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Viaje alrededor de mi cuarto

Resumen del libro:

¿Qué se puede hacer cuando uno está en arresto domiciliario sino viajar con la mente? Xavier de Maistre, como consecuencia de un duelo, se halló en esta penosa tesitura, que le permitió escribir Viaje alrededor de mi habitación (publicado sin nombre de autor en 1794 e inmediato éxito de ventas). Confinado entre cuatro paredes y con la sola compañía de su criado y de su perro, Maistre supo sacar partido de su infortunio redactando este pequeña odisea, consistente en recorrer «todas las líneas posibles en geometría» de su cuarto, plantarse delante del espejo —el más certero de los retratos—, hacer que se disputen entre sí «el alma» y «la bestia» que todos llevamos dentro, filosofar con Platón y, sobre todo, soñar despierto. Este excéntrico viaje —que muchos emparentan con Sterne—, ha sido admirado por grandes escritores, y Proust lo situó en su panteón literario; Sainte-Beuve, cuyo estudio se incluye en esta edición, afirma: «Maistre es uno de esos seres cuyo encuentro nos consuela de no pocos sinsabores literarios y nos reconcilia dulcemente con la naturaleza humana… Muchos placeres y enseñanzas obtendríamos de la mayoría de sus finas e ingenuas opiniones».

I. Un libro de descubrimientos

¡Cuán glorioso es comenzar una nueva carrera, y de repente, aparecer entre los círculos intelectuales con un libro de descubrimientos, cual inesperado cometa que brilla en el firmamento! No, no guardaré más mi libro in petto: aquí está, caballeros, léanlo.

He emprendido y realizado un viaje de cuarenta y dos días alrededor de mi cuarto. Las interesantes observaciones que he hecho y el constante placer que he experimentado durante este largo trayecto me han llevado a sacarlo a la luz; la certeza de su utilidad me convence de ello. A mi corazón lo invade una satisfacción indescriptible al pensar en tantos desdichados a quienes doy un buen recurso contra el aburrimiento, al imaginar a aquellos a quienes ofrezco un poco de dulzura contra los males que padecen. El placer que se experimenta al viajar por el propio cuarto queda exento de los celos humanos; y además, no depende de la fortuna.

¿En verdad es posible ser tan desdichado, estar tan aislado como para no tener un refugio para apartarse y esconderse de la gente? He aquí todas las diligencias para el viaje. Estoy seguro de que todo hombre sensato adoptará mi sistema, sea cual sea su carácter, sea cual sea su temperamento: avaro o generoso; rico o pobre; joven o viejo; originario de tierras cálidas o de zonas polares. Puede viajar como yo. En la inmensa familia de hombres que habitan la faz de la tierra, no hay uno solo, no, ni uno solo (entre quienes poseen una habitación), que después de haber leído este libro, desaprueben la nueva manera de viajar que presento al mundo.

II. Elogio del viaje

Podría comenzar el elogio de mi viaje diciendo que nada me ha costado. Este asunto merece atención: hay ahí un motivo de ponderación, de festejo, entre la gente de escasa fortuna; y también lo hay para otra clase de individuos. Este modo de viajar tendrá un éxito rotundo por la sencilla razón de que no cuesta. ¿Para qué clase de gente, me preguntan? Pues, sencillamente, para los ricos. Y por cierto, ¡cómo no sería un magnífico recurso para los enfermos esta nueva manera de viajar! ¡No tendrán miedo a la intemperie ni al vaivén de las estaciones!; los pusilánimes, por su parte, no quedarán a merced de los ladrones ni enfrentarán baches o precipicios. Miles de personas que antes de que yo emprendiera este viaje nunca hubiesen pensado hacerlo, otras más que no habrían podido y otras tantas que ni siquiera soñaron con viajar, lo harán siguiendo mi ejemplo.

¿Dudaría el más indolente de los seres en levantar el vuelo para procurarse un gozo que no le costará penas ni monedas? ¡Ánimo, entonces, y partamos! Síganme aquellos a quienes una pena de amor, un amigo ingrato, aíslan en sus viviendas, lejos de la vileza y la perfidia de los hombres. ¡Desdichados, enfermos y aburridos del universo: seguidme! ¡Que todos los haraganes se levanten en tropel!

Y ustedes, que en su interior rumian siniestros proyectos de reforma o retiro a causa de alguna ingratitud; ustedes, que en la intimidad del cuarto de baño renuncian al mundo y a la vida. Amables anacoretas de la noche, ¡venid, abandonad sus negras ideas, créanme! Pierden instantes de placer sin ganarlo para la sabiduría; dígnense acompañarme en mi viaje. Las jornadas serán cortas, riendo a través del camino de los viajeros que han visto Roma y París; ningún obstáculo podría detenernos; y liberando festivamente nuestra imaginación, la seguiremos adonde ella quiera conducirnos.

III. Las leyes y la costumbre

¡Existen tantos curiosos en el mundo! Estoy convencido de que quisieran saber por qué este viaje alrededor de mi cuarto ha durado cuarenta y dos días, y no cuarenta y tres o cualquier otro periodo de tiempo. Pero, ¿cómo decirlo al lector si hasta yo mismo lo ignoro? Todo lo que puedo afirmar es que si llegaran a considerar que esta obra que tienen en sus manos es demasiado larga, no dependió de mí hacerla más breve. Dejo a un lado la natural vanidad de todo viajero, pues quedaría contento con un solo capítulo.

