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Un hombre llamado Spade

Resumen del libro:

“Dashiell Hammett, uno de los pilares del género negro, ha legado a la literatura detectivesca una obra maestra en ‘Un hombre llamado Spade’. Este libro presenta a Sam Spade, el detective más carismático y emblemático del género, cuya interpretación en la pantalla por Humphrey Bogart ha dejado una huella imborrable en la cultura popular.”

“En los relatos que componen esta obra, como ‘Sombra en la noche’, ‘El manager de su hermano’, ‘El ayudante del asesino’ y ‘Solo se ahorca una vez’, Hammett muestra su maestría no solo en la construcción de tramas intrincadas y llenas de giros sorprendentes, sino también en la creación de personajes vívidos y diálogos magistrales.”

“La prosa de Hammett es concisa y directa, capturando la esencia del género negro con una habilidad única. Cada página rezuma un sentido del suspenso y la tensión, manteniendo al lector pegado a sus páginas hasta el final.”

“El autor no solo demuestra su dominio del formato breve, sino que también ofrece una exploración profunda y matizada del mundo que retrata, un mundo marcado por la brutalidad y la complejidad de los personajes y sus circunstancias.”

“Con ‘Un hombre llamado Spade’, Dashiell Hammett consolida su posición como uno de los grandes maestros del género negro, dejando un legado literario que perdura y sigue inspirando a generaciones de lectores y escritores por igual.”

PRÓLOGO

Antonio Drove Shaw

Dashiell Hammett (1894-1961). Nació en Maryland —era un hombre del Sur— y fue educado en el catolicismo. Lector voraz desde niño, a los 13 años conocía ya La crítica de la razón pura. Desde los 14, se ganaba la vida como recadero en el ferrocarril Baltimore-Ohio, trabajo que odiaba y del que intentaba liberarse bebiendo en exceso. Cuando su jefe le ofreció perdonar sus impuntualidades a cambio de la promesa de no reincidir, Hammett rechazó el ofrecimiento: «No puedo prometer eso». La honestidad de la respuesta le permitió conservar el puesto. Consiguió después un empleo en la famosa Agencia Pinkerton, cuyo lema era: «Nunca descansamos». Sus detectives tenían vigilado el país de costa a costa, no sólo esclareciendo los crímenes, sino tratando de impedir que se cometieran. Jueces, jurados y a veces verdugos, cometieron numerosos abusos. Protegían la propiedad privada y fábricas y minas en conflictos laborales. A Hammett lo enviaron al Oeste. Cuando los EE. UU. entraron en la Gran Guerra, Hammett se alistó. A los pocos meses, tuvo que ser ingresado en un hospital militar durante tres semanas. Devorado por la fiebre, incapaz de levantarse y destrozado por la tos, supo entonces que estaba tuberculoso. Cuando tenía 25 años se licenció con la graduación de sargento. Volvió a la Pinkerton, que lo destinó a la región minera. Meses después, en el otoño, arruinada sin remedio su salud, fue ingresado en el Hospital Público de Tacoma. Allí conoció a la enfermera Josephine Annis Dolan, con la que contrajo matrimonio y con la que tuvo dos hijas. Al ser dado de alta, la Agencia Pinkerton lo destinó a San Francisco. Destacaré dos de sus trabajos en la Pinkerton que confirman su valiente compromiso moral y político, al tiempo que prefiguran su narrativa. El primero: tomó parte en la investigación relativa al acoso que efectuaba Hays, el Zar de la Censura, contra el actor Fatty Harbuckle. Último eslabón de una compleja conspiración política, el caso implicaba al partido republicano y al propio presidente Harding. Parece el argumento de una novela de Hammett. Se culpaba a Fatty de asesinar a una joven durante una orgía metiéndole una botella por la vagina. La Agencia Pinkerton había sido contratada por la defensa, pero Hammett sospechó que algunos de sus compañeros trataban, en realidad, de incriminar al actor. Hammett consiguió aportar pruebas en favor de Fatty. Estaba en lo cierto, porque Fatty fue declarado inocente. Demasiado tarde: su carrera como actor estaba arruinada. El otro caso: el dirigente sindical Frank Little apareció colgado del puente del ferrocarril, castrado y con una advertencia para los trabajadores prendida con alfileres en su ropa interior. Hammett había rechazado 5.000 dólares (mucho dinero en aquel tiempo) por deshacerse de Little y dedujo que el crimen había sido cometido por otros agentes de la Pinkerton, compañeros suyos. Este acontecimiento influyó decisivamente en Hammett, cuyos escritos mostraron siempre una marcada ambivalencia entre los encargados de hacer cumplir la ley y de quienes la infringían. Se dio cuenta de que él mismo se hallaba en una zona marginal y ambigua, a medio camino entre la policía y los delincuentes, que era un outsider. Estaba demasiado enfermo y dejó la Agencia Pinkerton. Trabajó durante algún tiempo en publicidad. Comenzó a escribir narraciones policíacas, que fueron publicados en el pulp Smart Set. Más tarde, lo hizo para la revista Black Mask, en la época en que estaba dirigida por el capitán Joseph T. Shaw, a quien gustó, desde el primer momento, su estilo. Hammett dio un giro revolucionario a las narraciones de detectives. Llevó el relato policial a la calle y le dio realismo, creando así un nuevo estilo de fuerte contenido social, llamado Hard Boyled (Cocido en duro), cuyo protagonista es el detective Thout Guy (Duro de pelar). Encabezó lo que se ha dado en llamar la edad de oro del relato negro, en unión de James M. Cain, Raymond Chandler y Horace McCay.

