Upanishads

Resumen del libro: "Upanishads" de

Los Upanishads representan la culminación de la tradición védica, marcando un punto crucial en la filosofía hindú conocida como Vedanta, que significa «la conclusión del Veda». Estos textos, datados alrededor del 400 a.C., son fundamentales para entender el desarrollo del pensamiento espiritual en la India. A través de sus enseñanzas, se exploran conceptos profundos y abstractos como el Atman (el Sí mismo) y Brahman (el Espíritu universal), y se propone la icónica ecuación TAT TVAM ASI, que se traduce como «Tú eres Ello».

El núcleo filosófico de los Upanishads gira en torno a la identidad entre Atman y Brahman, una revelación que ha influido en generaciones de pensadores y practicantes espirituales. Estos textos no solo exponen teorías metafísicas, sino que también ofrecen una guía para la realización personal y el autoconocimiento. A través de diálogos y narrativas, los Upanishads invitan al lector a contemplar la naturaleza de la realidad y el propósito de la existencia humana.

La presente edición de los Upanishads cuenta con la traducción original en sánscrito emparejada con la célebre versión de Juan Mascaró, un destacado erudito que dedicó su vida a interpretar y difundir la sabiduría de los textos védicos. Esta versión fue posteriormente vertida al español por José Manuel Abeleira, quien también se encargó de la edición actual. Mascaró, conocido por su claridad y profundidad interpretativa, ha logrado que estos antiguos textos sean accesibles y relevantes para el lector contemporáneo, preservando su esencia y belleza poética.

En conjunto, los Upanishads ofrecen una ventana a la espiritualidad y la filosofía de la India antigua, invitando al lector a un viaje introspectivo y revelador. Son una obra imprescindible para aquellos interesados en la exploración del ser y el entendimiento de la conexión profunda entre el individuo y el cosmos.

Libro Impreso EPUB

Al Espíritu de
Rabindranath Tagore,
1861-1941

y en Memoria del profesor
Millicent Mackenzie
1862-1942

INTRODUCCIÓN

El término sánscrito UpanishadUpa-ni-shad, proviene de la unión del verbo sad, «sentarse», con upa —conectado a su vez con el latín sub, «debajo de»— y ni, que se encuentra en las palabras inglesas be-neath — y ne-ther. Todo junto vendría a señalar una lección sentada, una instrucción; la acción de sentarse a los pies de un maestro. Cuando leemos en los Evangelios que «Jesús subió a una montaña y, una vez instalado, sus discípulos se le unieron», podemos imaginarlos sentados a los pies de su Maestro, con lo que el Sermón de la Montaña podría considerarse en su conjunto un Upanishad.

Los Upanishads son tratados espirituales que varían en extensión. Los más antiguos fueron compuestos entre el 800 y el 400 a. C. Con el tiempo su número aumentó, y llegaron a editarse unos ciento doce Upanishads en sánscrito. Algunos fueron escritos en época tan reciente como el siglo XV. Estos últimos repiten casi todas las ideas de los antiguos Upanishads usándolas para una determinada escuela de pensamiento o instrucción religiosa. Los Upanishads más extensos y quizá los más antiguos son el Brihad-aranyaka y el Chandogya, que abarcan unas cien páginas cada uno, mientras que el Upanishad Isa, uno de los más importantes y que no dista en edad de la Bhagavad Gita, solo tiene dieciocho versos.

Si todos los Upanishads conocidos se reunieran en un solo volumen, constituirían una antología de aproximadamente la extensión de la Biblia. El espíritu de los Upanishads puede compararse con el del Nuevo Testamento, resumido en las palabras «Mi padre y yo somos uno» y «El reino de Dios está dentro de ti», cuya semilla ya se encuentra en las palabras de los salmos «Yo he dicho: Vosotros sois dioses, y todos sois hijos del Altísimo».

La Bhagavad Gita podría considerarse un Upanishad; de hecho, al final de cada capítulo hallamos una nota, añadida en tiempos posteriores, que comienza con las palabras: «He aquí, el Upanishad de la gloriosa Bhagavad Gita».

Teóricamente, un Upanishad podría incluso ser compuesto a día de hoy: un Upanishad espiritual que tendría su origen en la fuente Única de las religiones y el humanismo y que se aplicaría a las necesidades del mundo moderno.

