Viajar

Resumen del libro: "Viajar" de

El libro Viajar reúne tres conferencias que el autor dio sobre el tema del viaje, basadas en sus propias experiencias como navegante y explorador. En la primera conferencia, titulada Viajar, Melville reflexiona sobre los beneficios y los inconvenientes de viajar, y ofrece consejos prácticos y filosóficos para el viajero. En la segunda conferencia, Los Mares del Sur, Melville hace un recorrido histórico y geográfico por el océano Pacífico, donde vivió aventuras y conoció diversas culturas. En la tercera conferencia, Estatuas de Roma, Melville expresa su admiración por el arte y la civilización romana, y describe algunas de las esculturas más destacadas de la ciudad eterna. El libro es una muestra de la erudición, el humor y el interés cultural de Melville, uno de los grandes escritores de la literatura universal

Libro Impreso

Viajar

En el solitario macizo montañoso de Greylock se encuentra un profundo valle llamado «The Hopper», amplia y reverdecida región olvidada en el corazón de las colinas. Supongamos que una persona nacida en dicho valle no conozca nada de lo que se encuentra más allá, y que un día decida escalar la montaña: ¡con qué emoción contemplaría el paisaje desde la cima! Le apabullaría y hechizaría tanta novedad. Este tipo de experiencia refleja perfectamente el principal placer de viajar. Cada hogar es una suerte de «Hopper» que, por seguro y agradable que sea, aísla a sus habitantes del mundo exterior. Los libros de viaje no satisfacen el ansia: tan solo estimulan el deseo de ver.

Para ser un buen viajero y obtener del viaje verdadero placer son necesarias varias condiciones. La primera consiste en ser joven y despreocupado, dotado de talento e imaginación: si se carece de estas virtudes, es mejor quedarse en casa. Además, si se viene del Norte, la primera parada deberá hacerse un día hermoso, en un clima tropical, rodeado de palmeras y risueños indígenas alegremente vestidos, y para disfrutar así plenamente de los placeres de la novedad. Si no se poseen estas virtudes y se es además de naturaleza algo amargada, se podría incluso viajar al Paraíso y no lograr con ello ningún placer, pues la alegría es prerrogativa de las naturalezas festivas. Resulta esencial ser un buen paseante, ya que el viajero solo puede obtener placer y conocimiento al descubrir museos, magníficos jardines, catedrales u otros lugares de sosegada visita si posee esta cualidad. Pero el placer de abandonar el hogar, despreocupado, sin otro objetivo más allá del disfrute, también se acompaña del placer de la vuelta al viejo y querido hogar, a la casa a donde, tras un largo viaje, el corazón siempre regresa con gusto, olvidando el peso de sus ansias y preocupaciones.

No debemos aspirar a un placer puro: tanto el placer como el sufrimiento forman parte del viaje. Tal y como dijo Washington Irwing, un viaje por mar, con las emociones, la falta de confort y la forzada disciplina que implica, es una buena introducción a un viaje al extranjero. Pasaremos por alto los pequeños contratiempos, las molestias propias de Egipto e Italia, es decir, las pulgas y otros bichos, por mucho que estos de ningún modo estén dispuestos a pasar por alto al viajero. También el pasaporte es fuente de constante inquietud. Se aprende con rapidez, por los requerimientos oficiales, aquello que se convertirá en una constante: «Abrir el pasaporte es abrir el monedero», y las interminables formalidades al final de cada viaje no hacen más que recordar el suplicio soportado. El acoso y la extorsión de los guías —no solo de los canallas algo toscos, sino también de aquellos que combinan la cortesía más pulida con la vileza más refinada— son otro importante obstáculo al placer, aunque, si se tienen en cuenta las extorsiones mil veces peores que sufren los inmigrantes en nuestro país, debemos reconocer que Europa no es el hogar de todos los picaros. Sin embargo, existe un método infalible para ahorrarse estas preocupaciones: tener los bolsillos llenos. Pague a esos pillos, ríase y siga su camino. También daremos con hombres buenos, honestos y humanos, pero no son mayoría.

Por lo que atañe a los beneficios del viaje, debemos deshacernos cuanto antes de algunos prejuicios. El noruego que viaja a Nápoles disfruta tanto del clima que hasta olvida las miserias del gobierno. El matador español, que cree ciegamente en el dicho «cruel como un turco», constata en Turquía que las gentes son respetuosas con los animales; admira los caballos dóciles, siempre dispuestos, obedientes, extremadamente inteligentes, que, sin embargo, nunca han sido golpeados; vuelve por tanto a sus corridas con una visión muy diferente de su propia humanidad. El hombre de negocios viaja a Tesalónica y descubre que los infieles son más honrados que los cristianos. El anti-alcohólico militante descubre en Francia un país en el que todo el mundo bebe y nadie está ebrio. Aquel que tiene prejuicios sobre el color de la piel descubre varios cientos de millones de personas de todos los matices de color posibles, de todos los grados de inteligencia, de todos los rangos y medios sociales: generales, jueces, curas, reyes, y aprende a renunciar a su estúpido prejuicio.

