Resumen del libro:
Venus en las tinieblas es una antología de relatos de horror escritos por mujeres, publicada por la editorial Valdemar en dos volúmenes. El primero, editado en 2005, recoge veinte cuentos que abarcan desde el siglo XVIII hasta principios del XX, mientras que el segundo, publicado en 2019, contiene diecinueve relatos de autoras contemporáneas. En esta reseña me centraré en el primer volumen, que ofrece una interesante muestra de la contribución femenina al género fantástico y gótico.
El libro se abre con una introducción de Antonio José Navarro, el antólogo y traductor de los textos, que repasa la historia y la evolución de la literatura de terror escrita por mujeres, desde las pioneras del romanticismo hasta las maestras del realismo psicológico. Navarro destaca el papel fundamental que las escritoras han tenido en el desarrollo y la popularización del género, así como la diversidad de estilos y temáticas que abordan en sus obras. También señala las dificultades y los prejuicios que han sufrido muchas de ellas para ser reconocidas y valoradas por la crítica y el público.
Los relatos seleccionados para esta antología son de una gran calidad literaria y ofrecen una variedad de tonos, atmósferas y recursos narrativos. Algunos son clásicos indiscutibles del género, como “La joven invisible” de Mary Shelley, “La pata de mono” de W.W. Jacobs o “Los ojos” de Edith Wharton. Otros son menos conocidos pero no por ello menos interesantes, como “El espectro o Las ruinas del Priorato Belfont” de Sarah Wilkinson, “La casa encantada” de Edith Nesbit o “Marsyas en Flandes” de Vernon Lee. Todos ellos comparten un elemento común: la capacidad de crear una tensión creciente que atrapa al lector y lo sumerge en un mundo donde lo sobrenatural se mezcla con lo cotidiano, lo sublime con lo grotesco, lo racional con lo irracional.
Venus en las tinieblas es una obra imprescindible para los amantes del terror y la fantasía, pero también para los interesados en la historia y la crítica literaria. Es un homenaje a las mujeres que han escrito e inspirado historias que nos hacen temblar y soñar, que nos desafían y nos emocionan. Es una invitación a descubrir o redescubrir a unas autoras que han dejado una huella imborrable en la literatura universal.
Sarah Wilkinson
(1779 – 1831)
Sarah Carr Wilkinson vivió por y para la escritura, al igual que otras creadoras de su época, como Eliza Parsons (1748-1811) —autora de una célebre novela gótica, The Castle of Wolfenbach (1793), de popularidad equiparable a los más elogiados trabajos de Ann Radcliffe— o Charlotte Smith (1749-1806) —quien contribuyó en grado sumo a la definición de lo «gótico» en la literatura con obras de la enjundia de Emmeline: The Orphan of the Castle (1788)—. No obstante, a diferencia de éstas, Wilkinson nunca saboreó el prestigio literario o el éxito económico. Su vida, en ocasiones, parece extraída de un melodrama dickensiano, marcada por la pobreza, la soledad y la enfermedad.
Poco sabemos sobre la infancia y adolescencia de Sarah Wilkinson, así como de su educación. No obstante, la aparición entre 1805 y 1810 de tres libros escolares sumamente cuidados —A Visit to a Farm-House (1805) y A Visit to London: Containing a Description of the Principal Curiosities in the British Metropolis (1810), ambos publicados en Juvenile and School Library by McMillan, además de The Instructive Remembrancer: Being an Abstract of the Various Rites and Ceremonies of the Four Quarters of the Globe. For the Use of Schools (1805) de McKenzie Publishers— sugiere que su formación cultural era lo suficientemente elevada como para ejercer de maestra o institutriz. Intuición confirmada cuando, después de 1812, acuciada por la necesidad de dinero, empezó a trabajar como profesora en la White Chapel Free School de Gower Walk, País de Gales. Quizá influyó en su carrera docente el hecho de que fuese «una de las jóvenes seleccionadas por la señora (Frances) Fielding para que leyeran a su madre, lady Charlotte Finch, cuando empezó a mermar su vista», según una carta a la Royal Literary Foundation (10 Feb. 1824). Charlotte Finch (1725-1813), hija de Thomas Fermor, lord de Pomfret, fue preceptora de los hijos del rey Jorge III entre 1762 y 1792, y la relación entre Wilkinson y los Fermor se prolongó, efectivamente, toda la vida; de ahí que varias de sus obras estén dedicadas a los miembros de esa familia.