Cuando el príncipe Dara Shukoh, hijo del emperador Shah Jahan constructor del Taj Mahal, visitó Cachemira en 1640, oyó hablar de los Upanishads e hizo traducir cincuenta de ellos al persa. Esta traducción se terminó en 1657 y Anquetil Duperron la vertió al latín mucho más tarde, publicándola en París en 1802. Schopenhauer leyó esta y dijo de los Upanishads: Su lectura «ha sido el consuelo de mi vida y lo será también de mi muerte» — «Sie ist der Trost meines Lebens gewesen und wird der meines Sterbens sein».

En los cantos de los Vedas encontramos la admiración del hombre ante la naturaleza: fuego y agua, los vientos y las tormentas, el sol y su salida se entonan con adoración. A veces nos recuerdan al amor por la naturaleza expresado por san Francisco cuando canta:

Gloria a ti, mi Dios, por el regalo de tu creación y especialmente por nuestro hermano, el sol, que nos concede el día y a través del cual nos das luz. Él es hermoso y radiante, y grande es su gloria, y da testimonio de ti, oh Altísimo.

Gloria a ti, mi Dios, por nuestro hermano el viento y el aire, sereno o en nubes y en todo tiempo, con el que sostienes a todas las criaturas.

Gloria a ti, mi Dios, por nuestra hermana agua, tan útil y humilde, preciosa y pura.

Gloria a ti, mi Dios, por nuestro hermano fuego con el que iluminas la noche; él es bello, dichoso, fuerte y poderoso.

Los cantos de los Vedas no pueden comenzar con las palabras «Gloria a ti, mi Dios», como lo hace el texto de san Francisco, ni alcanzar el sublime final del canto: «Gloria a ti, mi Dios, por aquellos que perdonan por amor a ti» —«Laudato si, mi Signore, per quelli che perdonano per lo tuo amore». La ascensión de los muchos al Uno no se había completado aún en los Vedas, ni encontramos en ellos el Espíritu de amor revelado en el Upanishad Svetasvatara, en Buda y en la Bhagavad Gita.

Sin embargo, cuando en los Vedas el espíritu del poeta se hace uno con el dios de su alabanza, hallamos a menudo un sentido de unicidad, como si hubiera un Dios por encima de todos los dioses, como cuando oímos estas palabras dirigidas a Varuna, el Dios de la misericordia:

Oh Dios, te alabamos con nuestros pensamientos. Te alabamos aún cuando el sol te alaba cada mañana; para así encontrar la alegría sirviéndote.

Mantennos bajo tu protección. Perdona nuestros pecados y concédenos tu amor.

Dios hizo los ríos para que fluyeran. Nunca sienten cansancio, no cesan de fluir. Vuelan ligeros cual pájaros en el aire.

Que la corriente de mi vida fluya hacia el río de la rectitud. Libera las ataduras del pecado que me aprisionan. No dejes que el hilo de mi canto se vea truncado mientras lo entono; y no permitas que mi trabajo acabe antes de su cumplimiento.

Rig Veda 11. 28

En uno de los últimos cantos de los Vedas, el canto a Purusha, encontramos que el dios es descrito con unas palabras que nos recuerdan al Brahman de los Upanishads:

Purusha es el universo entero, es lo que ha sido y lo que será. Una cuarta parte de él es todos los seres, tres cuartas partes son cielo inmortal.

Y cuando el poeta de los Vedas canta a la gloria de Vata, el dios de los vientos, dice así:

Espíritu de los dioses, semilla de todos los mundos — Atma devanam, bhuvanasya garbho.

En los Vedas también hallamos algunas de esas cuestiones supremas que el hombre se plantea cuando se pregunta sobre el significado de este gran Todo, y que serían respondidas más tarde en los Upanishads:

Entonces no había lo que es ni lo que no es. No había cielo, ni alturas más allá del cielo. ¿Qué poder había? ¿Dónde? ¿Quién era ese poder? ¿Había un abismo de aguas insondables?

Entonces no había muerte ni inmortalidad. Señales no había del día o de la noche. El UNO respiraba por medio de su propio poder, en la paz infinita. Solo el UNO había; más allá nada existía.

La oscuridad se hallaba oculta en la oscuridad. El todo era fluido y sin forma. Allá dentro, en el vacío, surgió el UNO por el fuego del fervor.

Y en el UNO surgió el amor: el Amor, primera semilla del alma. La verdad de esto la hallaron los sabios en sus corazones; buscando en ellos con sabiduría, encontraron ese punto de unión entre el Ser y el no ser.