El viaje también abre nuestro espíritu a los detalles. Nuestro enfoque sobre la vestimenta se ve en gran medida modificado, y la noción de confort toma más relevancia. También la barba, estos últimos años, ha retomado su verdadero valor gracias a nuestra experiencia del viaje. En la decoración de nuestras casas se ha sustituido el blanco mortecino por los frescos. Dios es generoso con los colores, y el hombre debería imitarlo.

El viaje es, para un espíritu noble, como un renacimiento. Tiende a enseñarnos una profunda humildad, ampliando nuestro altruismo hasta abarcar la humanidad al completo.

Entre sus beneficios secundarios se cuenta el de comprobar, con nuestros propios ojos, los logros más sobrecogedores de la naturaleza o del hombre, y cómo cada individuo los aprecia de distinta forma según su personalidad. Pero podemos valorarlo incluso leyendo y comparando las obras de todos los escritores viajeros. Es lo que hacen los grandes hombres que aspiran a viajar. Richter deseaba ver el mar. Schiller pensaba tanto en el viaje que llenó sus sueños de lejanos paisajes. El doctor Johnson alimentaba el mismo deseo, exagerando incluso las ventajas que este implicaría. Es importante tener alguna facilidad para los idiomas para sacar provecho del viaje, y hablar al menos un francés fluido. En los países del Levante, donde se cruzan todas las naciones, la gente humilde habla media docena de idiomas, y a menudo una persona que se considera bastante culta se ve, en aquellos lares, avergonzada por su ignorancia.

Se ha barajado la construcción de un enlace directo, por vapor, entre Nueva York y algunos puertos mediterráneos. De esta forma, el viajero podría acceder al viejo mundo por la puerta grande, en lugar de utilizar, como hasta ahora, la entrada trasera.

Viajar: Herman Melville

Herman Melville. Fue un escritor, novelista, poeta y ensayista estadounidense, nacido en Nueva York el 1 de agosto de 1819 y fallecido en la misma ciudad el 28 de septiembre de 1891. Es considerado uno de los grandes representantes del Renacimiento estadounidense, un movimiento literario que buscaba crear una identidad nacional a través de la expresión artística. Su obra más famosa es Moby Dick, una novela que narra la obsesiva persecución de una ballena blanca por parte del capitán Ahab, y que contiene una profunda reflexión sobre el sentido de la vida, el bien y el mal, y la relación del hombre con la naturaleza.

Melville provenía de una familia acomodada, pero sufrió las consecuencias de la quiebra de su padre, Allan Melville, cuando tenía doce años. Tuvo que abandonar sus estudios y trabajar en diversos oficios, como empleado bancario, maestro y granjero. A los veinte años se embarcó en un ballenero, iniciando así una vida de aventuras que le llevaría a conocer distintas partes del mundo, como la Polinesia, el Pacífico Sur, Europa y Oriente Medio. Estas experiencias le servirían de inspiración para sus primeras obras, que fueron recibidas con éxito por el público y la crítica. Entre ellas se encuentran Taipi (1846), basada en su estancia entre los nativos de las islas Marquesas; Omoo (1847), que relata sus viajes por Tahití y otras islas; Mardi (1849), una novela alegórica y fantástica; Redburn (1849), que cuenta su primer viaje en barco a Liverpool; y La guerrera blanca (1850), que denuncia las injusticias de la marina estadounidense.

En 1847 se casó con Elizabeth Knapp Shaw, con quien tuvo cuatro hijos. Se estableció en Massachusetts, donde entabló amistad con el escritor Nathaniel Hawthorne, quien le influiría en su evolución hacia un estilo más simbólico y profundo. En 1850 publicó Moby Dick, su obra maestra, que fue ignorada o rechazada por la mayoría de los lectores y críticos de su época, que no supieron apreciar su complejidad y originalidad. Melville se sintió frustrado y decepcionado, y su obra posterior reflejó un tono más sombrío y pesimista. Entre sus obras de esta etapa se encuentran Pierre (1852), una novela gótica sobre el incesto; Cuentos del mirador (1856), una colección de relatos entre los que destaca Bartleby, el escribiente, una obra maestra del absurdo; Israel Potter (1855), una novela histórica sobre la guerra de independencia; y El confidente (1857), una sátira sobre la sociedad estadounidense.

En 1863 se trasladó a Nueva York, donde trabajó como inspector de aduanas durante casi veinte años. Abandonó la prosa y se dedicó a escribir poesía, aunque sin mucho éxito. Su producción poética incluye Battle-Pieces and Aspects of the War (1866), un conjunto de poemas sobre la guerra civil; Clarel (1876), un extenso poema épico sobre un peregrinaje a Tierra Santa; John Marr and Other Sailors (1888), una colección de poemas marinos; y Timoleon (1891), su último libro publicado en vida. También escribió una novela corta titulada Billy Budd, marinero, que dejó inconclusa y que fue publicada póstumamente en 1924. Esta obra narra el conflicto entre un joven marinero inocente y un oficial malvado, y plantea cuestiones morales sobre el deber, la justicia y la violencia.

Melville murió olvidado y pobre el 28 de septiembre de 1891. Su obra fue redescubierta y revalorizada por las generaciones posteriores, que reconocieron su genialidad y su influencia en la literatura moderna. Hoy en día se le considera uno de los grandes escritores de la historia, y su legado sigue vigente y fascinante.