La carrera literaria de Sarah Wilkinson empezó en 1803, al publicar algunos relatos cortos en Tell-Tale Magazine, un semanario especializado en narrativa breve editado por Ann Lemoine, semanario que se vendía conjuntamente con «bluebooks». Los «bluebooks» —llamados así por sus cubiertas azules de cartoné de mala calidad— eran libros pequeños, baratos y, a menudo, no muy bien impresos, dedicados íntegramente a lo que hoy llamaríamos literatura popular —aventuras históricas, melodramas góticos y narraciones terroríficas—, pero eran de lectura relativamente sencilla, tremendamente viscerales, directos, y durante las dos primeras décadas del siglo XIX gozaron de una magnífica distribución por las Islas Británicas, distribución sustentada en una intrincada red de vendedores ambulantes. El buen oficio de Sarah Wilkinson logró que su nombre pronto empezara a aparecer en las portadas de los «bluebooks». Títulos como The Subterraneous Passage; or the Gothic Cell (1803), Horatio and Camilla: Or, the Nuns of St Mary (1804) y The Water Spectre; or, An Bratach (1805) fueron algunas de las dieciséis novelas góticas que la escritora publicó entre 1803 y 1806 bajo la tutela editorial de Ann Lemoine. Empero, Wilkinson también colaboró con otros libreros / impresores interesados en el mismo producto: por ejemplo, John Bull; or the Englishman’s Fire-side (1803) fue publicada por Thomas Hughes, y Monkcliffe Abbey (1805) por Kaygill Publishers, mientras que The Ghost of Golini; or, the Malignant Relative. A Domestic Tale (1820) lo hizo por Simon Fisher.
Los beneficios de su primera novela al margen del ámbito de los «bluebooks», The Thatched Cottage; or, Sorrows of Eugenia, a Novel (1806), posibilitó que Sarah Wilkinson abriera una librería en el nº 2 de Smith-Street, Westminster, cuya gestión compaginó con la actividad literaria, publicando The Fugitive Countess; or, the Convent of St Ursula, a Romance (1807), The Child of Mystery, a Novel (1808) y The Convent of the Grey Penitents; or, the Apostate Nun, a Romance (1810). Un año después, en 1808, nacía su hija Amelia Scadgell, hija de un misterioso Mr. Scadgell del que se ignora si contrajo matrimonio con la escritora —probablemente no—, aunque en esa época firmara algunos textos como Sarah Scudgell Wilkinson. En 1811, la librería quebró, y su propietaria se vio obligada a alquilar habitaciones en su casa para saldar deudas y criar a su hija. Pero también este negocio resultó efímero, ya que su quebradiza salud —que ya empezó a manifestarse durante su adolescencia— y los problemas domésticos derivados de ella —es decir, una ineficaz prestación de servicios— ahuyentaron a sus huéspedes. De manera trágica, los problemas de dinero y de salud empeoraron: la Royal Literary Foundation —una especie de «sindicato» destinado a ayudar económicamente a aquellos dramaturgos, poetas, traductores, biógrafos, periodistas o críticos que estuvieran en apuros, sin distinción de sexo, religión o ideas políticas, y al que han pertenecido Thomas Love Peacock, James Hogg, Joseph Conrad, D. H. Lawrence, James Joyce, Ivy Compton-Burnett, Mervyn Peake, G. K. Chesterton y Somerset Maugham, entre otros— no atendió a sus peticiones de auxilio, hasta el extremo de que Sarah estuvo a punto de perder la custodia de su hija en 1821. Pero la intervención del nuevo lord Pomfret, nieto de Charlotte Finch, evitó en el último instante lo que parecía una inevitable separación. En 1824 se le diagnosticó un cáncer de mama y fue intervenida quirúrgicamente en el Westminster Hospital con los fondos facilitados, esta vez sí, por la Royal Literary Foundation. La escritora siguió trabajando para sacar adelante a Amelia, pero algunos de sus últimos textos, como The Baronet Widow (1825), una novela en tres volúmenes, sufrió graves retrasos en su publicación a causa de la crisis editorial de los «bluebooks». Crisis que coincidió con un agravamiento del estado físico de Wilkinson, sometida a dos operaciones más en el St. George’s Hospital. A fin de procurarse una manutención básica, la autora se empleó como letrista para compositores de música popular, tal y como explica en otra misiva dirigida a la Royal Literary Foundation (8 En. 1828). Su última obra literaria, The Curator’s Son (1830), es un drama moral muy alejado de sus queridas ficciones góticas. Sola y agotada, pasó sus últimos meses de vida en el St. Margaret’s Workhouse, Westminster. Sarah Wilkinson falleció el 19 de marzo de 1831, dejando tras de sí una vasta obra narrativa y poética, hoy prácticamente olvidada.
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