¿Quién conoce la verdad? ¿Quién puede decir cuándo y cómo surgió este universo? Los dioses son posteriores a su comienzo; por tanto, ¿quién sabe, pues, de dónde procede esta creación?

Solo ese dios que ve en las alturas celestiales: solo él sabe cuándo surgió este universo y si fue hecho o creado. Solo él lo sabe, o tal vez no.

Rig Veda X. 129

El ritual de adoración de los Vedas, cuando los hombres sentían la gloria de este mundo y rezaban para tener luz, debió de convertirse con el tiempo en la plegaria rutinaria desde las tinieblas para obtener las riquezas de este mundo. En los Upanishads detectamos una reacción contra la religión externa, y cuando las ideas de los Vedas son aceptadas, se les da una interpretación espiritual. Es la lucha continua entre la letra que mata y el espíritu vivificante. Así lo leemos en el Mundaka Upanishad.

Mas las naves del sacrificio no son seguras para ir a la orilla más lejana; inseguros son los dieciocho libros donde se explican las acciones inferiores.

La Bhagavad Gita expresa la misma idea con mayor fuerza todavía:

Como el uso de un pozo de agua allí donde el agua lo inunda todo, tal es el uso de todos los Vedas para quien ve lo Supremo.

Con otras palabras, el Svetasvatara Upanishad nos dice:

¿De qué le sirve el Rig Veda a quien no conoce el espíritu del que proviene el Rig Veda?

Los creadores de los Upanishads eran pensadores y poetas; tenían la visión del poeta. Y el poeta sabe bien que, si la poesía nos saca de la realidad inferior de la vida cotidiana, es únicamente para conducirnos a la visión de una Realidad superior, incluso en esta vida cotidiana, donde las limitaciones dan paso a que el poeta encuentre la alegría de la liberación.

Estas composiciones se hallan tan por encima de la mera curiosidad arqueológica de algunos estudiosos como la luz lo está por encima de su definición. La erudición es necesaria para procurarnos los frutos de la sabiduría antigua, pero solo una elevación del pensamiento y la emoción puede ayudarnos a disfrutar de estos y a transformarlos en vida.

Uno de los mensajes de los Upanishads es que el Espíritu solo puede llegar a conocerse mediante una unión con él, y no a través del mero aprendizaje. ¿Puede acaso el aprendizaje hacernos sentir el amor, ver la belleza u oír las «melodías nunca antes escuchadas»? Algunos solo han apreciado la variedad de pensamientos recogidos en los Upanishads, no la unidad que subyace en ellos. A esas personas se les podrían aplicar las palabras de los textos sagrados: «Quien ve variedad y no la unidad no hace sino deambular de muerte en muerte».

El espíritu de los Upanishads es el Espíritu del Universo. Brahman, Dios mismo, es el espíritu subyacente. El cristiano debe sentir que Brahman es Dios, y el hindú debe sentir que Dios es Brahman. A menos que exista un sentimiento de reverencia por lo Inefable, independientemente de las barreras de los nombres, resulta verdadero el aforismo de los Upanishads: «Las palabras son cansancio»; idea idéntica a la expresada por el profeta al afirmar: «El escribir libros en abundancia no tiene fin».

«El Espíritu Santo» puede ser la traducción más parecida a Brahman en lenguaje cristiano. Mientras que Dios Padre y Dios Hijo ocupan un lugar primordial en la mente de muchos cristianos, parece que el Espíritu Santo recibe menos adoración. Y en India, el Brahman de los Upanishads no es tan popular como Siva, Vishnu o Krishna. Ni siquiera Brahma, que es la manifestación de Brahman como creador, y no debe confundirse con este, vive en la devoción diaria de los hindúes, tal y como lo hacen los otros dos dioses de la trinidad, Siva y Vishnu. La doctrina de los Upanishads no es una religión de muchos; más bien su eje central es el espíritu que hay detrás de todas las religiones, repetido en una maravillosa variedad de formas.

Brahman en el Universo, Dios en su trascendencia e inmanencia. Es también el Espíritu del hombre, es Atman, el Sí mismo en cada uno y en todo. De ahí que en los Upanishads se haga la afirmación crucial de que Dios no debe buscarse como algo distante, separado de nosotros, sino más bien como lo más íntimo de nosotros, como el Sí mismo superior que habita en nosotros y está por encima de las limitaciones de nuestro sí mismo inferior. Elevándonos hacia lo mejor de nosotros, nos elevamos hacia el Sí mismo interior, hacia Brahman, hacia Dios mismo. Por ello, cuando se apremia al sabio de los Upanishads para que dé una definición de Dios, él permanece en silencio, indicando que Dios es silencio. Al volvérsele a pedir que exprese a Dios mediante palabras, el sabio dice: «Neti, neti», «Eso no, y eso tampoco»; pero cuando se le insiste para que dé una respuesta positiva, pronuncia las simples y sublimes palabras «TAT TVAM ASI», «Tú eres Ello».