Estaba, es cierto, en mi cuarto, con todo el regocijo y la comodidad posibles. Pero, ¡por desgracia!, no podía retirarme a voluntad; incluso, creo que sin la intervención de ciertas personas poderosas que se interesaban en mí, y a quienes sin embargo no dejo de reconocer, no habría tenido el tiempo suficiente para publicar un in folio actualizado. A tal punto, estas personalidades que me obligaban a viajar por mi cuarto dispusieron todo a mi favor.

Y sin embargo, razonable lector, observa cuán equivocados estaban esos hombres, y comprende, si te es posible, la lógica que voy a exponer.

¿Existe algo de justo y natural en torcerse el cogote con aquel desconocido que nos da un pisotón sin querer, o bien, con quien en un arrebato de ira nos ofende, quizá a causa de nuestra propia imprudencia? Vayamos, entonces, al terreno donde se resuelven los asuntos del honor, y tal como hacía Nicole con el burgués gentilhombre, intentamos lanzar “cuarta” cuando el retador tira “tercia”; y para que el espectáculo de la venganza sea certero y completo, nos descubrimos el pecho, bajo riesgo de morir en manos del enemigo de quien pretendíamos vengarnos. ¡Nada tan consecuente, a pesar de las innumerables gentes que desaprueban esta respetable tradición! Y sin sorprendernos, vemos cómo esas mismas personas que desaprueban tal costumbre y que quisieran que se la considerara una falta grave, juzgan aún peor a quien se rehúsa a ejecutarla. Más de un desventurado, por seguir estos juicios, ha perdido su reputación y su empleo. De modo que cuando surge un infausto asunto de honor, bien podría dejarse a la suerte, al águila o sol, y decidir así si debe resolverse según las leyes o según las costumbres; y puesto que las leyes y las costumbres son contradictorias, los jueces podrían echar a los dados el veredicto. Y probablemente, una consideración de este género es la que explicaría cómo y por qué mi viaje ha durado justo cuarenta y dos días.

IV. Latitud y topografía

Mi cuarto se ubica a los cuarenta y ocho grados de latitud, según cálculos del padre Beccaria; su orientación corre de levante a poniente; forma un cuadrado de treinta y seis pies de superficie y, empero, mi viaje rebasará tales dimensiones, pues con frecuencia recorreré sus largos y sus anchos, o bien, andaré diagonalmente, sin regla ni método. Ya sea en zigzags o en forma geométrica, como la necesidad lo exija. No me gustan las personas con tan estricta disciplina que afirman: “Hoy visitaré a tres personas, escribiré cuatro cartas, concluiré este trabajo iniciado”; mi alma se abre a toda clase de ideas, gustos y sentimientos, recibe entusiasta todo cuanto se presenta. ¿Por qué, entonces, rechazaría los placeres esparcidos en la penosa travesía de la vida? Son tan escasos que habría que estar loco para no detenerse, desandar el camino y tomar aquello que nos brinda satisfacción. Nada, creo, más atractivo que seguir el rastro de las ideas, cual cazador que persigue a la presa sin atender ruta fija. Así que cuando viajo por mi cuarto rara vez transito en línea recta: voy de la mesa al cuadro colgado en una esquina; desde allí, camino en forma oblicua hacia la puerta; pero aunque mi intención inicial haya sido, de seguro, ir allá, si encuentro mi sillón en el camino, no lo pienso dos veces y me arrellano en él de inmediato. Es un mueble excelente un sillón de éstos, útil, sobre todo, para el hombre meditativo. Durante las largas noches de invierno, de tanto en tanto, resulta dulce, y siempre conveniente, hundirse en un sillón, suavemente, lejos de la locura colectiva. Un buen fuego, unos libros, algunas plumas… ¡soberbios recursos contra el aburrimiento! ¡Y qué placer, por otro lado, olvidar también los libros y los tinteros para avivar el fuego, abandonarse a la reflexión de cualquier asunto, o bien, rimar algunos versos para animar a los amigos! Así, las horas transcurren y caen silenciosas en la eternidad, sin dejar entrever sus tristes presagios.

V. La cama

Desde mi sillón, caminando hacia el norte, se descubre mi cama, colocada al fondo del cuarto, ofreciendo la más agradable perspectiva: su disposición no podría ser más atinada. Los primeros rayos de sol se acercan a retozar en las cortinas. En los bellos días de verano, a medida que el sol se eleva, los miro juguetear por el gran muro blanco. Los olmos que habitan frente a mi ventana los fragmentan de mil maneras y los hacen columpiarse sobre mi cama de color rosa y blanco, sembrando por doquier preciosas tonalidades a causa del reflejo de los rayos del sol. Percibo el gorjeo confuso de las alondras que han invadido el techo de la casa, y de los otros pájaros que anidan en los olmos; entonces, mil ideas festivas llenan mi espíritu, y nadie en el universo entero tiene un despertar tan agradable y apacible como el mío.

Viaje alrededor de mi cuarto – Xavier de Maistre

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