Resumen del libro:
Policías y criminales han sido siempre las dos caras de una misma moneda, pero ningún novelista ha sabido explorar esta perversa simbiosis como Philip K. Dick. Fred es el agente de policía encargado de investigar y detener a Bob Arctor, peligroso traficante de la adictiva y letal Sustancia D. Para ello Fred se adentra en un mundo donde resulta difícil diferenciar la realidad de los sueños y se sumerge en un juego perverso con Bob, en el que será a la vez cazador y presa, hasta que la pesadilla culmina con un sorprendente enfrentamiento final entre el policía y el traficante. Cáusticamente divertida e inquietantemente certera en la descripción de yonquis, colgados, traficantes, buscavidas y policías, quizá sea la novela sobre drogas más desconcertante jamás escrita.
I
Había una vez un individuo que estuvo todo el día sacándose piojos del pelo. El médico le dijo que no había ningún insecto en su cabello. Se duchó durante ocho horas seguidas, soportando el agua caliente hora tras hora y sufriendo el picor de los animalitos. Luego salió de la ducha, se secó… y los piojos seguían en su pelo. En realidad los tenía por todo el cuerpo. Al cabo de un mes los piojos invadieron sus pulmones.
No teniendo otra cosa que hacer o pensar, empezó a estudiar teóricamente el ciclo vital de los piojos y, con ayuda de la Enciclopedia Británica, trató de averiguar qué tipo concreto de insectos era el que le atormentaba. Su casa ya estaba llena de ellos. Se documentó sobre los numerosos tipos existentes, y finalmente advirtió que también había piojos fuera de la casa, por lo que determinó que se trataba de áfidos. Y no cambió jamás de idea, por mucho que otras gentes le dijeran cosas como que «los áfidos no pican a las personas».
Le dijeron eso porque la picadura constante de los piojos era un suplicio para él. Conocía un establecimiento, el 7-11, parte de una cadena extendida por casi toda California, y fue allí donde compró diversas marcas de insecticidas:
«Raid», «Black Flag» y «Yard Guard». Primero roció la casa, luego su propio cuerpo. El «Yard Guard» pareció ser el mejor.
En cuanto al lado teórico del asunto, advirtió tres etapas en el ciclo vital de los piojos. En primer lugar, personas a las que denominó «portadores» los llevaban encima para contaminarle. Los portadores eran tipos inconscientes de su papel como distribuidores de piojos. Durante esta etapa los piojos no tenían pinzas o mandíbulas (aprendió esta palabra durante sus semanas de investigación, una insólita ocupación teórica para un tipo que trabajaba en Frenos y Llantas Handy reparando tambores de frenos). Así pues, los individuos portadores no sentían nada. El acostumbraba a sentarse en un rincón de su cuarto de estar contemplando cómo entraban los distintos portadores —a la mayoría ya los conocía, aunque también había algunos desconocidos—, cubiertos con áfidos que se encontraban en esta fase particular inocua. Y no le quedaba más remedio que sonreírse, puesto que sabía que aquellas personas estaban siendo usadas por los piojos sin que se dieran cuenta.
—¿De qué te ríes, Jerry? —le preguntaban entonces.
En la segunda etapa, los piojos adquirían alas, o algo por el estilo, aunque en realidad no eran alas. Bien, eran apéndices de un tipo funcional que les permitían desplazarse. Así era como se movían y esparcían… especialmente por su cuerpo. El ambiente estaba cargado de ellos, constituían una especie de nube que llenaba su cuarto de estar, toda su casa. Durante esta fase tuvo que esforzarse por no tragárselos.
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