Gide y Malraux consideraron a Hammett el mejor escritor norteamericano junto con Faulkner. «En sus momentos mejores, Hammett nos parece superior a otros escritores que pasan por estar destinados a sobrevivir a su tiempo, como por ejemplo Hemingway y hasta Faulkner», escribe Luis Cernuda. Brecht dijo: «Vivimos para lo superfluo. El placer es lo único que no necesita justificación». Hammett y sus seguidores consiguieron conjugar la calidad literaria y el entretenimiento. Lograron ser escritores para escritores y también para el gran público.

Hammett escribió cinco novelas largas que tuvieron enorme éxito de publico y crítica: Cosecha roja, La maldición de los Dain (ambas de 1929), El halcón maltés (1930), La llave de cristal (1931) y El hombre delgado (1934). Comenzó una novela, titulada Tulip, que jamás pudo terminar. Además, es autor de cincuenta y cinco relatos, cinco de los cuales, escritos en 1932, figuran en el presente volumen.

Hammett admiraba a Georges Simenon y de modo especial a Henry James. Él mismo dijo que la trama de El halcón maltés estaba parcialmente tomada de Wings of the Dove. Su personal código ético estaba muy influido por la única filosofía autóctona norteamericana: el pragmatismo. Su principal representante era Charles S. Peirce, discípulo de Emerson. Peirce no utilizaba el término en su vulgar acepción de utilitarismo y por eso, más tarde, lo llamó pragmaticismo o relativismo. Su principal aportación era la desconfianza ante las verdades absolutas que conducen inevitablemente a la destrucción de la democracia. Como dijo Brecht: «Cada cosa cambia y depende, a su vez, de otras que cambian sin cesar. Esta verdad es peligrosa para las dictaduras».

En una ocasión en que la revista Black Mask le rechazó dos relatos, Hammett les remitió una iracunda carta en la cual exponía su credo artístico: «El problema es que este detective mío ha degenerado hasta convertirse en un vale para comida… Si me atengo a lo que quiero escribir, es decir, cuando disfruto escribiendo, puedo hacer algo bueno, pero cuando intento machacar una historia, empeñándome en que sea comercial, entonces fracaso… Soy un amante del trabajo honesto y considero que el trabajo honesto es el que se hace tanto para el placer del trabajador, cuanto por el provecho que pueda reportarle. Y, con vistas al futuro, éste va a ser mi trabajo».