De acuerdo con los Upanishads, la realidad de Dios solo puede captarse en un estado de consciencia gozosa más allá de la consciencia ordinaria. La voz callada de lo Eterno nos susurra perpetuamente sus melodías sempiternas. El esplendor del Infinito se halla en todas partes, pero nuestros oídos no pueden oír y nuestros ojos no pueden ver: el Eterno no puede captarse con los sentidos efímeros o con la mente efímera. El Taittiriya Upanishad expresa esto de manera muy bella: «Palabras y mente hacia él se dirigen, pero no le alcanzan y retornan. Mas aquel que conoce el gozo de Brahman no siente ya temor».

Solo lo Eterno dentro de nosotros puede llevarnos a lo Eterno. Y solo cuando lo efímero se ha convertido en Eterno puede un hombre decir: «Yo soy Él».

Brahman es descrito como inmanente y trascendente, dentro de todo y fuera de todo. Si el Todo es imaginado como un triángulo, el vértice puede imaginarse como Dios trascendente que en su expansión crea la materia a partir de sí mismo —no de la nada—, tornándose así inmanente, hasta el final de la evolución, cuando lo inmanente convierte todo de nuevo en trascendente, en una evolución ascendente hacia él. ¿Por qué? Por el gozo de la creación. ¿Por qué existe el mal? Por el gozo de que de este surja el bien. ¿Por qué la oscuridad? Para que la luz brille con mayor intensidad. ¿Por qué el sufrimiento? Para la instrucción del alma y por el gozo del sacrificio. ¿Por qué el juego infinito de creación y evolución? Por Anandam, el gozo en estado puro.

En la elevación del no-ser al Sí mismo, de inconsciencia a consciencia y de esta a la Consciencia suprema, se da un proceso de desprendimiento. Cuanto más se olvida el sí mismo inferior mediante la ejecución de buenas obras y el cumplimiento de lo bello y lo verdadero, tanto más se acelera el proceso de evolución.

El entrenamiento de uno mismo para la visión de la unidad de Atman y Brahman se llama Yoga. Más tarde, este fue desarrollado con tanto lujo de detalles y observación que su estudio resultaría de gran interés para los psicólogos occidentales. En los Upanishads encontramos el concepto de un cuarto estado de consciencia, por encima del estado despierto, la ensoñación y el sueño profundo.

La ley de la evolución llamada Karma explica la aparente injusticia del mundo con una simplicidad sublime. Existe una ley de causa y efecto en el mundo moral. Somos los artífices de nuestro propio destino, y los resultados no se limitan a una sola vida, ya que nuestro Espíritu, que nunca nació y nunca morirá, debe volver y tomar posesión de un cuerpo, a fin de que el sí mismo inferior reciba la recompensa de sus obras. El bien conducirá al bien y el mal al mal. Del bien vendrá la alegría, y del mal el sufrimiento. Y de este modo la gran evolución continúa su fluir hacia la perfección.

Hay dos puntos que parecen haber desconcertado a los lectores de estos textos sagrados: el problema de la personalidad y aquel de la unión final con Brahman.

Como la materia y la personalidad inferior solo tienen una realidad relativa que más adelante se llamará maya —ilusión, algo que pasa y que no es realidad eterna—, se ha pensado que nuestra personalidad —esa personalidad por la que sentimos tanto apego— ha sido considerada poco importante y se ha visto relegada.

¿Significa esto que la personalidad de Shakespeare resultó olvidada, porque él transformó su espíritu en mil espíritus, porque con su empatía que todo lo abarcaba se convirtió durante un tiempo en un Hamlet o un Falstaff? Durante el proceso de creación, el sí mismo inferior es olvidado, para emerger mucho más grande en la marcha hacia lo Eterno: lo efímero queda atrás, pero se vuelve Eterno. «Quien a Dios conoce se vuelve Dios», dice el Mundaka Upanishad.

«Upanishads»

Autor cuyo nombre no es conocido o no ha sido declarado.