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Un asunto tenebroso

Un asunto tenebroso - Honoré de Balzac

Un asunto tenebroso - Honoré de Balzac

Resumen del libro:

Un intento de asesinato, una conspiración política, un policía vengativo, un político oportunista… Un relato de acción trepidante y con un suspense que tiene como excepcionales protagonistas a Napoleón Bonaparte, a Fouché, a Talleyrand, a Condé… y como comparsas a los verdaderos héroes de la novela. Y por encima de todo simplemente, Balzac.

1. Las desazones de la Policía

El otoño del año 1803 fue uno de los más hermosos del primer período de ese siglo que llamamos el Imperio. Algunas lluvias refrescaron en octubre los campos, los árboles seguían aún verdes y con hoja ya mediado noviembre. Así que el pueblo empezaba a establecer entre el cielo y Bonaparte, proclamado entonces cónsul de por vida, una inteligencia a la que debió uno de sus prestigios y, ¡cosa rara!, el día que, en 1812, faltóle el sol, cesaron sus éxitos. El 15 de noviembre de ese año, a eso de las cuatro de la tarde, lanzaba el sol un como polverío rojo sobre las copas centenarias de cuatro hileras de olmos de una larga alameda señorial; y abrillantaba la arena y los matojos de una de esas inmensas plazoletas, que se encuentran en esos campos donde la tierra era antaño harto poco costosa como para poder sacrificarla al ornato. Era el aire tan puro, tan suave el ambiente, que las familias tomaban entonces el fresco lo mismo que en verano.

Un hombre, que vestía chaqueta de cazador de dril verde, con botones del mismo color, y se tocaba con una gorra de la misma tela, calzaba zapatos de suela fina y llevaba grebas de dril hasta la rodilla, estaba limpiando una carabina con ese cuidado que en tal operación ponen los buenos cazadores en sus ratos de ocio. No llevaba aquel hombre morral ni canana ni ninguno de esos arreos que anuncian la salida para la caza o la vuelta de ella, y dos mujeres, sentadas a su lado, mirábanlo y parecían poseídas de mal disimulado terror. Cualquiera que hubiese podido contemplar la escena oculto en un matorral, se habría, sin duda, estremecido como se estremecían la vieja suegra y la mujer de aquel hombre. Indudablemente, ningún cazador toma tan minuciosas precauciones para matar alimañas, ni emplea en el departamento del Aube una pesada carabina rayada.

—¿Es que vas a matar rebecos, Michu? —díjole su joven esposa, tratando de adoptar un aire jocoso.

Antes de responder, examinó Michu a su perro, que tumbado al sol, extendidas las patas delanteras y el hocico entre las patas, en esa simpática actitud de los perros de caza, acababa de alzar la cabeza y venteaba alternativamente, alargando el hocico, la alameda de un cuarto de legua de larga y un atajo que desembocaba a la izquierda, en la glorieta.

—No —respondió Michu—, sino a un monstruo que no quiero marrar; un lobo cerval —en esto gruñó el perro, un podenco magnífico, de piel blanca, salpicada de pintas oscuras—. ¡Bueno! —dijo Michu hablando solo—. Esbirros. Hormiguean por todo el país.

Madame Michu levantó condolida los ojos al cielo. Hermosa rubia de ojos azules, formada como una estatua clásica, ensimismada y absorta, parecía consumida por un pesar negro y amargo. El aspecto del marido podía explicar hasta cierto punto el terror de ambas mujeres. Las leyes fisionómicas son exactas, no sólo en su aplicación al carácter, sino también en relación con la fatalidad de la existencia. Hay fisonomías proféticas. Si posible fuere, y diz que esta estadística viviente interesa a la sociedad, poseer un dibujó exacto de los que mueren en el patíbulo, la ciencia de Lavater y de Gall probaría victoriosamente que en las caras de todos esos individuos, aun de los inocentes, había signos extraños. Sí; la fatalidad estampa su sello en los rostros de quienes han de morir de una muerte violenta, sea la que fuere.

Un asunto tenebroso – Honoré de Balzac

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