Hammett escribió guiones de películas en Hollywood (City streets, de Rouben Mamoulian) y también para los cómics del dibujante Alex Raymond, El Agente secreto X-9, que suscitaron el interés del FBI. Su entera carrera de escritor duró diez años y, como novelista, solamente cinco.

A Hammett le gustaban las mujeres y a las mujeres les gustaba Hammett. Alternando compulsivamente escritura, fornicación y tabaco, su salud empeoraba por momentos y más de una vez amaneció caído en el suelo sobre un charco de sangre, salido de su boca al toser en una crisis tuberculosa. Nunnally Johnson, el gran guionista de Hollywood, dijo de él: «Desde el día que lo conocí, a final de los años 20, su comportamiento sólo podía explicarse si tenías en cuenta que Hammett no tenía ninguna esperanza de estar vivo mucho después del jueves».

El 25 de noviembre de 1930 conoció a Lillian Hellman, una escritora de fuerte carácter, con la que mantuvo una relación, algunas veces tormentosa, hasta el fin de su vida. Hammett luchó heroicamente contra su alcoholismo y se impuso una disciplina espartana para escribir. Durante años se pasaba jornadas enteras ante la máquina de escribir sin conseguir redactar ni una sola línea. Desesperado, se entregaba de nuevo al alcohol durante varios días. Incapaz de soportar aquella agonía autodestructiva, Lillian lo dejó. Pero cuando Hammett estuvo muy enfermo volvió a su lado. Tras sufrir un ataque de delirium tremens, el médico le pronosticó un mes de vida. Hammett empeñó su palabra prometiendo que dejaría de beber. Lillian Hellman sabía que Hammett muy raras veces hacía promesas, pero también sabía que, si lo hacía, las cumplía. Y dejó el alcohol. Sin embargo, era ya demasiado tarde. Pasó sus últimos 26 años sin escribir una linea.

La ironía impregnó la vida y la escritura de Hammett. La ironía la convirtieron autores como Schegel, Schelling y otros en uno de los elementos constitutivos del Romanticismo. ¿Y qué es El halcón maltés sino una saga romántica en la que hombres y mujeres se afanan durante siglos, robando y matando, en la persecución de un tesoro?

Con motivo de la Guerra Civil española, Hammett ocupó el cargo de presidente del Motion Picture Artist Committee, encargado de la recogida de fondos para ayudar a la España fiel a la República. También aportó dinero para la película documental de Joris Ivens Earth of Spain con comentario de Hemingway y la voz de Orson Welles.

El 17 de septiembre del año 1942, enterado de que el ejército había rebajado los requisitos para alistarse, acudió enseguida a la oficina de reclutamiento. Su estado físico no era bueno: estaba demasiado flaco y tuberculoso. Pero lo que preocupaba a Hammett eran las fichas donde figuraban sus antecedentes alcohólicos y neuróticos. El oficial médico era un psiquiatra que admiraba sus novelas. «Es usted escritor, y espero que sepa más de la naturaleza humana que nosotros». Firmó la instancia de ingreso en el ejército. Era la segunda vez que iba a combatir por su país.

Ganó una fortuna y murió arruinado. Fue encarcelado por McCarthy, por negarse a declarar ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas. Fue comunista «a su manera», como lo era en tantas cosas. La derecha norteamericana se encarnizó con él. El Fisco le dejó en la ruina más absoluta. Cuando el presidente Eisenhower, nada sospechoso de izquierdismo, se enteró de que los libros de Hammett habían sido prohibidos en las bibliotecas del extranjero, comentó, sensatamente, que él nunca hubiera hecho tal cosa, lo que le ocasionó duras críticas.

Hammett, que no deseaba funeral alguno, fue enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington por ser un veterano de dos guerras.

En un informe dirigido a Mr. A. H. Belmont del FBI, cuyo remite ha sido suprimido, se dice: «Creemos que Mr. DeLoach podría llamar la atención a los responsables de prensa sobre la incongruente situación de que alguien que ha sido miembro de una organización que propugna el derrocamiento del gobierno por la fuerza y la violencia, reciba las exequias de un héroe y esté enterrado entre aquellos que dieron su vida por defender a este gobierno».

