Una belleza rusa
Resumen del libro: "Una belleza rusa" de Vladimir Nabokov
En esta colección de trece cuentos Nabokov nos habla con ternura e ironía de una generación de exiliados. Algunos son emigrados rusos residentes en París o en Berlín, donde intentan reconstruir sus vidas a partir de fragmentos de realidad, belleza y honores recordados. Otros son simplemente hombres y mujeres a la deriva en un mundo extraño donde han desaparecido los valores que una vez rigieron su existencia.
«Una belleza rusa» («Krasavitsa») es una divertida miniatura, con un desenlace inesperado. El texto original fue publicado en el diario para emigrados Posledniya Novosti (París, 18 de agosto de 1934), y formó parte de Soglyadatay, colección de cuentos del autor editada por Russkiya Zapiski (París, 1938).
Olga, de quien ahora nos ocuparemos, nació el año 1900, hija de una familia de nobles adinerados, libres de preocupaciones. La pálida muchachita con su blanco traje de marinero, los cabellos castaños peinados hacia un lado y unos ojos tan alegres que todo el mundo se los besaba, fue considerada una belleza desde su infancia. La pureza de su perfil, la expresión de sus labios cerrados, la sedosidad de las trenzas que le colgaban hasta la cintura, todo resultaba encantador.
Su infancia transcurrió gozosa, segura y alegre, como desde antiguo era habitual en nuestro país. Un rayo de sol sobre la cubierta de un volumen de la Bibliothéque Rose en la finca familiar, la clásica escarcha en los jardines públicos de San Petersburgo… Un repertorio de recuerdos como los citados, constituía su única dote cuando salió de Rusia en la primavera de 1919. Todo sucedió en total consonancia con el estilo de la época. Su madre murió de tifus, su hermano fue ejecutado frente al pelotón de fusilamiento. Desde luego, todo fórmulas hechas, los escalofriantes chismorreos de rigor, pero así sucedió, no existe otra manera de decirlo, y de nada servirá apartar la nariz con desprecio.
En fin, que en 1919 nos encontramos con una joven dama ya crecida, de pálida cara llena con unas facciones tal vez excesivamente regulares, pero aun así muy adorable. Alta, de senos suaves, viste siempre un jersey negro y un chal en torno al blanco cuello y sostiene un cigarrillo inglés entre los finos dedos de la mano en la que apunta un huesecillo, justo encima de la muñeca.
Sin embargo, hubo un momento de su vida, a finales de 1916, en que no había colegial del centro de veraneo próximo a la finca familiar que no hubiera pensado pegarse un tiro por ella, ni estudiante universitario que no… En una palabra, había irradiado una cierta magia que, de haber durado, habría causado… habría destrozado… Pero, por algún motivo, de nada sirvió. Los acontecimientos no llegaron a desarrollarse, o bien se produjeron sin ningún sentido preciso. Hubo flores que ella era demasiado perezosa para colocar en un jarrón, hubo paseos al atardecer ahora con éste, ahora con otro, y al final el callejón sin salida de un beso.
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Vladimir Nabokov. Nacido el 22 de abril de 1899 en San Petersburgo, fue un escritor, traductor, entomólogo y profesor cuya obra ha dejado una huella imborrable en la literatura del siglo XX. Su vida transcurrió entre múltiples países, reflejando en sus escritos una riqueza cultural y una profundidad intelectual que lo distinguen como uno de los grandes literatos de su tiempo.
Nabókov comenzó su carrera literaria escribiendo en ruso, pero fue en inglés donde alcanzó reconocimiento internacional. Su novela más emblemática, Lolita (1955), no solo provocó controversia por su temática audaz, sino que también demostró su maestría en la construcción de personajes complejos y narrativas envolventes. Obras como Pálido fuego (1962) y Ada o el ardor (1969) consolidaron su estatus como un innovador en el género de la novela moderna, combinando elementos de ficción y poesía con una precisión lingüística incomparable.
Además de su faceta como novelista, Nabókov destacó como traductor, especialmente por su traducción al inglés de Eugenio Oneguin de Aleksandr Pushkin, una labor que le valió elogios y también controversias entre críticos literarios. Su pasión por el lenguaje y su atención meticulosa al detalle le permitieron crear traducciones que capturaban la esencia y el ritmo de los originales, a pesar de las críticas que recibieron algunos de sus métodos.
La vida de Nabókov estuvo marcada por el exilio y la pérdida, eventos que profundamente influenciaron su obra. Tras la Revolución Rusa, su familia se exilió en el Reino Unido y posteriormente en Alemania, donde su padre fue asesinado en circunstancias trágicas. Estas experiencias de desplazamiento y duelo se reflejan en la melancolía y el sentido de pertenencia que impregnan sus escritos.
Además de su contribución a la literatura, Nabókov fue un entomólogo apasionado, especializado en lepidopterología. Su dedicación a la colección y estudio de mariposas le valió reconocimiento académico, y varios géneros de mariposas fueron nombrados en su honor, destacando su legado en el mundo científico.
Nabókov residió en Estados Unidos desde 1940 y más tarde en Suiza, donde falleció el 2 de julio de 1977 en Montreux. Su legado perdura no solo en sus novelas y traducciones, sino también en sus conferencias y ensayos sobre literatura, donde defendió la importancia de la estética y la estructura en la narrativa. Su enfoque innovador y su resistencia a las convenciones literarias lo convierten en una figura central para estudiosos y amantes de la literatura.
La obra de Vladímir Nabókov continúa siendo estudiada y celebrada por su riqueza lingüística, su profundidad psicológica y su capacidad para desafiar las normas literarias. Su vida y su trabajo siguen inspirando a nuevas generaciones de escritores y lectores, asegurando su lugar en el panteón de los grandes escritores universales.