Resumen del libro:
Vercoquin y el plancton es una novela del escritor francés Boris Vian, publicada por primera vez en 1947. Se trata de una obra humorística y surrealista que narra las aventuras de un grupo de jóvenes que organizan fiestas clandestinas en un almacén de París, mientras intentan escapar de la vigilancia de un misterioso personaje llamado Vercoquin.
La novela se caracteriza por su estilo original y creativo, lleno de juegos de palabras, neologismos, metáforas y referencias culturales. Vian crea un universo fantástico donde conviven elementos cotidianos y absurdos, como el plancton que invade la ciudad, los animales que hablan o las máquinas que cobran vida. El autor también hace una crítica social y política de la época, denunciando el conformismo, la burocracia y la represión.
Vercoquin y el plancton es una obra divertida e ingeniosa que invita al lector a entrar en un mundo de imaginación y libertad. Se puede considerar como una de las mejores novelas de Boris Vian, junto con La espuma de los días o El otoño en Pekín. Es una lectura recomendable para los amantes de la literatura fantástica y del humor negro.
Preludio
Cuando uno ha pasado su juventud recogiendo puchos en Deux-Magots, lavando copas en una trastienda sombría y grasienta, cubriéndose, en invierno, con diarios viejos para calentarse, en el banco helado que sirve a la vez de dormitorio, de vivienda y de cama, cuando a uno lo llevaron a la comisaría dos gendarmes por haber robado un pan en la panadería (no sabiendo aún que es más fácil robarlo de la bolsa de la matrona que vuelve del mercado); cuando uno ha vivido día a día trescientos sesenta y cinco veces y un cuarto por año, como el pájaro mosca en la rama del loto, en una palabra, cuando uno se ha alimentado con plancton, se tienen derechos como escritor realista, y la gente que lo lee piensa para sí misma: este hombre ha vivido lo que cuenta, ha sentido lo que pinta. Algunas veces piensan otras cosas, o absolutamente nada, pero no lo necesito para seguir.
Pero yo siempre dormí en una buena cama, no me gusta fumar, el plancton no me tienta, y si algo hubiera robado, habría sido carne. Y los carniceros, de naturaleza más sanguínea que los panaderos (cuya sangre más bien se parece a la morcilla) no llevan a la comisaría por un desgraciado bistec de pérdida —que no existe en las panaderías— sino que más bien se lo cobran sobre la persona con amplios puntapiés en los riñones.
Además, considero que esta obra magistral: Vercoquin y coetera no es una novela realista, en el sentido que todo lo que se cuenta realmente se ha producido. ¿Se podría decir lo mismo de las novelas de Zola?
En consecuencia, este prefacio es absolutamente inútil y, por eso mismo, cumple plenamente el fin deseado.
BORIS VIAN
DEDICATORIA:
A Jean Rostand
con mis disculpas
Primera parte
SWING EN LO DEL MAYOR
Capítulo I
Como quería hacer las cosas correctamente, el Mayor decidió que esta vez sus aventuras empezarían en el preciso instante en que reencontrara a Zizanie.
Hacía un tiempo espléndido. El jardín estaba cubierto de flores recién abiertas, cuyas cortezas formaban en las avenidas, una alfombra crujiente bajo los pies. Un gigantesco rasca-menudo de los trópicos cubría con su sombra espesa el ángulo formado por el encuentro de las paredes sur y norte del parque suntuoso que rodeaba la vivienda —una de las múltiples casas— del Mayor. En esta atmósfera íntima, con el canto del cucú secular, es donde esa misma mañana Antioche Tambretambre, el brazo derecho del Mayor, había instalado el banco de madroño de vaca pintado de verde que se usaba en este tipo de ocasiones. ¿De qué tipo de ocasión se trataba? Ha llegado el momento de decirlo: era el mes de febrero, plena canícula, y el Mayor iba a tener veintiún años. Entonces, daba una surprise-party en su casa de Ville d’Avrille.
Capítulo II
Sobre Antioche Tambretambre descansaba la entera responsabilidad de la organización de la fiesta. Tenía una gran práctica en este tipo de entretenimientos, lo que unido a un entrenamiento notable para consumir sin peligro hectolitros de bebidas fermentadas, lo señalaba como el mejor de todos para preparar la surprise-party. La casa del Mayor se prestaba perfectamente a los designios de Antioche, que quería dar a su fiestita un brillo deslumbrante. Antioche había previsto todo. Un pick-up de catorce lámparas, dos de acetileno en caso de corte de corriente, reinaba, instalado por sus cuidados, en el gran salón del Mayor, ricamente decorado con esculturas sobre glándulas endocrinas que el profesor Marcadet-Balagny, el célebre interno del Liceo Condorcet, mandaba hacer en la Enfermería Especial del depósito según los deseos de los dos amigos. En la amplia pieza, preparada para la circunstancia, sólo quedaban algunos divanes cubiertos de piel de madroño de vaca que largaba reflejos rosados bajo los rayos del sol, ya muy fuerte. Se veían además dos mesas sobrecargadas de golosinas: pirámides de postres, cilindros de fonógrafo, cubos de helado, triángulos de franc-masones, cuadrados mágicos, altas esferas políticas, ananás, arroz, etc. Botellas de nansú tunecino se codeaban con botellones de gin, Hijo Fúnebre (de Tréport), whisky lapupacé, vino Ordener, vermouth de Turingia y tantas otras bebidas delicadas que era difícil reconocerlas. Vasos de cristal tostado dispuestos en filas estrechas frente a las botellas estaban prontos a recibir las mixturas que Antioche se prepara a componer. Las flores adornaban las arañas y sus olores penetrantes casi hacían dar vuelta la cabeza; tan impresionado se sentía uno por su fragancia imprevista. Gusto de Antioche, siempre. En fin, unos discos, en altas pilas, ondeados en la superficie por reflejos simétricos y triangulares esperaban, llenos de indiferencia, el momento en que, desgarrándole la epidermis con su caricia aguda, la aguja del pick-up arrancara a su alma espiritada el clamor aprisionado muy en el fondo de su surco negro.
Estaban, en especial, Chant of the Booster, de Mildiou Kennington, y Garg arises often down South, por Krüger y sus Boers…
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