En cambio, la necrológica de Los Angeles Times decía: «Ahora Hammett está muerto y sus pecados pueden enterrarse junto a él. No seremos los primeros en querer hablar mal de los muertos; nos limitaremos a señalar que el genio de Hammett modificó la novela policíaca y, sin que esto suponga un deshonor para los clásicos, para mejor».

Con respecto a la maestría de Hammett para los diálogos baste decir que cuando el astuto Huston llevó al cine El halcón maltés no cambió ni uno solo de los de la novela. Horton Foote, el guionista, se llevó el Oscar. Por cierto, Foote es autor de la obra La jauría humana, de Arthur Penn, cuyo guión es de Lillian Hellman. Aun cuando Hammett no escribió nada más desde 1934, facilitó el argumento e hizo valiosas sugerencias a Lillian Hellman; la ayudaba, la animaba, leía y criticaba sus borradores y los corregía. Su papel de mentor fue decisivo para que Lillian obtuviera su primer éxito con su ópera prima escénica, The Childrens Hour.

En El halcón maltés, Hammett presenta así a su protagonista: «Samuel Spade tenía el simpático aspecto de un Satanás rubio». Esta caracterización de simpático demonio o maligno ángel se reitera en varios de los relatos del volumen que prologo. Lo hace en el que le da título, el cual constituye, asimismo, un ejemplo de la maestría de Hammett en los diálogos. Ocurre desde el momento en el que el teniente Dundy exclama: «¡Santo cielo, qué familia!», hasta la frase: «El regocijo que se manifestaba en las facciones de Spade acrecentaba su parecido con un maligno ángel rubio».

En Sólo se ahorca una vez escribe: «Spade estaba allí, con sus ojos gris amarillento perdidos en un ensueño». (Recordemos Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers.)

Señalaré un párrafo de Demasiados han vivido: «El sol matinal que se colaba por las cortinas que protegían las ventanas de la oficina de Sam Spade dibujaba sobre el suelo dos amplios rectángulos amarillos y daba a todo un tono dorado». (Parece un cuadro de Hopper.)

Las dos primeras páginas de El ayudante del asesino ejemplifican cómo se puede caracterizara un personaje describiendo tan sólo su aspecto físico y su oficina.

Las historias de Spade están escritas en tercera persona, están «dramatizadas»; las del agente de la Continental, en cambio, están escritas en primera persona. Hammett es maestro en ambas técnicas, como se ve en el relato Sombra en la noche, que propiamente no es detectivesco y al cual considero el mejor de la literatura americana. El inconveniente de prologar relatos de este tipo es que no se puede destripar el argumento. Sólo diré que, siguiendo los consejos de Poe, la historia adquiere todo su significado en el último párrafo. Esta técnica ha sido una constante en los cuentos de O’Henry, a veces un tanto artificiosamente. También ha sido intentada por Hemingway, pero nunca consiguió la destreza de Hammett. Rossellini afirmó que nada humano es anticinematográfico, sólo se necesita encontrar la forma que configure el contenido. Pues bien, Sombra en la noche es la única creación humana que conozco imposible de llevar al cine.

Por último, en El mánager de su hermano Hammett demuestra no sólo su dominio de la narración subjetiva, sino que contradice a quienes afirman que su estilo es siempre demasiado cortante y falto de sentimientos. En esta historia de amor entre hermanos, Hammett despliega una delicadeza y ternura que nadie ha sabido compaginar, tan bien como él, con la brutalidad del ambiente y del mundo donde transcurre. Está contada en primera persona por el hermano menor. Como en Lo que Maisie sabía, de Henry James, o en Corte de pelo, de Ring Ladner, el narrador nos deja adivinar una serie de hechos delictivos de los que él no es consciente. Al final, cuando comprende todo, se siente culpable por haberse comportado con lealtad y honradez. Ello trae a mi memoria la que considero, junto con Moby Dick, la mejor novela norteamericana (al menos del siglo XIX): Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain.

“Un hombre llamado Spade” de Dashiell Hammett

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