partimos de Nueva York hacia el oeste en pleno estío, con el comandante Pond a cargo de los trámites ferroviarios hasta el Pacífico. Hicimos unos progresos marcados por el calor a lo largo de todo el camino, y los quince últimos días fueron sofocantemente humosos, ya que en Oregón y la Columbia británica rugían los incendios forestales. Sufrimos una semana adicional de humos en la costa, donde nos vimos obligados a aguardar un cierto tiempo a nuestro buque. La nave se empeñó en arrimarse a puerto en medio del fuego, y hubo de ser trasladada a los astilleros y reparada. Zarpamos al fin; concluía así una cachazuda marcha a través del continente, que duró cuarenta días.
Avanzamos hacia el oeste, a primera hora de la tarde, sobre una mar de verano ondulada y refulgente; una mar seductora, una mar límpida y fresca que, aparentemente, daba la bienvenida a cuantos viajábamos a bordo; así fue desde luego para mí, después de haberme empolvado, ahumado y asfixiado sin remedio en el bochorno durante las pasadas semanas. El crucero había de proporcionarnos unas vacaciones de tres semanas casi ininterrumpidas. Teníamos frente a nosotros todo el océano Pacífico, sin nada más que hacer que no hacer nada y solazarnos cómodamente. La ciudad de Victoria lanzaba tenues destellos en el corazón de su nube de humo, disponiéndose a desaparecer; recogimos pues nuestros prismáticos y nos sentamos en las tumbonas de cubierta, satisfechos y en paz. Pero estas últimas zozobraron y naufragaron bajo nuestros cuerpos, avergonzándonos ante todo el pasaje. Nos las había suministrado el principal tratante en muebles de Victoria, y no valían más de medio penique la docena, aunque las pagamos a precio de sillas decentes. En los océanos Pacífico e Índico tiene uno que subir a bordo su propio asiento o prescindir de él, al igual que en los viejos y olvidados tiempos del Atlántico, esas oscuras épocas de la navegación marítima.
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Mark Twain. (Florida, Estados Unidos, 1835 - Redding, 1910). Escritor, orador y humorista estadounidense. Se educó en la ribera del Mississippi. Fue aprendiz de impresor, tipógrafo itinerante, piloto de un barco de vapor, soldado del ejército confederado, minero, inventor, periodista, empresario arruinado, doctor en Letras por las universidades de Yale y Oxford, conferenciante en cinco continentes y finalmente una de las mayores celebridades de su tiempo. En 1876 publicó Tom Sawyer y en 1884 su secuela, Huckleberry Finn, vértice de toda la literatura norteamericana moderna según Hemingway. Los Diarios de Adán y Eva, aparecidos entre 1893 y 1905, derivan de su preocupación por la Biblia, «esa vieja galería de curiosidades». A lo largo de su vida, Mark Twain pasó gradualmente de la ironía al pesimismo, luego a la amargura y a la misantropía; el humor y la lucidez nunca lo abandonaron. En 1909 comentó: «Yo nací con el cometa Halley en 1835. El próximo año volverá y espero fervorosamente irme con él. Si así no fuera, sería la mayor desilusión de mi vida. Estoy convencido de que el Todopoderoso lo ha pensando: “Estos dos monstruos han llegado juntos, que se vayan juntos”».